Tu secreto
Miranda De Castro se detuvo un segundo antes de empujar la enorme reja de hierro forjado frente a su cuerpo. Podía describir a ciegas aquella reja y cada una de las figuras que tenía entretejidas entre sus barrotes. Después de todo, durante años su mayor diversión en aquella enorme mansión era encontrar figuras extrañas en los hierros de sus rejas, en los adornos de sus arcadas, en sus cenefas de yeso, en los surcos de piedra de sus jardines. Lo había utilizado como estrategia infantil para no enloquecer en sus días de soledad en aquella casa.
Suspiró tratando de encontrar calma en algún lugar de su sistema nervioso. Pero fue inútil. Su cuerpo estaba más tenso que una cuerda de violín y temía más que nunca lo que encontraría a su regreso. Sonrió con tristeza recordando el último libro que Enrique Marín le había hecho leer. De regreso a casa. Tenía que hablar con Walter Riso y convencerlo de que hay ocasiones en las que el regreso a casa es un trance doloroso y estresante.
De repente, ver las escalinatas de la entrada principal de la casa y descubrir que no había cambiado en ellas ni una baldosa… la envió en un trance que le hizo regresar a su última tarde en aquella casa. Tenía catorce años y se marchaba a estudiar a Orlando. Florida. En el vestíbulo, junto a las escaleras estaban sus maletas esperando a que su madre terminara su conversación de despedida con Nicholás Stephanos, su segundo esposo.
Miranda estaba sentada sobre el primer escalón en el descenso de aquella escalinata con esa actitud de fastidio y afán que su madre odiaba pero que sólo ella podía provocar en Miranda. Un gesto de fastidio que curvaba su sonrisa y que le hacía apoyar sobre sus manos, la barbilla y los codos sobre las rodillas.
Cómo un fantasma, sin que Miranda pudiese decidir si venía del jardín o de dentro de la casa, apareció la sombra de Andreas Stephanos cubriendo su cuerpo.
- ¡De todo te olvidas! – Le dijo con tono reprobador y un cierto dejo de tristeza que no podía disimular.- Anoche dejaste allí, sobre el piano que ya jamás tocas, un poco de tu alma.
Miranda suspiró entre nerviosa y enojada. Ni siquiera en su último encuentro de vacaciones, Andreas dejaría de provocarla. Por supuesto, si él estuviera provocándola para que le diera un beso o para que le abrazara… ella sería feliz. Pero, eran solo tonterías y telarañas de adolescente y sus sueños de que esta situación se diera con Andreas, jamás se harían realidad. Para él, ella no era más que la hija de su madrastra.
- No estoy de humor para tus sarcasmos. Son mis últimos minutos de vida antes de encerrarme en el mausoleo ese donde mamá me obliga a vivir y donde ilusamente pretende que yo estudie. – Le dijo ella con un tono cargado de ironía y tristeza inconcebible en una jovencita tan hermosa. – No voy a desperdiciar mis últimos minutos de libertad discutiendo tonterías con un pobre niño rico como tú.
Andreas se sentó junto a ella en el escalón. Por primera vez, en tres años, nada respondió a las groserías de Miranda. La chica lo miró extrañada uniendo sus delineadas cejas sobre su respingada nariz. Andreas se miró en sus insondables ojos negros. Nunca se había fijado en lo oscuros que eran, dando la impresión de ser dos lagos en medio de una noche sin luna. Dos lagos de aguas tranquilas a pesar de la penumbra…
- Dejaste esto sobre el piano. – Le dijo sin preámbulos sacando de su bolsa algo. – Me parece que este libro es un poco de tu alma enferma, tu alma de niña romántica y loca. – Agregó y Miranda palideció reconociendo aquel pequeño libro azul que parecía de juguete en medio de la enorme mano de deportista de Andreas.
Estaba convencida de haberlo guardado entre los libros de la escuela. “La verdad es que tenía… por lo menos tres días sin verlo” pensó haciendo memoria. “Sí, por supuesto.” Se dijo. Lo había dejado en el piano dos noches antes cuando sin poder dormir se había ido a escribir en el estudio.
- Lo leíste.- Afirmó de repente, viendo la expresión de picardía en el rostro del muchacho.
- Lo siento. Lo abrí al descuido justo en una página donde estaba mi nombre… - Sonrió. – Varias veces escrito mi nombre. Me llamó la atención y supe entonces de tu pena más honda.
- Quien sabe qué interpretaste de lo que leíste. Gracias a Dios… - Dijo fingiendo que no le importaba nada de lo que hubiese leído. – Gracias a Dios me marcho hoy y cuando regrese de vacaciones ojalá todos hayan olvidado lo que, de mí, digas…
- Tu dulce secreto a nadie diré. – Le dijo él utilizando un verso de los poemas que Miranda le había escrito en el diario. La chica se sonrojó hasta la punta de los cabellos.
Y, de repente, Andreas se levantó enojado. Allí estaba ella dudando de su discreción, por encima de eso, de su hombría… ¿Qué clase de hombre era ese que contaba los secretos de su enamorada? ¿Enamorada? Se preguntó y sacudió la tierra en sus pantalones para evadir la mirada de la chica. ¡Miranda no era su enamorada! No. Ese era un capricho de adolescente huérfana que para Navidad estaría olvidado. Se reprochó a sí mismo pensar siquiera por un segundo en ella como en una mujer.
- A nadie interesa saber que me nombras. Llévate tu libro, distraída. – Le dijo con el tono burlón que solía hacerla enojar. – De todo te olvidas, tonta. Y, de mí… - dijo sin ninguna convicción. – También lo harás.
Él se fue sin darle tiempo de preguntar por qué tanta tristeza en su comentario. ¿Acaso podía ser triste para él que su enamoramiento fuese sólo un capricho adolescente? Se preguntó Miranda. En ese instante, envuelta en un vestido de verano de fondo blanco estampado con millones de alelíes apareció Lucía con Nicholas siguiéndola.
- Mi niña… - Dijo Nicholas haciendo levantar a Miranda con sus brazos abiertos extendidos para un abrazo. - ¿No te gustaría quedarte y estudiar en tu viejo colegio de monjas? – Preguntó. Miranda se dejó estrechar entre sus brazos.
- Sería un placer. Pero, ya solo faltan tres meses para terminar este. – Le dijo Miranda disfrutando del olor a hombre rico de Nicholas. – Si convences a mamá de dejarme para el último año…
Miranda había dicho aquello de manera tentativa para ver si Lucia decía que sí. Pero la expresión en el hermoso rostro de su madre, le dijo que la propuesta era inconcebible. Abrazó con más fuerza a Nicholas, recibió el inevitable beso en la frente de quien cada día se acercaba más a la imagen de padre y, siguió a la que cada día era menos su madre rumbo al jardín de entrada donde estaba el auto de la familia esperándolas.
Una sirena de ambulancia rompió el hechizo en el que la habían sumido sus recuerdos y se encontró, de nuevo, en el frente de la mansión Stephanos… sólo que dejando pasar al taxi que la traía de visita. El hombre esperó a que ella se subiera de nuevo y la llevó hasta la entrada misma para que no tuviera que cargar sus maletas durante el largo camino hasta la entrada principal.
Miranda revolvió su bolso y sacó el dinero para pagar al hombre. Y luego, volvió a revolverlo para buscar el juego de llaves que su madre le había hecho llegar tres meses atrás cuando se suponía iba a pasar vacaciones en la casa. Abrió la puerta principal y rodó su maleta hasta el rincón de la derecha. El silencio en la casa era casi sepulcral, y aquel pensamiento la hizo temblar. Estaba dejándose llevar por las circunstancias que le habían hecho regresar a casa. Se dijo.
Cerró la puerta y miró hacia lo alto de la escalera que daba al segundo piso de la casa. Algo le había atraído como si le hablara y Miranda enmudeció. Su propio rostro lozano y alegre la miraba en un enorme cuadro que habían hecho de una de las fotografías de su fiesta de quince.
¿A quién se le había ocurrido colocar una fotografía tan grande de su rostro en aquel lugar? ¿Acaso nadie les había dicho que era el lugar como para la señora de la casa? Se preguntó dejando su bolso y sus llaves sobre uno de los sofás de la estancia. Todo el que entrara a la casa vería su rostro como un letrero de bienvenida. Recordó que en ese lugar había una serie de fotos pequeñas del matrimonio de Lucía y Nicholas y otras fotos de familia… ¿Por qué cambiarlas por una de ella?
Y como si hubiese hecho la pregunta en voz alta, de la puerta bajo las escaleras que daba al jardín interior, surgió envuelto en su aura masculina más atractivo y arrogante que nunca: Andreas Stephanos.
- El nuevo diseñador de Lucia escogió la fotografía…- Le dijo. – Creí que tu regreso era ayer… ¿No puedes llegar cuando prometes por lo menos una vez en tu vida?
Miranda sonrió decidida a no dejarse enfurecer por sus comentarios que cada día eran más atrevidos. No era la primera vez que le reprochaba su manía de llegar cuando menos la esperaban pero era la primera vez en mucho tiempo que se encontraban a solas. Se acercó cuidando ser tan delicada y femenina como siempre era, más nerviosa que cualquier otra cosa, pero decidida a ser cordial y no dejarse amedrentar de su trato cortante.
NO sería fácil saludarlo si reparaba en cómo se pegaba la camiseta estilo polo sobre los músculos de su pecho, y como su perfume de almizcle y flores despertaba los instintos, ni debía seguir pensando que aquellos ojos azules eran los más hermosos que había conocido. Se alzó sobre las puntas de sus pies colocando dos manos sobre el pecho masculino y estampó sus labios pintados de rojo sobre la mejilla de Andreas.
Andreas la tomó por sorpresa y casi la hace caer cuando le abrazó rodeando la cintura de la chica con sus enormes manos y la acercó para atrapar su boca con sus labios. Miranda aspiró con fuerza tratando de recuperar el aliento mientras él invadía su boca con su lengua hasta casi asfixiarla.
Ni en sueños había supuesto semejante bienvenida. La última vez que se vieron, Andreas había azotado la puerta de su habitación en el hotel en Miami donde pasaban vacaciones. La había insultado con una sarta de ofensas de alto tono como resultado de su difícil misión: llevarle la carta de despedida de la quinta prometida de Andreas que se negaba a casarse con él. Miranda no podía recordar como había terminado siendo intermediaria entre Karen Santodomingo y él, pero estaba segura de que ella había sido la última persona que Andreas le hubiese gustado tener enfrente en ese momento.
¿Cómo podía estar pensando en su última discusión con Andreas cuando el sueño más fantástico de su adolescencia se hacía realidad? Miranda no podía creer que un beso de Andreas ya no tuviera para ella la misma importancia sentimental. Especialmente cuando estaba vestido de esa manera que siempre le pareció sexy con esa camiseta de algodón tan delgada que le permitió sentir bajo sus manos la calidez de su piel. Miranda acarició con sus manos el pecho de Andreas mientras él la separaba de sí.
Miranda buscó en sus enigmáticos ojos azules la razón para aquel gesto apasionado. Sin embargo, sólo encontró una mirada curiosa que trataba de escudriñar sus pensamientos.
- Parece que ya no soy tu príncipe azul. – Comentó él en un tono entre la burla y la tristeza. Miranda alzó una ceja en un gesto de curiosidad y sorpresa.
- Me siento confundida. Mi mente es un caos… - Le dijo y trató de alejarse pero Andreas volvió a estrecharla contra él.
- Eso nunca fue impedimento para que me miraras con deseo y aprovecharas cualquier circunstancia para sentirme…- Le dijo él recordándole momentos que Miranda hubiese deseado olvidar.
- Mi regreso ha sido lo más… absurdo que he podido imaginar. No entiendo lo que sucede… no te entiendo… - Andreas sonrió con sinceridad y Miranda empezó a sentirse de nuevo seducida por su atractivo.
- Tú no me has entendido jamás. Y yo estoy más desquiciado que nunca… - Le dijo y volvió a rozar sus labios con los de ella. – Debí comenzar como se debe y es decirte que he cambiado de opinión… No debí dejarte botada en Miami sin arreglar nuestras diferencias…
Miranda frunció el ceño. Aquello debía ser una pesadilla. ¿Estaba Andreas disculpándose?
- Tú… te estás… ¿disculpando? – Preguntó sin poder evitar que el tono de asombro fuese exagerado. Andreas sonrió divertido por su reacción y llenó con su risa el silencio de la casa. Sus manos tibias abandonaron su cintura y le acomodaron el cabello detrás de las orejas en un acto tan delicado y tierno que confundió todavía más a Miranda.
- Sí… Es increíble… pero cierto. Necesito que me perdones y que me permitas intentar estar a tu lado… de nuevo…- Le dijo él mirándola con intensidad a los ojos con un gesto de desprotección que hizo tambalear a Miranda.
- Ya… Espera… Explícame primero… - empezaba a decir Miranda cuando la puerta bajo la escalera volvió a abrirse y la mujer que apareció en la estancia se lo explicó todo con una mirada.
¡Maldito! Se dijo apartándose de él y mirando el piso unos segundos para recuperar su compostura. Luego, sonrió con fingida cortesía.
- ¿Cómo estás Giovanna? ¿Pensé que estabas en Londres acompañando a tu hermana en los cuidados de tu recién nacido sobrino? – Preguntó sin preámbulos y con una clara intención de cuestionar la presencia de la chica en aquella casa.
La joven estaba prácticamente blanca como el papel. Seguro que ella no esperaba que su profesora de Inglés le encontrara a solas en la casa con su hermanastro. Giovanna se obligó a sonreir y Miranda se sintió un poco asesina.
- Laura ya tuvo a su bebé y mamá me pidió regresar a casa. ¿Te esperábamos ayer? – Dijo tartamudeando todo el tiempo. Para ella era un terrible esfuerzo enfrentar a Miranda en aquellas circunstancias sobre todo porque Miranda sabía de su aventura con Andreas.
- ¿Estabas tú incluida en mi fiesta de bienvenida? ¡Qué ternura! Bueno…igual no esperaba una fiesta de bienvenida y me tomé un par de días en Santa Marta antes de llegar. – Le dijo informando de paso a Andreas de dónde había estado esos dos días.
- Giovanna… hay algunas cosas que necesito conversar con Miranda… ¿Te importaría quedarte sola unos minutos? – Le dijo Andreas. La chica forzó aún más su sonrisa para parecer feliz por semejante propuesta. Miranda le habría dicho cualquier cantidad de groserías de haber sido la chica.
- Yo… me voy a casa… - Dijo al borde del llanto. – Nos veremos después… - Agregó en un hilo de voz y se fue apresuradamente. Miranda iba a retirarse también cuando Andreas la tomó del brazo y la hizo caminar hacia la sala para recibir visitas.
- ¿Por qué fuiste tan directa con la chica? – Preguntó Andreas. MIranda se dirigió a la mesa bar que permanecía en aquel lugar siempre bien provista de licores. Miranda se sirvió un trago de whisky y lo tomó de un golpe. Eso le serviría para empezar a confiar en sus instintos. Debió aceptar la invitación de Juan Salcedo, su mejor amigo y fotógrafo profesional que estaba realizando un trabajo para un comercial en Puerto Rico.
Regresar a la Mansión Stephanos siempre había sido regresar a Andreas y a los enredados sentimientos que producía su cercanía en ella. Algunas veces agradecía que él no se hubiese fijado en ella y que no fuese una de las muchas mujeres en la lista de relaciones huecas de Andreas… Y otras veces… añoraba ser esa mujer que conquistara su corazón y lo obligara a tener una relación estable y apasionada…
- Es una niña… - Le dijo respondiendo a su pregunta. – No sé por qué insistes en alimentar sus fantasías adolescentes… Sabes que acostarse con un hombre diez años mayor que ella no es su costumbre… Y que para ella no eres uno más en la lista. – Le reprochó. Andreas se dejó caer en un sofá.
- Así que ya me olvidaste… - Miranda lo miró confundida. Su comentario la sorprendió.
- ¿Por qué lo dices?- Preguntó y luego, interpretó la mirada intensa a sus labios como que se refería a su fría reacción a su beso.- Ah… El beso… NO. Aún siento las mismas ridículas cosquillas en el bajo vientre cuando te veo. – Reconoció porque no podía mentirle. Por lo menos, antes jamás había podido hacerlo. – Pero ahora tengo una cantidad de recuerdos amargos que bloquean su efecto.- Le dijo con amargura. Y se tomó otro trago de whisky.
- ¿Te volviste alcóholica? – Miranda sonrió y se alejó del bar con su vaso nuevamente lleno. Él utilizaría cualquier cosa para alejar la conversación del tema de Giovanna.
- Siempre que me encuentro contigo, se me trastocan los sentidos hasta perder la cordura. – Le dijo burlándose de sí misma. – Sobre todo cuando Giovanna está cerca. Entonces… ¿Quieres que vuelva a fingir que tenemos una relación, que me deje usar hasta que se convenza de que eres un imbécil y, terminado el teatrillo, debo regresar a Miami con el corazón destrozado? – Andreas permaneció inmóvil en el sofá donde estaba sentado.
Miranda lo observó. Seguía siendo sexy. Tal vez ahora era más sexy con treinta años encima y algunas canas en sus sienes que tres años atrás. El pantalón para jugar tenis se había levantado dejando ver sus bien formadas piernas de deportista. Bronceadas y velludas… muy masculinas. Miranda se tomó la mitad del vaso en su mano de un solo trago. No podía concentrarse en el atractivo físico de Andreas pues perdería cualquier residuo de sensatez, si le quedaba.
- No creo tener la desfachatez suficiente para dejarme usar de nuevo. – Le dijo con tristeza. – Ya no tengo dieciocho años, ni la cabeza llena de aserrín pensando que el sexo ocasional contigo es mucho mejor que estar sola. Ya no tengo la absurda esperanza de que me verás como algo más que la amante perfecta que te cayó del cielo.
- ¿Ya terminaste? –Preguntó él interrumpiéndola. Aunque sonreía no había un solo gesto de burla en su rostro. Miranda hizo un gesto con el vaso como si le diera tiempo para hablar.
- Quiero recordarte que hace seis años tuvimos una relación porque ambos propiciamos el encuentro. Lucia quería que te decepcionaras de mí y tú querías saber lo que era ser mi amante… yo solo hice lo que siempre hago… estoy con alguien mientras disfruto de estar con ese alguien… luego, me retiro.- Miranda se tomó el resto de su whisky y dejó el vaso en la mesita auxiliar a su derecha.
- Me ilusionaste… como lo haces con todas y me dejaste porque no tienes suficientes pantalones para sostener una relación formal. – Le dijo sabiendo que él la hería más profundamente de lo que ella podía siquiera ofenderlo. Andreas sonrió con ironía.
- Supongo que estoy recibiendo lo que merezco y un poco más por culpa del idiota que te plantó. – Le dijo Andreas. Miranda fingió haber recibido un golpe en el estómago.
- Eso fue un golpe bajo. Yo no mencioné para nada a la imbécil que te dejó plantado a ti. – Le dijo ella. Él mostró tensión y enojo en su rostro.
- Ella no es imbécil y no me plantó. Digamos que encontró a alguien más y tuvo el valor de admitirlo a tiempo. – Le dijo.
Miranda entrecerró los ojos. ¿Él todavía estaba tan enamorado de Karen que le disculpaba haberlo dejado? Empezó a sentirse mareada. No había comido nada desde el desayuno y ya eran casi las seis.
- Dime de una vez para que me hiciste regresar. No creo que haya sido idea de Lucia hacerme venir a casa… - Le dijo dando por terminada la discusión sobre los sentimientos. Después de todo no habría en esa discusión ni una sola palabra o frase que hablara de un poco de afecto de Andreas hacia ella.
- Necesito la herencia del abuelo. – Miranda frunció el ceño y se quedó mirándolo en silencio sin comprender. Andreas en cambio, continuó hablando como si Miranda supiera de qué hablaba. – De alguna manera refuerzo tu idea de que te busco para utilizarte pero…
- ¿Qué tengo que ver yo con esa herencia? – Preguntó antes que él hiciera más comentarios que incrementaran su confusión. Él la miró asombrado.
- ¿Papá no te habló del testamento? – Preguntó por toda respuesta. Miranda movió la cabeza de lado a lado negando.
Él masculló una maldición entre dientes y se levantó del sofá para dar vueltas al salón como un león enjaulado. Miranda esperó, y esperó a que él comenzara a decirle algo pero… luego de unos minutos de ansiedad, Andreas seguía pensando lo que diría.
- ¿Vas a dejar de dar vueltas algún día para decirme lo que sucede? – Preguntó. Andreas frunció el ceño, se pasó las manos por el cabello y volvió a sentarse, esta vez a su lado en el sofá.
- El abuelo dejó toda su fortuna a nombre mío, bajo la condición de que me casara antes que se cumplieran los siete años después de su muerte. – Le dijo. Miranda lo miró asombrada. NO podía creer que en pleno siglo XXI al Abuelo Hermes se le hubiera ocurrido algo así.
- ¡Qué absurdo! Y ¿por qué casado? ¿No puedes dirigir los negocios si no estás casado? – Preguntó tratando de entender qué tipo de locura era esa que escuchaba. – Y ¿Qué tengo que ver yo con esto?
- Eres la albacea de mis negocios. De toda mi fortuna. – Le dijo Andreas. Miranda aspiró una gran bocanada de aire tras el asombro.
- Eso es absurdo. ¿Por qué Hermes, me pondría a mí, a ser albacea de tus negocios? Cuando él murió yo tenía dieciocho años… ¿Pretendía que yo dirigiera los negocios de la familia Stephanos? – Comentó intrigada. Andreas suspiró.
- Pretende mucho más de ti. En realidad, sólo si me caso contigo, podemos continuar con las empresas… de lo contrario… estás en la tarea de ir adjudicando las acciones de la empresa a los empleados de la misma, según tu criterio.
- Hermes estaba loco. Debe haber alguna manera de probarlo. – Dijo con lo primero que se le ocurrió. ¡Casarse con Andreas! ¿En qué estaba pensando el viejo?
- ¡Ahora si que me haces pensar en cuán horrible debe ser estar casada conmigo!- Exclamó él que estaba más atento a su rechazo que a cualquiera de sus ideas. Miranda entrecerró los ojos.
- NO hay quien te entienda. Vos no resististe dos semanas viviendo conmigo y ahora quieres que crea que te quieres casar conmigo y permanecer así… un año… - Le dijo ella poniendo en la conversación las dos semanas que él estuvo viviendo con ella en Miami después de terminar con Karen.
- Tres. Debemos estar casados tres años antes de hablar de divorcio. – Le dijo él eludiendo el tema. Miranda se levantó y se sirvió otro trago.
- Necesito que estés sobria para entender lo que sucede. – Le dijo él. Miranda alzó el vaso en el aire y asintió.
- No te preocupes… Ni sobria, ni borracha voy a entender que Hermes Stephanos… un griego puro y tradicional, al que siempre le caí como una piedra, haya decidido poner su fortuna… nada pequeña… en mis manos. – Le respondió Miranda. Andreas aparentemente no tenía respuesta para eso.
- Miranda… estoy casado contigo desde hace mucho… Desde que regresé de Miami, he estado dando vueltas a nuestra relación y creo que tu paciencia…
- No intentes enredarme con tu palabrería barata… Estoy curada contigo…- Le dijo deteniendo su discurso. No quería que la convenciera como siempre. - Sé que no me necesitas como mujer y que la herencia es una preocupación enorme para ti… Pero no estoy dispuesta a llegar hasta el punto de casarme. Es una farsa que no estoy dispuesta a vivir… Debe haber otra solución.
- De todos modos, el futuro mío es el que está en juego. Lucia y Nicholas pueden vivir de la pequeña fortuna que han obtenido con sus inversiones personales. Dinero que no está en juego en esta herencia. – Le dijo Andreas. – Tampoco es tu futuro… Tienes asegurada tu vida con una cuenta bancaria que Nicholas tiene a tu nombre desde que se casó con tu madre.
- Ya les dije lo que podían hacer con todo ese dinero. – Aclaró ella antes que él pensara otra cosa. – Y no vas a convencerme poniéndote como el pobre niño rico que está en desgracia porque toda su herencia se irá al trasto. Tienes una fortuna personal y una profesión prominente…
- Así que optas por entregar la empresa a los empleados… - Le dijo él quien no esperaba que aquella fuese la reacción de Miranda. La chica suspiró.
- Yo no lo haré. Serás tú. Decide cómo se puede repartir tu fortuna entre los empleados de la corporación Stephanos y yo firmaré los documentos… - Le dijo. Estaba deshaciéndose por dentro al hacer eso pero ni loca se casaría con Andreas sólo por asegurar una fortuna. Todavía le quedaba dignidad.
- Quisiera que hablaras con los abogados de Stephanos Co. Antes de tomar una decisión. – Le dijo Andreas. Miranda asintió aunque ya había tomado una decisión que no cambiaría. Empezó a sentirse mareada.
Su vida que ya era un carrusel sin control estaba ahora en el punto de velocidad máxima. ¿De dónde había sacado Hermes la idea de casarla con Andreas y por conveniencia?
Salió de la sala y se fue a su eterna habitación en la mansión. Andreas no la detuvo. Estaba dándole tiempo para digerir la noticia. En el fondo Miranda sabía que para él, la salida era que Miranda cediera a su capricho y se casara. Él no había cambiado así como nada había cambiado en su viejo cuarto. Miranda se negaba a cambiar la cama que todavía tenía un arco de flores de colores por cabecera, y las colchas y las sábanas seguían siendo tiernas y coquetas como para una adolescente.
En el enorme estante que le había regalado Nicholas para organizar sus libros, todavía habían algunas de las muñecas que había recibido en Navidad en los pocos años de su niñez que disfrutó con Nicholas. Y en el tocador, estaba el eterno retrato de su padre con vestido de aviador… Bajo el vidrio que protegía la madera estaban las fotos de siempre: Marcos Ávila su eterno amigo de infancia, Miranda en sus quince… Y Andreas vestido de militar en su tiempo de servicio obligatorio.
Recordó cuando Andreas se había ido a hacer el servicio militar obligatorio. Miranda tenía diez años y duró varias semanas llorando en las noches extrañando las bromas y la compañía de Andreas a la hora de ver televisión.
Suspiró y se dejó caer en la cama. Había olvidado subir su maleta y no quería volver a encontrarse con Andreas… así que decidió dormir con la ropa puesta. ¿Qué le diría Lucia? Miranda no podía imaginarlo siquiera. No podía creer que Lucia quisiera casarla con Andreas para retener la fortuna de los Stephanos… Nicholas ni siquiera se había atrevido a contarle del testamento. Pobrecito. De seguro estaría muy preocupado acerca de lo que Miranda pensaría sobre su familia.
Se quedó dormida pensando un millón de cosas y al final, sentía que no había pensando nada coherente. Eran casi las ocho de la noche cuando un murmullo de voces aireadas discutiendo la despertó.
A través de la ventana abierta de su habitación escuchaba las voces con claridad. Miranda se levantó de la cama y caminó descalza a su balcón. La parte del jardín que daba a su balcón era un poco más alta que el resto debido al terreno escarpado sobre el que estaba edificada la mansión. Así que de la terraza donde hablaban las dos mujeres que Miranda no podía todavía reconocer y su balcón, a duras penas había tres metros de distancia.
- Lucia se casó con Nicholas para asegurar el futuro de Miranda. Y como éste está seguro a ninguna de las dos les importará un rábano dejarnos a los demás arruinados. – Dijo una de las mujeres que miraban correr el agua en la fuente. - Ahora que la familia Stephanos necesita de ella, ella se dará el lujo de mandarnos al diablo.
- Y vaya que se dará gusto. Después de todo, ninguno de nosotros la ha tratado jamás como parte de la familia. – Le respondió la otra. Miranda frunció el ceño. Eran algunas de las tías de Andreas… Pero no podía reconocerlas con claridad… ¿tenía… seis… ocho años de no verlas?
- Aunque Nicholas la defienda y diga que ella será un ángel protector que se casará con Andreas y protejerá a la familia… Yo creo que repartirá el dinero entre los empleados para fastidiarnos a todos. – Concluyó la otra como si no la hubieran interrumpido. Miranda decidió no seguir escuchando.
Ni siquiera para defenderse de esas arpías… iba a aceptar casarse con Andreas. Que pensaran de ella lo que les viniera en gana. No iba a casarse con Andreas. Cerró las puertas del balcón y se tapó con la colcha hasta las orejas. No iba a salir ahora… y tal vez no lo haría nunca. No tenía ningún deseo de discutir con nadie. Sólo quería que amaneciera pronto para marcharse a Miami.
Se levantó a las nueve sin poder dormir más. Antes de buscar qué comer decidió rebuscar en sus recuerdos uno que le hiciera saber que su decisión era la correcta. Se puso a mirar albúm de fotografías… y a leer sus viejos cuadernos de notas… Pero eso no fue buena idea, la hizo regresar al pasado, al tiempo en el que sentía que Andreas era su sol y su mundo y que sin él la vida no tenía sentido.
Entonces apareció Pilar, la chica que atendía a la familia. Después de colocar la bandeja con los bocaditos que le había traído para comer, se sentó en el suelo a su lado y le sonrió.
- Qué me dices de mamá… - Preguntó Miranda. Pilar hizo un gesto de complicidad.
- Se fue a una cena donde los Smulsen. Convenció al señor Nicholas de que los amigos no tenían la culpa de los caprichos de los hijos. – Le dijo. Miranda sonrió. Había cosas que no cambiaban. Pilar… una de ellas. Siempre escuchando de más, escondida en las esquinas de las puertas.
- ¿Habló Lucia con Andreas? – Preguntó haciéndose que no le importaba la respuesta, mirando un libro de frases célebres.
- Mas que hablar, se gritaron. En la cocina se escuchaban los gritos de reclamo de la Señora Lucia porque Giovanna de Castro estaba aquí a solas con Andreas… El señor Nicholas gritaba porque usted no podía enterarse del testamento…
- ¿Sabes de qué testamento hablan? – Preguntó Miranda. Pilar se alzó de hombros.
- Del único muerto reciente de esta casa, supongo. El señor Hermes… además… creo que es el único testamento que puede volver locos a todos en esta casa.- Agregó.
- ¿Dijo Lucia algo de hablar conmigo? – Preguntó como si no le preocupara el asunto. Pilar movió la cabeza de un lado a otro.
- Dijo que no sería hoy. Que te dejaría pasar el trago amargo de tu fatal bienvenida, antes de conversar contigo. – Le contó Pilar. Miranda sonrió.
- Y qué hay de Andreas… qué gritaba Andreas… - Le dijo Miranda. De inmediato, Pilar se levantó y sacudió su falda. Ya sabía Miranda que Pilar nada diría de Andreas. Habían crecido juntos corriendo en aquella casa. Pilar trabajando y Andreas y Miranda discutiendo. Y a pesar de lo mucho que consentía a Miranda, su fidelidad era hacia Andreas. Miranda suspiró mientras veía a Pilar marcharse.
Miranda decidió que una noche para pensar mejor cómo decir las cosas era lo mejor. Su madre estaba enferma según le había contado Nicholas y tal vez las impresiones fuertes podían afectarla. Pensó Miranda descubriendo que le habían subido su maleta. Frunció el ceño. Habría sido Andreas quien subió su equipaje mientras dormía? No le gustaba la idea de tenerlo allí, observándola dormida. Era una escena demasiado íntima que alimentaba falsas esperanzas en su corazón. Se colocó una pijama y se volvió a meter en la cama.
Casarse con Andreas. Aquello era la locura. No pasarían dos semanas antes de que convirtieran sus vidas en un infierno. Miranda suspiró. Tenía que reconocer en contra de sus propios sentimientos que no era la mujer ideal para Andreas.
Él necesitaba una mujer sumisa, pasiva, que le hiciera ver como un hombre de negocios tan exitoso en su vida personal como en los negocios. Tenía que hacerse la oreja sorda y la ciega ante sus infidelidades aunque las cometiera bajo su propio techo y aparentar ser feliz a su lado aún después de discutir con él. Además ser la dama de sociedad ideal que asiste a actividades culturales y sociales de todo tipo… Las culturales no eran un problema pero asistir a las actividades sociales incluyendo las que fuesen en casa de las ex de Andreas… ese era un verdadero sacrificio.
Sacudió su cabello con las manos y se peinó de nuevo con los dedos. Debía estar loca al estar pensando en la posibilidad de casarse con Andreas. No lo haría. NO lo haría y no lo haría. Se repitió hasta el cansancio. Nicholas y Lucia se habían opuesto cuando descubrieron que Miranda estaba enamorada de Andreas. La habían hecho regresar a casa y trabajar en las empresas Stephanos. Miranda había entendido demasiado tarde que la estrategia había sido ponerla al frente de la vida de Andreas para que descubriera que no encajaba en ella.
Andreas se lució en esos días. Salió por lo menos con diez mujeres distintas durante ese año. De todas las profesiones, colores de cabello y tallas. Miranda lloraba como una condenada en las noches y se pasaba haciéndole la vida imposible en la empresa durante el día. Una mañana decidió que aquel no podía ser su destino y, escribió a sus amigos en Miami. Le consiguieron un empleo en menos de dos semanas y al siguiente mes ya no estaba en Barranquilla.
Ni Nicholas ni Lucia trataron de hacerla regresar. Y aceptaron que esa navidad, Miranda se fuera de luna de miel con su amante de turno, un famoso diseñador de modas que Andreas tachó de gay en medio de sus celos, pero que para Miranda fue el único amante capaz de anular sus sueños por Andreas. Hasta que terminó su tiempo de enamoramiento, Miranda respiraba y vivía por Demetrio Marquiño. Un día, ambos decidieron que había terminado la magia y se separaron. De vez en cuando llamaba a Miranda y la hacía recorrer el mundo con él.
Miranda dio un salto cuando alguien tocó suavemente a su puerta y la abrió. Andreas entró indeciso de si la encontraría despierta o dormida.
- ¿Puedo interrumpir tu aislamiento? – Miranda lo miró unos minutos antes de asentir. Él estaba vestido muy informal, con una camiseta estilo polo de las que ella solía regalarle cuando era adolescente y de un color turqueza que en cualquier otro hombre se vería mal pero que nadie describiría afeminado en Andreas. Ya podía imaginarlo Miranda seduciendo jóvenes en el café bar de moda.
- Si sigues mirándome así, voy a tener problemas para hablar…- Le dijo insinuante. Miranda contuvo el aliento. Era muy difícil rechazarlo cuando la trataba con aquel tono pícaro de ese comentario.
- Tú y yo no tenemos nada más de qué hablar. – Le dijo Miranda con el tono más normal que pudo forzar en su garganta.
Si bien era cierto que no tenía aquellas arrasadoras ganas de besarlo y tocarlo de cuando era una adolescente, saber cómo hacía el amor y cómo besaba… Sentir ese olor a hombre y colonia, esa fuerza que emanaba de su presencia, no la ayudaba a rechazarlo. Además ella estaba metida en aquella cama… prácticamente desnuda bajo esa pijama de tela tan delgada…
- Tenemos que aclarar algunas cosas. Se suponía que Nicholas debía contarte del testamento. – Le dijo. – No lo hizo y yo supuse que debías conocer de la situación antes que… nada… - Dijo como si le fuera difícil decirle antes de qué. – Lucia se enojó muchísimo porque sus planes eran que yo te convenciera de casarte conmigo… y no decirte nada del testamento y del enorme compromiso que representa.
- Lo cual es una locura… ¿A quién se le ocurre que yo puedo convencerme de que me amas y que te quieres casar conmigo después de todo lo que me has hecho y dicho? – Preguntó amargada por la expresión de sacrificio que él tenía. Debía ser muy duro para él tener que pedirle el favor de aceptarlo. Y tal vez le era más doloroso renunciar a la libertad.
- Independientemente de lo que sintamos el uno por el otro, creo que debemos pensar en lo que es mejor para las familias a nuestro cargo…- Le dijo Andreas sin responder abiertamente a su ataque. – Más que un testamento, es un contrato con ciertas condiciones que me impiden total libertad en el manejo de mis negocios.
- Es una locura y lo sabes. Tú y yo no vamos a sobrevivir a una vida marital juntos… - Le dijo ella. – Estoy segura que Hermes no me quería en su familia y que en su retorcida manera de fastidiarme, dejó en mis manos la tarea de repartir su fortuna y dejarme la responsabilidad de dejar a más de uno en la calle.
- Estamos hablando de trescientos a cuatrocientos trabajadores fuera de servicio. – Le dijo Andreas. Miranda lo miró asombrado.
- ¿Por qué? – Preguntó curiosa. Andreas suspiró cansando.
- Si repartes las acciones y no puedo pertenecer a la junta directiva, tampoco me pueden contratar como gerente de la corporación… no hay un empleado con mi perfil para dirigir el negocio y este se vendría a pique… - Se veía fatigado y tenso. Miranda no vio mal que él se sentara en un borde de la cama. - a no ser que consigamos un socio tan interesado en mantener a todos los empleados con tradición como interesado en continuar la línea de la corporación. Eres muy buena en los negocios para desconocer que es una tarea colosal.
- Aún así… creo que Hermes se dejó llevar de ese tonto sentimiento de culpa que tienen Nicholas y Lucia con relación a mi enamoramiento frustrado contigo. Creo que ellos siguen pensando que no estamos juntos porque ellos se interponen.- Le dijo Miranda analizando una posible causa para que Hermes tomara la decisión que tomó. Andreas sonrió con ironía.
- Parece increíble que después de tantos años sigas viendo la vida como la mariposa tras la ventana. – Le dijo Andreas recordándole que le había comparado con una mariposa que ve la vida a través del cristal de una ventana y cree que dentro de la casa será tan feliz como fuera.
- ¿Qué quieres decir? ¿Hay algo que tú sabes y que yo no distingo? – Preguntó Miranda interesada.
- Cuando Lucia te hizo venir a trabajar para la corporación no tenía la intención de alejarte de mí… aunque no conocían de las condiciones que Hermes pondría un año después en su testamento… ellos querían en ese momento, que formáramos una pareja.
- Mentira. Mamá siempre me ha recalcado que eres mi hermanastro. – Le dijo Miranda. – Y que sería muy incómodo y bochornoso que la gente conociera de mis sentimientos por ti.
- Yo quiero casarme contigo. Pero no por las razones que tú piensas. No quiero compensar tus sueños adolescente destruidos… no hay sentimiento de culpa en mí. – Le dijo Andreas mirándola fijamente a los ojos. – Yo quiero probar lo que el abuelo quiere demostrarme con su contrato…
- Y no quieres perder tu status y tu fortuna…- Agregó Miranda con sorna.
- Y no quiero que quedes delante de los Stephanos como la culpable de su miseria. – Le dijo. Miranda suspiró.
- Ya te puedo ver leyendo y estudiando para encontrar una salida que me beneficie. – Le dijo irónica. Andreas sonrió con un dejo de amargura.
- Aunque no lo creas. – Le dijo sugiriendo que tal vez si tenía algún tiempo pensando en sacarla de ese embrollo sin lastimarla. - No voy a mentirte. Necesito el dinero… pero también necesito que veas que de las dos tareas que te dejó por opciones, mi abuelo, prefiero que tomes la del matrimonio.
- ¿Por qué es lo mejor para mí? – Preguntó ella con ironía. Andreas se levantó de la cama y caminó hacia la puerta de la habitación.
- Porque es lo mejor para todos. – Le dijo sin mirarla. Ya tenía una mano en el picaporte de la puerta cuando Miranda se escuchó decir.
- Está bien. Acepto. – Ella estaba más asombrada que Andreas. ¿Cómo había sido capaz de decir eso? Se preguntó mordiéndose el labio. ¿En realidad, estaba dispuesta a casarse con Andreas? Andreas estaba sorprendido y la miró indeciso antes de decir:
- Gracias. No te arrepentirás…- Le dijo con un tono dulce que Miranda no pudo asociar a un sentimiento. En el fondo de su corazón: ¿ Qué sentía Andreas por ella? Suspiró viendo como él salía de la habitación cerrando con cuidado la puerta.
Miranda se acostó a dormir y soñó una y otra vez durante toda la noche. Los primeros sueños fueron confusos recuerdos de su infancia. Era como si su mente hiciera un recorrido por su pasado. El sueño más real y el último de aquella noche fue su baile de quince años. A regañadientes, Nicholas había convencido a Andreas de ser la pareja de baile de Miranda esa noche. Para Miranda había sido un sueño todas aquellas horas de ensayo con el instructor de baile que su madre contrató. Y aquella noche de su cumpleaños…
Miranda había bajado las escaleras principales de la casa con un maravilloso vestido de princesa de cuentos de hadas... y la esperaba al final de las escaleras... el príncipe más perfecto que pudiera soñar… Miranda no había disfrutado un baile como aquel vals en brazos de Andreas… la tibieza de la mano que rodeaba su cintura… el aliento de Andreas sobre su sien…
Miranda despertó de golpe como si alguien la hubiese golpeado. Sentada en medio de la cama en su habitación aún a oscuras, recorrió con la mirada todos los rincones. Algo o alguien le había despertado pero no estaba segura de qué o quién. Sólo después de unos segundos reconoció que estaba en su antigua habitación de adolescente en la Mansión Stephanos.
Un toque ligero en la puerta y la luz del pasillo que se filtraba mientras alguien entraba a su habitación la hicieron pensar que le había despertado un toque anterior. Andreas apareció en el umbral de la puerta, vestido con ropa de trotar.
- Lo siento… ¿Te asusté? – Preguntó viendo la manera como ella le miraba y respiraba. Ella movió la cabeza de un lado a otro provocando que sus rizos flotaran alrededor de su cabeza y levantó las manos para peinarse con los dedos.
Preocupada como estaba de cuál podría ser su apariencia después de semejante noche con un sueño tan inconstante… no pensó que sus brazos levantados hacían que sus pechos se alzaran y se asomaran un poco más en el escote de pijama. Andreas tragó en seco y se obligó a hablar con tranquilidad mientras se acercaba a la cama.
- En realidad, estaba soñando y creo que a punto de despertar…- Le contestó mirando el reloj sobre la mesita a su derecha. Eran las cinco de la mañana… Miranda encendió la lámpara en la mesita.
- Cuando regrese de trotar tal vez ya haya venido a hablar contigo Lucia y yo quería hacerte algunas recomendaciones con relación a esa conversación… - Le dijo él con un tono muy formal. Miranda frunció el ceño. Andreas parecía muy nervioso.
- Supongo que no quieres una boda pomposa y que necesitas que se realice pronto.- Le dijo Miranda anticipando su solicitud. Andreas no querría una boda pomposa que alertara a todas sus mujeres acerca de su nuevo estado civil. Además odiaba el tipo de fiestas que organizaba Lucia, no le gustaban los periodistas.
- No… La fecha la decides tú, la boda la decides tú… Lo que tú organices, se hará…- Le dijo él con un tono muy sincero de cariño. Miranda se asombro de ello. – Lo que quiero es que mantengas nuestra relación real en secreto…
- ¿Qué quieres decir? – Preguntó Miranda frunciendo el ceño. ¿Quería él que fingiera que se amaban? ¿Pensaba él dormir con ella? Miranda se rodó hacia la cabecera de su cama y se abrazó a un enorme oso de peluche. Sólo pensar en acostarse con Andreas la había excitado y el roce de su blusita con sus pechos la hizo consciente de lo delgada y sugestiva que era aquella tela.
- Quiero galantearte… Tener una relación normal de noviazgo durante algunos… meses… antes que nos casemos. Eres demasiado importante en mi vida como para faltarte al respeto con una intempestiva boda que…
- Andreas…- Le interrumpió y él se acercó y le colocó dos dedos sobre la boca entreabierta. Miranda contuvo el aliento disfrutando de la tibieza de sus dedos contra sus labios y un hormigueo le corrió por el cuerpo acelerando su corriente sanguínea. Aquello era algo que no cualquier hombre provocaba en sus sentidos.
Había estado a punto de recordarle que no quería teatros de amor falso. Que no podía tener sentimientos de culpa por el recuerdo de que él había sido su sueño de amor adolescente. Que no necesitaba ser romántico y amoroso por un extraño y tardío sentimiento de solidaridad con ella. No quería su caridad.
- No digas nada. – Le dijo él con un tono de voz ronco y bajo como si aquel contacto con su boca también lo perturbara. Miranda frunció el ceño. – No quiero que tu madre se preocupe más de lo que ya está…
- ¿Cómo vamos a explicarle que después de todo lo que ha pasado entre nosotros y de dos años sin vernos, mañana anunciamos nuestra boda?- Preguntó Miranda quien no terminaba de entender cuál era su preocupación al respecto. No tenía nada de qué preocuparse por la clase de relación que mostrarían a los demás porque en realidad, nadie les creería nada.
- Lucia es muy importante en mi vida. Ha sido más que una madrastra y debo reconocer que mi padre habría muerto tras mi madre si no la hubiese tenido a ella para hacerlo continuar. – Le dijo revelando sentimientos que Miranda jamás creyó él reconocería. Sus dedos recorrieron el cuello de Miranda hacia el hombro.
- Igual… Lucia sabe que Giovanna te enloquece y que Karen sigue siendo una sombra en tu vida... y que tras ellas hay media docena...
- Tu madre… - Le dijo él dejando correr sus dedos por el escote de su pijama haciendo que fuese para ella difícil concentrarse en sus palabras. – está muy enferma. El estrés de tener una hija casada por conveniencia y sufriendo con un mal hombre… no es lo que necesita.
Miranda enmudeció. Al mismo tiempo que la asombraba la ternura y la preocupación que mostraban las palabras de Andreas, le torturaba el contacto de su mano recorriendo su pecho. ¿Cómo podía él estar hablando de su preocupación por su mamá mientras la seducía con aquella caricia tan provocadora?
- Si pudiéramos hacerle creer que algo ha cambiado entre nosotros y que nuestra relación funciona… - Le dijo él acercándose a ella lentamente. – más allá de la cama…
Miranda se derritió bajo su beso y lo hizo acomodarse sobre ella en la cama. No podía seguir negándose el placer de tenerlo. Aunque había hecho un esfuerzo por mantenerse ecuánime delante de él… la semioscuridad y la soledad de la habitación, su olor a hombre, su desnudez bajo aquel pijama… las dulces palabras que estaba expresando mientras hablaba de Lucia.
Andreas saboreó el contacto con su boca y la empezó a desnudar absolutamente embebido en el deseo de tener contacto con su piel. Miranda se dejó acariciar disfrutando de un placer que se había estado negando. Un placer que creía había olvidado y que no necesitaba y … sin embargo… su cuerpo estaba gritando porque él le diera más.
Y de repente, él se abrazó a ella y enterró la cara entre sus cabellos y su cuello. Durante unos segundos calmó su cuerpo y luego, murmuró:
- Lo siento… - Aquel susurró taladró el corazón de Miranda más que cualquier insulto. Nunca lo había escuchado disculparse tantas veces seguidas con una persona… y le dolía mucho más que se disculpara por besarla.
- No sé por qué tengo estas ganas de besarte… de tocarte… - Le dijo él hablando en susurros. Miranda lo empujó sin ser brusca y se levantó de la cama arreglando su pijama.
- NO te preocupes… - Le dijo caminando hacia el baño. – El momento…. La ropa…
- No… - Le dijo él como recuperando el aliento. – No estoy excusándome por haberte besado… es por el momento que he escogido… no es oportuno.
Odiaba que él siguiera leyendo en ella sus pensamientos como si fuera un libro abierto.
- De todos modos entre tú y yo jamás han existido momentos oportunos. – Le dijo ella lavándose la cara…- Mucho menos de sexo… Odias la manera en la que me “exhibo” y no te gusta que te busque…
Andreas maldijo en voz baja y se acercó a ella abrazándola con fuerza. Le hacía sentir que todavía la deseaba su cuerpo y que no era falta de interés lo que les impedía continuar.
- Me gustas. Te deseo. Me vuelves gelatina cuando me tocas.- Le dijo él. Miranda tragó en seco escuchando aquella declaración tan extraña en Andreas.
- Muevo las cifras de tu cuenta bancaria. – Le dijo ella tratando de ser hiriente. – Adoras esta casa y no quieres perderla.
Andreas la hizo dar vuelta con furia y tomó una de las manos de la chica y la colocó contra su pecho. Bajo los músculos firmes y cálidos del pecho masculino latía un corazón a mil. A Miranda le dio gusto sentirse atractiva para él sin embargo, dijo:
- Te gustan todas las mujeres sexys. – Expresó tratando de retarlo. – Yo lo sé muy bien. Por eso me arreglé los dientes, voy al gimnasio y estudio a todas las viejas con las que sales para decidir qué ropa usar si te voy a encontrar. – Le reveló con sarcasmo. Andreas se mostró preocupado.
- Lo sé. Y me avergüenza haber influido tanto en tu personalidad. – Le dijo. – Sé que te he hecho sufrir mucho pero quiero que sepas que me gustas como nadie. – Le dijo rodeando el rostro de la chica con sus manos, agregó: - Y no es por la maldita herencia…
Andreas la besó de nuevo tratando de hacerla sentir la intensidad de su deseo. Y la llevó a la cama y la dejó caer en ella, antes de quitarse la camisa de la sudadera y acostarse sobre la chica. Tenía los brazos de Miranda sujetos sobre su cabeza y la besaba milímetro a milímetro como queriendo aprenderse los trazos de su piel. Estaba a punto de empezar a desnudarla cuando un gemido de dolor los sorprendió y les hizo detenerse y mirar hacia la puerta.
Lucia colocó la bandeja que llevaba sobre una mesa auxiliar antes de sentarse en la silla del tocador. Estaba blanca como el papel y Andreas supuso que se desmayaría. Él reaccionó más rápido que Miranda y se levantó de un salto de la cama y le entregó a su madrastra, el jugo de naranja que venía en la bandeja. La hizo tomar un poco de su contenido antes de preguntarle si se sentía bien.
- Siento haber entrado así… - tartamudeó la señora. – Yo… no debí haber entrado de esta manera… - Dijo avergonzada. Miranda suspiró resignada.
Iba a ser muy difícil explicarle a Lucia que se iba a casar con Andreas para salvar al fortuna Stephanos y no por tener a Andreas en su cama. Pensó Miranda mientras se calmaba viendo que su madre tomaba un poco de color en sus mejillas. Andreas se arrodilló a su lado. Frunció el ceño: Estaba pensando casarse con Andreas?
- No digas nada. – Ordenó Andreas a su madrastra con el tono enérgico que utilizaba con Miranda cuando esta empezaba a decir tonterías.
- NO estoy enojada… - Dijo Lucia para tranquilizar a su hijastro. – NO voy a reclamarles nada Sólo me sorprendí al verlos…
No pudo concluir su descripción de la escena. Miranda podía imaginar que había sido muy reveladora. Ella estaba absolutamente derretida de deseo en los brazos de Andreas y había que ser muy estúpido para no saber con tan solo mirarla que estaba disfrutando de sus caricias.
Aunque más asombroso que la falta de recriminaciones de Lucia era que presentara excusas sobre su reacción ante Andreas si odiaba excusarse delante de la gente. Andreas tenía en su madre el mismo efecto arrollador que tenía sobre todas las mujeres. Concluyó Miranda observando a su madre.
- Miranda… está pensando la posibilidad de ser mi novia… - Le dijo Andreas. Lucia sonrió con un gesto irónico y miró a Miranda.
- No creo que la escena que presencié pueda tomarse como que lo está pensando… - Quiso bromear, Miranda se enojo por esto y se alejó rumbo al baño.
- Si no me necesitan en esta conversación, voy a ducharme. – Dijo entrando al baño. Antes de cerrar la puerta escuchó que Andreas le decía a Lucia:
- Estaba sacando telarañas de la mente de tu hija. – Lucia había sonreído antes de responder:
- Es un interesante sistema para quitar telarañas…- Miranda ya no quiso escuchar nada más y cerró la puerta del baño con cuidado.
Cuando Miranda bajó algunas horas después todos estaban desayunando alrededor de la mesa en el comedor principal. Andreas se levantó tan pronto la vio y se acercó a ella para anticiparse a su llegada.
- Sé discreta. – Le susurró antes de besarla rozando sus labios con los de la chica.
Miranda observó la sonrisa amplia y animada de su madre. Andreas tenía razón acerca de Lucia. Ella estaba sumamente enferma y si en el pasado jamás se preocupó por la salud de su madre, se debió a que ella siempre le pareció fuerte, rozagante… alguien resistente a todo.
Pero ahora la veía tan sensible a todo… Y hasta podía ver algunas arrugas alrededor de sus ojos y marcas de depresión en su rostro. Además estaba Nicholas. Él había sido un excelente padre y amigo con ella. Le había pagado los estudios en la mejor escuela de Estados Unidos y luego, la Universidad. Nada le había faltado en la vida gracias al dinero y el poder de estar en la familia Stephanos.
Miranda se burló de sí misma. Estaba buscando razones para justificar que tenía unas ganas enormes de probarse si podía ser la esposa de Andreas y seducirlo hasta enamorarlo. Cualquier otra justificación era… excusa.
- ¿Aún hay besos para el papá?- Preguntó Nicholas sonriendo. Miranda corrió a besarlo y abrazarlo con fuerza. Y luego, besó a su madre, quien estaba sentada al lado de su marido.
- Supongo que has arreglado tus diferencias con Andreas… - Dijo Lucia mirando su rostro como si buscara pensamientos escondidos.
- Siento no haber conversado ayer en la noche con ustedes. - Dijo ignorando el comentario de su madre. – Necesitaba tiempo para recuperarme de la sorpresa que me dejó por herencia el abuelo Hermes.
Andreas frunció el ceño preocupado por la reacción a su comentario. Nicholás miró a Andreas y Lucia se alisó la falda bajo la mesa.
- Esto del testamento ha sido muy difícil para todos. Tardamos unos tres años en resignarnos a que definitivamente no podíamos hacer nada en contra. – Le dijo Nicholas. – No hay una solución que no implique un descalabro económico o un escándalo.
- Además… tenías diecinueve años… - Dijo Lucía con voz insegura. – ¿Cómo darte la responsabilidad de una corporación como la de los Stephanos? – Agregó mirándola a los ojos buscando su aprobación a lo que decía. Miranda se mantuvo impasible.
- A ninguno de los tres nos pareció correcto ponerte en semejante posición de conflicto. – Le dijo Nicholas.
- Además conocieron sobre mis sentimientos por Andreas y la herencia habría sido todo un golpe de suerte… - Dijo Miranda retándolos a ser sinceros con ella.
- Para mí… sería maravilloso que ustedes se casaran pero no por salvar una fortuna. – Le dijo Nicholas. Lucia miró dentro de la taza de café en sus manos.
- Y para ti… Mamá… ¿Estarías de acuerdo con mi matrimonio con Andreas? – Miranda vio que el labio inferior de su madre temblaba mientras contestaba a su reto.
- Me encantará verte casada con un hombre que te ama y te respeta. – Le dijo Lucia sin acusar a uno ni defender a otro.
- Tenemos que casarnos… ¿Estás de acuerdo con eso? – Volvió a preguntar. Lucia suspiró.
- Sí. Si es lo que quieres hacer… me encantará ayudarte a preparar tu boda. – Le dijo Lucia. Miranda alzó una ceja en un gesto de asombro.
- Además… la boda no tiene que ser este mes. Todavía nos quedan un año antes que se cumpla la fecha estipulada por Hermes. – Le dijo Andreas. Miranda lo miró a los ojos.
¿Quién entendía a este hombre? ¿Quería o no casarse con ella? ¿Tenía un as bajo la manga o no había otra posibilidad que este matrimonio?
- Pues… Cualquiera diría que te mueres por casarte… - Dijo con ironía. Andreas le tomó una mano.
- No quise decir eso. Sabes que muero por casarme contigo… - Le dijo él exagerando un poco su tono de ternura.
- Sí… Ya sé que te quieres casar conmigo. – Le interrumpió para que no la pusiera en el papelón de ser tierna con él.
- No sabes cuánto ha luchado Andreas para sacarte de este asunto de la herencia… - Dijo Lucia tratando de abogar por Andreas.
- Antes que nada quiero que sepan que no he decidido aún si quiero casarme… Voy a tomarme un tiempo para ver cuánto ha cambiado… mi experiencia con él, ustedes lo saben no ha sido la mejor…
- Prometo no inmiscuirme más allá de mi papel de madre de ambos…- Le dijo Lucia mientras que Andreas la miraba con el ceño fruncido.
- Por supuesto… Es tal nuestro compromiso que si vas a vivir con Andreas, nos iremos a vivir a nuestra casa para permitirles estar solos… - Le informó Nicholas. Miranda lo miró sorprendida. No esperaba aquella propuesta.
- ¿Y de quién o de qué depende que me aceptes? – Preguntó Andreas ya bastante enojado por la posición arrogante de Miranda.
- De ti. – Respondieron los tres al unísono y sonrieron.
- Al menos están de acuerdo en algo. – Se quejó Andreas mirándolos. – Yo también puedo tener dudas…
Miranda alzó una ceja con aire divertido y asombrada dio vuelta para mirarlo mejor. ¿Dudas sobre ella? Babeaba todo el tiempo detrás de él y todavía tenía dudas… Qué descaro de hombre! Pensó mientras lo miraba sonreír satisfecho de haberla sacado de su pose de dueña de la situación.
- No vengas con tonterías. No vas a realizar una lista de pretendientes míos más larga que tu lista de amantes… Y jamás he mentido acerca de mis sentimientos por ti. – Le dijo sin pensar en cómo podía interpretarse lo que decía.
- ¿Acaso piensas que me haces una deferencia casándote conmigo? – Preguntó él herido en su orgullo. Miranda alzó una ceja con arrogancia. Pero no pudo responder porque Lucia exclamó:
- ¿Van a discutir? - La cara de angustia de Lucia los hizo reaccionar a ambos. Miranda se compuso el vestido y Andreas se aclaró la garganta.
- Para nada, mamá. Lo más seguro es que Andreas esté buscando que me enoje para besarme y aplacar mi ira. – Le dijo Miranda sin meditar lo que decía. Masculló una maldición y se mordió el labio.
Ahora si estaba dejando evidenciar que todavía moría por estar con Andreas. Se negó a mirarlo y se dio cuenta que Lucia no le creía una palabra.
- Está bien… me enojé un poco… puedo enojarme… ¿No? – Preguntó Miranda. Lucia miró a Andreas con cara de angustia.
- Lo siento… Tal vez me sentí un poco ofendido por la actitud de Miranda hacia nuestra boda… ¿Puedo sacrificarme y darle un beso para que te tranquilices?
Todos rieron ante el chiste menos Miranda que se levantó fastidiada de ser siempre la piedra de discordia y que Andreas siempre solucionara todo con una sonrisa y un mal chiste machista. Tiró la silla en la que estaba sentada y caminó hacia la puerta. Andreas la alcanzó y la abrazó estrechándola contra su pecho, manteniéndola de espaldas a él.
- Luego… a solas… puedes pegarme, insultarme… ofenderme…- Le susurró al oído. – Sé buena con tu madre y bésame.
- ¿Tiene que ser un beso? – Preguntó sabiendo que su reacción había sido exagerada y que debía arreglar la escena para la tranquilidad de su madre.
- ¿No quieres que te bese? – Preguntó él con un tono de voz ronco y bajo que Miranda sabía interpretar muy bien. Sus cuerpos rozándose como en aquel abrazo y no poder estar juntos… era una tortura.
En realidad… ¿Estaba tan enojada como para rechazar un beso? Ni siquiera el enredo de sentimientos y decisiones que su situación en aquella casa producían podía anular las ganas que tenía de sentirlo cerca…Se dio vuelta lentamente haciendo que su cuerpo se rozaran tortuosamente y Andreas gimió excitado. Recibió la boca de Andreas que besó la suya en un gesto tan apasionado que hasta Lucia contuvo el aliento.
Miranda cerró los ojos y deseó sentirse tranquila. Sentir que estaba tomando la decisión correcta. Que haría feliz a su madre, daría tranquilidad a la familia Stephanos y que le daría el privilegio de acostarse con ese hombre. ¿Qué más quería? Se preguntó. Nicholás se aclaró la garganta dando punto final al beso. Miranda se dejó separar de Andreas y apoyó su frente sobre el pecho masculino.
- Supongo que no voy a librarme de ti fácilmente. – Dijo Miranda tratando de recuperar el aliento. El gesto en la sonrisa de Andreas fue más bien triste.
- Alguien jugó nuestra suerte y enredó los hilos de nuestra vida. – Le dijo él enigmático. Nicholás habló desde la mesa.
- ¿Van a desayunar? – Andreas dio vuelta acomodándola a su costado.
- Algún día comenzaremos de cero. – Le dijo Miranda. Andreas sonrió.
- Eres tú la que insiste en recordar las jugadas del pasado…- Respondió él y la ayudó a levantar la silla y sentarse de nuevo.
- ¿Cuándo es la fecha ideal para la boda? – Preguntó Lucia tratando de llevar la conversación a un ambiente cordial. Miranda suspiró.
- En junio para que la luna de miel sea en un lugar soleado. – Dijo Nicholas antes que Miranda respondiera. Miranda frunció el ceño sin saber cuál era la lógica de aquella escogencia. – Te verías espectacular en un minúsculo vestido de baño… - Miranda sonrió ante la aclaración.
- ¿Por qué hay que esperar hasta el próximo año? – Preguntó Lucia. – Yo no les veo muchas ganas de esperar.
Miranda sintió que se sonrojaba. Andreas trató de ser conciliador.
- No acosen a Miranda… Ustedes tardaron cinco años en aceptar la idea… - Le recordó. Miranda suspiró.
- Dejémoslo como fecha tentativa. – Decidió ella. Terminaron de desayunar mientras Nicholas le explicaba a Miranda lo que debía hacer para saber todo con relación a la herencia y con quién debía conversar en la corporación para que le dieran algún consejo.
Luego Nicholas se levantó porque tenía una cita a las nueve. Lucia se excusó porque debía ir a atender asuntos acerca de una cena que daría para los Stephanos el viernes y Andreas se levantó y la hizo seguirlo al estudio.
Miranda tenía más de diez años que no entraba allí. Era una habitación bajo la escalera en el lado contrario a la sala que daba al jardín. Era el santuario de Andreas… En la época de juventud de Hermes había sido la biblioteca familiar y el refugio de Hermes y sus amigos para jugar dominó. Su gran pasión. Luego, la había heredado Andreas como su espacio privilegiado para estudiar.
Miranda se asombró al descubrir que nada allí había cambiado aparte de que el computador era portatil y que el equipo de sonido en el enorme estante de la pared era digital. La chica recorrió con un dedo el escritorio en el que muchas veces recibió clases extras de matemáticas y física de Andreas. Un esfuerzo de su hermanastro por ayudarla a subir sus notas.
- ¿Estás evaluando el lugar? – Preguntó Andreas sentándose en un sofá para dos. Miranda se fijó que el sofá era tan amplio que podía servir de cama. Y no dudaba que en más de una ocasión Andreas lo hubiese utilizado para dormir… o…
- Me pregunto como hay tantas constantes en un hombre tan inconstante en el amor. – Le dijo negándose a continuar el hilo de sus pensamientos.
- ¿No has perdido la vieja manía de sicoanalizarme? - Le dijo Andreas, y dio dos palmadas sobre el sofá en un gesto de invitación a que ella le acompañara.
- Y a equivocarme en mis conclusiones. – Le dijo ignorando su petición.
- ¿Fue muy doloroso que escogiera a cualquier cantidad de mujeres, tal vez muy difíciles de convencer… en lugar de una dulce y dispuesta adolescente como tú? – Miranda se sintió avergonzada por la manera tan cruda como él describía su amor adolescente.
- Creo que debes reconocer fue cruel no tenerme en cuenta. – Le dijo ella. Andreas asintió sorprendiéndola.
- Sin embargo, tenías a Jonathan, a Demetrio, a Francisco… - Empezó a enumerar los chicos con los que Miranda había salido o tenido alguna relación. Ella lo miró asombrada.
- ¿Cómo puedes señalarme con todos esos nombres… acaso te importaba tanto mi vida privada? – Andreas mantuvo una expresión en su rostro que no decía nada acerca de sus sentimientos.
- Desde que leí tu diario adolescente… me preocupó saber mi papel en tu vida. – Le reveló Andreas. Miranda se sintió interesada y se acercó a él sin pensar.
- Creí que tan pronto me subía al avión, te olvidabas de mí y de mi fastidiosa presencia. – Le reveló. Andreas sonrió con ironía.
- Sigues pensando que no te quiero…- Le dijo él mirándola de manera extraña. Miranda alzó una ceja.
- Cuántas veces has estado a punto de casarte… ¿Cinco? ¿A todas esas mujeres les has dicho que las amas? – Andreas sonrió.
- Y tú… ¿Amaste a Demetrio más de lo que sentías por mí?- Miranda suspiró resignada.
- Intenté. Al menos yo no terminé con él y te busqué para matar su recuerdo. – Le dijo recordándole lo que él había hecho cuando Karen lo abandonó.
Andreas se había aparecido en su apartamento de Miami dos semanas después de recibir la carta en la que Karen le decía que lo abandonaba. Miranda se sorprendió de verlo en el umbral de la puerta, pero más anonadada la dejó que él entrara y que obsesionado le hiciera el amor allí mismo en la sala. Sin decirle que la amara pero comportándose como un amante que visita a su concubina preferida, Andreas se pasó casi un mes con ella. Le hacía llegar ramos de flores, le regaló vestidos y joyas, la paseó por restaurantes y teatros… y un día, desapareció dejándole una carta sobre la cama.
Según él, no merecía tenerla a ella como compañera en la vida. Ella merecía un hombre espectacular que la amara con desesperación. El rumbo de los recuerdos de Miranda se interrumpió abruptamente ante el siguiente comentario de Andreas.
- Karen me dijo en su carta, entre otras cosas, que jamás hallaría a la mujer perfecta mientras no hubiese tenido una aventura contigo. – Miranda no pudo ocultar su asombro.
- ¿Qué dices? – Preguntó. Andreas sonrió con sarcasmo.
- Eso mismo me pregunté yo. Luego me fui a tu apartamento para comprobarlo y terminé haciéndote más daño… pero viví los días más maravillosos de mi vida…- Le dijo enronquecido por los sentimientos que surgían de sus recuerdos. Miranda frunció el ceño.
- ¿Por qué me dejaste entonces? – Preguntó intrigada. Andreas suspiró.
- Por idiota… por cobarde. Descubrí que serías capaz de casarte conmigo… y que no me dejarías en la puerta de la iglesia y… que yo no te dejaría plantada… y que sería para toda la vida… - Miranda aspiró una gran bocanada de aire como si se le hubiese acabado el oxígeno con aquella declaración y dio una vuelta nerviosa alrededor de sí misma.
- ¿Crees que voy a creer lo que dices? – Preguntó tratando de retarlo. Andreas se alzó de hombros.
- Es la verdad. Soy un maldito cobarde. No sé si pueda ser el hombre perfecto que tú buscas… - Le dijo. Miranda lo miró a los ojos en silencio y suspiró resignada.
- Yo no lo busco perfecto… sólo lo busco… hombre. – Le dijo ella. Andreas se quedó mirándola en silencio sin decir ni hacer nada.
Era muy difícil convencer a una mujer como Miranda que la amaba cuando tenía en sus manos la posibilidad de dejarlo en la ruina. Miranda empezó a acercarse lentamente.
- ¿Y yo soy ese hombre? – Preguntó Andreas. Miranda sonrió con ironía entendiendo por fin que la baja autoestima no solo era de ella… él también se había sentido inseguro de ser atractivo para ella. Acaso pensaba como todos que lo único que le atraía de él eran sus millones?
- No quieres serlo. – Le dijo y se sentó a horcajadas sobre él haciéndolo gemir de dolor por la intensidad de su deseo. – Sabes qué… seamos amantes… para todos estaremos casados… pero en realidad… entre nosotros dos no habrá sino una obscena y tortuosa relación de amantes…
Mientras le hablaba iba abriendo los botones de la camisa de Andreas. Su cabello cayendo sobre el rostro de ambos… Andreas tomó sus caderas y las juntó a las suyas. Miranda gimió de placer. Si todo fuese tan sencillo como aquello. Llevar y dejarse llevar. Tocarlo, sentirlo, desearlo y no pensar en nada. Miranda lo tenía prácticamente desnudo cuando Andreas la hizo acostarse sobre el sofá y la cubrió con su cuerpo.
- ¿Cómo hacerte entender que te quiero? – Preguntó él desnudándola.
- Hazme sentir que me amas… sólo hazme sentir…- le dijo ella y dejó de hablar para concentrarse en disfrutarlo y disfrutar de sus caricias.
Andreas la recorrió centímetro a centímetro con sus besos. Miranda disfrutó de su olor, de su contacto… Todo su cuerpo dormido a la conciencia y despierto al deseo. Quería que la siguiera tocando y cada caricia de sus manos o de sus labios la hacia temblar. Miranda exigió todo lo que su cuerpo deseaba y Andreas le dio todo lo que ella esperaba de un hombre… y más.
Luego se quedaron hablando en susurros sobre lo que debían hacer y tomaron la decisión de casarse en dos meses. Se perdonaron mutuamente la cobardía de no anteponer lo que sentían a los deberes que cada uno se había impuesto y conversaron hasta dormirse. Miranda despertó entre los brazos de Andreas y se levantó con cuidado. Él continuó profundamente dormido. Su expresión era de absoluta tranquilidad y satisfacción.
Miranda se vistió y salió del estudio con los zapatos en la mano, peinándose con los dedos para desenredar sus rizos. Lucia la llamó justo cuando llegaba a la escalera y Miranda dio un salto.
- Cielos, mamá! Vas a matarme de un infarto. – Se quejó Miranda sin mirar a la señora a los ojos.
- ¿Qué pasó? – Preguntó Lucia. Miranda puso los ojos en blanco. ¿Cómo decirle lo que había sucedido? No tenía confianza con su madre. Para ella, Lucia era casi una desconocida. Jamás se había dado a la tarea de acercarse a su hija y establecer con ella alguna conversación íntima. Esa sería, tal vez, la tarea más difícil para Miranda. Acostumbrarse a tener a Lucia a dos metros de cada una de sus acciones.
- No preguntes. Entre menos sepas mejor. – Le dijo tratando de abrir una brecha de confianza sin ser muy comunicativa. Lucia se sonrojó y se cubrió las mejillas con sus manos.
- Supongo que debo comenzar a organizar una boda para octubre. – Le dijo. Miranda movió enérgicamente la cabeza. No le diría que había escogido una fecha de boda porque empezaría a enloquecerla de inmediato con los preparativos.
- Espera… necesitamos un poco de tiempo. He estado sola y fuera de casa mucho tiempo… necesito reencontrarme con la familia… antes de decidir. – Le pensativa. Lucia asintió.
- Y tu relación con Andreas… Necesita tiempo… - Le dijo Lucia como si entendiera su posición. Miranda asintió.
- No es fácil para mí tener una relación con él en esta casa donde me reprimieron tanto. – Le dijo y se arrepintió de sus palabras pues sonaron a reproche. En el rostro de Lucia se reflejó la tristeza de lo que escuchaba. – Es decir… No estoy para noviazgos y tú lo sabes… estar con él en esta casa todavía es…
- ¡Hicieron el amor en el estudio! – Exclamó Lucia pues lo único que le importaba de lo que Miranda decía, era aquella información. Miranda volvió a poner los ojos en blanco y movió la cabeza de un lado a otro. Por nada del mundo aceptaría aquello.
- ¡Hey! Déjame organizar mi vida y acostumbrarme a estar en casa. – Le pidió.- Tal vez más adelante sea capaz de compartir contigo tales confidencias.
- Te lo prometo. No voy a preguntar jamás sobre nada de lo que hagas con Andreas. – Le dijo la señora comenzando a caminar hacia la cocina. – Así como prometo no entrar a ese estudio en el resto de mi vida. ¡Qué desvergüenza!
Miranda no dijo nada más. En realidad, no había explicación posible a algo que debía ser perfectamente natural. Si ya habían vivido casi un mes juntos y ahora estaban a punto de casarse… ¿No era normal que hicieran el amor? Miranda suspiró y se decidió a recluirse en su habitación.
Bien en aquella casa, no era normal que las parejas hicieran el amor como conejos por toda la casa. Pensó. Se daría un buen baño y trataría de comunicarse con sus amigos en la ciudad. Necesitaba distraerse. Cambiar de ambiente y respirar. Eso le haría sentirse mejor. Pensaba en cuál sería su mejor opción cuando sonó su celular. Frunció el ceño reconociendo el número.
- Corazón…- Saludó sin evitar que su voz sonara dulce y cariñosa. ¿Acaso podía alguna vez odiar a Demetrio?
- Supe que habías tenido que dejar la ciudad e irte a vivir a Barranquilla. – Le dijo él. - ¿Por qué no me avisaste?
- Fue una decisión intempestiva.- Le dijo y siguió su camino a su habitación mientras hablaba. - Mi madre me hizo regresar porque tengo que casarme con Andreas. – Le dijo sin preámbulos. Demetrio chifló al otro lado del teléfono.
- ¿Por qué? ¿Está embarazado?- Le preguntó con el mismo tono burlón con el que siempre se refería a Andreas.
Para Demetrio, en su relación con Andreas, Miranda siempre había tenido los pantalones y Andreas había sido “un debilucho que se deja corretear”. Lo había detestado desde el mismo momento en que lo conoció y no precisamente porque hubiese sido su primer amor, sino porque no lo consideraba digno para Miranda.
- Espero que haya crecido lo suficiente para darte la talla, amor. – Le dijo Demetrio. – O vas a tener grandes dificultades con ese matrimonio.
- Es un matrimonio de conveniencia. El abuelo Hermes me dejó la fortuna a cargo y él quiere asegurarse de que quede el dinero a los Stephanos. – Le resumió Miranda para no extenderse en explicaciones con Demetrio.
- Sé astuta y menos inteligente de lo que eres, amor. Asegúrate un futuro cómodo y confortable por encima de la felicidad de estar en sus brazos. – Le dijo Demetrio conociéndola muy bien. Miranda sintió deseos de llorar. Le gustaría tenerlo a su lado en ese momento tan importante en su vida. Cerró la puerta de su habitación y se recostó a ella mientras hablaba.
- No quiero dinero… Mi felicidad es vivir en paz y que me dejen hacer lo que quiero hacer. – Le dijo ella.
- De felicidad no viven los ancianos. No seas emocionalmente inteligente, sé rebruta y asegura tu vejez. – Le repitió él. Ya se podía imaginar Miranda que él se la pasaría llamándola a diario para ver qué estaba haciendo. - ¿Tienes que dirigir la corporación?
No hay comentarios:
Publicar un comentario