miércoles, 18 de junio de 2008

Amigos o enamorados? (Parte I)

Miranda Dosantos bajó las escaleras con el donaire y la elegancia de quien llevaba un año completo de estudios en la mejor escuela de modelaje de la ciudad. Su padre Antonio Dosantos la esperaba al final de las mismas, para conducirla hasta el gran salón repleto de invitados. Había hecho el esfuerzo de superar sus celos por conservar la niñez en su hija y le había organizado en la ya acosada agenda de su hija dos tardes a la semana clases en la academia de modelaje más famosa del momento. También era un intento por darle un espacio más de entretenimiento que no fuera andar de fiesta en fiesta con sus amigos de colegio.

El hombre del video grabó paso a paso el proceso de bajar las escaleras, recibir el beso del padre en la mano y dejarse conducir como una princesa hasta el centro del salón de baile. Aquella chica tendría mucho futuro en el modelaje, tenía un excelente registro ante la cámara y además, parecía todo el tiempo estar en medio de una obra teatral. Plenamente consciente de su público y perfectamente identificada con su papel de ser centro de atención.

Más que las clases en la academia, esa actitud era el resultado de una vida entera siendo el centro de atención familiar. Una joven rubia, de intensos ojos verdes, con un hermoso cuerpo escultural y con un coeficiente intelectual superior era difícil de ignorar. Además, Miranda parecía ser un ángel bajado del cielo. Entre todos era reconocida la bondad de su corazón y el compromiso social que tenía como líder de su grupo en la escuela.

Dominico Di Stefan la observaba desde su lugar a un lado del arco de flores y tules. Su madre lo había convencido de ser el chamberlán de Miranda. Por supuesto, lo molesto del papel no es tener la primera opción de baile con la joven, ni poder disfrutar de una noche completa en la que sus atenciones y compañía no resultaran ser sospechosas para todos. Lo verdaderamente molesto de su papel de chamberlan era estar vestido con ese acartonado traje excesivamente blanco, incómodamente caliente.

Los invitados estaban de pie contra las paredes del salón, dejando en el centro el espacio para que la quinceañera bailara primero con su padre, luego con Dominico y después con todos los hombres en el salón. Para todos, Miranda tuvo comentarios divertidos, sonrisas y gestos de agradecimiento. Excepto cuando bailó con Dominico. Estar con él a solas, era divertido y emocionante pero estar entre sus brazos en público la hacía sentir incómoda. De cierto modo culpable. Sentía que todos verían en sus ojos que Dominico era el hombre de sus sueños.

- Es una lástima que para volver a verte así hay que esperar hasta el día de tu boda. – Le dijo Dominico apretando su abrazo en la cintura más de lo normal. Miranda sonrió como si él hubiese contado un chiste.
- Y es una lástima que no haya otro actor con pinta de príncipe en este gran teatro. – Le respondió ella. Dominico sonrió divertido.
- No importa lo que diga tu boca, tus ojos te delatan. – Le dijo él enigmático. Miranda sonrió simulando que poco le importaba lo que él leyera en sus ojos, cuando en realidad estaba muriendo. El había expresado exactamente su último pensamiento.
- Gracias a Dios eres analfabeta. – Le dijo y bajó la mirada por unos segundos.
- Tus ojos dicen que te gusto y… que si no fueses casi mi hermana menor… y te invitara a salir, no me dirías que no a nada. – Le dijo él provocándola. Miranda suspiró. La manera como él pronunció aquel “nada” sonó más morbosa y seductora que la manera como la abrazaba y bailaba con ella.
- Deja todo como está. Te estás dejando llevar por la fantasía del chamberlán y la quinceañera. – Le dijo fingiendo un tono de ironía que estaba lejos de sentir. – Y ahora, déjame bailar con mi verdadero hermano.

Alessandros, su hermano, apareció de donde menos esperaba Miranda como un ángel salvador que rodeó la cintura de la chica con sus manos y la hizo girar varias veces antes de dar pasos de baile formales en el centro del salón. Todo fue tranquilidad y armonía hasta que regresó a los brazos de Dominico.

- Es tu última vuelta por el salón. –Le anunció. – Y mi oportunidad para decirte que antes de perder la virginidad con uno de esos imbéciles niños que estudian contigo, te propongo perderla conmigo. – Miranda trastabilló y casi se cae.

Lo miró a los ojos, asustada por sus palabras. ¿Estaba hablando en serio? Él sólo sonreía y le acariciaba el pie fingiendo revisar que no se hubiese hecho daño. Miranda aspiró varias veces aire de manera exagerada. Dom se levantó y la ayudó a salir del salón.

- ¿Te hiciste daño? – Preguntó su madre. Miranda sonrió. Luisa no se imaginaba de la verdadera razón de la preocupación en Miranda.
- No fue nada. ¿Puedo tomar un poco de aire y de agua antes de continuar? – Preguntó Miranda buscando un tiempo a solas para digerir la propuesta. Dom la siguió a la cocina de la casa.
- Regresa enseguida que hay que tomar la grabación con los invitados y las fotografías con el pastel. – Le informó Luisa.

Miranda entró a la cocina y de inmediato se acercó su nana con un vaso de agua en la mano. Dom recibió una cerveza fría. Miranda apenas podía creer que él le hubiese hecho semejante propuesta allí delante de todos sus invitados. ¡La propia madre de Dom estaba en primera fila al lado de ellos! Cualquiera hubiese podido escuchar sus palabras.

Acostarse con Dom. Por supuesto que ese era el sueño de la mitad de sus compañeras de colegio incluyéndola a ella, sin embargo, no era para conversarlo en medio de su baile de quince.

- Dom… no estabas hablando en serio… ¿verdad?- Se atrevió a preguntar aunque sabía que los oídos de Dora, su nana, estaban listos para escuchar lo que decía.
- Antes de que pierdas tu tiempo con Wilson De los Reyes… prefiero que lo hagas conmigo. – Le dijo con tono de seriedad. Miranda frunció el ceño.
- ¿Qué sabes tú de Wilson? – Preguntó interesada. Alguna de sus amigas había abierto la boca y le había contado a Dom que Wilson pretendía acostarse con ella.
- Que es un consumidor. – Le dijo con el nombre con el que se referían en la escuela a los muchachos que fumaban marihuana o consumían vicio. Miranda ya sabía eso.
- Yo no lo quiero para consumir… Y tú no puedes probar eso.- Le dijo ella. Le gustaba Wilson. Era alto, atlético, estaba yendo al gimnasio por lo cual estaba desarrollando unos músculos firmes y enormes.
Y sí… todos en la escuela decían que consumía marihuana. Por lo menos, lo hacía cuando salía a tomar con los chicos los viernes. Cómo la conseguía o desde cuando lo hacía era un misterio. ¿A quién se le ocurriría preguntárselo? Wilson tenía además la fama de ser el chico más agresivo de la escuela.

Aunque era especial con Miranda. La ayudaba con los paquetes cuando llegaba con muchas cosas en las manos o la acompañaba cuando se quedaba sola en la puerta del colegio esperando a su padre o al mismo Dom para que le recogieran… Wilson jamás había insinuado un interés por Miranda, más allá del que cualquiera siente por un gatito al que siempre halla en problemas. Miranda suspiró cuando Dom sacudió una servilleta ante su mirada perdida.

- Pero no puedes negar que le gusta pegarle a las mujeres y que su respeto por ellas es de menos diez. – Le dijo él terminando su cerveza. Miranda suspiró de nuevo.

Claro que sabía que Wilson le pegaba a sus novias. ¿Cuántas veces no lo había hecho delante de ella? Sin embargo, Miranda estaba decidida a perder la virginidad con un tipo maravilloso que le moviera el piso. Wilson era lo más parecido a un atractivo adonis, bueno si no lo comparabas con Dom.

Observó el rostro de Dom que posaba para una foto. Sus ojos de mirada profunda, sus labios que se antojaban tan sensuales… Se sonrojó hasta la raíz de los cabellos y bajó la mirada. No podía estar considerando acostarse con Dom. Su madre se daría cuenta de inmediato y armaría un escándalo de eso.

- Vamos… ya te reposaste y quiero terminar con tu sesión de fotografías para cambiar de vestuario. – Le dijo Dom haciéndola levantarse de la mesa. Miranda lo hizo a regañadientes.
- ¿Cuándo hablamos de esto? – Preguntó ella. Dom se alzó de hombros.
- El lunes, en tu escuela. Te paso a recoger. – Prometió. Miranda dejó que él le llevara hasta donde estaba su madre.

Luisa dirigió la sesión de video y fotografías como una experta. Dom se burló de las poses de niña buena que le hicieron hacer a Miranda y disfrutó de las escenas en las que la chica debía mostrar la gata mañosa que sería de adulta. Y eso le hice fruncir el ceño más de una vez. Siempre había visto a Miranda como a la hermana menor que siempre había querido, la suya era un verdadero terremoto y había llegado a su vida a muchos años de diferencia. Miranda sin embargo era su compañera y compinche desde que tenía memoria y disfrutaba mucho del tiempo de confidencias con ella. Pero ahora, sólo mirarla alborotaba sus hormonas. De una manera tan intensa como ninguna otra.

Aunque Miranda no lo tomara en serio, él estaba más que dispuesto a ser su primer hombre con tal de impedir que se enredara con un vicioso de poca monta como Wilson. Y ni hablar de otros barbachanes de su grupo de compañeros. Miranda bailó un par de canciones más con él y luego, se dedicó a hacer de anfitriona.

El lunes, a la hora de salida del colegio, salió sin recordar el compromiso con Dom. Estaba llegando a la parada de autobuses cuando un auto se detuvo junto a ella. Miranda miró a Dom con el ceño fruncido.

- ¿Qué te pasa? – Preguntó enojada por las veces que hizo sonar el pito para llamar su atención.
- Sube. Vamos a recoger a Lina y a llevarla a su clase en la academia. – Le dijo él. Lina era la hermana menor de Dom. Miranda se alzó de hombros.
- ¿Y para qué me voy contigo?- Preguntó ella sin recordar aún la promesa. Dom golpeó el timón.
- ¡Diablos! Móntate niña… Necesito hablar contigo y apenas tengo tiempo de llevar a Lina a la clase de ballet. – Le dijo doblemente fastidiado: primero porque ella no había recordado su cita con él y segundo porque se veía horrorosamente sexy con su bendito uniforme de colegio.
- Mi papá me prohibió subirme a los autos de los desconocidos. – Le dijo ella subiendo al auto. Dom arrancó sin decir nada y llegó de nuevo al colegio de Miranda, donde su hermana estaba esperándolo.
- Hola, Miranda. – Saludó la chiquilla subiendo al asiento de atrás. Algunas amigas de Miranda la saludaron para que ella supiera que la habían visto en el auto con Dom.

¡Estúpidas! Murmuró entre dientes aunque sonrió y les devolvió el saludó. La mayoría de ellas estaban convencidas de que Miranda tenía una relación con Dom. En realidad, todas las mujeres con las que Dom hablaba se dejaban derretir por sus encantos. Para Miranda había sido un alivio y al mismo tiempo una tortura el último año de escuela de Dom dos años atrás. Había sido el año de más actividad social de Dom entre los eventos de su promoción y el éxito rotundo entre las chicas de su consolidado look de futbolista con el cabello más largo de lo normal y su cuerpo tallado a punta de gimnasio.

“Vecinos” “amigos” “Compañeros de baile” Son demasiados momentos juntos. Solían comentar sus compañeras con una clara intención de insinuar una relación. Porque si ellas se sentían derretidas con sólo recibir un saludo de Dom… ¿Podría alguien resistirse a vivir constantemente con él? Y sí. Miranda estaba de acuerdo con ellas. Estaba de Dom hasta el cogote. Su madre moría porque llegara un día y le dijera que era la novia de Dom; Gina, la madre de Dom también bailaría en un solo pie si le decían que eran pareja. Y Miranda disfrutaba de la compañía y la seguridad que le daba estar con él, pero no estaba segura de quererlo de pareja.

En el camino, Dom la ignoró por completo. Se la pasó repasando una clase de historia con Lina y comprometiéndola a estudiar matemáticas apenas llegara de la academia para que él pudiera repasar con ella en la noche. Miranda no envidió a Lina. Dom era un hermano mayor intenso.

A los 10 años, Dom recibió feliz la noticia de que sería el hermano mayor de una niña. Para él, desde el primer día de vida de Lina, la vida había sido cuidar, proteger y ayudar a formar a Lina. Eso no solo le daba puntos con su padre que le perdonaba con menos trabas sus engaños sino que le daba puntos con las chicas que lo veían como el padre ideal.

Y así mismo se portaba con ella. ¿Cómo sentirse atraída por alguien que estaba todo el tiempo dándole instrucciones de cómo debía actuar en la vida? Aunque tenía que reconocer que sin la ayuda de Dom, su adolescencia habría sido un desastre. Su madre no se involucraba  más allá de indicarle con quién debía salir y con quién no. En cambio, Dom se preocupaba por su apariencia personal, por su rendimiento en la escuela, porque supiera todo lo que debía saber para no meterse en los líos comunes de una adolescente sin control. Miranda le obedecía a ciegas porque había comprobado que Dom siempre tenía la razón y eso mismo le sucedía a Lina.

Miranda tenía que reconocer que a los diez años, Lina le hacía más caso a su hermano mayor que a sus padres. Y además que no había una niña más juiciosa, ordenada y estudiosa que ella. Y todo, gracias a la maravillosa orientación del todopoderoso Dom.

Lina se bajó en la academia y se quedó sólo con el morral que Dom le traía en el auto. Morral en el que estaría todo lo que Lina necesitaba para sus clases de ballet. Si algo llegaba a faltar, en la casa de los Di Stefan se escucharían los gritos de Dom regañando a la nana de Lina.

Dom no hizo arrancar el auto de inmediato. Se dio vuelta y la miró de frente. Miranda se acomodó para quedar también frente a él y lo miró en silencio.

Su rostro era cada vez más varonil y menos infantil. En realidad, lo de infantil se le había quitado a Dom desde los 14. La camisa que llevaba resaltaba el bronceado de su piel, sus ojos negros eran intensamente oscuros y misteriosos, y su boca seductora no dejaba de sonreír.

- ¿Estás valorando la mercancía?- Bromeó él. Miranda se mordió el labio inferior inconscientemente. Dom se resistió a besarla.
- Es posible. ¿cuál es tu cuento? – preguntó porque el preámbulo la estaba matando. Había recordado que en su fiesta de 15, Dom le había propuesto ser su primer amante.

Eso de perder la virginidad era una obsesión entre sus amigas. Escuchaban a sus amiguitas y hermanas de trece y se sentían casi viejas al pensar que no habían tenido su primera relación a su edad. Miranda no se desvelaba con el tema. La virginidad no le hacía estorbo y el acoso de los chicos de su edad y de los mayores la tenía verdaderamente apartada de todo lo que oliera a relación. Los novios no eran sino un estorbo para salir, para hablar con alguien o para divertirse.

- Hillary y las otras tontas de tu salón estaban comentando acerca de la maravillosa primera vez. – Le dijo con tranquilidad. – Y entre sus comentarios, estaba que para ser alguien de moda, alguien importante había que perder la virginidad con un chico atractivo… sin importar si era el novio o no.
- Conversaciones de adolescentes tontas. ¿Qué tengo que ver yo? – Le dijo Miranda sin darle valor a su preocupación.
- Pues que Hillary afirmó tú tendrías tu primera vez con Wilson De Los Reyes después de la fiesta de brujas. – Le dijo él. Miranda simuló asombro.

Bendita niña y su lengua suelta. En efecto, había cuadrado para que invitaran a Wilson a la fiesta de disfraces de Hillary y ésta estaba arreglando todo para que esa noche fuese su primera vez. Hillary insistía en que si Miranda hacía el amor con Wilson, toda la escuela lo sabría y nadie se metería con ella en el futuro… ¿Quién podría medírsele a meterse con la mujer de un matón en potencia?
- ¿Y qué tienes que ver tú con eso? – Preguntó tratando de buscar una salida.
- No voy a permitirlo. Si quieres un chico de quien vanagloriarte, prefiero ser yo. – Le dijo con toda franqueza. Miranda lo miró con extrañeza. Mientras sentía como el rubor cubría sus mejillas.
Sus conversaciones con Dom nunca habían sido mojigatas pero la manera como él le proponía ser su primer hombre le parecía escandalosa. ¿Es que él no se daba cuenta de lo que provocaba en ella?

- ¿Estas oyendo lo que dices? ¿Tú y yo en una cama? – Preguntó ella. Dom sonrió.
- No sería la primera vez. En Santa Marta pasamos una noche juntos…- Le dijo él. Miranda sacudió la cabeza haciendo que sus cabellos flotaran alrededor de su cara como una aureola dorada.
- Dormimos en la misma cama, en una habitación donde estaban diez personas. – completó ella. Aunque recordaba muy bien que dormir entre los brazos de Dom había sido una experiencia inolvidable. Dom sonrió.
- Detalles… en serio…. Ese Wilson no es una buena ficha… En realidad, no hay muchos chicos de tu grupo que sean una buena ficha… - Le dijo él tomándole una mano. Las manos de Dom siempre estaban cálidas. Y Miranda disfrutó de la caricia que era rozar la palma de su mano con la de él.
- No puedo creer que estemos planeando mi primera vez como si fuese una ida al cine. – Le dijo buscando salir de aquel embrollo.
- Ya la planeaste con tus amigas… ¿Por qué no inmiscuirme yo en los planes? – Le dijo él y miraba sus manos entrelazadas como si quisiera transmitirle sus deseos a través de ese contacto.
- Sabes qué… llévame a casa, tengo muchas tareas que hacer y perder el tiempo discutiendo con quien si y con quien no debo hacer el amor no me parece divertido. - Le dijo y retiró su mano, sentándose bien y colocándose el cinturón.

Dom le siguió la corriente pero no la llevó a su casa. Miranda frunció el ceño al verlo tomar el camino hacia la salida de la ciudad. No le preocupaba que la vieran con el uniforme del colegio, transitando en sentido contrario a su casa. Ni le preocupaba que la vieran con Dom… sus padres confiaban ciegamente en él. Pero no quería seguir hablando acerca del tema de su primera vez. Empezaba a sentirse atraída por la idea y… enamorarse de Dom sería un error garrafal para su vida.

- Dom… en serio… tengo tareas que hacer y no voy a hacer el amor esta tarde así que podemos hablarlo otro día. – Le dijo ella. Dom movió la cabeza negándose a obedecerle.
- Prometo ayudarte con las tareas, pero necesito que veas algunas cosas de la vida real.- Le dijo y se la llevó para la playa. En un sector donde sólo iban parejitas de novios a tener encuentros furtivos a plena luz del día en los kioskos de la playa.

No se bajaron del auto. Dom mandó a traer dos cervezas. Miranda recibió una a regañadientes. No le gustaba tomar y a su madre no le agradaría para nada que llegara con un tufo de alcohol. Sin embargo, se la tomó, si su madre le reprendía tendría el placer de echarle las culpas a Dom para que lo regañaran y le prohibieran acercarse a ella.

Sabía muy bien para qué la había traído Dom allí. Era un sector de la playa lleno de sitios para que las parejitas clandestinas se encontraran y… Había escuchado a sus amigos hablar del lugar. Él no hablaba, solo miraba el mar y se tomaba la cerveza. De repente, apareció una chica con uniforme de colegio, igual que ella y con un viejo rabo verde y sinvergüenza… los dos se perdieron detrás de una carpa en la playa. Miranda miró a Dom pero este no se movió ni un milímetro.

Estaba decididio a convencerla de hacer el amor con él. Miranda frunció el ceño. Estaba él interesado en ella? Suspiró. No podía hacerse ilusiones con Dom. Para él, ella era algo así como su mascota favorita y enseñarle a hacer el amor era un truco más en el proceso de entrenamiento que llevaba con ella.

Recordó que Dom la había besado en la boca para enseñarla a besar. Miranda todavía podía recordar como le temblaban las piernas y le latía el corazón mientras que recostada al tanque plástico donde guardaban la ropa sucia de su casa, dejaba que Dom invadiera su boca demostrándole los diferentes estilos de besos que conocía. Las parejitas iban y venían entrando y saliendo de las carpas que no dejaban ver lo que hacían dentro. Aunque todos sabían muy bien que sucedía en el interior de ellas. Una pareja de chicos entró a una, Miranda recordó que estaba con Dom tratando de entender por qué deseaba hacer el amor con ella.

Luego, salió de una carpa una chiquilla que lloraba desconsolada y un joven que terminaba de arreglar su ropa. Ninguno de los dos tendría más de dieciséis. A la chica no le había encantado su encuentro en la playa, de eso no había duda. Y el joven después de haber disfrutado del sexo con ella, le importaba poco cómo podía sentirse.

Cuando unos minutos después salió un joven arrogante que fumaba un cigarrillo y detrás de él una chica que necesitaba urgentemente una bebida que le subiera el color a sus mejillas, Miranda gritó:
- ¡Ya basta! Entendí el mensaje. – Le dijo. Dom pagó dos cervezas más y las recibió, le entregó una a Miranda y se tomó el contenido de la de él en dos tragos. Devolvió las botellas vacías y encendió el carro.

No le dijo nada y empezó a conducir por la avenida de la playa. Miranda intuyó que buscaba la otra entrada a la ciudad para regresar. Se tomó la cerveza. De nada serviría hablar, él no lo haría si no quería.

Además seguro estaba haciendo un enorme esfuerzo por no bajarse del auto, golpear a los tres hombres y montar a las tres chicas en su auto para llevarlas a sus casas. Miranda suspiró. Había soportado el espectáculo para que Miranda viera una película de lo que podría ser su propia primera vez en una función de drama en vivo.

Y decidió que el silencio era mejor que recibir un sermón de Dom. Había ocasiones en las que a Miranda le parecía un viejo y no un joven de 20 años… Un atractivo y seductor joven… reconoció y sacudió la cabeza. No podía pensar en Dom románticamente. Se tenía prohibido a sí misma pensar en él como el príncipe azul de los cuentos de hadas. Dom le había dejado más que claro que no la necesitaba de princesa.

Estaban a punto de entrar a la ciudad por la carretera de las universidades cuando él le habló:

- Te juro que si hubiese pagado por un show no me hubiese salido mejor. – Le confesó. Miranda supuso que había sido fortuito que todas las chicas fuesen adolescentes.
- No apareció ninguna loba de cuarenta con un joven de 17. ¿Verdad? – Le dijo ella recordándole que él había tenido una aventura con una de sus profesoras de colegio, el último año de escuela y que así había perdido su virginidad. Dom sonrió divertido.
- Touché. Sé que te aconsejo con toda propiedad por haber vivido la experiencia. – Le dijo. – Sin embargo, debes reconocer que eso hace mi consejo más acertado.
- NO haré el amor hasta que apruebes a mi pareja. – Le dijo haciendo una cruz con dos dedos y colocándose la mano derecha sobre el pecho. Dom puso los ojos en blanco.
- No vas a decirme cuando vas a hacer el amor… Y eso lo sabes. Por eso quiero ser el primero… enseñarte… - Miranda volvió a mirarlo como si se hubiese vuelto loco.
- Tú en serio crees que pueda aceptar tu propuesta. – Afirmó más que preguntar. Dom asintió.
- Claro que sí. Estabas preparando fría y calculadoramente tu primera vez con Wilson… bueno, ahora prepárala pero conmigo.

Miranda resopló y lanzó la botella de cerveza debajo de la silla. De todas las locuras que Dom se inventaba aquella era la peor.

No era cierto que hubiese preparado su primera vez con Hillary. En realidad, le había dicho eso para quitársela de encima. Ahora Dom estaba convencido que era tal cual todas las tontas chicas de su salón. ¡Diablos! Y quitarle una idea equivocada a Dom era más difícil que convencerlo de que se había equivocado.

Dom la llevó a una heladería y la hizo comerse un helado de chocolate para contrarrestar el olor a alcohol en su aliento. Y luego la llevó hasta su casa. Todo el camino hablando sobre cine y música, como si Miranda ya hubiese aceptado tener la primera vez con él y todo estuviera muy bien.

Cumplió su promesa de ayudarla con las tareas por lo cual se bajó en su casa. Por supuesto a la madre de Miranda le encantó la visita y lo invitó a cenar. Aunque no volvió a poner el tema de la primera vez, Miranda sintió que todo el tiempo estaban seduciéndola para aceptar. Dom se portó con ella tal cual se portaba con las chicas que enamoraba. Miranda conocía muy bien sus tretas de seducción.

La miraba cuando creía que ella no se daba cuenta y rehuía su mirada cuando Miranda lo miraba de frente. Le tomaba la mano entre las suyas como si fuese un gesto casual pero la manera como deslizaba los dedos entre los suyos… Era casi una caricia. Miranda temblaba toda cuando él decidió que había entendido la teoría de la factorización y que podía irse a casa.

Al día siguiente en la escuela, Hillary se tapaba los oídos con las manos para no escuchar los reclamos de Miranda. Esta suspiró.

- Te juro HIllary… no me sentí más humillada y avergonzada en la vida como ayer cuando Dom me dijo todas las cosas que le contaste. – Dijo Miranda. Estaban sentadas en una banca del parque de la sección infantil de su colegio.

Un hermoso jardín con muchas plantas con flores, un césped verde bien cuidado que se extendía frente a ella y una piscina de arena en el centro donde los chicos de prejardin prácticamente se bañaban con arena. Era el lugar preferido de las dos. Las chicas grandes no iban hasta allá a curiosearles la vida íntima y los chicos no asomaban sus narices para interrumpir su conversación con intentos tontos de seducción.

- Está bien. Habíamos tomado unas cervezas en la casa de Raúl y Dom se me sentó al lado. – Le dijo Hillary bajando las manos. – ¿Cómo comenzar una conversación con el joven más guapo que conozco? Pues hablándole de su mejor amiga que curiosamente es mi mejor amiga. – Se justificó Hillary. Miranda movió la cabeza rechazando sus razones.
- ¿Para qué decirle que habíamos acordado seducir a Wilson? – Preguntó Miranda sin refutar la afirmación de que era la mejor amiga de Dom. Hillary no entendería la obsesión de Dom por la supuesta responsabilidad que su madre y la de Miranda le había impuesto sobre cuidar y proteger a Miranda como un hermano mayor.
- Se me salió. Estaba casi borracha. Mi mamá casi me mata cuando llegué del cumpleaños de Raúl. – Le contó Hillary.
- Y no creíste necesario contarme de tu indiscreción…- Reclamó Miranda pensando que ella la habría matado con gusto si lo hubiese sabido a tiempo. HIllary se alzó de hombros.
- Estás demasiado trágica con eso. – Se quejó Hillary. -¿Qué puede hacer Dom con esa información? Ya te dijo que no le parecía que escogieras a ese chico. ¿Crees que se lo dirá a tu madre para que tú le cuentes todos sus secretos a su padre?

No le aclaró a Hillary cuál era la razón de su preocupación. No iba a contarle que el loco de Dom le había propuesto ser el primero en su vida sexual. Miró a los chicos en la arena. Uno de los niños ayudó a una de sus amiguitas que se cayó, le limpió la sudadera pegándole golpecitos en el trasero para sacudirle las ramitas de césped pegadas en ellas sin la menor malicia. Frunció el ceño. ¿Podría pensar que Dom actuaba de la misma manera con ella? Sin malicia, sin oscuras intenciones… sólo el deseo de evitarle un encuentro desagradable con un chico inadecuado.

Miranda decidió restar importancia a la propuesta. Volvió a salir con Dom una tarde cuando él pasó por Lina para llevarla a la academia y Miranda apenas salía del colegio. La hizo subirse al auto y cambiar la camisa del colegio por una camiseta de Lina que apenas si tapaba la mitad de su abdomen, para irse con él al cine. Y se quedó con la sudadera de hacer educación física. Desde el centro comercial, Miranda llamó a su madre quien por arte de magia cambió su tono enojado de voz al escuchar la voz de Dom.

Miranda lo odió por tener la aceptación de sus padres. ¿Qué dirían ellos de sus propuestas absurdas si Miranda les contara? Lo odió aún más porque en contra de todos los pronósticos, la película que escogió sí le gustó a Miranda.

Él se acomodó en la silla, se quitó los zapatos y compartió con ella un tarro de palomitas de maíz y una gaseosa, mientras comentaban todo lo que les parecía divertido en la película. Podían darse ese lujo siendo miércoles por la tarde y estando casi solos en el teatro.

- Debe ser muy difícil encontrar un marido cuando uno tiene que viajar tanto. – Comentó Miranda pues la protagonista era una actriz que se enamora de un simple empleado de librería.
- Creo que es más difícil cuando uno de los dos está todo el tiempo metido en la casa. – Le dijo él refiriéndose a la experiencia de sus padres.
- Aunque si alguno de los dos ama profundamente al otro… todo se supera. – Dijo Miranda con un suave tono de ensoñación. Dominico le pellizcó la nariz con dos dedos.
- El amor… Eres una soñadora, Miranda… Pocos hallan el amor. – Le dijo él burlándose de su inocencia. Miranda lo miró a los ojos y suspiró.
- Pocos creen en el amor que es diferente… Pero todos, hallamos el amor. – Le respondió. Dominico ignoró su comentario y se burló del vestido que la actriz lucía.

Miranda le siguió la corriente. No quería discutir con él. Para Dom, las relaciones humanas eran viscerales… plenamente satisfechas las sensaciones, la pareja era feliz… los sentimientos eran invenciones románticas de los literatos.

Había sido una tarde de amigos, como muchas de las que había compartido con Dom. En ningún momento quiso pasarse con ella, la tomó de la mano por costumbre cuando caminaban por el centro comercial hacia el parqueadero sin darle al gesto un significado distinto del que siempre le había dado.

Habían hablado de todo: música, cine, televisión, tareas, compañeros de colegio… todo menos sexo. Y Dom jamás recordó la conversación de dos semanas atrás. La dejó en la puerta de su casa después de darle un beso en la frente y se fue en su auto sin dar vuelta atrás.

Miranda sintió esa noche mientras dormía en su cama, que a Dom se le había olvidado la dichosa promesa de que Miranda perdiera la virginidad con él. Se asombró a sí misma pensando en ello con tristeza. ¿De verdad quería hacer el amor con Dom? ¿Pero, si no lo amaba de esa manera? Se dijo tratando de recobrar la sensatez. Sin embargo soñó que Dom le proponía matrimonio mientras hacían el amor.

Aquello era una soberana tontería. Jamás habían tenido una relación amorosa. Entre ellos había una deliciosa camaradería que Miranda adoraba. Sin Dom su vida sería muy triste porque su padre no la dejaría salir ni a la esquina.

Dom la salvaba cuando necesitaba un permiso para ir a una fiesta. Era el que ponía la cara cuando Miranda se pasaba de la hora de llegada y ella lo llamaba al celular y él como un caballero andante aparecía donde ella estaba, se la llevaba y le decía a Antonio, el padre de Miranda que había sido el culpable de su retraso.

Se abandonó al sueño y al cansancio. Dar vueltas al mismo pensamiento toda la noche no solucionaría su dilema. Tenía que decidir de manera racional y consciente si quería convertirse en mujer en los brazos de Dom. Consciente de que Dom no volvería a hacer el amor con ella jamás después de que perdiera la virginidad. Ella no era una más en la lista de sus amiguitas.

Durante aquella semana, Dom no faltó un solo día a la salida del colegio. Las recogía, y después de dejar a Lina en la Academia, llevaba a Miranda a su casa.

Sus conversaciones eran simplemente triviales. ¿Cómo te ha ido en la escuela? ¿Cómo van tus clases en la universidad? ¿Con quién irás al próximo baile de la ciudad? Nada de lo que se dijeron durante esas semanas, habría hecho pensar a quien les escuchara que alguna vez hubiesen planeado hacer el amor.
- ¿Has pensado en mi propuesta? – Preguntó Dom interrumpiendo los pensamientos de Miranda. Iban en el auto después de dejar a Lina en la Academia de Baile. Dom la llevaría a casa de su abuela. La fiesta de disfraces estaba cada vez más cerca.
- NO pienso en tonterías. – Le dijo ella. Quería hacerlo enojar para que se olvidara de ello. Pero sabía que no sería fácil. Dom no desistía de sus empeños.
- Vamos… En realidad… ¿No la has pensado? – Preguntó él extrañado de que una chica como Miranda no estuviera feliz de acostarse con él. Miranda sonrió.
- La verdad… Tengo muchas dudas…- Empezó a decir Miranda pero llegaron a la casa de la abuela de la chica y esta no supo si continuar. Dom parqueó el auto y se dio vuelta para mirarla de frente.
- Quiero hacer el amor contigo, Miranda. – Le dijo él tomándole las manos entre las de él. Miranda sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo.
- Dom… Somos amigos… no vale la pena… - Empezó a decir. Dom se acercó a ella y le rozó los labios…
- Todo lo que te he enseñado… siempre ha valido la pena. – Le recordó él. Miranda se sonrojó.

Ya lo había pensado ella. Miranda había aprendido a besar, a montar en bicicleta, a manejar auto, a bailar… todo. Sin embargo, aprender a hacer el amor… le resultaba un juego peligroso para jugar entre ellos.

- ¿Y si me enamoro de ti? – Preguntó ella con timidez. Dom la miró en silencio y suspiró.
- Si lo haces… ya veremos. ¿No quieres hacerlo conmigo? – Preguntó él. Miranda sintió un agudo dolor en el bajo vientre que empezaba a relacionar con las miradas apasionadas de Dom.
- Mi cuerpo… dice que sí. Pero en mi mente, yo…- Dom no la dejó terminar y volvió a besarla.
- Di que sí, di que sí… - Susurró él con su boca aún besando los labios de Miranda. Y recordaron que estaban en la calle, frente a la casa de la abuela de Miranda.

Miranda arregló su uniforme y se bajó del auto. Tomó su morral y fue incapaz de musitar una despedida. Entró casi corriendo a la casa. Sentía que si a Dom se le ocurría llevarla en ese momento a otro lugar, haría el amor con él sin dudarlo.

Las semanas pasaron con rapidez, y cualquier día Miranda estaba en el colegio sin recordar para nada aquel sueño. El famoso día de las brujas estaba cerca y sus compañeras de salón recordaron la preparación de la fiesta en casa de Kelly. Hillary le pidió a Miranda acompañarla al baño y esta aceptó.

Miranda estaba en un cubículo cuando Kelly y Teresa llegaron al baño. Ignoraron a Rocio por supuesto. Para ellas, la hija de un empleado de banco no era nadie. Miranda había estado a punto de salir cuando Kelly hizo un comentario que atrajo la atención de Rocio y de la misma Miranda.

- Esa tonta de Miranda va a conformarse con Wilson para vivir su primera experiencia sexual. – Le dijo Kelly en tono de secreto a Teresa.
- Wilson… Bah! – Dijo con intención de demostrar asco. – Ese chico se traba… ¿No será de esos que le dan pastillas a las chicas y les hacen… ya sabes… hasta lo indecible?

Miranda frunció el ceño. En realidad, no había pensado en eso cuando Kelly le propuso hacerlo con Wilson. Claro que Wilson les llevaba mucho camino a ellas. Era un joven con una vida muy diferente a la normal. Sus padres viajaban con frecuencia y no obedecía a ninguna regla.

- No tendría nada de raro. – Opinó Kelly. – Sin embargo, Miranda no se opuso para nada a ese nombre. A lo mejor, ya lo han hecho antes y lo que le hacen le gusta.
- Quien la ve a la perra engreída… Con su cara de ángel… quién sabe que tan puta es…- Dijo Teresa que se destacaba entre todas por su horrible vocabulario. Miranda se contuvo de opinar. En realidad, le hubiera gustado ver las caras de las muy engreídas cuando ella saliera del cubículo.
- Esa cara que trae loquito al bobito de Dom… - Dijo Kelly y Miranda se detuvo.
- Yo creí que lo haría con ese bomboncito… Aunque… de hacerlo con él, nos quedaría muy difícil superarle el milagrito. – Le dijo Teresa. Miranda entrecerró los ojos y las escuchó salir.

Hillary le tocó la puerta. Miranda abrió sin salir. Todavía no sabía qué concluir ni qué pensar después de lo que había escuchado. Así que hacerlo con Dom sería un milagro difícil de superar… Sacudió la cabeza. No podía estar pensando en hacerlo con Dom. ¡Y mucho menos hacerlo de conocimiento público!

- ¡Qué imbéciles!- Dijo Hillary. Miranda asintió.
- Son un par de idiotas. Te lo he dicho. NO les hagas caso. – Le insistió y salió del cubículo.
- ¿Qué vas a hacer? – Preguntó Hillary.
- ¿Yo? Nada. Ellas pueden creer lo que quieran. – Le dijo pero ya estaba maquinando que podía hacerles creer que lo había hecho, sin hacerlo.
- Los comentarios de que harás el amor con Wilson pueden llegar a las monjas… - Le advirtió Hillary. Miranda sonrió.
- Las monjas… son las que menos me preocupan. Mi papá es quien me preocupa…- Le confesó y siguió caminando hacia el salón.
- ¿Y Dom? ¿Si le dicen a Dom que tendrás algo con Wilson…?- Preguntó Hillary. Miranda suspiró.
- Convéncete de algo Hillary… yo no tengo nada con Dom… - Le insistió y se negó a continuar conversando del asunto.

Dos días después se armó una discusión en el salón. Teresa trató de estúpida a Diana Álvarez la mejor amiga de Miranda. Entonces a esta no le quedó más remedio que intervenir en la discusión. Todavía resonaban en su mente las palabras soeces con las que le había descrito en el baño.

- Teresa… Teresa… Teresa… - Le dijo en tono de amenaza caminando hacia la chica. – Tienes que cuidar tu vocabulario… y la manera como te refieres sobre los demás…
- ¿Quién me va enseñar buenos modales? Tú, zorra sinvergüenza. – Miranda sonrió al escucharla. Ahora si le estaba dando la oportunidad de responder a sus insultos.
- Fíjate que sí. Porque de mis modales, que son impecables… nadie puede hablar. –Le dijo acorralándola contra la ventana del salón que daba al pasillo externo del colegio. – Pero de esa boca sucia tuya… además de los sapos y las serpientes… podemos opinar los que escuchamos tu hermoso vocabulario. – Le dijo. En el rostro de Teresa apareció un gesto de miedo cuando su espalda tocó la pared.
- ¿Y quién te enseñó modales? ¿El marihuano de Wilson, el puto de Jhon o el marica de Dom?– Le dijo la chica y en ese momento se asomó Dominico en la ventana. Miranda sonrió.
- No creo que Dom reciba tus piropos después de escuchar que piensas en él como en un marica. – Le dijo Miranda. – Ni creo que te vuelva a hacer un chance en el resto de tu desgraciada vida.
- Me importa mierda lo que tú y tus cabrones piensen. Aléjate de mí. – Le dijo y Dom resopló desde la ventana.
- Me parece que debes alejarte de ella, Miranda. – Le dijo con voz potente y clara, haciendo palidecer a Teresa. – No vaya a picarte una de las culebras que habitan en esa boca tan sucia.

Miranda se alejó y caminó hacia su puesto para tomar su bolso. Antes de salir del salón se dio media vuelta y señaló a Teresa.
- Tú vuelves a insultar a otra niña más en este salón y me va a encantar mostrarte lo que me ha enseñado de karate mi querido marihuano Wilson.- Le dijo Miranda. Teresa estaba pasando el susto sentada en una silla cerca de la ventana.

Miranda salió del salón donde ya no quedaban muchas niñas. La Hermana Alicia, encargada de la disciplina caminó hacia ella.
- ¿Es cierto que estabas peleando con Teresa? – Le preguntó. Miranda frunció el ceño.
- Sería incapaz de hacer eso, Alicia. La pobre niña se asustó con un hombre que se asomó de improviso en la ventana. – Le mintió y siguió caminando hacia la salida.

Las monjas confiaban ciegamente en ella. Miranda había dado claras muestras de manejar a un grupo con su carisma y don de mando. Así que su palabra jamás sería cuestionada. Dom estaba hablando con la monja de la puerta, con Lina tomada de su mano. La monjita la saludó y le recibió un beso a Miranda.

- ¿Es un niño divino, verdad? – Dijo la Hermana Mercedes encantada con las atenciones de Dom. Miranda sonrió.

Su mirada recorrió a Dom de pies a cabeza con una expresión descarada de admiración y tembló. Dom era divino pero no tenía nada de niño. Dom la acercó a su cuerpo tomándola de una mano.

- Sí. Aparece como el espíritu santo cuando uno lo necesita. – Le dijo bromeando. Esperaba que Dom no le dijera nada acerca de su descarada evaluación.
- Tu papá me pidió que te llevara a casa de tu tía Ana. – Le dijo Dom. Miranda se llevó la mano libre a la cabeza. Había olvidado que su tía Ana cumplía años y que del colegio debía irse a la casa de la abuela.
- Ya lo había olvidado. Vamos… ¿Podemos llevar a Hillary que se queda en el camino? – Preguntó. Dom asintió mientras se despedía de la monjita con un beso.

Miranda hizo señas a Hillary y la invitó a irse con ella. Dom les compró un raspao en la esquina del parque Suri Salcedo y esperó a que se hubiesen comido la mitad antes de encender el auto. Mientras comían le contaron la razón del enojo de Teresa.

- Se le ha metido que es de mejor familia porque su padre tiene una herencia familiar y las demás somos hijas de empleados con muy buen sueldo. – Le explicó Miranda. Dom sonrió.
- Y Super Miranda es la defensora de las causas perdidas…- Bromeó. – Qué diablos hago yo en boca de esas niñitas… y además de marica…
- Pregúntales a ellas. Yo de ti no hablo… no necesito hacerlo… esas niñas respiran, viven, sueñan contigo… desde que estabas en el equipo de baloncesto y ellas estaban en quinto año de primaria - Le contó y Hillary asintió para corroborarle.
- ¿Y por qué te ligan con John?- Preguntó aunque Miranda sabía que estaba muriéndose por preguntar cuál era su nexo con Wilson. Ella sonrió.
- Ellas me ligan a cualquier chico que les parece divino y que solo me contesta el saludo a mí.- Le respondió con calma. Ahí estaban dos respuestas en una.
- Insisto en que no debes dejar que te liguen con Wilson… ni con cualquiera de esas fichitas en tu colegio… - Le recomendó. Miranda asintió con cara de resignación haciendo reír a las otras dos chicas en el auto. Por supuesto, sí era bueno que ligaran a él. Dom sacudió la cabeza de un lado a otro.
- No quieres tomarme en serio… Y me temo que debemos hacer lo que te propuse en Semana Santa. – Le dijo. Miranda se negó a hablar de ello delante de Lina y de Hillary. Se sonrojó hasta la raíz de los cabellos pero no lo miró ni a Hillary quien adivinaría sus pensamientos.

Dejaron a Hillary en su casa y luego, Dom obligó a Lina a bajar con él y entrar a saludar a la familia de Miranda en la casa de la abuela de la chica. Los padres de Miranda la recibieron y Luisa de inmediato le recomendó irse a cambiar el uniforme con la ropa que le había traído de la casa. El padre de Miranda le invitó a un refresco a Lina y a Dom.

La niña aceptó feliz pues estaban en la casa las primas pequeñas de Miranda con las que ella solía jugar en las fiestas familiares. Así que Dom estaba hablando de fútbol con el padre de Miranda cuando esta bajó cambiada. Miranda ignoró la mirada provocadora que Dom le dirigió a sus piernas y que recorrió su cuerpo con una clara expresión de atracción.

- ¿No tiene Lina tareas que hacer? – Preguntó Miranda a Dom mientras veía a la niña correr detrás de sus primas. Dom sonrió.
- Dilo: Dom, vete a tu casa. – Le dijo Dom tan pronto el padre de Miranda se fue con la excusa de ir a cuadrar algunos detalles.
- Bien. Dom, vete a tu casa. – Le dijo ella mirándolo a los ojos. Dom en cambio miraba las piernas que su minifalda dejaba al desnudo, los pies bien cuidados y arreglados engalanados con unas sandalias sencillas y luego, lo vio obligarse a no mirarla de frente.
- Deja que Lina se distraiga un poco antes de llevarla a casa. – Dijo sin mucha convicción. Él decidió mirarla y se estrelló con la mirada de Miranda fija en su boca.
- ¿Es posible que finjamos haber el hecho el amor? – Preguntó de repente. Dom alzó una ceja asombrado.
- ¿Fingir? ¿Y para qué fingir…? Estás muy grande para andar diciendo mentiras a tus compañeras. – Le dijo Dom.
- Ya ellas creen que lo he hecho contigo sin que les diga nada…- Le contó. Dom la hizo bajarse del brazo del sofá donde había estado sentada y la llevó al lugar a su lado en un mueble.
- ¿Cómo así?- Miranda se alzó de hombros. Todo su cuerpo estaba hecho un manojo de nervios. Sus caderas junto a las caderas de Dom… su pecho rozando el de él… Aquella era una tortura. ¿Y si lo besaba? Se preguntó mientras intentaba mantenerse ecuánime.
- Por alguna extraña razón, nadie me cree que soy un ángel. – Le dijo Miranda fingiendo tristeza. – Todos creen que soy una… bueno… que lo hice con Wilson, con Jhon, contigo…
- Conmigo…- Le dijo Dom colocando un mechón del cabello de la chica detrás de una oreja. El roce de sus dedos en su oreja la hizo temblar. – Sería muy fácil hacerlo conmigo… ¿Verdad?
Miranda se sintió tentada a decir sí. Se levantó de repente y se fue a la ventana. Lina seguía corriendo feliz entre los matorrales del jardín. Miranda la envidió. Quiso volver a ser niña y no tener que decidir si hacía o no el amor con alguien.

- Vamos a hacerlo… ¿Eh?- Le dijo Dom acercándose a ella. – Después de la fiesta de Kelly pero no en esa casa… Te iré a buscar a las nueve…

Miranda contuvo el aliento. Estaba segura de que él la besaría allí mismo, en medio de la sala de su abuela Cecilia. Sin embargo, Dom se levantó, pasó cerca de ella y se acercó a la ventana para llamar a Lina. Le dijo que debían irse a casa.
- Dom… No estoy segura. – Le dijo ella cuando Dominico estaba a punto de salir. Él le sonrió y le hizo un guiño.
- Yo tampoco.- Confesó y se marchó.

Miranda a duras penas disfrutó aquella fiesta. Así como apenas podía recordar lo que había dado en las clases de esa semana antes de la fiesta de disfraces. Su madre le había dado permiso hasta la medianoche porque Miranda le había dicho que Dom la acompañaría a la fiesta.

- ¿Dom en una fiesta de adolescentes? – Preguntó su padre. Miranda se alzó de hombros. Tenía que haber una explicación para que Dom la llevara a casa.
- Dijo que iba a salir con unos amigos y que con gusto me recogería para traerme a casa. – Le explicó. A Miranda poco importó lo que Dom le diría a su padre cuando lo llamara al celular. Su padre no se quedaría con una explicación tan simple.

¿Qué tan especial podía ser ir a recoger a su vecina en lugar de trasnochar con sus amigos? Pensó Miranda que se preguntaba su padre. Sin embargo, Dom debió darle una buena respuesta porque su padre aceptó que la trajera a casa.

Saber que Dom tampoco estaba seguro de lo que harían no le daba fuerzas. Y en aquella semana de tortura, Dom no había fallado un solo día en ir a recoger a Lina al colegio a la salida. Y por supuesto, llevar a Miranda a su casa era tarea obligada. Suspiró mirándose en el espejo con un disfraz de Cumbiambera. Suspiró. Nada de eso. No iría con ese corsé que le dejaba al descubierto buena parte de sus senos y que apretaba su cuerpo resaltando cada una de sus curvas.

Cambió de disfraz como tres veces hasta que se decidió por un disfraz de gitana. Sólo tendría que quitarse todos los collares y la pañoleta cuando Dom fuera a buscarla… ¡Cielos! Estaba loca. ¿En realidad haría el amor con Dom? Sentía mariposas en el estómago de sólo pensarlo.

Se miró en el espejo. La blusa de estilo campesino dejaba al descubierto buena parte de su pecho y de su espalda. Le quedaba ajustada así que le hacía ver más delgada de lo que estaba y ensanchaba las caderas que se pronunciaban por el efecto de campana de la falda. Se hizo dos trenzas y se maquilló muy suave.

Daba vueltas en su habitación de un lado a otro sin saber qué llevar en su bolso. Metió una pantaleta… y luego se avergonzó. En realidad no iba a hacer el amor con Dom. Se miró en el espejo. Mentirse era una tontería. Sí iba a hacerlo. Se decidió por una pantaleta muy femenina y el labial. Escogió uno de sus bolsos grandes para poder meter allí todo lo que no usaría para salir con Dom.

Casi salta hasta el techo cuando escuchó la voz de Dom gritándole desde el primer piso. Se miró en el espejo… una gitana… atrevida… desvergonzada… loca gitana. Salió de su habitación y llegaba al final de la escalera cuando recordó que Dom no tenía por qué estar allí.

- ¡Por favor! ¡Qué hermosura! ¿Me lee la mano?- Bromeó después de casi tropezar y tartamudear un hola.
- ¿Qué haces aquí? ¿NO quedamos en que me harías el chance para traerme a casa? – Preguntó ella confundida. No había la menor posibilidad de que no asistiera a la fiesta de Kelly. La madre de esta se encargaría de contarle a su madre que nunca apareció en la casa. Dom se alzó de hombros.
- Le dije a Luisa que iba a hacer el favor completo. Te llevo, me encuentro con mis amigos y te voy a buscar a las doce…- Le dijo. Miranda suspiró resignada. No había nada que hacer. Todo estaba decidido y con el aval de su madre.
- No voy a llamarte porque con el ruido de la música no vas a escucharme, pero llévate el celular. – Le dijo su padre quien los esperaba en la terraza del frente. – Podrías necesitar regresar más temprano. Tal vez.
- Ni lo pienses. Voy a disfrutar la fiesta hasta el último minuto. –Le dijo sin mirar a Dom. Y luego fingió mirarlo cuando le dijo: -Y tú no te aparezcas antes de doce.
- Por supuesto, majestad. – Bromeó Dom y le guiñó el ojo a su madre que los había seguido hasta allí.

Si sus padres se dieron cuenta del nerviosismo con el que hablaba o no Miranda no se detuvo a analizarlos. Tenía miedo de que en sus ojos se reflejaran los pensamientos que daban vuelta a su cabeza y que ponían sus nervios al borde de la histeria.

Salieron de la casa y se subieron al auto. Llegaban a la siguiente esquina cuando los dos intentaron hablar al mismo tiempo. Se rieron y Miranda cedió el turno para hablar.

- Te paso a recoger a las nueve. No quiero que la madre de Kelly sospeche.- Le dijo. Miranda asintió.
- Le dije a mamá que la madre de Kelly quería que me quedara a dormir en su casa. – Contó sonriendo. – Por supuesto, si llama, mamá le dirá que me fueron a buscar porque teníamos otro compromiso.
- ¿No sospechará tu mamá de la hora si llama a las 9? – Preguntó preocupado. Miranda se mordió el labio y fingió estar segura de lo que hacía.
- Si lo hace… que no lo hará… Algo le diremos a mamá. A ti, todo te lo creen. – Le dijo. Dom frunció el ceño.

Esto era cierto. La familia Dosantos confiaba en él y su pago sería quitarle la virginidad a su hija mayor. ¡Diablos! Malditos remordimientos. Antonio Dosantos le rompería hasta el alma si llegara a enterarse.

Pero deseaba estar con Miranda. Se moría por recorrer con sus manos aquellas piernas esbeltas y de piel suave de Miranda. Suspiró. Había estado torturándose todos aquellos meses con el deseo de hacerla suya. Ninguna de las chicas con las que había salido en las últimas semanas lo había hecho olvidarla…

Antes de su conversación con Hillary, Dom no pensaba en Miranda más allá de su pequeña hermana adoptiva. Pero, imaginarla en brazos de un imbécil como Wilson, lo hizo desearla con locura. Trató de concentrarse en la avenida. No podía desesperarse ni dañar su encuentro con Miranda. Tenía que ser un momento inolvidable para Miranda. Se había comprometido en que aquella sería la mejor velada de Miranda.
- Diez centavos por tus pensamientos. – Le dijo él después de un tenso silencio. Miranda suspiró.
- Todavía no puedo creer que estaré contigo… Y… ¿si me arrepiento? – Preguntó insegura. Dom le colocó una mano en la pierna, lo cual fue un error, sin embargo se esforzó por animarla.
- No haremos nada que no quieras hacer. – Le dijo. Aunque dudaba mucho que pudiera echarse atrás cuando tuviera aquellas esbeltas y bien formadas piernas desnudas frente a él.

Miranda no quiso buscar más acercamientos. El contacto de la mano masculina sobre su pierna provocó una oleada de deseo que recorrió su cuerpo haciéndola temblar. Él se detuvo justo frente a la casa de Kelly cuando entraban un grupo de sus compañeros de salón.

- Te veré más tarde… - Le dijo Miranda en un hilo de voz. Dom la detuvo y la haló hacia él para besarla en la boca. Aquello fue más un mordisco que un beso sin embargo Miranda lo disfrutó. Se bajó del auto y no miró atrás.
- Así que no es tu novio. – Le dijo Esteban apenas los alcanzó. Miranda se alzó de hombros. No respondería a nada, como siempre.

La fiesta estaba realmente alegre y todos se divertían cuando apareció Wilson. Estaba algo pasado de licor o de otra cosa y la emprendió con Kelly. Miranda lo esquivó todo lo que pudo, con la ayuda de Hillary.
- Este man es más pesado que un trailer. – Comentó Carlos, un compañero de Miranda. La chica sonrió.
- Hey… Ya casi vienen por mí. No se les olvide decirle a todo el que pregunte por mí que estoy por ahí.- Les recordó como por décima vez en la noche. – No quiero que sepan que me fui temprano de la fiesta.
- Ya deja de dar tantas recomendaciones y lárgate. – Le dijo Esteban. – Viene tu novio por ti, me imagino.

Hillary frunció el ceño ante el comentario de Esteban. Miranda alzó una ceja. Miranda no le había dicho que se iría con Dom. Evitó mirarla a los ojos.
- Dom me trajo a la fiesta y me dio un beso de despedida…- Explicó a su amiga. Sin aclararle que el beso había sido en la boca.
- Y te viene a buscar… - Dijo Hillary. Miranda asintió y casi salta cuando su celular vibró. Era Dom anunciando que estaba afuera.
- Ya vinieron por mí. Recuerden, soy el fantasma esta noche, estoy en todos lados. – Les dijo. Todos rieron y le prometieron cumplir con su tarea.

Nadie la vio salir. Miranda se montó al auto casi corriendo y Dom condujo en silencio. Miranda miraba las luces de la ciudad, las casas, los techos, los árboles…
- ¡Por Dios! ¡Dí algo! – Le gritó exasperada después de analizar el sexto árbol de la avenida. Dom se echó a reír.
- Pensé que preferirías el silencio. – Le dijo divertido. Miranda mostró su enojo con un gesto grosero que hizo con sus dedos.
- Eso no es de damas. – Le regañó Dom. Miranda puso los ojos en blanco.
- ¿Por qué quieres hacer el amor conmigo?- Preguntó Miranda sentándose a un lado para verlo de frente. Dom hizo un gesto con sus labios.
- No sé. Me gustas. Eso no puedo negarlo. Eres la chica más hermosa y mejor proporcionada que conozco. – Le dijo él. Ella no esperaba semejante halago.
- ¿Y eso es suficiente para acostarte con alguien? – Preguntó. Dom hizo un gesto de desagrado.
- No debería. En realidad, me gustaría que en el futuro, escogieras muy bien con quien hacer el amor. – Le dijo. Miranda sonrió divertida.
- Estás loco. Quieres que haga el amor contigo para que pierda la virginidad con alguien confiable que me gusta pero nada más.- Resumió ella para él. – ¿Y además quieres que en el futuro sea muy selectiva a la hora de escoger amante? ¡Estás rematadamente loco!
- Pues… es lo más sincero que puedo ser. – Reconoció. Miranda asintió. Él tenía toda la razón. Mentirle era una tontería.
- Y… ¿Adónde vamos?- Preguntó al ver que él parecía dar vueltas sin sentido. Dom la miró.
- ¿Vas a hacerlo conmigo?- Preguntó y Miranda se sintió temerosa al ver que la expresión en el rostro de él era del más puro y sincero deseo. Las mariposas en su estómago enloquecieron.
- Sí. – Le dijo. Dom dio vuelta en U y condujo a un motel de la ciudad.

Miranda se sintió en medio de una película. La puerta doble se abrió y el auto entró por largo sendero con cabañas de lado y lado. Un empleado del lugar hizo parquear a Dom en el garaje de una de las cabañas y cerró la puerta.

Miranda no se atrevía a bajarse. ¡¿Qué hacía en ese lugar y con Dom?! Se mordió el labio. NO sería mejor que esperara a los veintiuno y entonces… Dom se bajó del auto y la invitó a salir. Miranda entrelazó su mano a la mano de él que se extendía frente a ella. Ambos estaban helados… ambos temblaban.

Esto no ayudó para nada a Miranda que empezó a tragar en seco. Ahora sabía que Dom también estaba asustado. Tal vez también era la primera vez que seducía a una quinceañera… Tal vez… La condujo hacia unas escaleras que les llevaron hasta la habitación. Miranda vio con preocupación la cama que era enorme. ¡Cielos! ¡Cabían cuatro hombres como Dom en esa cama! Y como seis Mirandas.

Estaba exquisitamente arreglada como si estuviera lista para una sesión de fotografía. Había un enorme espejo en la pared y uno más atemorizante en el techo. Miranda sintió que no iba a poder hacer nada. Ni siquiera relajarse. Un enorme jacuzzi estaba en un nivel más alto que la cama. Miranda no supo que hacer.

Dom en cambio se quitó los zapatos y se sentó en la cama contra la cabecera. La observaba como si estuviera evaluándola. Algo que la puso más nerviosa aún.

Miranda contuvo el aliento y lo miró. Nada tenía que envidiar a los modelos con los que le había tocado trabajar en ocasiones. Era tan bello que era un pecado que fuese hombre. Por más que lo intentó no pudo evitar sentirse atraída por revivir la sensación de sentir sus labios, así que se quitó los zapatos y se subió a la cama acercándose a él.

Dom abrió los brazos para recibirla, acomodándola arrodillada entre sus piernas. Miranda sintió una corriente de calor que subió desde sus caderas hasta sus mejillas. Tomó entre sus manos el rostro de Dom y lo besó. En un principio, jugueteando con sus labios como reconociéndolos, luego apasionadamente. Para después apoyar la frente sobre la de él.
- ¿Qué estoy haciendo?- Preguntó con voz enronquecida. Dom sonrió con malicia y la hizo levantar el rostro.
- No sé. Pero ahí va de nuevo. – Y la abrazó con fuerza mientras la besaba con pasión.

Miranda se dejó llevar por Dominico quien la acostó y la fue desnudando con lentitud. Él la recorrió como si estuviera conociéndola con sus manos, y Miranda estaba colgada en un hilo mientras esperaba a cada caricia que él le exigiera más.

Cuando estuvo completamente desnuda entre sus brazos y creía que no podría llegar hasta el final, él la miró a los ojos y le dijo:
- ¿Estás lista? – Miranda parpadeó y no supo qué responder. Dom tampoco esperó la respuesta, se quitó lo que le quedaba de ropa y la acomodó en medio de la cama.
- ¿Vamos a hacerlo? – Preguntó Miranda todavía indecisa. Dom sonrió disfrutando de su inocencia y al mismo tiempo angustiado por la expresión de deseo en los intensos ojos verdes.
- Vamos a hacer todo lo que deseamos. – Le dijo y procedió a demostrarle que nada de lo que había leído era comparado con lo que podía llegar a sentir.

Miranda no podría contestar ni una sola de las preguntas que sus amigas solían hacer acerca de la primera vez: ¿Dolió? ¿En realidad, le había dolido? ¿Qué le había dolido? ¿Sangró? Se preguntó y miró las sábanas donde había estado envuelta. Un poco, tal vez. Y se asombró de no haberse dado cuenta hasta ahora. ¿Qué sintió? NO podía describir en palabras lo que había sentido.

Después de hacer el amor, Dom la había llevado a la ducha y la había obligado a lavarse sin mojarse el cabello. Él había hecho a un lado las sábanas por eso, Miranda no había visto la pequeña mancha de sangre hasta ahora, que esperaba para salir. Luego la había hecho acostarse de nuevo y la había acariciado como si quisiera conservar en su mente el recuerdo de su piel, de su cuerpo.

La segunda vez que le hizo el amor, lo enseñó a tocarlo. Y a hablarle. La besaba, la tocaba y le preguntaba algo que esperaba ella respondiera mientras la volvía a acariciar. Y cuando estuvo lista, volvió a penetrarla jugando con su cuerpo hasta hacerla gritar.

Unos minutos después, Miranda estaba vestida mientras Dom pagaba la cuenta. Su abrazo la asustó y la hizo reír nerviosa.
- ¿Arrepentida? – Preguntó él. Miranda sonrió con dulzura.
- Para nada. Estoy asombrada de haberlo hecho. – Le confesó. Dom la besó en la boca deleitándose con sus labios.
- Y lo hicimos maravillosamente bien. – Le dijo él murmurando entre sus labios. – Vamos, es tarde.

La llevó hasta el auto y la ayudó a subir. Luego, condujo hacia la salida. Miranda aún no podía creer que hubiese perdido la virginidad en brazos de su mejor amigo. Dominico era un loco pero más loca era ella en haberle seguido en tan absurda travesura.

¿Qué diría Hillary si le contara? ¿Pensaba contarle a Hillary de esto? Quería contárselo a todo el mundo y el esfuerzo de no gritar la hizo tensionar la mandíbula durante algunos minutos lo cual le produjo un ligero dolor de cabeza. Dominico conducía con la velocidad a la que Miranda ya se había acostumbrado. De seguir así llegarían en diez minutos a su casa.

- Dom… no le dirás a nadie esto. ¿Verdad? – Preguntó angustiada ante la posibilidad de terminar siendo el tema de conversación entre los compañeros de Dom. Este sonrió.
- ¿A quién se lo voy a contar? No soy uno de esos niñitos con los que andas.- Le dijo como siempre creyéndose el más maduro de todos y haciendo sonreír a Miranda. – No necesito ir promulgando con quien me acuesto. Lo que es más… todos creen que ya lo hemos hecho hace tiempo.
- Eso es algo que me intriga. ¿Por qué siempre piensan lo peor de mí? – Preguntó con tristeza. No era la primera persona que le decía que andaba de boca en boca entre sus compañeros.
- No hagas caso: te envidian por hermosa, inteligente y suertuda. – Le dijo Dom acariciando su barba con una mano. Miranda sonrió.

Seguro que si le preguntaba que por qué suertuda, él haría alguna broma sobre la suerte de haber estado con él. Llegaron a la casa de Miranda, Dom se bajó del auto para acompañarla hasta la puerta misma. Antonio en persona abrió la puerta e intercambió con Dom algunas palabras. Miranda sospechó que era más para constatar que no había bebido de más que para averiguar si venían directamente de la fiesta.

Dom se despidió de ella dándole un beso en la frente y su padre la mandó a dormir con un hasta mañana. Miranda subió caminando lentamente para escuchar el intercambio de información de los dos hombres. Sonrió al darse cuenta que hablaban de todo menos de ella.

¿Qué había hecho? Se preguntó mirándose en el espejo de su tocador. ¿Cómo iba a hacer al día siguiente para mirar a su madre y que no intuyera lo que le había sucedido? Luisa tenía la habilidad de adivinar lo que le pasaba con mirarla a los ojos. Miranda suspiró y se quitó la ropa. Por lo pronto, dormiría. Sentía que le dolía todo el cuerpo como si hubiese estado trotando. Sin embargo, era un cansancio distinto. Se sentía liviana y feliz como si fuese navidad.

No volvió a ver a Dom hasta tres días después. Aquello lejos de desilusionarla la hacía sentir aliviada. No sabía como mirarlo a los ojos, ni qué le diría cuando lo tuviera enfrente. Habían tantas cosas y sentimientos encontrados en su mente que lo mejor era no tenerlo cerca.

Al día siguiente de la fiesta, Hillary la acorraló en el descanso y se la llevó para el jardín de infantes. Preguntó una y otra vez sobre qué clase de relación sostenía con Dom. Miranda a duras penas pudo mantenerse en la mentira de que Hillary estaba imaginando tonterías.

- En el fondo, yo no sé qué clase de relación tenemos él y yo. – Le dijo mientras sonaba la música que anunciaba el regreso a las clases.
- Así que saliste con él como en una cita…- Insistió Hillary. Miranda negó moviendo la cabeza de un lado a otro.
- Salí con él de la fiesta para que los demás me dejaran en paz y terminaran de convencerse que él y yo tenemos algo. – Mintió y se sintió una cobarde por ser deshonesta con su mejor amiga.
- Miranda… no te enamores de Dom… Su relación con Karina es cada vez más formal y yo no veo en dónde encajas tú en su vida.

Miranda no dijo nada pero sabía que Hillary tenía razón. No importa con cuántas mujeres coqueteara Dom… su relación con Karina cada vez se veía más seria. Karina era la mujer perfecta para Dom, no le cuestionaba sus salidas con otras mujeres y no hacía escenas de celos. Ella estaba segura de ser su dueña.

Tres días después, la psicorientadora de su colegio la mandó a llamar a su oficina. Lo hacía con frecuencia, unas veces para indagar acerca de las niñas de su salón y otras para entrevistar a Miranda acerca del rumbo de su vida. Miranda la saludó con una amplia sonrisa tan pronto abrió la puerta de la oficina. Y luego su rostro se transformó.

Dom estaba sentado en la silla de visitas de Lily. La revisó con una mirada que recorrió su cuerpo de pies a cabeza pero no reveló en su rostro ni un solo gesto que revelara sus pensamientos.

- Miranda… Dom ha venido a buscarte. Voy a buscar una orden de salida para ti y ya regreso. – Le dijo Lily con ternura. Miranda frunció el ceño.
- ¿Qué haces? ¿Para qué vienes a buscarme? – Le preguntó Miranda cerrando la puerta de la oficina detrás de Lily después de cerciorarse de que iba lejos en el pasillo.

Dom se levantó de la silla y se acercó a ella. Miranda vio con horror como le tomaban de las manos y la hacían apoyarse en aquel cuerpo atractivo y musculoso mientras le hablaban. Cerró los ojos tratando de recuperar el control sobre sus nervios.

- Tu padre va a ser procesado por estafa. Me dijeron que viniera antes que te enteraras por los periodistas. – Le dijo él. Miranda que ya había escuchado en casa acerca del asunto asintió.
- Ya me informaste. Gracias. Me iré cuando se acaben las clases. – Le dijo. Dom la obligó a mirarlo a la cara.
- Quiero estar contigo. – Le dijo con un tono apasionado que no dejaba lugar a dudas de que no aceptaba un no por respuesta.
- No me parece buena idea…- Intentó decir ella. Dom la hizo sentarse sobre el escritorio y le alzó la falda del uniforme acariciando con la tela la piel firme de sus piernas. El cuerpo de Miranda se derritió… la ropa le estorbaba.
- En cambio a mí se me está volviendo una obsesión. La excusa de venir a buscarte me cayó del cielo. – Le dijo besándola por el cuello y hacia abajo sobre la tela de la blusa.
- Por favor…- Rogó Miranda intentando detenerlo. Dominico suspiró.
- Eso mismo te digo… ven conmigo por favor. – Le rogó y se separó de ella como si quemara. Miranda tardó en escuchar los pasos de Lily acercándose en el pasillo. Arregló su uniforme y miró el suelo.
- La madre de Miranda aceptó que la llevaras pero sugirió que te la lleves a tu casa hasta que los periodistas se marchen de la casa de Miranda. – Le comentó Lliy mirándolos con curiosidad por la agitación y el sonrojo en el rostro de Miranda.
- Está bien. Muchas gracias por su colaboración. – Dijo Dominico saliendo de la oficina. Cuando Miranda estaba a punto de salir, Lily la detuvo.
- ¿Estabas discutiendo con Dom?- Preguntó Lily. Aunque a Miranda le hubiese gustado sonreír no fue capaz de hacerlo y suspiró.
- No. Gracias por todo, Lily. – Le dijo y se marchó. NO podía contarle a la psicoorientadora de su colegio por más amiga suya que fuera que se había acostado con su mejor amigo para perder la virginidad con alguien seguro. NO podía hablarle de la fuerza abrasadora del deseo que le unía desde que cometieron el error de hacer el amor.

Miranda vio a Dom cruzar el pasillo hacia el patio para esperarla en la puerta principal. ¿Había sido un error hacer el amor con Dom? Se preguntó subiendo las escaleras para ir a su salón por su bolso. Si le preguntaba a su cuerpo, le contestaría que jamás. Cada centímetro de su cuerpo vibraba feliz ante la posibilidad de volver a estar entre los brazos de Dom. Suspiró. Pero si le preguntaba a sus sentimientos. La respuesta era confusa, su pobre corazón ya no sabía que sentir ni pensar con relación a su amistad… o amor por Dom. Y la duda ante expresar la palabra amor… era enorme.

Explicó someramente a sus compañeras las razones para marcharse, que tenía dificultades familiares y que debía salir del colegio. Les pidió que le llamaran en la noche para informarle sobre las tareas del día. Hillary la miró con ojos entrecerrados tan pronto dijo que Dom había ido a buscarla. Miranda podía imaginar lo que pasaba por la mente de su amiga.

Dom la esperaba en la puerta y la hermana custodia de la salida la abrazó con ternura y emoción antes de dejarla salir. De seguro Dom habría descrito una desgarradora situación familiar para que se condolieran de ella de aquella manera.

En realidad la situación no era tan alarmante. Había un desfalco en la empresa donde trabajaba su padre y tarde que temprano su papá tendría que dar frente al asunto. Por supuesto, Antonio había prevenido a su familia no comentar absolutamente nada al respecto y tomar la noticia como si fuese una novedad para ellos.

Antonio esperaba el escándalo y la visita de los periodistas, dos semanas atrás. Estaba más que preparado para sus preguntas y sus mejores amigos: los padres de Dom le brindaban todo su apoyo.

Miranda no se engañaba. Dom había hecho todo eso para poderla sacar y llevarla a algún lugar para hacerle el amor. Él sabía como Miranda que su padre no tenía nada que ver con la estafa y que su nombre estaba involucrado en el asunto pero no tenía responsabilidad directa con el problema.

Por supuesto los periodistas no dejarían pasar la oportunidad de mover las fibras de la alta sociedad de Barranquilla poniendo en entre dicho a un miembro de uno de sus más tradicionales apellidos de abolengo.

- Ya me cercioré que en mi casa no hay nadie. – Le dijo él. Miranda frunció el ceño.
- Estás loco si crees que voy a entrar a tu casa para estar a solas contigo. – Le dijo ella. Estaba loca pero tenía un poco de prudencia aún Se dijo sintiendo que le temblaba el cuerpo.
- Está bien… - Respondió él y tomó el rumbo a un motel de moda cercano a la escuela de Miranda.
- Dom… Llévame a mi casa. – Le dijo cuando estaba a punto de entrar en el parqueadero del motel. Dom sonrió.

El precio de ser libre (Parte I )

La mañana no despuntaba aún pero las luces de las lámparas del jardín iluminaban las habitaciones del segundo piso. La enorme casa de los Dosantos sólo era transitada por los suaves pasos de Marcela Madrid quien caminaba hacia la habitación de su hija para verificar que estuviera durmiendo. Abrió la segunda puerta a la derecha y entró sin encender la luz principal. Su rebelde Luisa se negó a colocar cortinas en sus ventanas.

Se acercó a la cama sencilla que dominaba el centro de la habitación y frunció el ceño. Aquella maraña de colchas y sábanas parecía distinta ese día. Encendió una lámpara de pie que Luisa tenía a un lado de la cama. Y contuvo el aliento. Entre las sábanas revueltas y, evidentemente desnudos, estaban su hija y.. . su hijastro... Sintió cómo se volvía agua su sangre y abandonaba a su cuerpo toda corriente de energía. Aquellos dos se retorcieron a causa de la luz que hería a sus ojos.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Cómo había podido pasar eso sin que se diera cuenta a tiempo? ¿Desde cuándo? ¿Cómo iba a contarle todo esto a Fabián? Se preguntó mientras veía a Luisa sentarse en la cama con las manos sobre sus ojos.

Luisa sentía que había dormido un par de minutos y, sin embargo, ya había amanecido. Sacó sus piernas del nudo de sábanas y almohadas en el que había despertado y parpadeó asombrada al descubrir que estaba desnuda. Jamás había dormido desnuda. ¿Qué le estaba pasando? Se preguntó atontada por el dolor de cabeza y la sensación de agotamiento físico en sus piernas y caderas. ¡Cielos! ¿De quién había sido la idea de tomar vodka? Definitivamente había que estar loco para tomar un alcohol tan fuerte en una ciudad con un clima tan caliente como Barranquilla.

Recordó que los primeros tragos le habían caído a su garganta como agua caliente. Sin embargo, Ricardo la había retado con su mirada cargada de ironía haciéndola sentir una tonta niña jugando a ser mujer así que siguió tomando hasta caer ebria. Luisa se pasó las manos por la cara sintiendo que no podría mantener los ojos abiertos y parpadear provocó una horrible sensación de mareo que produjo unas intensas ganas de vomitar. Abrió los ojos tratando de hallar una bata para caminar hasta el baño y se sorprendió al ver que la luz era de la lámpara y no del sol. ¿Aún era de noche? Se preguntó asombrada cuando sentía que había perdido todo un día durmiendo. Alguien caminó cerca de la cama y Luisa frunció el ceño.

Si había alguien en su habitación: ¿Por qué no hablaba? Dio vuelta lentamente pues aún estaba mareada y descubrió a su mamá en medio de la habitación a punto de un desmayo. Iba a disculparse por estar borracha y desnuda cuando alguien le golpeó la espalda y como en cámara lenta, Luisa vio a Ricardo salir de la maraña de sábanas y almohadas que la rodeaban. Todo en su mente se revolvió como su estómago. Salió corriendo al baño, dando tumbos por la habitación.

Quedó arrodillada frente al inodoro botando hasta su alma. Los recuerdos de su noche de parranda y sexo le vinieron a la mente como una película en tercera dimensión que le produjo una intensa sensación de debilidad. ¿Cómo había sido capaz de seducir a Ricardo de aquella manera? ¿Cómo había sido capaz de desnudarlo y besarlo como lo hizo? ¡Por qué se había dejado Ricardo seducir por ella! Exclamó angustiada. Sujetó su cabeza con ambas manos sentada sobre sus tobillos y cerró los ojos consternada. ¿Qué diablos hacia Marcela en su habitación?

Ricardo se sentó en la cama aún borracho y vio entre brumas a su madrastra que lo envolvía en una sábana y lo empujaba fuera de su habitación. ¿Por qué lo sacaba Marcela de su habitación? Se preguntó confundido. Trató de expresar la pregunta pero su voz no respondió. Cruzó el pasillo obedeciendo a los empujones de Marcela y se sorprendió al entrar a su cuarto. ¿ Entonces? ¿De qué habitación lo había sacado Marcela?

De pie, en medio de su habitación parpadeó varias veces. Los recuerdos de la noche anterior se proyectaron en su mente como un video... sobretodo el recuerdo del cuerpo desnudo de Luisa mientras él le hacia el amor. ¡Dios! Exclamó dejándose caer sobre la sábana enrollada en sus pies. ¡Se había acostado con su hermanastra! Marcela azotó la puerta haciéndolo sujetarse la cabeza con ambas manos.

La señora regresó a la habitación de Luisa y la obligó a meterse en la ducha. Luisa tenía los ojos cerrados y se mantuvo en silencio, buscando la mejor manera de justificar su comportamiento. ¡Cielos! Exclamó al recibir el chorro de agua fría en su rostro. Marcela la dejó sola en el cuarto de baño durante unos minutos.

- Luisa Fernández – Le gritó desde el sofá junto a la puerta del cuarto de baño. – Sal de ahí ya.

Luisa decidió no tentar más su suerte y cerró la llave del agua. Se había enjabonado tres veces, tal vez cinco. Nada le hacía quitarse aquella sensación de todavía estar bajo el cuerpo desnudo de Ricardo. Se medio secó con la toalla de manos que encontró en el tocador y se colocó la bata de tela de toalla que colgaba detrás de la puerta. Salió con el corazón desbocado y encontró a Marcela recogiendo la ropa de Ricardo en una sábana. La manera en la que anudó los extremos de la sábana le dio una idea de cómo estaba su humor.

- Siéntate. . . No, vístete y siéntate. – Ordenó furiosa. Luisa corrió al armario y se colocó un pantaloncito y un vestido bordado en lana. Se sentó en el sofá. La cabeza le zumbaba, tenía la garganta seca de tanto vomitar y unas terribles ganas de llorar. Nada de eso agradaría a Marcela en ese momento por lo cual decidió no contarle.

- ¿Desde cuándo tienes relaciones con Ricardo? – Le dijo sin preámbulos. Luisa se mordió el labio con tanta fuerza que sangró. El sabor de sangre en su boca le produjo unas nuevas ganas de vomitar así corrió al baño y botó lo poco que le quedaba en el estómago. La borrachera empezó a disiparse.

Marcela la siguió y se preocupó por la presencia de sangre en su vómito. Sus instintos de mamá superaron los deseos de matarla.

- Voy a buscarte algo para el estómago. – Le dijo Marcela y salió de la habitación.

Luisa suspiró aliviada por los minutos de ventaja que eso le daba. Se enjuagó la boca y salió corriendo a la habitación de Ricardo. Este se vestía cuando Luisa entró y la miró aún atontado por el alcohol.

- No digas nada hasta que hayas hablado conmigo. – Le ordenó Luisa sin pasar de la puerta, vigilando el pasillo.

- ¿Y qué quieres que haga? ¿Finjo amnesia? Cuando termine contigo, Marcela vendrá a acosarme con sus preguntas... – Le dijo él enojado. No sabía qué lo enojaba más. ¿La actitud calculadora de Luisa para venir a su habitación a advertirle o que para ella fuese un rábano haberse acostado con él? Sobretodo, cuando para él, sólo tenerla enfrente le hacía recordar cuánto había disfrutado de hacerle el amor.

- Cuando no quieres hablar, no hay quien te obligue. Te lo ruego. – Le dijo enojada. ¿Cómo podía ponerse pesado con ella en ese momento cuando a ninguno de los dos les convenía equivocar la situación? Aunque no sabía cómo era capaz de hablarle y mirarlo. Se moría de vergüenza en el fondo de su corazón.
- Vas a pagar por cada castigo que me impongan. ¿Entiendes? – Le dijo antes de verla correr a su habitación. Sin saber por qué le ayudaba, ni por qué se comportaba tan adolescente como ella, corrió a cerrar la puerta de su habitación que Luisa había dejado abierta.

Entonces se escucharon los pasos de Marcela por el pasillo y cómo entraba en la habitación de su hija. Ricardo tomó sus zapatos tenis, un par de medias y las llaves de su moto. Tenía que desaparecer por un par de horas. Salió sin que las dos mujeres en la habitación de enfrente le escucharan.

Marcela halló a Luisa acostada sobre la alfombra con la cabeza en el sofá. Los cabellos rubios revueltos, la cara pálida y una expresión sincera de angustia.

- Tómate esto. – Le ordenó dándole un vaso con agua y bicarbonato.

- ¡Esto es horrible! – Exclamó Luisa gimiendo.

- No será peor que media botella de ron. – Le dijo Marcela de manera cortante.
Luisa no necesitaba aquel tono para saber que su madre no la escucharía con calma.

- Mamá... Siento mucho que nos hayas encontrado...

- Quiero que estés absolutamente segura de sentirte bien para que no enfermes en medio de tu declaración. – Le dijo interrumpiéndola. Luisa frunció el ceño.

Para ella tampoco era fácil escuchar lo que Luisa debía decirle. La chica se mordió el labio. ¿Cómo había sido capaz de tener sexo con Ricardo? ¿Y en su propia casa, en su propia cama? Se mordió el labio y tomó el resto del bicarbonato con agua.

- La verdad... estábamos aburridos de todo un fin de semana, aquí solos. Peleamos cuando ustedes se fueron así que cada uno se mantuvo en su habitación para no ver al otro. – Le reveló hablando con suavidad y tan lento como podía. Su madre no dijo nada. Ella estaba esperando que Luisa dijera todo lo que tenía que decir para luego soltarle su discurso.

- Carolina me llamó ayer al mediodía y me invitó al cine.- Continuó relatando Luisa. -  Le dije que ustedes no regresarían hasta hoy que no podía salir de la casa. Entonces decidió venir a visitarme con Sergio.

- ¿Por qué no me extraña nada que esos dos estén involucrados en todo esto? – Preguntó Marcela. Ella le echaba las culpas de la indisplina de Luisa a Carolina. Luisa sonrió con ironía. En realidad, Carolina era la más sensata de las dos.

- Ricardo llegó a las tres, había estado tomando con sus amigos después de su paseo en bicicleta de los domingos. Sacó una botella de vodka y empezó a tomar con Sergio. – Le dijo Luisa temblando pues no sabía como terminar la historia. Le avergonzaba decir la verdad pero . . . necesitaba aquella terrible situación en su provecho.

Mientras pensaba en cómo salir de su embrollo había descubierto que era la oportunidad perfecta para que su madre aceptara que le dejaran vivir con su tía abuela Camila en Miami. La tía abuela de su padre era la única capaz de entender su deseo de convertirse en modelo y secundarla. Su madre estaba reacia a que tomara ninguna decisión sobre su vida hasta que terminara una carrera universitaria. Cualquiera que escogiera.

- Se emborracharon y terminaron en tu cama los cuatro. – Le dijo Marcela. Luisa se miró las manos como si en ellas estuviera la respuesta a aquella pregunta tácita de su madre.

- Sergio se fue con Carolina cuando el papá de ella vino a buscarla. – Le dijo dando un rodeo necesario para pensar bien lo que iba a revelar. – Ricardo y yo comenzamos una discusión de esas de nunca acabar y terminamos con la botella de vodka.

- Dime que hicieron el amor porque estaban borrachos. – Le dijo Marcela. Luisa sabía que esa respuesta no representaría ningún argumento de peso para enviarla a Miami.

- Aunque yo seduje a Ricardo. . . No es la primera vez que lo hacemos, mamá.- dijo Luisa apretando sus manos sobre su regazo. Marcela se dejó caer sobre la silla del tocador. – Él me encanta, me gusta y yo no soy capaz de mantenerme a la raya.

- ¿Él se aprovechó de ti? – Preguntó Marcela al borde del llanto. Luisa se obligó a no llorar y miró a su madre.

- No. Ricardo no quería. . . Yo lo empujé en el pasillo y él se golpeó la cabeza. Yo me asusté porque pensaba haberlo herido de manera seria. Pero sólo estaba atontado, lo hice entrar aquí y nos sentamos en la cama. Lo reté, lo reté y terminamos ...

No fue capaz de continuar. ¿Qué decir? ¿Qué decir que Ricardo no negaría? ¿Qué decir que le conviniera a sus propósitos? ¿Qué decir que no siguiera matando a Marcela como la veía morir de vergüenza y dolor por lo que escuchaba? Se mordió el labio con fuerza y trató de controlar el temblor que le sacudía de pies a cabeza. ¿Qué le estaba haciendo a su madre? ¿Qué cambios tendría su vida? ¿ Qué pasaría con Ricardo? Demasiadas preguntas... ninguna respuesta. Marcela se levantó y se fue.

Luisa se quedó petrificada, mirando sin ver la puerta que su madre había cerrado de golpe. Luego, recordó que Ricardo diría la verdad. . . Y eso le haría tener tal vez más problemas de los que tenía en ese momento. Se levantó del sofá y se fue a la habitación de su hermanastro. Estaba vacía. Buscó en la gaveta donde guardaba las llaves de la moto y no estaban. Así que se había ido. ¿Para dónde? ¿A qué? Entró en pánico. Y ahora ¿ Qué debía hacer?

Casi una hora después, Tania, una de las muchachas del servicio le llevó el teléfono inalámbrico. Según ella, la llamaba su amigo Carlos. Luisa contestó con desgano. Lo que menos deseaba era tontear con Carlos pero necesitaba averiguar por Ricardo.

- No estoy de humor para tus bromas.- Le dijo sin saludar. La voz de Ricardo resonó al otro lado del teléfono.

-¿Qué hiciste? – Preguntó con voz de trueno. Luisa brincó en la cama. Había estado acostada mirando el techo sin saber qué hacer.

- Me has tenido al borde del suicidio. – Le dijo. - ¿Dónde estabas?

- No tengo tiempo. ¿Qué hiciste? – Insistió él. Luisa suspiró.

- Le dije la verdad de nuestro viernes en la tarde y nuestro sábado. – Le dijo y titubeó. Aún teniéndolo a kilómetros de distancia le daba pánico reconocerle que había mentido y lo había utilizado en su beneficio. – Le dije a mamá que te seduje. Que tú no tienes culpa alguna y que soy una puta desquiciada.

El silencio al otro lado del teléfono fue peor que mentir. Luisa se volvió a sacar sangre mordiéndose el labio inferior. Podía imaginarlo estrangulando el teléfono en lugar de su cuello. Estaba confirmándole que no era más que una chiquilla pretenciosa, inconsciente, caprichosa. Una adolescente sin freno que quería a toda costa su libertad.

- No te mides. Cuando decides algo lo haces sin importar a quien arrastras. – Le dijo después de un largo silencio. Sus palabras hacían eco a lo que Luisa pensaba.

- Piénsalo. Así yo seré la descocada y tú el pobre niño que no tenía muchas opciones. – Le dijo Luisa queriendo reconocer que estaba muerta de miedo y arrepentida pero que ya no podía dar vuelta atrás.- Yo me iré a Miami con mi tía Camila y tú pedirás disculpas...

- Sólo que habré perdido la confianza de papá y de Marcela. No voy a recuperar mi credibilidad ante ellos. – Le dijo aunque en realidad quería reclamarle que estuviera tan feliz de marcharse y dejarlo sin tener el menor deseo de retenerlo.

No la amaba... no estaba enamorado de ella... pero era la primera mujer que no deseaba seguir a su lado. La única capaz de seducirlo con una mirada y no mostrar ni el más mínimo asomo de decepción por no tener su interés. La única que le había hecho olvidar que estaban en la casa de sus padres, que era su hermanastra y sobretodo, usar preservativos!!!

- No llores, niñito. Yo seré la zorra que sedujo al bebé de la casa. Y no me verás más. – Le dijo ella al borde del llanto. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no desfallecer. Ricardo no podía sentir que ella estaba debilitada en medio de aquella situación porque se aprovecharía de ello para hacerla desistir.

- Pero tendrás lo que querías: Tu preciosa y anhelada libertad. – Ricardo se preguntó qué lo hacía sentir más furioso: Si sentir que aceptaría la versión de Luisa y la dejaría marchar o que se moría por obligarla a quedarse.

- Sí. Y espero no volver a verte jamás. – Le dijo. Ricardo cerró el teléfono como Luisa supuso lo haría y entonces dejó en libertad todo el llanto que había estado conteniendo.

Llorando se quedó dormida. Cuando despertó casi cuatro horas después, Marcela ya había arreglado su viaje a primera hora del día siguiente con rumbo a Miami. Había aprovechado que su visa de turista estaba vigente y le había organizado la vida con la tía abuela Camila.

Fabián se mostró intrigado por la intempestiva decisión de Marcela pero al ver la alegría y el entusiasmo con el que Luisa hablaba de su viaje a sus amigas por teléfono, decidió que él mismo iría con Marcela dos semanas después a visitarla en Miami. La llevó de compras y le regaló un ajuar para varios días de su nueva vid
a.

Ricardo no se apareció en todo el día. Dijo que estaba con Carlos en una fiesta de integración del grupo folclórico al que su amigo pertenecía pero Luisa sabía que eso era mentira. Había sido la excusa perfecta para no estar en casa. Al día siguiente se había ido a un supuesto partido de beisbol que Luisa estaba segura jamás existió. La felicitó porque se iría a vivir a Miami y le deseó buena suerte.

Sin embargo, la acompañó como los otros dos al aeropuerto a las cuatro de la mañana. Le había comprado una bolsa de ciruelas y dos compactos de música colombiana. Se los entregó en una bolsa de regalo y la abrazó durante unos minutos que le parecieron una eternidad. Además de eso... la acompañó hasta la puerta misma de embarque con el permiso de una amigo suyo que estaba de guardia en el puesto de aduana.

- ¿Estás segura que vivir en Miami es lo que deseas para ti? – Preguntó él antes de dejarla ir. Ella lo miró a los ojos. ¿Acaso a Ricardo le dolía dejarla ir?

- ¿Hablas de lo que quiero hoy y ahora? Sí. No cierres la posibilidad de irme a visitar. . . – Sugirió rozando con la punta de la lengua sus labios. Ricardo la soltó como si quemara.

- Definitivamente loca... ¡Estás loca!- Le dijo y la empujó para que se metiera en la fila de ascenso al avión.

Durante varios meses, Luisa no supo nada de Ricardo. Aparte de lo poco que Fabián le contaba en sus correos electrónicos, que no era mucho pues suponía que Marcela se lo contaba todo. En realidad, su madre poco le escribió durante esos primeros meses y cada año fue menos frecuente recibir algo de ella.

Al ver que no apareció para Navidad, Ricardo viajó a Miami para la fiesta de Reyes. Cuando Luisa abrió la puerta de su habitación en casa de la Tía Camila no pensó que encontraría a Ricardo al otro lado.

- ¿Qué haces aquí? – Preguntó Luisa y miró en el pasillo sin hallar a la Tía Abuela. Ricardo sonrió con una expresión irónica muy extraña en su manera de actuar.

- Vine a ver como estaba mi hermanastra. – Le dijo y entró a la habitación cerrando la puerta con seguro. Luisa retrocedió temblando asombrada por la actitud de Ricardo.

- No bromees. La tía abuela...- Empezó a decir y titubeó al verlo quitarse la ropa.

- No está en casa. Le dije a Teresa que vengo exhausto del viaje y que la veré en la cena como una sorpresa. – Le dijo él y Luisa se mordió el labio. ¿Qué debía decir o hacer? Maldición... había olvidado lo hermoso que era ese hombre y allí lo tenía, sin camisa... quitándose los zapatos, sentado en su cama...

- No me parece buena idea que te encierres conmigo aquí... – Empezó a decir simulando que había pensado que él sólo dormiría una siesta en su cama.

- Ven aquí... Estoy seguro de que me extrañas como yo. . .- Le dijo él sin disimular su deseo. Luisa caminó hacia él como autómata, absolutamente dominada por sus hormonas. ¿Quién podía negarse a esa voz... a ese cuerpo?

Hicieron el amor como si tuvieran todo el tiempo del mundo. No había afanes, ni había impedimentos. Eran un hombre y una mujer que después de mucho desear estar juntos, por fin lograban encontrarse. Luisa disfrutó tener aquella cabeza de cabellos largos y rizados sobre su pecho y la calidez de aquella piel morena, que contrastaba en fuerza y color con su piel suave y blanca.

Ricardo había recorrido centímetro a centímetro aquel cuerpo que le había torturado en sueños durante los últimos diez meses. Ninguna mujer por más seductora o hermosa le había hecho olvidar la dulce sensación de estar en brazos de Luisa. Sin importar cuántos remordimientos y arrepentimientos vinieran después cuando estuviera lejos de ella y de su influencia, estar en brazos de Luisa era sin duda un mejor lugar que el paraiso.

Fabián le había regalado en vacaciones de Junio un paseo por el Caribe y había recorrido en un crucero isla tras isla, acostándose con más de dos mujeres por isla empecinado en borrar el recuerdo de su noche de pasión con Luisa... sin conseguirlo. Nadie había seducido sus sentidos, ni había anulado a su mente que viajaba una y otra vez hacia el rostro de Luisa. Para su debilidad, la única capaz de volverlo loco era Luisa.

Se había concentrado luego en su trabajo y había viajado por el mundo ampliando la cobertura de la agencia de publicidad de la familia y, aún así, no había podido alejar el deseo de volver a tenerla con él. Su esperanza de tenerla en casa para Navidad se desvaneció y lo torturó hasta la noche de Año Nuevo cuando decidió que viajaría a Miami.

No había estado seguro de cómo convencerla de acostarse con él y todo había estado a su favor, hasta el hecho de que a pesar de todo, Luisa siguiera siendo débil a sus encantos. Suspiró y frotó su rostro con los cabellos de Luisa.

- Estoy aquí para verte y me iré en dos días. – Le dijo. – La tía abuela Camila no sabe de nosotros.

- Sí sabe. Yo se lo conté. – Corrigió Luisa haciéndolo levantarse asombrado. Se apoyó en los codos para mirarle el rostro.

- ¡Cómo se te ocurrió semejante tontería! – Le dijo furioso.

- La tía abuela Camila no se come ningún cuento entero. ¿Crees que creyó una sola palabra de Marcela diciendo que entre ella y yo hay diferencias irreconciliables? Siempre las ha habido y muy bien que antes de lo acontecido... no quiso dejarme venir a vivir con la tía Camila.

- ¿Y qué va a pensar teniéndome aquí entonces?- Le dijo Ricardo. Luisa sonrió.

- Le fascinó la historia de nuestra relación. Le recordó su noviazgo secreto con su primo Raúl. – Le reveló asombrándolo. – Está feliz y hasta me propuso llamarte para que te pasaras un fin de semana aquí.

- No puedo creerlo. El descaro te viene de familia, entonces. – Luisa sonrió y lo vio sentarse en la cama.

- No le asombrará para nada tu presencia aquí. – Le dijo Luisa. – Y no olvides que no soy la única descarada en esta relación.

- No pienses en nosotros como una relación. – Le dijo cortante y recogió su ropa. – Tienes que tener bien claro que vine hoy a exorcizar un demonio y que no regresaré más.

Aunque no le creía una sola palabra, no pudo evitar sentir tristeza por la manera como él hablaba. No quería tener una relación con ella. Seguía siendo una niña tonta y hueca, con un delicioso cuerpo que lo seducía, eso era todo.

El se duchó y se fue a dormir en el cuarto de huéspedes. La tía Camila se mostró complacida de verlo y lo invitó a que continuará visitándolas con frecuencia. Aunque Ricardo prometió que así lo haría y se mostró cariñoso y gracioso ante la señora, Luisa sabía que no volvería a verlo en mucho tiempo, a pesar de que a media noche, Ricardo se metió en su cama para dormir abrazado a ella.

La vida le dio la razón. Ricardo se fue de Miami y comenzó a trabajar con más ahinco en la corporación de la familia. Luisa se dejó envolver por las clases de diseño en la universidad y por su cada vez más creciente carrera de modelo. Casi dos años después de aquella sorpresiva visita, Luisa se encontró a Ricardo en un viaje a Madrid.

Luisa estaba triunfando como modelo y había comenzado su negocio como agente de modelos. Tenía la franquicia de escoger los modelos de los catálogos de Victoria´s Secret. Cuando Ricardo se enteró, buscó la manera de invertir en su agencia sin que se diera cuenta y le ayudó contactándola con agencias de modelo reconocidas.

Luego, Luisa aceptó ser la protagonista de una película para un amigo suyo productor de cine. La película participaría en un festival de cine en Madrid y allí estaba Luisa promocionándola. En el restaurante donde se realizaba la rueda de prensa, apareció Ricardo.

Luisa sintió las piernas de gelatina cuando lo vio entrar y recurrió a las técnicas de actuación que había adquirido para no demostrar cuánto le dolía verlo y el abrazo con el que sostuvo a la hermosa chica que lo acompañaba. Entre los periodistas, Ricardo se acomodó con la joven. Luisa respondió con calma a todos y al terminar la entrevista se dispuso a marcharse.

Ricardo la alcanzó. Luisa dio vuelta con lentitud recuperando el aliento.

- ¡Ricardo! – Exclamó simulando asombro. Ricardo sonrió sardónicamente. Sabía que ella trataba de esquivarlo.

- Mi querida hermanita... – Le dijo él a propósito. Y sin dejar de abrazar a la joven que le acompañaba, se inclinó para besarla en la mejilla casi en la comisura de la boca.

- ¿Cómo está mamá? – Preguntó Luisa buscando de qué hablar. Tratando de mirar directamente a la mujer que él abrazaba. Los celos subieron como un ardor que le quemó del vientre al estómago.

- Muy bien. No sabía que estarías en Madrid. ¿Cuánto tiempo? ¿Dónde estás alojada? – Preguntó él.

- Me voy pasado mañana de regreso a Miami. Estoy en el Sheraton.- Le dijo negándose a preguntar por la chica.

- ¿Y por qué no te alojaste en un hotel de la familia? – Preguntó Ricardo mirándola a los ojos. – Estoy alojado en él del norte, en la suite presidencial... Espero que puedas visitarme un rato.- Luisa se lo quedó mirando sin poder creer lo que escuchaba.  ¿Aquella frase insinuaba que le fuera a ver para acostarse con ella? Se preguntó Luisa.

- Este viaje es cuestión de publicidad. ¿Sabes? Yo te llamo. – Le dijo. Luisa dio media vuelta y se marchó.

No tenía idea de cómo la habían obedecido sus piernas para sacarla de allí. Pero suponía haberlo hecho con dignidad. Se enfrascó en el subibaja de los compromisos en Madrid y brincó asustada cuando el celular sonó mientras cenaba. El número no le dijo nada. Contestó pensando que era de Estados Unidos, así que habló en inglés.

- Buen acento... ¿Por qué no me dices cosas en inglés mientras me haces el amor esta noche? - Le dijo Ricardo al otro lado del teléfono. Luisa tomó de la copa de vino frente a ella. Sentía que se iba a desmayar.

- ¿Y por qué razón haría yo realidad tus fantasías? – Preguntó ella nerviosa sin mirar a sus compañeros de mesa. Estaban cenando en el restaurante del hotel.

- Porque te está volviendo loca saber que estoy en la misma ciudad y que podemos estar juntos sin fastidiar a nadie. Y aún así no te había llamado. – Le dijo él. – Estoy esperándote en mi habitación, pensando, pensando en ti y no he podido resistir la tentación de llamar. ¿Qué más quieres que haga?

- Estaré allí en una hora. – Le dijo ella y se levantó de la mesa disculpándose.

Aquello era una locura. Se repetía una y otra vez mientras viajaba en un auto de alquiler hacia el hotel. Era una maravillosa y desquiciada locura. ¿Por qué tenía que desearlo tanto? Y ¿Por qué tenía que desearla a ella? ¡Qué Diablos! ¿Por qué tenía que ponerle tanta conciencia a algo absolutamente natural? En realidad, no eran hermanos. Jamás se habían visto de esa manera y ahora, menos.

Al llegar ante la puerta de la habitación de Ricardo la cara le ardía por el calor de su deseo y estaba más ansiosa que nunca por tenerlo con ella. ¿Adónde los llevaría esta relación? Tal vez a ningún lado. Y en ese momento no le importaba.

Ricardo abrió la puerta y la hizo entrar. Sin preámbulos, completamente desnudo bajo la bata del hotel, empezó a desnudarla, tocándola palmo a palmo como si quisiera grabar cada una de las curvas de su cuerpo. Luisa pasó la noche entera allí, conversaron de todo menos de la familia y de la posibilidad de un regreso de Luisa a su casa. Se comportaron como dos amantes que se encuentran para disfrutar del tiempo juntos sin pensar en el mañana, en los por qué, en nada que no fuese disfrutrarse mutuamente. Despertar en sus brazos fue delicioso pero después de desayunar, Ricardo anunció que debía viajar en el vuelo de las nueve de la mañana y Luisa tomó un auto de alquiler para regresar a su hotel mientras él viajaba en otro rumbo al aeropuerto.

Ricardo no la buscó en Miami y Luisa no lo buscó en Barranquilla. Sabía que él dirigía todo desde aquella ciudad, negándose a vivir en Nueva York o Bogotá, ciudades desde las cuales se simplificarían sus idas y venidas por el mundo. Pero a Ricardo le encantaba regresar a su casa y sentir que continuaba teniendo una familia. Regresar a su habitación y hallar sus cosas de siempre.

Para Luisa, después de cuatro años fuera de su casa, aquella manera de pensar de Ricardo empezaba a tener sentido. Aunque la tía Camila era un amor y la trataba como si fuera su compañera de apartamento, Luisa no sentía que regresaba a casa o que estaba identificada con la zona residencial, o los vecinos a quienes apenas conocía, o con los amigos del círculo social de su tía Camila a quienes veía sólo en las fiestas de Navidad.

Ir de hotel en hotel sin tener la posibilidad de regresar a su casa cuando así lo quisiera empezó a convertirse en una obsesión. Por eso aceptó ir con Leo Quiroga, el productor de Cine al Festival de Cine en Cartagena. Allí seguro podría sentirse un poco más en casa. De Cartagena a Barranquilla, habían sólo dos o tres horas de viaje... tal vez podría contactar a Carolina y pasar un tiempo juntas.

No la veía desde la última visita de su amiga a Miami el año anterior. Sergio había tenido que viajar para un asunto de negocios y se llevó a Carolina para que le acompañara y visitara de paso a Luisa. Llevaban dos años de casados y habían logrado combinar sus ocupaciones con la vida familiar. Algo que Luisa envidiaba.

Cuando Leo le dijo que se alojarían en el Hotel Santa Clara, el cual pertenecía al consorcio de la familia Madrid... Luisa trató de echar para atrás su acuerdo de acompañarlo. Pero Leo le dijo que habían ruedas de prensa y actividades de publicidad que debía cumplir.

Luisa contactó entonces a Carlos Córdoba, el viejo amigo de Ricardo. Él era el gerente de ese hotel y le diría si había posibilidades de encontrarse con él en esos días. Carlos le aseguró que no. Aquello tranquilizó a Luisa pero al mismo tiempo, sentía que deseaba no fuera cierto lo que Carlos decía.

Y desde que se bajó del autobús que los llevó desde el Aeropuerto hasta el hotel, Luisa sintió que en cualquier momento lo tendría enfrente. Hacía más de cinco años que no visitaba ese hotel, ni la ciudad y encontró cambios favorables que la hicieron animarse. Sería un viaje para redescubrir Cartagena.

Entregó la ficha de registro que le habían enviado por correo para evitar los trámites prolongados a la llegada al hotel. Y le entregaron la llave de su habitación. Le colocaron el brazalete de identificación y se fue a descansar.

La tarde empezaba a caer, con un brillante sol redondo y naranja que caía sobre el mar cuando Luisa despertó de su siesta. Alguien eligió ese momento para aparecer y Luisa fue a abrir la puerta.

Le habían traído una merienda para que pudiera esperar hasta la hora de la cena que era casi a las nueve de la noche. El mesero entró con un servicio que le pareció particular.

- ¿Este es el servicio ordinario del hotel? – Preguntó curiosa observando el café con leche, el pan francés tostado con crema de ajo y torrejas de queso campesino blando.

- Me dieron la indicación de dejarlo y que si no lo aceptaba, llamara a la recepción. – Luisa olfateó a Ricardo detrás de todas esas indicaciones. Sonrió.

- Déjalo. Que le digan al del mensaje que mi mamá me enseñó a no desperdiciar comida. – Le dijo. El muchacho sonrió. Se estaría imaginando que era un detalle de un amante secreto. Luisa suspiró. ¿Era realmente la amante de Ricardo? Haberse acostado con él cinco veces en cinco años... ¿le hacía su amante?

Luisa miró la comida. Aunque quisiera, no podría botarla. Era una delicia comer café con leche y tostadas a las seis de la tarde mirando en su ventana el paisaje de Cartagena.

Ricardo lo hacía para fastidiarla. La buscaría para seguir cobrándose con sexo todo lo que según él había provocado por su decisión de culparse de seducirlo. Luisa seguía pensando que la que había perdido más era ella pero Ricardo no lo aceptaría jamás.

Después de cinco años de lejanía y de encuentros furtivos que siempre terminaban en sexo, Luisa había entendido que eso era lo único que recibiría de Ricardo. Sólo pensar en él le produjo un nudo en el bajo vientre. El timbre del teléfono la hizo saltar asustada. Corrió a contestarlo.

- Son las seis y media. Tienes una hora para vestirte y estar lista en el lobbie del hotel. – Le dijo Raúl desde el otro lado de la línea. Sin esperar respuesta como siempre cerró.

Había perdido media hora de su tiempo para prepararse, comiendo y pensando en Ricardo. Se duchó y se vistió con un traje de cashimir color perla que se plegó sobre su cuerpo como una segunda piel. El escote del frente dejaba entrever el nacimiento de sus senos y el de la espalda era exageradamente atrevido. Era necesario que se vistiera así para las ruedas de prensa de la película, de tal modo que contrastara con el vestuario corriente y sencillo del personaje que representaba en la película.

No se acostumbraba todavía a ser actriz. Había sido modelo pero era distinto. Una modelo no tenía que hablar en público ni poner en juego su inteligencia al circular en el lanzamiento de una línea de ropa o de maquillaje. Los protagonistas en ese caso eran los diseñadores.

Tomó su bolso y salió al pasillo. Esperaba el ascensor cuando una voz inolvidable empezó a hablar detrás de ella. Sintió que perdía el color y que podría haber pasado una hora mientras el ascensor se abría.

- Estaré en las mañanas en el proceso de auditorías y en las tardes con la gerencia. – Lo escuchó decir a una chica que anotaba todo lo que iba diciendo. Luisa miró a Ricardo a los ojos. La chica apenas le prestó atención. – Quiero los libros de contabilidad en mi oficina y una auxiliar a mi servicio durante las reuniones de auditoría.

Él siguió hablando mirándola a los ojos sin un solo gesto que en su rostro revelara que la conocía. Luisa no halló que decir. Ellos entraron en el ascensor y ella hizo lo mismo dándole la espalda a Ricardo.

Él la ignoraba... ¿Para qué? ¿Qué deseaba hacerle a sus nervios? Sabía que ella deseaba oír su nombre en sus labios, que le sonriera como lo hacía con todas las amigas que se encontraba en el camino. . . Imbécil. Le dijo en silencio y buscó la manera de fastidiarlo. No hallo una en la que no pudiera terminar como una tonta.

- Esta cena con los artistas es la única que tendré con ellos. – Le dijo a su secretaria que siguió escribiendo lo que le escuchaba. – No tengo tiempo para tonterías, no quiero tener nada que ver con ellos ni con la prensa.

¿Era un mensaje oculto? ¿No quería nada con ella? ¿Habría encontrado a la mujer perfecta? Esa que lo volvería loco y que no le permitiría admirar siquiera una mujer distinta que no fuese ella. Alguna vez lo había escuchado describir aquella fantasía de su vida. Carlos le había dicho que estaba loco.

“¿Mujer perfecta? Una mujer muda. Pero igual ¡joden!” Le había dicho su amigo al borde de un ataque de risa. Luisa no podía recordar qué había contestado Ricardo. Entonces, habría hallado la famosa mujer perfecta. ¿O la había olvidado?

- De ellos, se encargará Carolina Acosta, quien en calidad de mi asistente dirigirá cualquier acción que la presencia de la producción requiera. – Informó asombrando a Luisa. ¿Carolina? ¿Por qué Carolina no le había dicho que era la asistente de Ricardo? ¿Y desde cuándo? – Quiero que le den la mejor atención del hotel a ella y se dispongan las cosas según sus deseos.

El ascensor llegó al lobby del hotel y se abrieron las puertas. Luisa se vio obligada a caminar para salir de allí. Había una pared entera de espejos en el lugar y Luisa pudo ver a Ricardo mirando su espalda mientras caminaba. Casi se cae al descubrir que él no dejaba de mirarla mientras hablaba a su secretaria. ¡Qué diablos con este hombre!

Él siguió su camino al restaurante, la secretaria miró a Luisa para asegurarse de que no había caído y luego, siguió a su jefe. Luisa estaba aferrada a un muro no sólo para no caer, sino para no correr detrás de él y obligarlo a hablarle. Dejó escapar el aire que ni siquiera había notado estar conteniendo y sonrió.

¿Qué pensaba hacer Ricardo? ¿Ignorarla durante las dos semanas que estaría en el hotel? ¿Y qué hacía Carolina de asistente de Ricardo? ¿Por qué su amiga no la había llamado para comunicárselo? Suspiró de nuevo y miró a la romería de personas que caminaban hacia el restaurante del hotel. Tenía que encontrar a Carolina y desahogarse con la única que entendería todas sus locuras.

Caminó decida al restaurante dispuesta a disculparse por no estar presente en la rueda de prensa y localizar a Carolina de inmediato. Pero eso fue imposible. Raúl la miró como si estuviera loca al proponer semejante cosa y la llevó a un grupo de señores entre los que estaba Carlos.

Carlos la abrazó y le besó la frente apenas la tuvo cerca. Luisa disfrutó de encontrar alguien conocido, una persona que la recibiera con cariño sincero. Se deshizo en su abrazo.

- Carlos... Carlos... – Le dijo Luisa susurrando en su oído. - Sácame de este circo, por favor.

- Cariño... Pero si estás hermosa y tú eres el centro de atención de este circo. – Le dijo entrelazando los dedos de su mano con los suyos. Luisa suspiró desconsolada.

- ¿Cómo? ¿Ustedes se conocen? – Preguntó asombrado Raúl. Luisa sonrió.

- Este es uno de los hoteles de mi padrastro, Raúl. – Le dijo asombrándolo aún más.

- ¿Cómo así que eres la hija de Fabián Madrid?- Exclamó Raúl. -¿Y por qué yo no sabía eso?

- No puedes saberlo todo, Raúl. – Se burló Luisa pero su sonrisa murió casi de inmediato. Ricardo se acercaba al grupo con una de las actrices invitadas abrazada a su costado.

- Raúl Quiroga supongo. – Saludó Ricardo con formalidad. Raúl giró para responder al saludo.

- Ricardo Madrid. Tenía muchos deseos de saludarlo. No sabía que estuviese aquí. – Le dijo Raúl estrechando su mano.

- En realidad, se supone que estoy en Brasil. Pero quise venir a disfrutar del Festival de Cine. – Dijo sin mirar a Luisa.

- ¿Piensas seguir ignorándome, Ricardo? – Le preguntó Luisa fingiendo una sonrisa. Carlos apretó la mano que tenía entre las suyas pidiendo un poco de prudencia. Ricardo inclinó la cabeza para que Luisa lo besara en la mejilla.

- Claro que no, querida hermanita.- Le dijo y apretó la mandíbula al sentir que Luisa sólo rozaba con su mejilla la piel de él sin besarlo. No iba a darle el gusto de quedar como la mujercita que se muere por besar al supermacho.

- Yo creí que al renunciar a tu madre habías renunciado al resto de la familia. – Le dijo Ricardo con una fingida expresión de calma. Luisa hizo un gesto de disgusto.

- Yo no renuncié. Me dieron de baja que es distinto. – Respondió al ataque. ¿Qué se proponía él? ¿Ventilar su vida privada en público? ¿Armar un escándalo que convirtiera su vida en un infierno? ¿Acaso pensaba que no podía llevárselo a él en ese viaje?

- Ven Luisa que tengo muchas personas que presentarte. – Le dijo Carlos jalándola con él. Ricardo no hizo nada para detenerlos.

Sabía que se había pasado. Le había dado ira verla tan hermosa, tan seductora, tan dueña de sí con Carlos sujetándola de manera tan íntima y que él no pudiera recibir ni un beso. Estaba viviendo el infierno en medio de aquella gente viendo sólo a una mujer. Esa que se paseaba entre cientos de hombres que a propósito colocaban su mano sobre su espalda desnuda para saludarla o bailar.

Luisa mientras tanto veía la reunión de manera distinta. Ricardo no se le acercó más. Iba y venía derrochando encanto, contando chistes que hacía carcajear a las mujeres que revoloteaban a su alrededor como moscas. Luisa pudo verlo mejor mientras estaba sentada en el escenario, contestando las preguntas de los reporteros citados en el lugar.

Entonces Ricardo había escogido sentarse en la barra del bar y abrazaba a una actriz distinta. Una rubia platinada que con su cabello ocultaba la mano de Ricardo y sólo Dios podía saber qué estaba él haciendo con ella. Luisa no sabía si había dado respuestas inteligentes al montón de tonterías que indagaron los de la prensa. Al terminar el turno de los actores de su película, el anfitrión invitó al personal de producción de otra película extranjera invitada. Luisa se levantó de allí contenta de poder escapar de la reunión.

Esta vez nadie la detuvo. Ni notaron su ausencia porque llegó hasta su habitación sin que le hicieran regresar. Tomó el teléfono y solicitó que le comunicaran con Carolina Acosta. Le dijeron que esperara unos minutos pues todavía no llegaba de Barranquilla, así que ella dio el teléfono de la casa de Carolina para hablar con ella allí.

- ¿Desde cuándo trabajas para Ricardo? – Explotó Luisa tan pronto Carolina se identificó en el teléfono.

- Sabía que llamarías tarde o temprano. – Le dijo sin que en su voz demostrara temor o ansiedad. Luisa se dejó caer en el sofá al lado del teléfono.

- ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿Cuando me hubiera desangrado desde la herida en la espalda que me hizo tu puñal? – Le dijo haciendo reír a Carolina.

- Esa carrera de actriz te está volviendo melodramática. Ricardo me contrató exclusivamente para ser tu anfitriona en el hotel. – Le dijo deletreando cada una de las sílabas de su frase. Luisa frunció el ceño.

- ¿Cómo está eso? – Preguntó intrigada. Escogió a su mejor amiga para encargarse de sus asuntos mientras estaba en Cartagena. ¿No era demasiada delicadeza para odiarla?

- Pues que me propuso acompañarte como chaperona durante tu estadía en Cartagena. Ver que te sintieras cómoda, en casa. Esas son mis instrucciones. – Le dijo Carolina.

- ¿Y por qué no lo supe tan pronto te lo propusieron? – Preguntó al recordar que en la lista de personas a cargo de los visitantes no aparecía Carolina por ningún lado.

- No creí que tenerme a tu lado fuese tan desagradable. – Se quejó Carolina. Luisa hizo un gesto de no creer una sola palabra de aquel reproche.

- Sabes muy bien que me extraña tanta atención de Ricardo cuando no hace otra cosa más que torturarme con su presencia. – Le dijo Luisa.

- ¿Presencia? Él no va a estar allí. – Le dijo Carolina. Luisa abrió muchos los ojos y se sentó derecha en el sofá.

- ¿Cómo? ¡Acabo de dejarlo en muy buena compañía en el lobby del hotel! – Carolina chifló al otro lado de la línea.

- Nena... prepárate entonces. Este hombre está loco. Me contrató porque él estaría en Brasil en auditoria de los hoteles que tienen en ese país. – Luisa sintió como temblaba de pies a cabeza con la excitación del rumbo de sus pensamientos.

- Y lo dijo. Dijo que se suponía estaba en Brasil. ¡Cielos! ¿Será que ahora sí va a hacerme pagar el mal rato que vivió con mis padres? – Preguntó asustada. Temía más a la ira de Ricardo que al huracán de su pasión. Al menos, esta última le producía placer.

- La verdad amiga, es muy extraño. Te juro que me dijo me contrataba para que yo viera por ti porque Carlos también estaría muy ocupado y no tendría tiempo para acompañarte. – Le dijo Carolina.

- Es que está muy extraño. Primero me lo encontré en el pasillo y me ignoró y luego, me atacó revelando a la gente alrededor nuestro que es mi hermanastro y que estoy deportada de la familia. - Le relató Luisa como analizando sus pensamientos. Carolina dejó escuchar su risa.

- Él es muy celoso de su vida privada. ¿Por qué haría eso? – Luisa se mordió el labio.

- Tal vez estaba buscando tranquilizar a la actricita que parecía pegada con goma a su costado. - Le dijo sin ocultar sus celos. Carolina se rió de ella al otro lado del teléfono.

- Vamos, nena. Que no te ganen los celos. – Luisa cerró los ojos y se recostó en el sofá.

- Y estoy celosa, Caro. Endemoniadamente celosa de una maldita chiquilla flaca como un alfiler y joven, muy joven. . . - Confesó Luisa gimiendo al borde del llanto. - Y estoy aquí muriéndome de ganas porque se aparezca en mi puerta...

- ¿Estás enamorada de Ricardo? – Preguntó Carolina asombrada. Luisa suspiró.

- No sé si es amor... pero pasión, sí. Sexo, sexo. . . es en lo único que pienso cuando lo tengo enfrente. – Le dijo Luisa.

- ¿Cuando lo tienes enfrente? ¿Acaso no es la primera vez que lo tienes enfrente después de cuatro años? – Luisa se apretó los ojos con los puños cerrados y dejó el teléfono sobre su pecho. ¡Cielos! Sólo la tía Camila sabía de sus encuentros con Ricardo. . . Tomó el teléfono de nuevo.

- En realidad... no. Pero es muy largo de contar. ¿Cuándo estarás aquí? – Dijo Luisa al borde del llanto.

- NO pensarás llorar... ¿Verdad? Estaré mañana cerca del mediodía. Buscaré un espacio para hablar contigo. - Se comprometió Carolina. Luisa suspiró.

- Sí. Porque yo debo seguir un itinerario. – Le dijo quejumbrosa.

- Tómate un té de hierbas y acuéstate. No se te ocurra llorar ni emborracharte. Haces muchas locuras cuando te emborrachas. – Le dijo Carolina tratando de hacerla reír. Luisa sonrió con sorna.

- Eres muy chistosa. – Le dijo cerrando la comunicación. Se dejó caer en la cama con tan sólo el hilo dental que llevaba puesto deseando toda la noche que Ricardo apareciera en su habitación y le hiciera el amor.

Yolanda Cruz, la asistente de Raúl la llamó a las seis de la mañana al día siguiente para que se preparara para los eventos del día. Luisa desayunó en su habitación y se fue al salón que Yolanda le había indicado como punto de reunión. Allí les proyectaron varias películas y les solicitaron llenar una serie de planillas de evaluación.

A la hora del almuerzo, le hicieron llegar una nota de ir al restaurante del hotel estilo parrillada argentina. El hotel tenía uno de los salones de eventos dispuesto  para uso de los miembros del Festival. Se asombró al encontrar a la secretaria de Ricardo esperándola para almorzar con ella. Luisa esperó a que les sirvieran y entonces, comenzó una conversación con la chica.

- ¿Te envió Ricardo? – La chica se sonrojó respondiendo sin querer a Luisa.

- En realidad, La Señora Carolina Acosta me indicó que hiciera el esfuerzo de cuidar de usted mientras ella llegaba. – Le dijo. Luisa sabía que mentía.

- Yo siento incomodarte pero es que me siento vigilada por Ricardo. – Le confesó tratando de ser cordial con la chica. Al fin de cuentas no tenía la culpa de un jefe calculador.

- ¿Así que le gustó la merienda de ayer y le parece bien el almuerzo de hoy? – Le preguntó la chica animada por las palabras de Luisa.

- Sí. Supongo que Carolina te dio toda una lista de las cosas que me gusta comer. - Le dijo Luisa aunque sabía que había sido Ricardo. La chica tosió pues casi se atraganta con el bocado de comida que se había llevado a la boca y volvió a sonrojarse.

Carolina no tenía la menor idea de qué le gustaba a Luisa comer. Siempre que salían juntas, volvía a hacerle la misma pregunta de siempre: ¿Qué quieres comer? ¿Por qué te gustan esas cosas tan corrientes? Ricardo había organizado su menú. De eso estaba segura y aquel gesto de vergüenza de la chica lo confirmaba.

- ¿A todos los invitados le darán su comida favorita? – Preguntó haciéndose la tonta. – ¿Eso no será muy caro para el hotel?

- Se organizaron cinco menús diferentes para cada restaurante y el suyo es uno. – Le dijo la joven. Luisa alzó una ceja. Así que cualquier restaurante que escogiera tendría la comida que le gustaba en su menú. Definitivamente, Ricardo estaba endulzándola para darle un golpe. Y a Luisa empezaba a dominarla el terror. ¿Cuál sería ese golpe?

- Cuando Carolina llegue al hotel... puedes hacérmelo saber de inmediato. – Dijo Luisa empezando a comer pues el tiempo estaba pasando demasiado rápido y tenía un compromiso a las dos y media.

- Claro que sí. Tengo su número de celular. La llamaré para decírselo. – Le dijo la chica. Luisa sonrió avergonzada.

- ¡Qué vergüenza! No te he preguntado el nombre. – Le dijo Luisa.

- Lucia. Lucia Granados. – Le dijo la joven. Luisa alzó una ceja con una clara expresión de curiosidad y siguió comiendo en silencio.

Ricardo había contratado a una Lucia Granados, joven, tímida y dulce como su asistente personal. Una Lucia casi una Luisa...

- Dime Lucia, ¿Qué piensas de tu jefe? – Preguntó Luisa. La chica sonrió con dulzura. En su expresión, se veía claramente la admiración por Ricardo.

- Es un hombre maravilloso. Me ha ayudado mucho a pesar de que todavía no termino la universidad. – Le dijo la chica. – Trabajo para él sólo cuando está en Cartagena. Aún así, recibo un sueldo mes tras mes.

Así que Ricardo era el benefactor de Lucia. No era extraño en él. Jamás había sido tacaño con su dinero, ayudando a todo aquel que consideraba necesitaba su ayuda. Era benefactor de varias instituciones de caridad en Barranquilla y en otras partes del mundo.

Cuando Luisa estaba a punto de marcharse a su cita con los periodistas de un noticiero de un canal nacional, apareció Carolina.

- ¡Amiga!- Exclamó con tono alegre Carolina abrazándola con fuerza, levantándola del suelo pues era mucho más alta que Luisa. Luego hizo dar vueltas a Luisa para admirarla. – Estás hermosa. ¡Flaca como un fideo! ¿Por qué envidiabas a la chica de anoche?

- Ni me recuerdes la noche de anoche. – Le dijo Luisa mostrando en su rostro su tristeza. – Tengo una entrevista en quince minutos. – Dijo mirando su reloj.

- Tienes espacio entre las ocho y las diez de la noche. – Le dijo Carolina. – Miré tu horario de trabajo tan pronto llegué. Cena conmigo.

- Una cena no alcanzará. Duerme conmigo. – Le dijo Luisa sin cambiar su expresión. Carolina volvió a abrazarla y besarla en las mejillas.

- No seas consentida. Una cena será el comienzo y no voy a dormir contigo... no quiero ser inoportuna. – Le dijo con una clara expresión de complicidad. Luisa hizo un puchero infantil de desagrado.

- No va a visitarme tu amigo, no fue anoche y creo que no irá jamás. – Le dijo revelando que esa actitud la decepcionaba. Carolina la acompañó caminando con ella abrazada a su costado.

- Olvídate de él. ¿Has visto cuánto hombre hermoso hay en este hotel? ¡Dios! Si pudiera convencer a Carlos de no decirle a Sergio... me echaría una cana al aire. – Le dijo haciendo reír a Luisa.

- Tienes dos años de casada. Compórtate, por favor. – Le dijo sin estar muy convencida de que le hicieran caso. Carolina sonrió.

- Por lo menos, cambiaste tu expresión. – La consoló y empezó a hacerle una lista de los hombres que Luisa debía observar para ver si estaba de acuerdo con ella en que eran unos bombones.

Luisa sabía que aquello no resultaría. Ella había visto millones de hombres hermosos física y personalmente. Se había acostado con un par de ellos. Pero lo que sentía por Ricardo crecía aún en  la distancia y era peor cuando lo sabía cerca.