“Luisa María Vásquez” Se dijo la chica que caminaba suavemente hacia la cama. “Estás nada más y nada menos, que delante de Mercurio. ¡Tu cantante favorito!” Suspiró tratando de calmarse. Cuando aceptó la aventura que Mateo Avila le propuso no sabía que terminaría conociendo a Mercurio Nikolas.
¿Qué hacer? ¿Qué haría Teresa Lucia si estuviera allí? ¡Qué hora para pensar en Teresa Lucia, la chica más famosa de su escuela! Su ídolo de la vida real. Mercurio se revolvió entre las sábanas y Luisa contuvo el aliento. ¡Él estaba desnudo! ¡Cielos! ¿Idolo de la vida real? ¿Acaso no era real un hombre más bien moreno, metro noventa de estatura, sin un gramo de grasa de más en todo el enorme cuerpo que se exponía desnudo ante ella en medio del sueño.
¿Cómo había terminado en la habitación de su cantante favorito con él desnudo en su cama? Fácil. Su buen amigo Mateo le había conseguido uno de los uniformes de las chicas que servían de auxiliares para atender a clientes VIP del hotel. Luisa lo llevaba puesto en ese momento y se había metido en la habitación con la convicción de conocería al actor que protagonizaba su novela preferida. Así le había hecho creer Mateo cuando le dio las señas de aquella habitación.
Luisa observó deleitada aquel cuerpo perfecto. Si bien es cierto que Marcelo Cezán era un verdadero bombón, Hermes no estaba fuera de competencia. Se dijo acercándose un poco más. ¿Cómo era que este hombre no sentía ni su presencia ni la fuerza de su mirada? Ella estaba comiéndoselo con los ojos y él a duras penas movía su pecho al respirar.
¿Se despertaría él si le daba un beso? Una vez había besado a Raúl Torrente, el chico más guapo de su salón, mientras dormía la siesta en una actividad de integración del colegio. Raúl apenas si se había removido inquieto para seguir durmiendo plácidamente. Luisa se acercó. ¡Diablos! Más que dormido, Hermes estaba borracho. El olor a alcohol casi la hace estornudar.
¿Sería él un vicioso del alcohol? Se preguntó mordiéndose el dedo meñique de la mano como solía hacerlo cuando estaba nerviosa. Él volvió a dar vuelta en la cama y quedó boca arriba. Luisa se subió en la cama quitándose primero los zapatos. Eran unos suecos con plataforma de madera y no quería que hicieran ruido si se le caían.
De rodillas, junto al pecho de Nikolas, se inclinó apoyando sus manos a lado y lado del cuello masculino. Lo besó primero rozando sus labios con los de él. Él gimió y entreabrió la boca. Luisa volvió a acercarse y lo besó, está vez más apasionadamente. Sin saber cuándo ni cómo terminó debajo de él besándolo tan atrevidamente como jamás alguien lo había hecho. ¡Cielos! Gritó su mente. Él no abría los ojos, sólo le acariciaba el costado con una mano y la besaba sujetando las piernas de la chica con las suyas.
- Hueles... a rosas.- Le dijo él con voz ronca. ¿Con quién la confundía? Se preguntó Luisa pero él metió su mano por debajo de la camiseta del uniforme y rodeó con sus dedos uno de sus senos. Luisa se sintió morir. ¡Diablos! Era Nikolas. El hombre con el que soñaba desde los trece y la estaba acariciando como nadie lo había hecho en su vida.
Luisa no pensó en el guardia de seguridad en la puerta, ni que Mateo le había dado media hora. Media hora y ni un minuto más antes de irla a ayudar para salir de allí. Sólo podía pensar que al día siguiente cumpliría 19 años y que en ese momento tenía su mejor regalo: Hacer el amor con Nikolas.
Lo ayudó a quitar la ropa que ella llevaba puesta y se deleitó en el placer de verlo besarla, tocarla, acariciar su cuerpo como si fuera una preciosa mujer que lo enloquecía. Algunas veces, él la miró a los ojos en silenció como tratando de hallar su nombre en su mente. Entonces, Luisa tomaba su cabeza entre sus manos y lo besaba apasionadamente. Tan sexy como podía imaginar que a él pudiera gustarle.
Cuando él bajó por su vientre acariciando el interior de sus piernas con su boca, Luisa se asustó, trató de detenerlo pero sin mucha insistencia. Él gimió y se subió sobre ella.
- Lo siento. Eres... una delicia. Una delicia. – Murmuraba él deleitado en el placer que le daba tenerla bajo de él y penetrarla. Luisa se obligó a relajarse y disfrutar. No tuvo que hacer mucho esfuerzo.
¡Cielos! Aquello era maravilloso. No sabía si era más hermoso tener sexo o disfrutar a este hombre hermoso que amaba con locura juvenil. En todo caso, llegó al climax con una intensidad que la dejó impresionada. Pero desbordar energía en el sexo disipó la neblina de la borrachera de Nikolas y Luisa empezó a escuchar sus preguntas:
- ¿Cómo te llamas? ¿Te envió Don? – Preguntó él. Luisa lo empujó sobre la cama y empezó a vestirse con rapidez.
- ¡Diablos! ¡Diablos! – Gimió Luisa pensando en cómo salir de allí. Su mente salió de la nebulosa en la que se había hundido en medio del juego sensual.
- ¿Eres una de esas locas fanáticas que sueñan con tener sexo con su cantante favorito? – Preguntó él, dejándola liberarse.
Luisa terminó de vestirse sin responder. No deseaba que la conociera, no quería que supiera de los motivos que la llevaron allí.
Primero, porque se suponía que no debía estar allí. Cuando Mateo Ávila, su mejor amigo le dijo que entrara a esa habitación donde supuestamente podría pedir un autógrafo de un famoso actor, no se imaginó que se trataba de Mercurio.
La segunda razón era su padre. ¡Qué escándalo si la prensa se entera que la hija del gerente del Hotel se acostó con Mercurio! Casi llegaba a la puerta cuando Mercurio la alcanzó y la tomó por el cabello. No lo hizo con fuerza pero tampoco con amabilidad.
- ¿No vas a decirme tu nombre? – No lo había oído moverse pero en su piel un sexto sentido le advirtió de su cercanía. No le sorprendió por ello que él la sujetara.
- ¿Para qué quieres saber mi nombre? – Preguntó ella gimiendo de angustia más que de dolor.
- Entonces: ¿Es verdad? ¿Eres una de esas mujerzuelas que Don suele enviarme? - Luisa se mordió el labio. Aquello era una locura.
No podía dejarlo con la impresión de que era una prostituta. ¿Y si la reconocía en otras circunstancias? Luisa suspiró resignada.
- Vine aquí porque quise y ahora me voy por que no puedo quedarme. Mi nombre es Lulú. – Le dijo ella tratando de convencerlo. Se zafó de él y salió por el pasillo corriendo sin detenerse. El guardaespaldas de Mercurio no pudo reaccionar a tiempo al ver que la chica salía corriendo escaleras abajo y que Mercurio completamente desnudo y con señales de haber hecho el amor se asomaba en la puerta.
Luisa tocó a la puerta de Mateo y este le abrió de inmediato. La chica exhaló ruidosamente todo el aire de sus pulmones.
- No puedes estar aquí. Tu papá va a matarnos. – Le dijo mateo por saludo. Luisa se fue directo al baño y se quitó la ropa sin preámbulos.
- Necesito ducharme. - Le dijo. Metiéndose bajo la regadera.
Tenía que bañarse. No era capaz de aparecer delante de su padre con aquel olor a hombre y sexo sobre su piel. Suspiró deleitándose en el recorrido y la suavidad del agua corriendo por su cuerpo, tal como las manos de Mercurio antes le habían recorrido. Cerró los ojos y trató de olvidarlo. ¡Nada! Aquello sólo le traería problemas.
Dios... Dios... Gimió bajo el agua. ¿Por qué tenía que ser tan elemental? Se pasó las manos con jabón una y otra vez por todo su cuerpo como tratando de borrar las huellas de las caricias de Mercurio.
Mateo tocó a la puerta del baño.
- Sal antes de que me dé un infarto. – Le dijo. Luisa cerró los ojos. ¿Qué iba a decirle a Mateo? Si le decía una mentira, no podría mirarlo a los ojos. Mateo y ella eran amigos desde el preescolar. No podía ocultar algo como lo que le había sucedido a alguien que parecía adivinar sus pensamientos.
Luisa cerró la ducha y se secó con una de las toallas del hotel. Se colocó su ropa interior sucia, igual que su conciencia y se puso su vestido de trotar. Aquel con el que había llegado al hotel. El uniforme de empleada del aseo quedó hecho un nudo en el suelo del baño.
Tan pronto salió del baño recibió una taza de café de su amigo. Luisa miró la bebida más bien oscura en el interior de la taza. Suspiró y se tomó casi la mitad en un solo trago. Mateo la seguía observando de cerca.
- ¿Qué pasó? – Preguntó Mateo después de unos segundos en silencio. Luisa empezó a caminar por la habitación. Encontró en una mesa una taza de café y se la tomó. Miró con curiosidad las tostadas pero no se comió nada más. Dejó la taza vacía sobre la mesa y se dejó caer en la silla.
- ¿Por qué no me dijiste que era Mercurio? – Reclamó Luisa. Mateo sonrió aunque seguía mostrando preocupación en su rostro.
- Quería darte una sorpresa. Si te decía lo que encontrarías no tenía gracia. – Le respondió con sencillez ignorando lo confuso y sórdido de la sorpresa. Luisa volvió a servirse café.
- Pues me sorprendiste tanto que no le pedí el autógrafo y casi no salgo viva de allí. – Le dijo inventando algunas excusas que le evitaran tener que decir la verdad de la razón de su ansiedad.
No podía darle información a Mateo para que luego en alguna borrachera con su mejor amigo, el hermano de Luisa, terminara revelando como había perdido la virginidad su pequeña y traviesa hermana. Nada. Nada podía contarle a Mateo de su encuentro con Mercurio. Si contaba aquello y llegaba a oídos de su padre su beca a Estados Unidos y los dos años que viviría allí se irían al trasto.
Luisa no tenía ninguna duda de que si su padre la miraba como alguien capaz de acostarse con su artista favorito por tener una experiencia maravillosa en su vida, haría lo imposible por no permitirle vivir en Estados Unidos los próximos dos años. Había luchado con ahínco estudiando a sol y a sombra durante los tres últimos años para que su padre aceptara ayudarla a tramitar una beca en Estados Unidos.
Como Gerente de uno de los hoteles más importantes de aquella cadena hotelera, las puertas para todo tipo de favores estaban abiertas de par en par. ¿Cómo no iban a recibir a Luisa María Vásquez, la hija de Don Andrés Vásquez, en la Universidad de Bostón, si la mayoría de sus más honorables miembros se alojaban con preferencias en los Hoteles de la Cadena American United? Andrés era una antioqueño educado con estrictos valores morales del siglo pasado. Sus hijos debían ser ciudadanos sin tacha y con una conducta a prueba de escándalos.
No admitía que Luisa diera un solo paso sin informárselo, para estar seguro de que su comportamiento era el mejor. Luisa suspiró. Una carga demasiado pesada para sus hombros, eso era la estricta crianza moral de su padre. Y sacudió los hombros como si quisiera quitarse la carga de encima.
- No vas a contarme lo que te sucedió con Mercurio. ¿Verdad? – Le dijo Mateo.
- No creó que debas saber nada con detalle. Lo conocí, conversé con él y punto. – Respondió ella. Dejó la taza sobre la mesa y estaba a punto de salir cuando alguien tocó a la puerta.
Los dos cruzaron una mirada cómplice. Y Luisa se mordió el labio inferior.
- ¿Me puedes recibir, Mateo? – Preguntó la educada y cortés voz de don Andrés Vásquez desde el otro lado de la puerta. Luisa empezó a brincar haciendo gestos con las manos y con la cara como solía hacerlo cuando estaba asustada. Mateo la agarró del brazo y corrió con ella al dormitorio, miró a todos lados y se decidió por el armario. La mitad del closet estaba desocupado. Luisa empezó a respirar contando hasta cinco cada vez que exhalaba. Mateo le pidió silencio.
Mateo fue a la puerta y la abrió. Don Andrés le sujetó la mano con fuerza y entró.
- ¿Vas de salida? – Preguntó con amabilidad. Mateo miró la ropa que llevaba puesta. Ni siquiera recordaba su primera cita del día. Estaba tal vez más asustado que Luisa.
- Oh, sí. – Dijo recuperando el dominio de sus nervios. – Invité a su hija a un paseo por la playa. Luego tengo un encuentro con ex compañeros de colegio.
- De Luisa es de quien quiero hablar.- Le dijo Andrés caminando a un sofá que quedaba de espaldas al armario. Mateo se sentó enfrente.
Luisa contenía el aliento y había cerrado los ojos en un intento infantil de hacerse invisible. Luego abrió los ojos. ¿Qué iba a decirle su padre a Mateo?
- ¿De Luisa? Dígame don Andrés, ¿Qué hay con Luisa? – Preguntó Mateo tratando de simular calma.
- En su fiesta de cumpleaños de mañana, voy a darle una sorpresa. – Le dijo con tono divertido. Mateo se tranquilizó. – Necesito que te lleves a Luisa a dar vueltas y la traigas a las 9:30, ni antes ni después.
- Caramba, Señor Andrés… - Dijo Mateo tan asombrado como Luisa. El señor Andrés odiaba las sorpresas y detestaba que Luisa llegará a punto de comenzar la cena.
Ahora le estaba diciendo que le daría una sorpresa y que no la quería a tiempo…
- Lo ayudaré encantado. Usted no tiene esos detalles muy seguido. – Le dijo Mateo siendo un poco atrevido con el señor. Sin embargo, Don Andrés lo tomó con calma. Luisa hizo una mueca de disgusto. Si hubiese sido de ella el comentario, estaría castigada hasta el final del siglo XXI. Su padre era un machista empedernido.
- Es un intento por reconciliarme con ella. Durante estos últimos tres años hemos estado en pie de guerra. – Confesó asombrando aún más a los dos jóvenes.
- Luisa quiere más independencia de la que yo hubiese deseado darle y… en mis esquemas es algo difícil de aceptar.
- ¿Y de qué se trata la sorpresa? – Preguntó Mateo. Don Andrés sonrió.
- No te lo voy a contar. Podrías ser indiscreto y dañarme el teatro. Le dijo don Andrés levantándose del sofá. – Sólo puedo adelantarte que tiene relación con su fascinación por la música.
Don Andrés caminó hacia la puerta. Marcos se quedó mirando la puerta del armario unos segundos y luego reaccionó corriendo para acompañar a Don Andrés hasta su puerta.
- Ya sabes que Luisa tiene que llegar a las 9:30 p.m. Al restaurante del hotel. Es que debo organizar algunos detalles. Mateo asintió.
Andrés se fue después de estrechar la mano de Mateo. Luisa salió del armario y se dejó caer en el mismo sofá donde había estado sentado su padre.
- ¿Puedes creerlo? – Preguntó la chica. Mateo sonrió.
- Es tu padre, alguna vez tenía que dar muestras de locura. – Le respondió Mateo divertido. Ya don Andrés había asombrado a su hija, sin saberlo.
- Pobrecito. Sin saber lo loca descocada que eres y cuanto hace bien en tenerte vigilada, te dará una sorpresa para calmar su conciencia. – Le dijo Mateo. Luisa le lanzó un cojín.
- No soy descocada. – Dijo sonrojada recordando que había hecho el amor con Mercurio. – Soy joven y papá quiere que me comporte como una mujer de 35.
- ¿Cuál será la sorpresa? – Preguntó Luisa pensando en voz alta.
- Ya escuchaste que no quiso decírmelo. Me considera imprudente. – Comentó burlón. Luisa sonrió.
- Papá considera imprudente a medio mundo. El único capaz de guardar secretos es él.- Le dijo Luisa levantándose para marcharse. Después de asegurarse que Don Andrés no andaba por ahí, acordó un lugar y una hora para encontrarse con Mateo y luego, se fue a casa.
El día pasó volando. La mañana con Mateo y luego encontrarse con sus amigos de escuela… todo había sido muy divertido y las horas se había pasado en un parpadear. Había visitado su escuela y se habían ido a almorzar con un grupo de 25 compañeros de su promoción. Algo nunca antes visto en los tres años de encuentros desde que se habían graduado. Pero el viaje de Andrés para irse a estudiar a Londrés y la posibilidad de que Luisa se fuera a Estados Unidos motivó a sus amigos a hacer el esfuerzo para encontrarse.
Parecía que la escena de sexo en la madrugada se desvanecía cada vez más a medida que los minutos se marcaban en el reloj. Suspiró pensando que había actuado como una mujerzuela. Se había metido en la habitación de un hombre y con toda premeditación, le había dejado hacerle el amor. Había sido una decisión instintiva. Tenía tantos deseos de estar con un hombre y en aquella cama estaba uno de los más atractivos… ¿cómo iba a dejarlo ir?
Mateo la invitaba todo el tiempo a revelarle su secreto pero Luisa se mantuvo en su decisión de no contarle. No era fácil guardar un secreto. Por lo menos no para Luisa. Tenía la impresión que los secretos eran una carga demasiado pesada para su mente y le gustaba viajar en la vida ligera de equipaje.
Además, ¿Cómo conservar una buena imagen suya delante de Mateo contando semejante suceso sórdido y calculador? Mateo la había llamado descocada porque deseaba fervientemente demostrarle a su padre que estaba viviendo en el siglo anterior y que ella era de este siglo. Mas en realidad, por lo menos sexualmente, no era tan liberal como la palabra insinuaba. Suspiró tomando la cuarta copa de champaña y Mateo le quitó la copa de la mano.
- Hey. Mañana tienes todo un acontecimiento familiar. Vas a estar muriéndote con el guayabo si sigues bebiendo así. – Le dijo Mateo sonriendo. Luisa suspiró.
- ¿Qué habrá planeado? Te lo juro que no dejo de hacer conjeturas acerca de qué podría estar planeando mi papá- Mateo sonrió.
- Yo no soy curioso y tu padre me tiene igual de intrigado. Es que no me lo pinto dándote una serenata como las que te gustan, o regalándote un equipo de sonido… no sé.- Le comentó sus conclusiones.
- Si… YO también le he dado vueltas a esto de la música que mencionó. – Le confesó Luisa. Mateo pagó la cena.
- ¿Qué tal que sea una serenata de Mercurio? - Preguntó Mateo y como estaba inclinado firmando la factura por el pago por tarjeta, no observó como Luisa palidecía y quedaba muda.
¿Serenata con Mercurio? Dios del cielo. Ese sería un castigo no una serenata. Mercurio frente a ella. Y… ¿si la reconocía? No. Aquello no podía sucederle a ella.
El mundo entero daba vueltas alrededor suyo. Como no respondió de inmediato a la invitación de Mateo a marcharse, esté creyó que estaba borracha y la tomó del brazo. A Luisa todo le daba vueltas.
- Estás borracha. Lo que me faltaba. Tu papá me va a matar. – Le dijo Mateo llevándola por la pista de baile hacia la salida.
Toda la noche fue una tortura de pesadillas que se sucedían una a la otra sin final. Mercurio descubría que ella era la hija de Don Andrés y le cruzaba a bofetadas frente a la familia ofendido porque la chica hubiese fallado así a su padre. Otra donde Mercurio aparecía durante la cena y le hacia comentarios atrevidos por desconocer que era una niña de familia y no una cualquiera.
Se levantó a las cinco de la mañana bañada en sudor y sin el menor deseo de volver a dormir. Se bañó reparando cada centímetro de su piel y deseó poder cambiar el color de la piel.
Pensó entonces en cambiar el color de su cabello. Se miró en el espejo del baño e imaginó cómo se vería con el cabello rubio… o tal vez rojo… Suspiró. Aquello era una tontería. Rubia, roja, Mercurio tenía que ser capaz de reconocerla de cualquier manera. La había recorrido entera con sus manos y con su boca. Se dijo y cerró los ojos ante la fuerza de aquel recuerdo. ¡¡Maldición!! Exclamó y salió de la ducha.
No podía recordar un día peor que aquel. Ni siquiera aquella navidad en la que esperaba le regalaran una Barbie y su padre le regaló una bicicleta. Las barbies eran sinónimos de coquetería y desvergüenza… nada dignas de una niña de doce años.
Se dedicó a arreglar su habitación organizando todo con una precisión milimétrica. En un tonto intento por comenzar a organizar su vida. Mientras tanto pensaba una y otra vez en qué vestido usar o qué maquillaje utilizar para verse mayor o menor, cualquier cosa que le hiciera verse como cualquiera menos como ella misma.
Se torturó tontamente durante todo el día. Terminó usando un vestido muy delicado y femenino que la hacía ver más niña de lo que en realidad era. Se maquilló de manera sutil y sencilla, y así mismo fue su peinado con el cabello cayendo en cascada sobre su espalda. Negro intenso, tan negro como sus ideas.
Mateo apareció a las siete y dijo que la llevaría “por ahí”. Luisa se subió al auto y dejó que él condujera sin darse cuenta del rumbo. Estaba concentrada en inventar mil historias que justificaran su decisión de hacer el amor con él en lugar de detenerlo.
Cuando Mateo detuvo el auto y la invitó a entrar en la iglesia. Luisa frunció el ceño. Mateo iba a volverla loca. ¿Para qué la traía a una iglesia? Él solo caminó hacia una banca en la zona central y se sentó.
- ¿Una misa? ¿Escucharemos una misa antes de mi sorpresa? – Le preguntó susurrando Luisa. Mateo no la miró.
- Quería regalarte algo que jamás le regalaré a alguien. – Le dijo Mateo. Luisa alzó una ceja asombrada.
- ¿Una misa? – Repitió sin salir de su asombro. En serio que Mateo trataba de volverla loca.
- Media hora contigo misma para que decidas qué es lo mejor para ti en este momento: Vivir sola en Estados Unidos o vivir con tus padres. – Le dijo Mateo y la celebración comenzó.
Luisa lloró varias veces durante los momentos de oración. No merecía una familia y unos amigos como los que tenía. En especial, no merecía a Mateo y su amistad incondicional. No sabía cómo había hecho para conseguir tener una relación tan estrecha y sincera con Mateo sin enamorarse el uno del otro.
Estaba muy deprimida cuando salió de la eucaristía. Sin embargo, Mateo comenzó a llevarla a los lugares que les gustaba cuando niños. Comieron helado y golosinas, y Mateo le habló horas enteras acerca de lo maravillosa y especial que Luisa era.
- No puedo pensar en una mujer que en vida pueda tener un lugar más cercano a mi corazón. – Le dijo cuando ya caminaban por el parqueadero del hotel. Se habían pasado cinco minutos de la hora acordada con su padre y Luisa podía imaginar la ansiedad de su papá mientras miraba y miraba la puerta del restaurante.
- No te pongas sentimental. – Le dijo Luisa que ya había llorado demasiado ese día. – Voy a tener que maquillarme de nuevo antes de entrar al restaurante por culpa de tu paseo.
- No es sentimentalismo. – Le dijo Mateo.- Eres mucho más especial de lo que será la mujer con la que algún día me case. ¿Sabes por qué? Porque entre tú y yo no están de por medio las mezquindades y egoísmos que trae el sexo.
- En eso tienes toda la razón. – Le dijo y sus preocupaciones de la mañana se revolvieron cuando vio el afiche de Mercurio en el pasillo hacia los baños. ¡Cielos! Suspiró en silencio. Sólo verlo pintado en un papel le hacia temblar. Se maquilló lo más rápido posible y se unió a Mateo. No quería que su amigo la dejara entrar sola al restaurante. Tenía miedo de hallar a Mercurio en su camino hacia ese lugar.
Toda la familia estaba sentada alrededor de una enorme mesa preparada de manera exquisita. En el lugar principal al otro lado del lugar de su padre, había una tarjetica de las que colocan para advertir la reserva de la mesa. Don Andrés le señaló a Luisa que ese era su lugar y la chica caminó hacia él mientras daba besos y estrechaba manos a la media docena de familiares en ese lado de la mesa. No era una tarjeta común y corriente y eso le llamó la atención a la chica.
Tomó la cartulina de color lila degradado y la abrió. En el interior la leyenda rezaba:
“ ¡Felicitaciones! Tu proyecto de grado fue aceptado y conseguiste la beca para estudiar en Harvard University.”
Luisa parpadeó varias veces aturdida ante el significado de aquellas palabras. Era una sorpresa increíble y tenía que ver con la música pues su proyecto de grado era un estudio sobre la influencia de la música en las actitudes y comportamientos de los jóvenes. Estaba absurdamente decepcionada y aliviada a la vez por saber que no era Mercurio su sorpresa. ¿Quería o no que Mercurio apareciera? Se preguntó buscando qué decir pues su familia la observaba curiosa. Caminó casi corriendo hasta la silla de su padre y le besó en la mejilla.
¡Qué tonta! Aquella tarjeta también significaba que su padre le permitía marcharse a Harvard y vivir sola e independizarse. Y luego, besó a su mamá.
- Jamás imaginé esto. – Dijo emocionada. - ¿Cuándo recibiste la respuesta? - Dijo sacudiendo la tarjeta en el aire. Don Andrés la miró con aire enigmático y no respondió. – Pensé que la enviarías a la Universidad de Bostón para que la tía Carolina me vigile…- Le dijo y el tiempo se detuvo.
Entonces la música invadió la habitación. Luisa se paralizó escuchando los acordes que comenzaban su canción favorita en el último álbum de Mercurio. Una tonada que jamás olvidaría en su existencia. Sintió como la sangre abandonaba su rostro y era incapaz de dar la vuelta para ver a Mercurio. Su peor pesadilla del día se hacía realidad y no podía siquiera calcular qué sucedería después.
Mateo apareció como el súper héroe de las películas que atrapa entre sus brazos a la protagonista en apuros. Fue quien hizo girar a Luisa y la llevó hacia donde Mercurio cantaba medio sentado en una banca alta.
- Si no te controlas vas a caer al suelo. – Le susurró Mateo colocándola frente a él, contra su cuerpo. Luisa se aferró a las manos de su amigo.
- No entiendes. – Le dijo entre dientes, gimiendo al borde del llanto. Sin atreverse a quitar los ojos de los ojos azules de Mercurio.
- Creo que comprendo mejor de lo que crees. En aquella habitación, pasó algo que te tiene asustada. – Le dijo. Luisa miró el rostro de su amigo y luego a su familia que la miraba expectante esperando su reacción a la presencia de su cantante favorito.
Regresó la mirada a los ojos azules de Mercurio, quien cantaba con la mirada fija en ella. ¿La había reconocido? Sintió que palidecía y, luego, se sonrojó ante la expresión de deseo que descubrió en la sonrisa del cantante. Bajó los ojos y se acercó al oído de Mateo:
- Me acosté con él. – Susurró casi llorando. Mateo apretó el abrazo con tanta fuerza que Luisa tuvo miedo de que le rompiera un brazo. Gimió de dolor y lo miró angustiada.
- No me odies. – Tartamudeó. Mateo frunció el ceño, la miró confundido y luego, la soltó suavizando su expresión.
- ¿Te violentó? – Preguntó. Luisa suspiró aliviada porque la reacción de su amigo era ante la idea de que hubiese sido una violación y no el acto más loco de su amiga.
- No. Nada de eso. Él estaba borracho y yo… loca… - Le dijo susurrando tratando que nadie más la escuchara. – Te explicaré después, ahora, ayúdame a que no me reconozca.
Su padre se acercó con una expresión de curiosidad en su rostro.
- Me declaro imposibilitado para entenderte. – Se quejó Andrés. – Estaba seguro de que saltarías, gritarías y que no pararías de reír… y aquí estás paralizada cuchicheando con Mateo.
- No es eso… yo estoy sorprendida. – Le dijo tartamudeando y miró a Mateo. Este se alzó de hombros como diciendo que estaba de acuerdo. Aquella no era la reacción normal de Luisa en una sorpresa.
- Estoy tan sorprendida que no sé qué diablos hacer para no verme… ridícula. – Le dijo recurriendo a su mayor esfuerzo creativo.
Entonces Mercurio terminó la canción y la familia aplaudió. Luisa se mordió el labio. ¿Qué debía hacer ahora? Se preguntó dando vuelta lentamente. Mercurio pronunció su nombre con un tono tan sensual y romántico que Luisa no pudo evitar sentir que sus piernas iban a doblarse. Además de que su cuerpo comenzó a transpirar emocionado casi como si él la hubiese tocado.
Luisa se acercó a él sin tener absolutamente claro qué decir y qué hacer. Trató de imaginar los gestos, el acento que había utilizado para hablarle para no repetirlos pero sólo podía sentir el intenso olor varonil de su perfume, la suavidad del roce de sus manos al estrechar la mano de Luisa y la angustia de estar expresando en su rostro lo mucho que le gustaba.
Mercurio la haló hacia él y le rozó la mejilla con sus labios en un gesto tan lento y seductor que Luisa podía imaginar cómo la veían sus familiares. Absoluta y tontamente seducida por el maldito hombre. Él no soltó su mano sino que enlazó sus dedos a los de la chica y la hizo recostarse un poco a la pierna que descansaba sobre la silla alta.
- Esta es una celebración que pocos estudiantes de Colombia pueden realizar. Entrar a Harvard con el puntaje y la beca que tú has obtenido… - Le dijo. Luisa no tuvo tiempo para pensar en la magnitud de la información que él le daba de su propia vida. Tenía la mente nublada por el deseo.
- Soy muy estudiosa. – Tartamudeó sin tener claro si respondía algo acorde a lo que él decía. No podía apartar la mirada de los labios rojos y sexys frente a ella.
- Y tu padre me dijo que eres fanática de mis canciones. – Le dijo él sonriendo con un aire travieso. Luisa tragó en seco. “De sus canciones y… ahora de la seductora atracción que ejercía en su cuerpo su cercanía”. Se preguntó por milésima vez en el día… qué había en ese hombre que trastornaba sus sentidos y su sensatez.
- No sólo de las canciones…- Murmuró Mercurio al constatar que la mirada de la chica recorriendo su rostro era de abierto deseo. Luisa contuvo el aliento y se pasó la punta de la lengua por los labios. El temor que la reconociera se fue al trasto pues sólo era consciente de las ganas que tenía de besarlo. Los músicos comenzaron una nueva tonada y Luisa gimió:
- Dios… no la cantes… - Rogó en un intento absurdo por no agregar más canciones a los recuerdos de sus besos. Mercurio sonrió divertido mientras comenzaba a entonar la canción.
Era una historia muy sensual de un hombre que evoca los momentos más íntimos compartidos con su mujer. Una descripción atrevida y poética de una primera vez sensual y apasionada. Luisa trató de soltar la mano de la de Mercurio y este le impidió hacerlo, la acercó más a él hasta que sus cuerpos se juntaron en un abrazo más que atrevido. Luisa contuvo el aliento constatando físicamente que él también la deseaba.
Sonrió asustada sin atreverse a mirar a su familia o a Mateo. ¿Recordaba o no quien era ella? No estaba segura. Así como no estaba segura de sus piernas ni de su cordura de seguir pegada al cuerpo de Mercurio, con su boca a menos de diez centímetros. Luisa bajó la mirada ocultando sus ojos detrás de sus párpados. Cualquiera que mirara en ellos descubriría que estaba deseando acostarse con él. El flash de las cámaras de fotografía y la intensa luz de la cámara de vídeo que les grababa hizo que Luisa sudara aún más entre sus brazos. Él no la soltó hasta el final de la siguiente canción.
Además de eso se quedó a cenar con ellos, se tomó fotografías con todas las primas y tías de Luisa y otros comensales del lugar. Su conversación siempre fue formal. Nada la preparó para sentir por debajo de la mesa, la mano que recorrió su pierna con una lentitud torturante y se detuvo a centímetros de su entrepierna. Luisa palideció y mantuvo una expresión tan tranquila y cortes como pudo. Luisa lo miró y él sonrió con una aire de travesura e inocencia.
- Conversemos más tarde en privado. – Susurró él entre dientes y agregó con un tono más alto la respuesta para la pregunta de la madre de Luisa. La chica tragó en seco y buscó con la mirada a Mateo. Su amigo coqueteaba con una de sus primas distraído de lo que sucedía en la mesa. ¡Maldición!
- Nada es privado esta noche. – Susurró Luisa mirando a su prima al otro lado de la mesa sin que aparentemente prestara atención a lo que Mercurio decía. – Si salgo de aquí contigo, mis primas se irán detrás.
- Entonces… yo me voy y tú buscas la manera de llegar hasta mi habitación. – Le dijo él decidido a convencerla de hablar con él a solas.
Jamás. Luisa no regresaría a esa habitación jamás. Miró a
su madre y a Mercurio que parecía concentrado en lo que ella le decía. Luisa no podía creer que él sostuviera una conversación secreta con ella mientras conversaba con su madre sobre la vida del cantante.
- Ve a la discoteca alrededor de las doce. – Le dijo Luisa mirando su reloj. Tenía la intuición de que él no cejaría en su intención de verla a solas. Y no había terminado de hablar cuando él se levantó dejando un extraño calor en el lugar donde había estado tocándola.
- Siento tener que retirarme. – Dijo a todos. Mateo entonces recordó que su amiga necesitaba de su compañía y se acercó. – Espero que hayan disfrutado tanto como yo de este encuentro. – Dijo él y luego miró a Luisa.
- Supongo que no volveremos a vernos, así que te deseo muy buena suerte. – Le dijo con toda la tranquilidad del mundo como si no hubiese acordado una cita con ella en media hora.
- Soy yo… - tartamudeó Luisa. – Soy yo la que le agradezco toda su atención. - Andrés se acercó a ellos.
- Sí. Le agradezco mucho haber participado en mi sorpresa. – Le dijo estrechando la mano del cantante. Y luego, dio un beso en la mejilla a todas las mujeres del restaurante antes de salir rumbo al lobby del hotel.
Luisa miró sin ver la servilleta que él había colocado entre sus manos cuando se despidió. Frunció el ceño al darse cuenta que él había escrito algo en ella. “A unos ojos muy claros… que me tienen confundido”. Casi salta del susto cuando Mateo se acercó detrás de ella y le habló:
- ¿Qué vas a hacer después? – Preguntó él en tono de voz bajo. – Creo que debemos conversar lo que ha sucedido.
- Conversar… Sí. Tenemos que conversar pero antes, ¿me harías otro favor?
- Con tal que me aclares como un autógrafo termina en sexo. – Le dijo Mateo sin preámbulos. Aunque se sonrojó Luisa le dijo:
- Tengo una cita con él en la discoteca en… veinte minutos. – Le dijo mirando su reloj. – ¿Me acompañarás?
- No necesitaste compañía en tu encuentro anterior. – Bromeó él con un tono sardónico. Luisa hizo una mueca de disgusto.
- No me regañes ahora. Hazlo… otro día.
Entonces, Mateo dio media vuelta y habló a Don Andrés con tono formal.
- Don Andrés, ¿Puedo salir a bailar con Luisa? … Se la llevo a casa antes de dos. – Le dijo Mateo. Andrés asintió.
- Tengo que comenzar a acostumbrarme a que Luisa no va a pedir más permisos en su vida. – Le dijo con un dejo de tristeza. Luisa sonrió con dulzura, se acercó a su padre, lo abrazó y lo besó con cariño.
- Créeme… no te arrepentirás de dejarme abierta la jaula. – Le dijo Luisa y Mateo la tomó de la mano mientras caminaban hacia la discoteca del hotel.
Mateo la detuvo en la recepción. Luisa lo miró indecisa de lo que le diría.
- Estás segura de que quieres hablar con él. Me preocupa toda esa carga de emoción y deseo que vi en tus ojos mientras él te cantaba. – Le dijo. Luisa asintió.
- Sabes que no tengo aventuras de este tipo en mi vida. Es más no las tengo de ninguna manera. – Le dijo. – No estoy segura de nada.
- ¿Por qué no hizo referencia a tu encuentro con él en la mañana? – Preguntó Mateo insistente en conocer todo con claridad.
- No me reconoció. Oh… bueno… Eso creo. –Dijo al caer en cuenta que tal vez si la había reconocido y por ello quería verla a solas.
- ¿No crees que debo saber la historia completa antes de decidir si te apoyo o no en tu aventura?
- No me hagas una escena de celos ahora, Mateo. – Le rogó Luisa que sabía cuan terco podía ser Mateo cuando decidía que Luisa estaba equivocada en algo. – Él está esperándome.
- No importa. Sé breve. – Le dijo sin dar un paso hacia la discoteca. Luisa suspiró.
- Él estaba medio borracho y desnudo en medio de su cama. Yo … le di un beso y él me atrapó entre sus brazos. Había ido a buscar un autógrafo de un artista más y me encuentro ante la posibilidad de hacer el amor con el hombre que me seduce. ¿Cuántas posibilidades crees que podía considerar para decir que no? – Mateo asintió.
- ¿Entonces tú crees que él no sabe quién eres? – Luisa movió la cabeza de lado a lado. - ¿Y entonces, de qué vas a hablar con él?
- No sé. Tú me has hecho dudar pensando que tal vez si me reconoció pero que por alguna razón ocultó esto para hablar conmigo a solas. – Le dijo Luisa y volvió a suspirar. – Mira, Mateo si no entramos allí y no hablo con él, ¿Cómo sabremos lo que quiere?
- Él sabe lo que quiere. ¿Sabes tú lo que quieres? Pareces al mismo tiempo alegre y triste ante la posibilidad de que te reconozca.
Mateo tenía razón. Más Luisa decidió ignorarlo y caminó decidida hacia la discoteca. Era miércoles, así que no había mucha gente en el lugar. En una mesa cerca de la barra, estaba él. Mateo se quedó en la puerta del lugar.
- Ve. En media hora te iré a buscar si no vienes. – Le dijo y se sentó en una mesa cerca de la salida. Un mesero se acercó y le pidió un whisky. Luisa caminó hacia la mesa donde estaba Mercurio, quien le había hecho señas pensando que ella no lo veía.
- Creí que no vendrías. – Le dijo él poniéndose de pie cuando Luisa estaba a pocos pasos de su silla. Él le señaló la silla al lado de la suya y Luisa se sentó. Nada la preparó para el beso apasionado que él le plantó en la boca.
Mercurio acarició con sus propios labios, los labios de la chica. Los saboreo como si fuese una fruta jugosa y carnosa. Luisa sintió que las piernas se volvían de gelatina. Mercurio se separó poco a poco como si no deseara hacerlo.
- Sabía que sería así. – Le dijo con voz enronquecida. Luisa no ocultó su asombro y tartamudeó:
- ¿Qué? – Mercurio sonrió divertido y Luisa creyó que moriría derretida allí mismo.
- Tu boca. Sabía que sería suave y dulce. Tus besos. Sabía que sabrían a gloria. – Luisa sonrió. – Es que desde que diste vuelta y me miraste con esos ojos extrañamente miel en un rostro enmarcado por un cabello negro azabache, yo…
Luisa no fue capaz de decir nada. Mercurio le ofreció su copa de champaña y la chica se la tomó como si fuera agua. Claro que la conocía. Pero ¿Cómo decirle lo que había hecho y no perder la oportunidad de seguir conversando con él, conociéndolo?
- Parece muy telenovelero. ¿Verdad? – Comentó él divertido ante el grito asombrado de Luisa cuando él haló la silla con ella sentada allí. Las piernas de Mercurio rodeando las de ella y las rodillas de la chica a menos de cinco centímetros de su entre pierna. Luisa suspiró aquello era una tortura.
- ¿Qué te hizo imaginar cómo serían mis besos?
- No sólo eso. Tus ojos. Estoy casi seguro que me he visto reflejado en ellos antes. – Luisa se mordió el labio. Claro que se había visto reflejado en sus ojos, justo antes que Luisa se montara sobre él y lo dejara entrar a su cuerpo. Se sonrojó sin poder evitarlo.
- Lo siento… ya sé que dijiste no habías estado cerca de mi antes pero… Debes creer que soy aburrido… o loco.
- Nada de eso. Desde que te conocí… - Le dijo sin evitar sonrojarse hasta las orejas. – no has hecho otra cosa que asombrarme.
- Dame tu correo electrónico. Necesito tener como comunicarme contigo. – Le dijo él sacando de su bolsillo una agenda electrónica. Luisa le dictó su dirección electrónica y el celular. ¿Sería cierto que él la buscaría?
- Espero que apenas te ubiques en Estados Unidos me digas como hallarte. – Le dijo. Luisa suspiró. Se debatía entre las ganas de creer que todas esas promesas eran en serio y el temor de ser utilizada como una tonta.
- De verdad no puedes subir a mi habitación… - Le dijo él. Luisa gimió por las caricias de las manos que subían por sus piernas.
- No… Y ya me hacen señas de que debemos irnos… - Le dijo y se levantó. Mercurio también se levantó y la obligó a acercarse a él. Volvió a besarla saboreando el contacto con sus labios. Luisa sentía como se deshacía su voluntad.
- Definitivamente no es tu novio.- Le dijo. Luisa tardó algunos segundos en entender que él hablaba de Mateo.
- Ah… Es mi mejor amigo… aún así va a matarme por mi comportamiento.
- No se te olvide que en cualquier momento me comunicaré contigo por e mail.- Le dijo él soltándola. – Eres un enigma para mí y debo aclararlo.
Luisa sonrió y no dijo nada más. Caminó hacia Mateo sin mirar atrás. Si volvía a mirarlo se arrepentiría y lo acompañaría a la habitación. Aquello definitivamente sería una locura.
Mateo la llevó a un café bar al que solían ir porque Luisa todavía tenía apariencia de adolescente. Y Mateo pasaba muchas dificultades cuando iba con ella a discotecas.
Además quería hablar con ella. Decirle que su actitud no tenía lógica alguna. Se ubicaron en una mesa central y pidieron cervezas.
- Tú definitivamente has enloquecido. ¿Qué va a decir tu papá cuando la prensa lo entere de tu encuentro furtivo con Mercurio? – Le dijo Mateo, todavía más enojado por la cara de ensoñación que la chica tenía que por sus decisiones. Luisa suspiró.
- Yo sé que es una locura. No tienes que decírmelo.- Afirmó con calma. – Me lo he repetido una y otra vez desde que salí de aquella habitación con aquel olor a hombre impregnado en mi piel.
- ¿Te reconoció o no? – Preguntó Mateo. Luisa movió la cabeza de lado a lado. – Y, entonces, por qué este encuentro secreto…
- Creo que le gusto. – Dijo con timidez. NI ella misma se creía aquella asombrosa declaración. ¡Había impresionado a Mercurio!
- ¿Por qué lo dices así? Eres muy hermosa. Sin descartar el hecho de que a los hombres de este tipo les gusta salir con jovencitas para no tener compromisos.- Le dijo Mateo. Luisa asintió.
- Te lo juro, Mateo. Acostarme con Mercurio es una decisión de la cual no me arrepiento. – Le dijo. – Además que sabes no estoy para compromisos serios. Necesito, ansío mi libertad.
- Soledad, querrás decir. Lo que quieres es estar sola. – Le corrigió Mateo que insistía en que Luisa no reconocía la libertad que sus padres le daban.
- Lo que sea. En todo caso, no me arrepiento. Aunque me angustia no saber si debo decirle lo que sucedió o no. – Le confesó con tristeza. Mateo asintió.
- Si yo fuera él... querría saberlo. – Le dijo Mateo. Luisa suspiró con expresión de angustia.
- ¿Cómo decírselo? Hey, entré a pedir un autógrafo pero estabas borracho y desnudo, y tan atractivo… pensé que era mejor acostarme contigo.
- ¿Y eso fue lo que hiciste? ¿Eso pensaste? – Mateo podía ser un excelente abogado acusador. Luisa sacudió la cabeza.
- En realidad, no pensé. Esa es la verdad. NO pensé solo me dejé llevar por lo que sentía en mis entrañas. – Confesó sincera. Además… eso no importa ya… fue un momento en el tiempo y ya no tiene importancia.
- Si la tiene. Algo me dice que no vas a olvidar a este hombre fácilmente. Si te derretías por Arturo y casi tuvo que emborracharte para hacer el amor con él y, qué decir de Esteban que rogó dos meses para que entraras con él en una cama…- Le dijo Mateo rememorando a los novios que Luisa había tenido. – Sin embargo, tener a este a menos de diez centímetros de ti hace que te quites la ropa…
- Tú tienes razón pero yo no tengo la causa. No encuentro una justificación para mi reacción a este hombre. Me gusta desde hace tres años, cuando precisamente tú me regalaste aquel cd con sus canciones de entonces. – Le dijo Luisa tomando de su cerveza. – Desde entonces me persigue. Las letras de sus canciones, su voz, su cuerpo… todo en él me seduce. ¿Qué querías que hiciera en aquella habitación?
- Comportarte como la niña educada y de buena familia que eres. – Dijo Mateo con toda seriedad. - Debiste ayudarlo a salir de la borrachera, cubrirlo y salir de allí con autógrafo o sin él pero no con el recuerdo de diez minutos de sexo.
- Tienes razón. Te lo repito. Las cosas no sucedieron así y ya no puedo hacer nada para cambiar eso. Me toca asumir las consecuencias de mis decisiones.
- Entonces te llevaré a tu casa y rezaré porque Dios te haga cada día más sensata. – dijo burlándose de ella. En silencio, Luisa rezó porque esto fuese verdad.
Dos semanas después, Luisa revisaba su correo electrónico. Frunció el ceño al observar un mensaje en el correo no deseado con el nombre de Enigma. ¿No era el nombre de la más reciente producción de Mercurio? Además había sido la clave que él le había dado. Lo abrió curiosa por conocer el contenido del mensaje.
“No sabes qué obsesionado estoy con tus ojos. Me acuesto pensando en ellos y despierto convencido que serán lo primero que veré.” Comenzaba diciendo. “Contéstame y acordemos una hora y un día para chatear.” Se mordió el labio. Era demasiado maravilloso para ser verdad. ¿19 años y tu cantante favorito se muere por tener una relación contigo? Todo resultaba sumamente asombroso. Tal vez era una coincidencia… Pensó pero la firma del email era el nombre de pila de Mercurio Nikolas.
Luego se le ocurrió… ¿Y si fuera Mateo? A lo mejor estaba probándola para ver que le respondía… No… Resultaba muy descabellado pensar que Mateo creara una cuenta de correo electrónico sólo por molestarla… Se decidió y envío un mensaje de respuesta.
Casi no durmió las dos noches que transcurrieron antes de volver a abrir su correo y hallar un nuevo mensaje. Le confirmaban la hora: las 7:00 p.m. y el día: los viernes. Cenó corriendo y se fue a su habitación casi arrastrando a su hermano que le pedía una explicación para su clase de inglés. Diablos! Se quejó mientras copiaba un borrador de una redacción en inglés para su hermano Wilson. Tenía la costumbre de interrumpir en el momento más inoportuno. Mientras escribía, encendió el computador y se conectó en Internet.
Casi se cae de la silla cuando apareció en el extremo inferior derecho el cuadro del messenger que anunciaba a Enigma conectado. De inmediato, entró en el chat.
“Estoy llegando de un concierto. Creo que me precipité al aceptar esta hora y este día. ¿Se puede cambiar por jueves?” Le dijo él escribiendo en inglés. Luisa se mordió el labio y entregó la libreta a Wilson.
- Desaparécete. – Le dijo a su hermano y procedió a responder afirmativamente a la propuesta. – Yo también estoy llegando a casa.
- Entonces sabes lo difícil que es llegar a casa y correr al computador... – Le dijo él. Luisa asintió y escogió una carita con la lengua afuera.
- ¿Estás en tu casa? ¿La de los Angeles o la de Miami? – Le preguntó curiosa.
- En los Angeles, estaba por negocios. Es posible que me veas actuar en cine. – Le informó él. – Mi casa es en Miami. ¿Tú sabes?”
“No” Pensó ella “En realidad no sé muchas cosas de ti”. Pero hizo un comentario acerca de la hora.
- La verdad, no me sirve esta hora y menos este día durante los próximos dos meses. – Le respondió él y su madre entró en la habitación a llevarle la ropa que le habían planchado.
- Voy a estar de gira durante estos meses y cuando esto sucede apenas si tengo tiempo para dormir.
Luisa aún dudaba que no fuera Mateo. La información que le había proporcionado hasta ahora podía conseguirse en cualquier lado.
- ¿Y vives solo? – Preguntó buscando qué decir para que él respondiera algo que pocos sabrían.
- Sí. Mi madre vive con su segundo esposo en Barcelona. Suelo visitarla en Navidad. – Le dijo él. Luisa frunció el ceño. En realidad, aquello era muy personal.
Mercurio no solía hablar de su madre. Su familia no existía. La familia que él tenía era la madre de Mercurio Nikolas, un cantante mitad griego mitad andaluz.
- Mamá es de una familia muy pequeña y la mayoría de ellos viven en Barcelona. Papá pertenece a una numerosa familia griega regada por todo Estados Unidos. – Le comentó él.- Y a propósito… ¿Cuándo viajas a Harvard?
- En un mes. ¿Qué tenemos en común un mink europeo como tú y una mezclilla chibcha como yo? – Se arriesgó a preguntar.
- Pensé que tu cantante favorito era yo. – Bromeó él y colocó una cara llorando. Luisa sonrió. Así que reconoce a Arjona.
- Por lo menos sé que te interesas por escuchar a otros que no seas tú. – Le dijo. – ¿Te gusta la música de Ricardo?
- Me encanta. Además somos vecinos en Miami.- Luisa suspiró. La vida de él era tan distinta a la de ella.
- Aún no respondes… ¿Cuál puede ser tu interés en mí?
- Si lo supiera… estaría tranquilo. – Le dijo él.- La verdad me preocupa no saber cuál es la razón por la cual tu recuerdo me tortura.
- No pertenezco a la inquisición. – Respondió Luisa y espero largamente a que él respondiera. Cuando al fin lo hizo fue para ponerle una nueva cita la semana que seguía.
- No olvides enviarme tu dirección en Harvard. – Le escribió él al final del mensaje.
Luisa se sintió frustrada. Él le había cortado sin dar razones del brusco fin de su conversación. Su padre gritó desde su habitación que se durmieran ya. Luisa apagó el computador y se quedó sentada en la oscuridad mirando sin ver la pantalla.
¿Qué había sido aquello? NO tenía ningún futuro una relación con Nikos. Luisa no entendía porque los demás no tenían claro eso. Luego de una sesión de suspiros decidió acostarse a dormir y esperar a la siguiente semana para ver qué le escribía.
El mes que siguió transcurrió en un ritmo monótono. Se comunicaba con él por el chat o le enviaba mensajes sugestivos a su correo. Sus padres viajaron con ella para dejarla instalada en el apartamento de Harvard que compartiría con una compañera de escuela: Carolina Andrade.
Ellos pasaron dos semanas con ella y después, bastante renuentes regresaron a Barranquilla. Luisa le envió los datos a Mercurio por email pero no soñó con la posibilidad que él cumpliera la promesa de visitarla.
Por eso, cuando casi un mes después, escuchó su voz al otro lado de la línea telefónica, casi se muere.
- ¡Hola, ñera! – Saludó él. Luisa se sentó en el borde de su escritorio para no caer al suelo.
- ¡Hola! – Tartamudeó.
- Estoy a diez minutos de tu casa. ¿Puedo visitarte? – Preguntó y Luisa sintió que el color abandonaba su rostro.
- Claro… Hey… mi apartamento no es para nada parecido con tu hotel en Barranquilla… - Advirtió.
- Conozco muy bien Harvard y reconozco la zona en la que vives. No es de pobres pero tampoco son millonarios… Además no voy a comprar apartamento. – Le dijo él y agregó con tono sensual: - Espérame con tu ropa más sexy.
Luisa se sonrojó y no respondió. En sus últimas conversaciones por chat, habían pasado de información general a diálogos candentes y privados. Una especie de amantes virtuales que comparten sus más íntimos secretos.
- ¡Olvídalo! – Se dijo obligándose a salir de aquel estado de ensoñación en el que le había dejado aquella última frase de Mercurio. ¿Por qué se dejaba envolver tan fácil de sus palabras?
Se miró en el espejo. Llevaba un ajustado pantalón blanco y una blusa de cashimir en el tono exacto de sus ojos. La lana se ceñía a su torso dibujando los senos redondos y firmes, el estómago plano. Observó la piel suave y clara que dejaba al descubierto la blusa por encima de la pretina del pantalón.
Deshizo el moño que recogía su larga cabellera rubia, que cayó en cascada sobre su espalda. Fue a su cuarto y se maquilló a los ojos con sombra color miel y los labios con un tono rosa muy suave. Dio dos vueltas frente al espejo y sonrió. Estaría demasiado arreglada para recibir a un amigo.
Sin decidirse a cambiar o no de atuendo se fue al cuarto de su compañera de apartamento. Carolina sonrió al verla entrar a su cuarto.
- ¿Conoces a Mercurio? – Preguntó Luisa. Carolina señaló la maleta con cds que descansaba sobre su tocador.
- ¿El de “No puedo más”? – Dijo mencionando el más reciente éxito de Mercurio. Luisa sonrió de seguro Carolina conocía esa canción más por la frecuencia con la que Luisa la hacía sonar en el apartamento que por la radio.
- Viene a verme. ¿Crees que estoy muy arreglada para recibirlo? – Preguntó sin evitar demostrar su nerviosismo.
- De veras lo conoces… - Le dijo Carolina olvidándose de su pose reposada y se sentó en su cama.
- ¿Estoy muy… sexy? ¿O tal vez soy muy evidente? – Preguntó Luisa.
- Es una falta de respeto que me preguntes a mi si te ves bien. Tú te ves bien hasta vestida con un saco. – Le dijo Carolina quejándose con un tono divertido.
- Crees entonces que debo cambiarme de ropa? – preguntó Luisa.
- ¿Quieres ahuyentarlo o retenerlo? – Luisa que no esperaba y nunca se había hecho aquella pregunta hizo un gesto de desesperación.
- Crees tú que él viajará todos estos kilómetros para ver a una chica más en su lista? Estás muy bien y ese tipo es un tonto si no te roba al menos un beso, hoy. ¿Crees que él viene a seducir a una virgen?
- Yo no soy virgen. – Aclaró como si esa información concluyera la conversación.
- No… de cuerpo, tal vez no... pero tu mentalidad…
Luisa reconoció en silencio que Carolina tenía razón. Ella debía tomar su vida de libertad para experimentar otro tipo de aventuras y no las que apegada a las faldas de su mamá se le permitan. Bajó a la sala y encendió el televisor. Todavía hacía zapping cuando Nikos tocó el timbre.
Luisa saltó y corrió a abrir la puerta. Se miraron y sonrieron tímidamente antes que Nikos entrara en la casa y tan pronto Luisa cerró la puerta, le rodeó la cintura con sus enormes manos y la atrajó hacia él. Un beso lento y sensual hizo correr con rapidez la sangre por el cuerpo de la chica, había un deseo de seducirla en aquel gesto y una intensidad que Luisa jamás imaginó.
La besó primero tímidamente como si temiera a su reacción, y luego, con una pasión que la dejó tambaleante cuando la soltó para llevarla al sofá después de recorrer rápidamente la habitación con su mirada de águila. Luisa respiraba agitada mientras trataba de seguirle el paso.
- Siento lo del beso. – Le dijo él entre dientes sin embargo, no parecía arrepentido y la obligó a sentarse entre sus piernas. Estaba excitado y Luisa podía sentirlo en su trasero.
- Sólo pensar en ti alborota mis sentidos… Tenerte en frente… es una locura para mis hormonas.
- No digas tonterías. Estás acostumbrado a tener mujeres rodeándote. Mujeres mucho más hermosas y sexys que yo. – Nikos asintió. Luisa no supo si sentirse triste o alegre ante este gesto. “¿Es decir que ella no era tan hermosa y sexy como otras?” Suspiró. Estaba de acuerdo con ella y le gustaba que fuese sincera. Eso es todo. Se dijo recriminándose todos esos pensamientos infantiles.
- ¿Qué tienes tú que no tienen ellas? Es lo que me pregunto día tras día… Y termino pensando, deseando estar contigo. – Él le rodeó la cara con sus manos y volvió a besarla apasionado.
- ¡Haces que me tiemblen las piernas y que se me acelere el corazón con tu mensaje en el messenger!- Dijo como si no lo creyera. – Es una locura.
Luisa no habló. Apenas si podía respirar. Su cuerpo apoyado en el musculoso pecho masculino, su cuerpo cálido y seductor tan cerca de ella. ¿Cómo hacer para recordar las recomendaciones de su madre en ese momento? Sin embargo, trató de hacerlo. No podía acostarse con este tipo la segunda vez que lo viera.
- A tus 19 esto puede ser fantástico. A mis 23 años esto es preocupante. – Comentó él. – Es un deseo permanente a tenerte cerca, olerte, sentirte, ser tu dueño… Y no estoy preparado para una pareja.
A Luisa le costaba trabajo entender lo que decía. ¿Podía pensar con claridad con aquellas ganas locas de llevarlo a su cama sin preámbulos? Se le hacía la boca agua por el deseo de besarlo. El nudo en su estómago por el deseo de sentirle dentro suyo era insoportable.
- Si continúas mirándome con esos ojos hechiceros… se me va a olvidar que es nuestra primera cita.- Le dijo con un tono de voz tan ronco y un gesto de picardía que le hizo sentir una desvengonzada. Luisa gimió y trató de levantarse, Nikos se lo impidió.
- Al diablo las palabras… - Le dijo él besándola como si en ello se le fuera la vida. Casi caen del sofá cuando la voz de Carolina anunció a Luisa que su padre la llamaba de Barranquilla.
Luisa se puso de pie y miró a todos lados como esperando que su padre entrara a la habitación en cualquier momento. Le costó trabajo entender lo que Carolina decía. Sonrió nerviosa y corrió a su cuarto. Ni siquiera había escuchado el teléfono.
- Hola, papá. – Saludo y le hizo señas a Carolina para que fuese a la sala.
- Hola, nena. Queríamos anunciarte que tu primer ahijado nació. – Le dijo su papá emocionado.
- ¿De veras? ¡Qué lindo! ¿Cómo se va a llamar? – Preguntó viendo a Carolina conversar con Nikos. La chica se veía impresionada por el atractivo del cantante. Luisa se mordió el labio reprimiendo un comentario hiriente producto de un repentino arranque de celos.
- Esteban. Organiza tus cosas para que vengas a bautizarlo en Semana Santa. – Dijo su padre. Luisa trató de concentrarse en lo que su padre le decía.
- Dile que lo organice antes.- Comentó.- Semana Santa está muy lejos y es demasiado formal para un bebé.
Su padre sonrió y le comentó un par de acontecimientos más que Luisa medio escuchó pues su mente estaba ocupada en analizar las reacciones de Carolina a la conversación de Nikos. Debió contestar convenientemente porque su padre se despidió con toda tranquilidad, deseando que siguiera estudiando y pasándola bien. Luisa voló a la sala tan pronto cerró el teléfono.
Nikos miraba por la ventana y Carolina lo devoraba con su mirada. Luisa trató de simular tranquilidad. La chica sonrió con timidez cuando la vio y se encerró en su habitación de nuevo.
- Estaban anunciándome el nacimiento de mi primer ahijado. – Le dijo ella para anunciar su regreso. Él dejó de mirar lo que observaba desde la ventana y se acercó a ella.
- ¿La tía embarazada en la fiesta? – Preguntó él. Luisa asintió. Él extendió una mano hacia ella y Luisa se dejó llevar hasta el círculo de sus brazos.
- Quisiera tener más tiempo para estar contigo, pero tengo que viajar a Kansas en menos de dos horas… - Le dijo y Luisa se alzó en la punta de los pies y lo besó.
Estaba de acuerdo en que no había tiempo para perderlo hablando. Nikos terminó alzándola para llevarla al sofá. Luisa lo detuvo y se lo llevó a su habitación.
Aquello era una locura. Esa relación no le traería a ninguno de los dos algo más que problemas. Pensó Luisa mientras le quitaba la camisa y dejaba que él le recorriera el cuello con sus labios. Sin embargo, como negarse a disfrutar la delicia de sentirse tan sexy, tan hermosa, tan deseada como se sentía en ese momento. Sobretodo sentirse amada por un hombre que para ella era casi un dios.
Luisa vibraba de placer y de miedo al mismo tiempo mientras dejaba que le tiraran a la cama y le hicieran el amor sin preámbulos con afán pero al mismo tiempo con una clara expresión de satisfacción en el rostro masculino, que no le dejaba lugar a dudas que él sentía lo mismo que ella.
Nikos a su vez pensaba que era ridículo sentir lo que sentía por aquella mujer que sólo había visto una vez antes de ese día. Y, sin embargo, era verdad, lo sentía. Sabía que ese cuerpo sería tan hermoso como lo estaba viendo y sabía como sabían sus labios aún antes de tocarlos con los suyos. Reconocía hasta el olor de su piel y la suavidad de su contacto. Todo esto pensaba Nikos mientras le hacía el amor aquella tarde. Y Luisa lo supo a través de un correo que recibió de Nikos, una semana después de ese encuentro.
Aquella tarde, apenas había llegado al climax, cuando su chofer empezó a tocar el claxón como loco en la puerta del apartamento de Luisa. Nikos salió corriendo apenado por tener que dejarla de ese modo.
- Ese maldito concierto en Kansas… - Le dijo vistiéndose a toda velocidad mientras Luisa se cambiaba de ropa.
- No te preocupes. Los dos sabíamos que no había tiempo… debimos esperar… - Nikos la calló con un beso.
- Estás loca… Esperar una semana más me habría vuelto loco. – Le dijo haciéndole sentir las piernas de mantequilla con esa declaración.
- Vendrías conmigo?- Preguntó el de repente deteniendo la puerta de la calle con su pie. Luisa sonrió.
- Estoy a mitad de mis exámenes… Me gustaría pero… - Respondió contra su voluntad. Él se dio cuenta y la besó de nuevo.
- Discúlpame… perdóname… es que… estoy loco por ti… Te veré pronto. Lo juro. Le dijo y corrió al auto para poder despegarse de la puerta de Luisa.
Ella cerró la puerta y se apoyó contra ella para respirar. Carolina se asomó a la sala.
- Así que eres el amor secreto de Mercurio… - Comentó bromeando. Luisa suspiró.
- No sé si es más amor que sexo o lo contrario… - Respondió lamentando no tener la suficiente confianza en la chica para desahogarse con ella.
Se fue a su cuarto y después de ducharse, se dejó caer en la cama. Durmió profundamente hasta el día siguiente. < A las diez de la mañana de ese domingo, recibió una llamada telefónica inesperada.
- Puedes recibir a tus amigos? – Preguntó Mateo al otro lado del teléfono. Luisa frunció el ceño.
- Y tú qué haces en Bostón?- Preguntó extrañada. La risa entre divertida y nerviosa al otro lado de la línea le hizo ver que Mateo había tomado algunas copas de más.
- Terminé con Julia y necesitaba poner distancia. – Luisa sonrió. A Mateo le costaba trabajo reconstruir su vida al final de una relación. Aún cuando la relación fuese tan superficial y tonta como la que tenía con Julia Cisneros.
- Claro que sí. Ven a mi apartamento de inmediato. – Le dijo.
- Voy en un taxi. Llego a las once. – Le dijo él y cerró el teléfono.
Julia Cisneros era la secretaria del papá de Mateo. Era una mujer tres o cuatro años mayor que Mateo y con un novio formal con el que parecía estar decida a casarse. Sin embargo, sostenía encuentros apasionados con Mateo que incluía hacer el amor en el escritorio de su jefe a la hora del almuerzo.
Luisa recogió sus libros. Mateo no la dejaría estudiar con tranquilidad hasta que no se deshiciera de todos sus recuerdos con Julia. Le preparó una comida sencilla para almorzar y solicitó una botella de vino a domicilio.
Tener toda esa semana a Mateo en su apartamento fue genial. La ayudó a estudiar y a ver con otra perspectiva su relación con Mercurio.
- Pareces estar decidida a convertirte en el escándalo del año. – Le dijo cuando Luisa le contó de la visita de Nikos a su apartamento. – No sólo el escándalo que se va a armar en tu casa cuando sepan tus padres que ya no eres virgen e inocente como ellos piensan… sino el que te van a armar los periodistas colombianos cuando regreses a Barranquilla.
Luisa frunció el ceño. ¿Periodistas? ¿Y por qué podrían interesarse por ella los periodistas? Mateo estaba exagerando. Ella no pertenecía a un alto círculo social, ni a un grupo de bellos y famosos como para atraer la atención de los periodistas. Pensó entonces. Era una fanática más que se acuesta con el artista de su interés.
- Los periodistas están todo el tiempo detrás de Mercurio. Es la bomba sexy, el papichulo de moda. Es un joven cantante que se ha hecho famoso de la noche a la mañana pero que se ha mantenido en el primer lugar tanto en latinoamérica como en Estados Unidos… no estamos hablando de cualquier artista de moda…
Luisa pensó que Mateo tenía razón en todo lo que decía pero no le diría nada. Después de todo cualquier cosa que dijera sería usada en su contra. Conocía muy bien a Marteo en su calidad de rector y consejero.
Mateo regresó más tranquilo y despejado con respecto a su rompimiento con Julia. Y Luisa regresó a su rutina de comunicarse por chat con Mercurio. SE concentró en sus estudios tanto como se lo permitía soñar y recordar una y otra vez aquella tarde con Mercurio.
Una tarde veía sin ver la televisión y casi da un salto cuando anunciaron a Mercurio. El periodista lo entrevistaba a la salida de un concierto en Madrid.
- Entonces… Te enamoraste? – Preguntó el periodista. Y Luisa sintió un nudo en el estómago. Lo vio sonreír con picardía antes de responder.
- Enamorado de la vida estoy todo el tiempo.- Respondió y se le hicieron dos hoyuelos en sus mejillas como solía suceder cuando sonreía con sinceridad. – He hallado a una mujer especial… Una mujer con la que podría algún día sentirme enamorado.
- ¿Es alguien del medio?- Preguntó el periodista.
- NO ha comenzado su vida profesional.- Respondió enigmático. – Es una chica de su casa, que estudia, a cargo de sus padres… alguien totalmente distinto a las mujeres que conozco en este medio.
Luisa sintió un nudo en el estómago. NO podía estar hablando de ella ¿O sí? Quería y no quería que fuese ella. Se abrazó a la almohada y sonrió viendo como esquivaba las preguntas del periodista que insistía en recibir un nombre.
- En mi próximo trabajo… tal vez la conozcan… o tal vez no… no sé. La vida da vueltas y yo estoy montado en un tiovivo en el que ella talvez no desee subir.- Le dijo y dio por terminada la conversación metiéndose en su camerino.
Luisa recibió un correo electrónico al día siguiente. Nikos le decía cosas muy hermosas.
“Viste la entrevista para Univisión? Hablé de ti… Se me salieron las palabras sin que pudiera evitarlo… Estaba pensando en ti y el maldito periodista tiene algo de brujo y supo interpretar mis gestos.”
“Últimamente me desconozco. Sólo es pensar en ti y no paro de hablar sobre lo que me gustaría hacerte. Arturo… mi escolta y mi confesor… está que te mata porque según él vas a ser mi perdición.”
“Te enviaré un boleto para que vengas a New Orleans. Estaré aquí durante dos semanas y no puedo resistir el deseo de verte.”
Luisa no supo qué contestar. Le escribió a Mateo contando de la invitación y su amigo la llamó por teléfono para decirle.
- Compra un paquete de condones y empieza a pensar en tu futuro.- Le dijo sin anunciarse. Luisa sonrió.
- Sé que me he portado como loca con él. – Suspiró Luisa.
- Entonces eres más inteligente de lo que pensé porque creí que no lo habías notado.
- Déjate de ironías. Me gustaría aprovechar la oportunidad y contarle lo de la mañana en el hotel.- El silencio al otro lado de la línea le puso nerviosa.
- Es bueno eso? Podría terminar contigo. – Le dijo. Luisa suspiró.
- Lo sé. Pero necesito decírselo antes que sea más difícil confesarlo.
Terminó el semestre el miércoles y el viernes llegó a su buzón de correo el pasaje de avión a New Orleans. Decidida empacó y se fue. Junto con el pasaje, Nikos le había enviado un número celular y una tarjeta para cien minutos.
Lo llamó tan pronto llegó al aeropuerto y lo esperó sólo cinco minutos al aterrizar en New Orleans. Arturo la recogió en la sala de espera y tan pronto entró al auto, Nikos la besó casi sin dejarla respirar.
A Luisa no la había besado y tocado tan íntimamente dentro de un auto como lo había hecho Nikos en la hora y media de recorrido desde el aeropuerto hasta el estadio donde se iba a presentar. Luisa no podía creerlo. El la había llevado a uno de sus conciertos!! Arturo metió el auto hasta el parqueadero interno del estadio y los guardias de seguridad los llevaron corriendo hasta el camerino.
Luisa no sabía que la tenía más emocionada. Estar en el backstage del concierto de Mercurio o... estar con él. Nikos sacó a todos del camerino y la hizo acostarse en una cama improvisada que le habían armado a él para aplicarle las inyecciones que le colocaban antes y después de cada concierto. Era tal el desgaste de energía y adrenalina de Mercurio en el escenario que debían proporcionarle un complejo vitamínico que le daba resistencia y fortaleza.
- Nikos... y si alguien entra...- Le dijo Luisa al ver que empezaba a quitarle la chaqueta. Nikos sonrió.
- Ya recibieron instrucciones antes que aparecieras. - Le dijo Nikos. Luisa sonrió
- Supongo que estan acostumbrados a esto. - Le dijo Luisa. Nikos sonrió y le mordió el labio.
- No... no maquines en tu cabecita loca cosas que no son. No traigo chicas a mi camerino, no tengo sexo antes del concierto y tú eres la primera que me vuelve loco. - Le dijo él mientras le seguía quitando la ropa. - Ordené que te trajeran ropa y estoy ayudándote a cambiarte.
- Así que vas a ayudarme a cambiarme. - Bromeó Luisa y lo ayudó a seguir en la tarea.
Tal como dijo Nikos nadie se asomó en el camerino en el tiempo que tuvieron. Y Luisa descubrió después que había llegado con dos horas de anticipación a lo anunciado. A Luisa le habían traido un vestido muy corto con un escote de vértigo con una tela rebordada con lentejuelas y canutillos. Mercurio la besó y le hizo dar vuelta después de verla con él puesto. El saldría a escena en veinte minutos y tenía puesta una camisa de seda gris plomo y un pantalón negro.
Luisa fue ubicada al lado del que manejaba los micrófonos que tenía la mejor vista del escenario y del auditorio. Tan pronto comenzó la presentación todo fue una carrera meteórica. Para Luisa que no había asistido a muchos conciertos y menos en backstage aquella adrenalina que botaba el cantante y su equipo, contagiaba a todos los que estaban a su alrededor. Nikos se cambió de ropa casi 8 veces y cada vez que regresaba de camerinos le traia algo a Luisa: una flor, un dulce, un plato de frutas, una copa de champaña. Salía del escenario totalmente empapado de sudor y se cambiaba rápidamente de ropa, siempre custodiado por su equipo que le recogían la ropa que él iba tirando mientras corria.
Casi a las cuatro de la mañana, los dejó Arturo en la casa donde estaba alojado. Luisa tuvo que prácticamente volver a vestirse cuando Arturo anunció que estaban llegando. No había vivido una relación asi en su adolescencia. Nikos casi había hecho el amor con ella en el auto. Alli pasaron el fin de semana porque Nikos tenía concierto al día siguiente en otra ciudad cercana.
Luisa regresó a sus actividades habituales el lunes sintiéndose en la gloria. Todo había sido tan fantástico, tan mágico. Sin embargo, se terminó y la rutina se apoderó de las actividades de Luisa. En el chat continuaron conversando y le envió dos veces más un tiquete para que le encontrara donde le tocaba presentarse.
Llegando el invierno, Nikos la invitó a pasar la festividad de Acción de Gracias con él en una casa finca que tenía a las orillas del lago Fresch Pond. Nikos la llevó casi corriendo a través de una hermosa sala decorada con gusto italiano. Y subió tomada de su mano por las amplias escaleras que la llevaron a un pasillo extenso con habitaciones a ambos lados.
Nikos entró a la habitación y la dejó en medio de una estancia mientras abría las cortinas y dejaba entrar el sol de la mañana a la habitación. La cama era matrimonial y enorme pero nada en los muebles dejaba ver si aquella habitación también era de Nikos.
Arturo entró con la maleta de Luisa y la dejó sobre un sofá sin decir una palabra. Nikos la miró sonriendo y volvió a besarla pero esta vez menos apasionado, casi frío.
- El almuerzo será en dos horas y yo tengo algo que hacer. Tienes entonces tiempo para descansar y ponerte cómoda.- Le dijo él.
- Pero yo necesito hablar contigo… - Le dijo ella. Nikos movió la cabeza enérgico.
- No… No me convenzas de quedarme porque… no puedo. Por favor, en el armario hay un regalo para ti, úsalo para el almuerzo.
Se fue antes que Luisa pudiera detenerlo. Ella se quedó indecisa y luego cerró la puerta. Recorrió la habitación revisando las gavetas de una cómoda en el fondo pero todo estaba vacío a excepción de la gaveta donde estaban las sábanas adicionales. Abrió el armario y se quedó petrificada al ver el uniforme que colgaba en el único gancho del closet. Contuvo el aliento y se dejó caer en la cama.
Era el uniforme que utilizaban las muchachas del servicio en el Hotel del Prado. Aquello era un mensaje indirecto de que le había recordado. Y ella había quedado como una prostituta ante él por imbécil. Suspiró gimiendo de dolor.
Por eso le había besado así en el auto. Había querido tocarla y sentirla así como lo había hecho en el hotel aquella mañana. Esta vez sin los tragos que le habían nublado los recuerdos. O tal vez siempre le había recordado y quería que ella fuese sincera.
Miró su bolso de mano. Allí estaba su celular. Y si tomaba el teléfono y llamaba a Mateo? Pensó asustada. Suspiró de nuevo. Para qué llamar a Mateo? Ella se había metido en aquel embrollo sola y sola debía salir.
Después de recorrer la casa entera y descubrir que estaba completamente sola con la cocinera, se fue a la sala y se dejó caer en un sofá. Un reloj de campana al fondo de la habitación le anunciaba el paso de cada minuto y Luisa lo miraba sin ver, deseando que Nikos apareciera pronto.
Nikos llegó exactamente a las doce. Gritaba instrucciones a sus escoltas mientras cruzaba por la sala sin verla y, empezaba a subir por la escalera llamándola cuando Luisa le dijo:
- Estoy aquí. – Nikos trastabilló en el escalón en donde estaba y bajó lentamente, caminando despacio hacia ella.
- Oh, bien… Voy a ducharme y a cambiarme. Ya me reúno contigo. – Le dijo. Su tono de voz daba a entender que estaba tenso y prevenido. Acaso pensó que ella ya no estaría allí a su regreso?
Demoró mucho en bajar de nuevo. Traía la camisa sin abotonar, el cabello goteando agua y un pantalón de los que usaba para sus conciertos. Luisa dudó de su tranquilidad. ¿Cómo iba a hablarle teniéndolo así tan sexy delante de ella? Mas no era momento para dejarse llevar de sus hormonas. Nikos no respondería a ellas.
- Entonces… ¿Qué tienes para decirme? – Le dijo Nikos mientras se iba hasta un bar en el comedor. Luisa lo siguió.
- Mateo me llamó temprano ese día y me dijo que en esa habitación estaba alojado un artista de la televisión de quien yo deseaba un autógrafo.- Le dijo sin preámbulos. Nikos se tomó un trago de whisky y se sirvió otro.
- Me dijo que había conseguido un uniforme de las mujeres del aseo y que pasaría desapercibida entre sus escoltas con él. – Continuó.
- Y mi escolta no te preguntó que ibas a hacer? – Preguntó él con aire de enojo estaba vez más visible.
- No se dio cuenta. Aproveché que ayudaba a una huésped que se había caído saliendo del ascensor y me metí con la tarjeta de seguridad maestra de mi padre. – Le dijo Luisa. Nikos tomó otro trago y se sirvió un tercero.
- Pero no era el artista que yo esperaba… sino mi cantante favorito… la persona con la que comparé a todos los chicos de mi vida y por la que no había aceptado a ninguno… - Le confesó al borde del llanto. Empezaba a sentir que él no le creería. - Y estaba allí… desnudo… ebrio… confundiéndome con una prostituta… Me dejé llevar por … no sé.
- Yo sí… Eres una de esas chiquillas ricas y pretenciosas que se presentan santas y puras ante su familia pero que en realidad eres peor que una mujerzuela…
- Nikos… Dijo Luisa entre dientes sin el menor deseo de terminar llorando frente a él pero tampoco quería gritar y ofenderlo.
- ¡Nikos! Nada. Ese día despertaba de la última borrachera de mi vida por una mujer… Una que me engañó durante dos años haciéndome creer que era casta, dulce y pura y… no era más que una aventurera detrás de mi fortuna.
- Nikos… escucha…- No quería discutir con él pero en el fondo pensaba de si misma lo mismo que él afirmaba asi que...
- Te he escuchado… te he visto muchas veces y no creo ya nada de lo que dices… Cuando entré a tu fiesta y me ví en tus ojos me enamoré de los muy malditos… Y creí en ellos… ¿De qué me sirvió?
- Podría decir algo…
- ¿Qué puedes decir? Te acostaste con tu artista favorito. Y tal vez no era la primera vez ni fue la última. – Luisa apretó los puños contra su estómago. Si no estuviera al otro lado del salón lo habría golpeado. - Y no encontraste un momento ni una razón para hacerme ver quien eras…
- Para esto me trajiste aquí? Me puedo ir ya?- Le dijo ella con un resto de dignidad que aún mantenía.
- No. Viniste para regalarme una tarde… una tarde de tu vida sin tu máscara…
- Para qué quieres que pase una tarde contigo… aún después de escuchar tus ofensas y ver que estás herido.
- No has entendido. Quiero como pago de tu engaño, una tarde, una vez al mes durante… lo que se me pegue en gana…
- ¡Estás loco! Esto es absurdo. Te sientes herido, me juzgaste y condenaste y tu condena es pasar la tarde conmigo? Decídete… ¿me odias o me deseas?
- ¿Quién te dijo que vamos a hacer el amor? – Le preguntó él y Luisa tambaleó por el impacto de sus palabras y su mirada de odio. Sin embargo se recuperó rápidamente y le dijo:
- No te mientas… sabes que tú y yo no estaremos dos horas a solas sin terminar en una cama.- Le dijo. Nikos se refugió en volver a servirse un trago para no mirarla.
La señora Yolanda entró con el plato de entrada para servirles. Nikos se obligó a sentarse en su lugar y miró a Luisa. Ella se mantuvo en su lugar sin pestañear. No tenía argumentos para discutir con él sus ataques. Pensaba que él tenía razón y ella debió haberle contado todo hacia tiempo pero... Siempre encontró razones para no hacerlo. Bueno había que vivir con la consecuencia de su cobardía.
- Después de todo lo que me has dicho y considerando lo que piensas de mí. Crees que voy a sentarme a comer contigo como si nada sucediera?- Preguntó ella pensando que tal vez se había vuelto loco
- Tú tomaste de mí lo que quisiste tomando ventaja de mi estado de embriaguez. Yo voy a tomar ventaja de mi posición. Si no haces lo que te pido… voy a contarle a tu padre lo que sucedió en el hotel y las razones por las cuales considero que debe ser retirado de su cargo.
- ¿Estás loco?- La pregunta se escapó de sus labios. Nikos era un artista temperamental y emotivo. Qué podía esperar de sus reacciones?
- ¿Tal vez? No sé. Igual eso es lo que quiero.
- Y por qué yo? – Preguntó ella aunque quería decirlo con impaciencia, la expresión se escuchó quejumbrosa.
- No estoy del todo seguro. – Le respondió él. Luisa lo miró recordando de repente la expresión de Nikos cuando hablaba con el periodista de Univisión sobre ella.
Sigue
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