La mañana no despuntaba aún pero las luces de las lámparas del jardín iluminaban las habitaciones del segundo piso. La enorme casa de los Dosantos sólo era transitada por los suaves pasos de Marcela Madrid quien caminaba hacia la habitación de su hija para verificar que estuviera durmiendo. Abrió la segunda puerta a la derecha y entró sin encender la luz principal. Su rebelde Luisa se negó a colocar cortinas en sus ventanas.
Se acercó a la cama sencilla que dominaba el centro de la habitación y frunció el ceño. Aquella maraña de colchas y sábanas parecía distinta ese día. Encendió una lámpara de pie que Luisa tenía a un lado de la cama. Y contuvo el aliento. Entre las sábanas revueltas y, evidentemente desnudos, estaban su hija y.. . su hijastro... Sintió cómo se volvía agua su sangre y abandonaba a su cuerpo toda corriente de energía. Aquellos dos se retorcieron a causa de la luz que hería a sus ojos.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Cómo había podido pasar eso sin que se diera cuenta a tiempo? ¿Desde cuándo? ¿Cómo iba a contarle todo esto a Fabián? Se preguntó mientras veía a Luisa sentarse en la cama con las manos sobre sus ojos.
Luisa sentía que había dormido un par de minutos y, sin embargo, ya había amanecido. Sacó sus piernas del nudo de sábanas y almohadas en el que había despertado y parpadeó asombrada al descubrir que estaba desnuda. Jamás había dormido desnuda. ¿Qué le estaba pasando? Se preguntó atontada por el dolor de cabeza y la sensación de agotamiento físico en sus piernas y caderas. ¡Cielos! ¿De quién había sido la idea de tomar vodka? Definitivamente había que estar loco para tomar un alcohol tan fuerte en una ciudad con un clima tan caliente como Barranquilla.
Recordó que los primeros tragos le habían caído a su garganta como agua caliente. Sin embargo, Ricardo la había retado con su mirada cargada de ironía haciéndola sentir una tonta niña jugando a ser mujer así que siguió tomando hasta caer ebria. Luisa se pasó las manos por la cara sintiendo que no podría mantener los ojos abiertos y parpadear provocó una horrible sensación de mareo que produjo unas intensas ganas de vomitar. Abrió los ojos tratando de hallar una bata para caminar hasta el baño y se sorprendió al ver que la luz era de la lámpara y no del sol. ¿Aún era de noche? Se preguntó asombrada cuando sentía que había perdido todo un día durmiendo. Alguien caminó cerca de la cama y Luisa frunció el ceño.
Si había alguien en su habitación: ¿Por qué no hablaba? Dio vuelta lentamente pues aún estaba mareada y descubrió a su mamá en medio de la habitación a punto de un desmayo. Iba a disculparse por estar borracha y desnuda cuando alguien le golpeó la espalda y como en cámara lenta, Luisa vio a Ricardo salir de la maraña de sábanas y almohadas que la rodeaban. Todo en su mente se revolvió como su estómago. Salió corriendo al baño, dando tumbos por la habitación.
Quedó arrodillada frente al inodoro botando hasta su alma. Los recuerdos de su noche de parranda y sexo le vinieron a la mente como una película en tercera dimensión que le produjo una intensa sensación de debilidad. ¿Cómo había sido capaz de seducir a Ricardo de aquella manera? ¿Cómo había sido capaz de desnudarlo y besarlo como lo hizo? ¡Por qué se había dejado Ricardo seducir por ella! Exclamó angustiada. Sujetó su cabeza con ambas manos sentada sobre sus tobillos y cerró los ojos consternada. ¿Qué diablos hacia Marcela en su habitación?
Ricardo se sentó en la cama aún borracho y vio entre brumas a su madrastra que lo envolvía en una sábana y lo empujaba fuera de su habitación. ¿Por qué lo sacaba Marcela de su habitación? Se preguntó confundido. Trató de expresar la pregunta pero su voz no respondió. Cruzó el pasillo obedeciendo a los empujones de Marcela y se sorprendió al entrar a su cuarto. ¿ Entonces? ¿De qué habitación lo había sacado Marcela?
De pie, en medio de su habitación parpadeó varias veces. Los recuerdos de la noche anterior se proyectaron en su mente como un video... sobretodo el recuerdo del cuerpo desnudo de Luisa mientras él le hacia el amor. ¡Dios! Exclamó dejándose caer sobre la sábana enrollada en sus pies. ¡Se había acostado con su hermanastra! Marcela azotó la puerta haciéndolo sujetarse la cabeza con ambas manos.
La señora regresó a la habitación de Luisa y la obligó a meterse en la ducha. Luisa tenía los ojos cerrados y se mantuvo en silencio, buscando la mejor manera de justificar su comportamiento. ¡Cielos! Exclamó al recibir el chorro de agua fría en su rostro. Marcela la dejó sola en el cuarto de baño durante unos minutos.
- Luisa Fernández – Le gritó desde el sofá junto a la puerta del cuarto de baño. – Sal de ahí ya.
Luisa decidió no tentar más su suerte y cerró la llave del agua. Se había enjabonado tres veces, tal vez cinco. Nada le hacía quitarse aquella sensación de todavía estar bajo el cuerpo desnudo de Ricardo. Se medio secó con la toalla de manos que encontró en el tocador y se colocó la bata de tela de toalla que colgaba detrás de la puerta. Salió con el corazón desbocado y encontró a Marcela recogiendo la ropa de Ricardo en una sábana. La manera en la que anudó los extremos de la sábana le dio una idea de cómo estaba su humor.
- Siéntate. . . No, vístete y siéntate. – Ordenó furiosa. Luisa corrió al armario y se colocó un pantaloncito y un vestido bordado en lana. Se sentó en el sofá. La cabeza le zumbaba, tenía la garganta seca de tanto vomitar y unas terribles ganas de llorar. Nada de eso agradaría a Marcela en ese momento por lo cual decidió no contarle.
- ¿Desde cuándo tienes relaciones con Ricardo? – Le dijo sin preámbulos. Luisa se mordió el labio con tanta fuerza que sangró. El sabor de sangre en su boca le produjo unas nuevas ganas de vomitar así corrió al baño y botó lo poco que le quedaba en el estómago. La borrachera empezó a disiparse.
Marcela la siguió y se preocupó por la presencia de sangre en su vómito. Sus instintos de mamá superaron los deseos de matarla.
- Voy a buscarte algo para el estómago. – Le dijo Marcela y salió de la habitación.
Luisa suspiró aliviada por los minutos de ventaja que eso le daba. Se enjuagó la boca y salió corriendo a la habitación de Ricardo. Este se vestía cuando Luisa entró y la miró aún atontado por el alcohol.
- No digas nada hasta que hayas hablado conmigo. – Le ordenó Luisa sin pasar de la puerta, vigilando el pasillo.
- ¿Y qué quieres que haga? ¿Finjo amnesia? Cuando termine contigo, Marcela vendrá a acosarme con sus preguntas... – Le dijo él enojado. No sabía qué lo enojaba más. ¿La actitud calculadora de Luisa para venir a su habitación a advertirle o que para ella fuese un rábano haberse acostado con él? Sobretodo, cuando para él, sólo tenerla enfrente le hacía recordar cuánto había disfrutado de hacerle el amor.
- Cuando no quieres hablar, no hay quien te obligue. Te lo ruego. – Le dijo enojada. ¿Cómo podía ponerse pesado con ella en ese momento cuando a ninguno de los dos les convenía equivocar la situación? Aunque no sabía cómo era capaz de hablarle y mirarlo. Se moría de vergüenza en el fondo de su corazón.
- Vas a pagar por cada castigo que me impongan. ¿Entiendes? – Le dijo antes de verla correr a su habitación. Sin saber por qué le ayudaba, ni por qué se comportaba tan adolescente como ella, corrió a cerrar la puerta de su habitación que Luisa había dejado abierta.
Entonces se escucharon los pasos de Marcela por el pasillo y cómo entraba en la habitación de su hija. Ricardo tomó sus zapatos tenis, un par de medias y las llaves de su moto. Tenía que desaparecer por un par de horas. Salió sin que las dos mujeres en la habitación de enfrente le escucharan.
Marcela halló a Luisa acostada sobre la alfombra con la cabeza en el sofá. Los cabellos rubios revueltos, la cara pálida y una expresión sincera de angustia.
- Tómate esto. – Le ordenó dándole un vaso con agua y bicarbonato.
- ¡Esto es horrible! – Exclamó Luisa gimiendo.
- No será peor que media botella de ron. – Le dijo Marcela de manera cortante.
Luisa no necesitaba aquel tono para saber que su madre no la escucharía con calma.
- Mamá... Siento mucho que nos hayas encontrado...
- Quiero que estés absolutamente segura de sentirte bien para que no enfermes en medio de tu declaración. – Le dijo interrumpiéndola. Luisa frunció el ceño.
Para ella tampoco era fácil escuchar lo que Luisa debía decirle. La chica se mordió el labio. ¿Cómo había sido capaz de tener sexo con Ricardo? ¿Y en su propia casa, en su propia cama? Se mordió el labio y tomó el resto del bicarbonato con agua.
- La verdad... estábamos aburridos de todo un fin de semana, aquí solos. Peleamos cuando ustedes se fueron así que cada uno se mantuvo en su habitación para no ver al otro. – Le reveló hablando con suavidad y tan lento como podía. Su madre no dijo nada. Ella estaba esperando que Luisa dijera todo lo que tenía que decir para luego soltarle su discurso.
- Carolina me llamó ayer al mediodía y me invitó al cine.- Continuó relatando Luisa. - Le dije que ustedes no regresarían hasta hoy que no podía salir de la casa. Entonces decidió venir a visitarme con Sergio.
- ¿Por qué no me extraña nada que esos dos estén involucrados en todo esto? – Preguntó Marcela. Ella le echaba las culpas de la indisplina de Luisa a Carolina. Luisa sonrió con ironía. En realidad, Carolina era la más sensata de las dos.
- Ricardo llegó a las tres, había estado tomando con sus amigos después de su paseo en bicicleta de los domingos. Sacó una botella de vodka y empezó a tomar con Sergio. – Le dijo Luisa temblando pues no sabía como terminar la historia. Le avergonzaba decir la verdad pero . . . necesitaba aquella terrible situación en su provecho.
Mientras pensaba en cómo salir de su embrollo había descubierto que era la oportunidad perfecta para que su madre aceptara que le dejaran vivir con su tía abuela Camila en Miami. La tía abuela de su padre era la única capaz de entender su deseo de convertirse en modelo y secundarla. Su madre estaba reacia a que tomara ninguna decisión sobre su vida hasta que terminara una carrera universitaria. Cualquiera que escogiera.
- Se emborracharon y terminaron en tu cama los cuatro. – Le dijo Marcela. Luisa se miró las manos como si en ellas estuviera la respuesta a aquella pregunta tácita de su madre.
- Sergio se fue con Carolina cuando el papá de ella vino a buscarla. – Le dijo dando un rodeo necesario para pensar bien lo que iba a revelar. – Ricardo y yo comenzamos una discusión de esas de nunca acabar y terminamos con la botella de vodka.
- Dime que hicieron el amor porque estaban borrachos. – Le dijo Marcela. Luisa sabía que esa respuesta no representaría ningún argumento de peso para enviarla a Miami.
- Aunque yo seduje a Ricardo. . . No es la primera vez que lo hacemos, mamá.- dijo Luisa apretando sus manos sobre su regazo. Marcela se dejó caer sobre la silla del tocador. – Él me encanta, me gusta y yo no soy capaz de mantenerme a la raya.
- ¿Él se aprovechó de ti? – Preguntó Marcela al borde del llanto. Luisa se obligó a no llorar y miró a su madre.
- No. Ricardo no quería. . . Yo lo empujé en el pasillo y él se golpeó la cabeza. Yo me asusté porque pensaba haberlo herido de manera seria. Pero sólo estaba atontado, lo hice entrar aquí y nos sentamos en la cama. Lo reté, lo reté y terminamos ...
No fue capaz de continuar. ¿Qué decir? ¿Qué decir que Ricardo no negaría? ¿Qué decir que le conviniera a sus propósitos? ¿Qué decir que no siguiera matando a Marcela como la veía morir de vergüenza y dolor por lo que escuchaba? Se mordió el labio con fuerza y trató de controlar el temblor que le sacudía de pies a cabeza. ¿Qué le estaba haciendo a su madre? ¿Qué cambios tendría su vida? ¿ Qué pasaría con Ricardo? Demasiadas preguntas... ninguna respuesta. Marcela se levantó y se fue.
Luisa se quedó petrificada, mirando sin ver la puerta que su madre había cerrado de golpe. Luego, recordó que Ricardo diría la verdad. . . Y eso le haría tener tal vez más problemas de los que tenía en ese momento. Se levantó del sofá y se fue a la habitación de su hermanastro. Estaba vacía. Buscó en la gaveta donde guardaba las llaves de la moto y no estaban. Así que se había ido. ¿Para dónde? ¿A qué? Entró en pánico. Y ahora ¿ Qué debía hacer?
Casi una hora después, Tania, una de las muchachas del servicio le llevó el teléfono inalámbrico. Según ella, la llamaba su amigo Carlos. Luisa contestó con desgano. Lo que menos deseaba era tontear con Carlos pero necesitaba averiguar por Ricardo.
- No estoy de humor para tus bromas.- Le dijo sin saludar. La voz de Ricardo resonó al otro lado del teléfono.
-¿Qué hiciste? – Preguntó con voz de trueno. Luisa brincó en la cama. Había estado acostada mirando el techo sin saber qué hacer.
- Me has tenido al borde del suicidio. – Le dijo. - ¿Dónde estabas?
- No tengo tiempo. ¿Qué hiciste? – Insistió él. Luisa suspiró.
- Le dije la verdad de nuestro viernes en la tarde y nuestro sábado. – Le dijo y titubeó. Aún teniéndolo a kilómetros de distancia le daba pánico reconocerle que había mentido y lo había utilizado en su beneficio. – Le dije a mamá que te seduje. Que tú no tienes culpa alguna y que soy una puta desquiciada.
El silencio al otro lado del teléfono fue peor que mentir. Luisa se volvió a sacar sangre mordiéndose el labio inferior. Podía imaginarlo estrangulando el teléfono en lugar de su cuello. Estaba confirmándole que no era más que una chiquilla pretenciosa, inconsciente, caprichosa. Una adolescente sin freno que quería a toda costa su libertad.
- No te mides. Cuando decides algo lo haces sin importar a quien arrastras. – Le dijo después de un largo silencio. Sus palabras hacían eco a lo que Luisa pensaba.
- Piénsalo. Así yo seré la descocada y tú el pobre niño que no tenía muchas opciones. – Le dijo Luisa queriendo reconocer que estaba muerta de miedo y arrepentida pero que ya no podía dar vuelta atrás.- Yo me iré a Miami con mi tía Camila y tú pedirás disculpas...
- Sólo que habré perdido la confianza de papá y de Marcela. No voy a recuperar mi credibilidad ante ellos. – Le dijo aunque en realidad quería reclamarle que estuviera tan feliz de marcharse y dejarlo sin tener el menor deseo de retenerlo.
No la amaba... no estaba enamorado de ella... pero era la primera mujer que no deseaba seguir a su lado. La única capaz de seducirlo con una mirada y no mostrar ni el más mínimo asomo de decepción por no tener su interés. La única que le había hecho olvidar que estaban en la casa de sus padres, que era su hermanastra y sobretodo, usar preservativos!!!
- No llores, niñito. Yo seré la zorra que sedujo al bebé de la casa. Y no me verás más. – Le dijo ella al borde del llanto. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no desfallecer. Ricardo no podía sentir que ella estaba debilitada en medio de aquella situación porque se aprovecharía de ello para hacerla desistir.
- Pero tendrás lo que querías: Tu preciosa y anhelada libertad. – Ricardo se preguntó qué lo hacía sentir más furioso: Si sentir que aceptaría la versión de Luisa y la dejaría marchar o que se moría por obligarla a quedarse.
- Sí. Y espero no volver a verte jamás. – Le dijo. Ricardo cerró el teléfono como Luisa supuso lo haría y entonces dejó en libertad todo el llanto que había estado conteniendo.
Llorando se quedó dormida. Cuando despertó casi cuatro horas después, Marcela ya había arreglado su viaje a primera hora del día siguiente con rumbo a Miami. Había aprovechado que su visa de turista estaba vigente y le había organizado la vida con la tía abuela Camila.
Fabián se mostró intrigado por la intempestiva decisión de Marcela pero al ver la alegría y el entusiasmo con el que Luisa hablaba de su viaje a sus amigas por teléfono, decidió que él mismo iría con Marcela dos semanas después a visitarla en Miami. La llevó de compras y le regaló un ajuar para varios días de su nueva vid
a.
Ricardo no se apareció en todo el día. Dijo que estaba con Carlos en una fiesta de integración del grupo folclórico al que su amigo pertenecía pero Luisa sabía que eso era mentira. Había sido la excusa perfecta para no estar en casa. Al día siguiente se había ido a un supuesto partido de beisbol que Luisa estaba segura jamás existió. La felicitó porque se iría a vivir a Miami y le deseó buena suerte.
Sin embargo, la acompañó como los otros dos al aeropuerto a las cuatro de la mañana. Le había comprado una bolsa de ciruelas y dos compactos de música colombiana. Se los entregó en una bolsa de regalo y la abrazó durante unos minutos que le parecieron una eternidad. Además de eso... la acompañó hasta la puerta misma de embarque con el permiso de una amigo suyo que estaba de guardia en el puesto de aduana.
- ¿Estás segura que vivir en Miami es lo que deseas para ti? – Preguntó él antes de dejarla ir. Ella lo miró a los ojos. ¿Acaso a Ricardo le dolía dejarla ir?
- ¿Hablas de lo que quiero hoy y ahora? Sí. No cierres la posibilidad de irme a visitar. . . – Sugirió rozando con la punta de la lengua sus labios. Ricardo la soltó como si quemara.
- Definitivamente loca... ¡Estás loca!- Le dijo y la empujó para que se metiera en la fila de ascenso al avión.
Durante varios meses, Luisa no supo nada de Ricardo. Aparte de lo poco que Fabián le contaba en sus correos electrónicos, que no era mucho pues suponía que Marcela se lo contaba todo. En realidad, su madre poco le escribió durante esos primeros meses y cada año fue menos frecuente recibir algo de ella.
Al ver que no apareció para Navidad, Ricardo viajó a Miami para la fiesta de Reyes. Cuando Luisa abrió la puerta de su habitación en casa de la Tía Camila no pensó que encontraría a Ricardo al otro lado.
- ¿Qué haces aquí? – Preguntó Luisa y miró en el pasillo sin hallar a la Tía Abuela. Ricardo sonrió con una expresión irónica muy extraña en su manera de actuar.
- Vine a ver como estaba mi hermanastra. – Le dijo y entró a la habitación cerrando la puerta con seguro. Luisa retrocedió temblando asombrada por la actitud de Ricardo.
- No bromees. La tía abuela...- Empezó a decir y titubeó al verlo quitarse la ropa.
- No está en casa. Le dije a Teresa que vengo exhausto del viaje y que la veré en la cena como una sorpresa. – Le dijo él y Luisa se mordió el labio. ¿Qué debía decir o hacer? Maldición... había olvidado lo hermoso que era ese hombre y allí lo tenía, sin camisa... quitándose los zapatos, sentado en su cama...
- No me parece buena idea que te encierres conmigo aquí... – Empezó a decir simulando que había pensado que él sólo dormiría una siesta en su cama.
- Ven aquí... Estoy seguro de que me extrañas como yo. . .- Le dijo él sin disimular su deseo. Luisa caminó hacia él como autómata, absolutamente dominada por sus hormonas. ¿Quién podía negarse a esa voz... a ese cuerpo?
Hicieron el amor como si tuvieran todo el tiempo del mundo. No había afanes, ni había impedimentos. Eran un hombre y una mujer que después de mucho desear estar juntos, por fin lograban encontrarse. Luisa disfrutó tener aquella cabeza de cabellos largos y rizados sobre su pecho y la calidez de aquella piel morena, que contrastaba en fuerza y color con su piel suave y blanca.
Ricardo había recorrido centímetro a centímetro aquel cuerpo que le había torturado en sueños durante los últimos diez meses. Ninguna mujer por más seductora o hermosa le había hecho olvidar la dulce sensación de estar en brazos de Luisa. Sin importar cuántos remordimientos y arrepentimientos vinieran después cuando estuviera lejos de ella y de su influencia, estar en brazos de Luisa era sin duda un mejor lugar que el paraiso.
Fabián le había regalado en vacaciones de Junio un paseo por el Caribe y había recorrido en un crucero isla tras isla, acostándose con más de dos mujeres por isla empecinado en borrar el recuerdo de su noche de pasión con Luisa... sin conseguirlo. Nadie había seducido sus sentidos, ni había anulado a su mente que viajaba una y otra vez hacia el rostro de Luisa. Para su debilidad, la única capaz de volverlo loco era Luisa.
Se había concentrado luego en su trabajo y había viajado por el mundo ampliando la cobertura de la agencia de publicidad de la familia y, aún así, no había podido alejar el deseo de volver a tenerla con él. Su esperanza de tenerla en casa para Navidad se desvaneció y lo torturó hasta la noche de Año Nuevo cuando decidió que viajaría a Miami.
No había estado seguro de cómo convencerla de acostarse con él y todo había estado a su favor, hasta el hecho de que a pesar de todo, Luisa siguiera siendo débil a sus encantos. Suspiró y frotó su rostro con los cabellos de Luisa.
- Estoy aquí para verte y me iré en dos días. – Le dijo. – La tía abuela Camila no sabe de nosotros.
- Sí sabe. Yo se lo conté. – Corrigió Luisa haciéndolo levantarse asombrado. Se apoyó en los codos para mirarle el rostro.
- ¡Cómo se te ocurrió semejante tontería! – Le dijo furioso.
- La tía abuela Camila no se come ningún cuento entero. ¿Crees que creyó una sola palabra de Marcela diciendo que entre ella y yo hay diferencias irreconciliables? Siempre las ha habido y muy bien que antes de lo acontecido... no quiso dejarme venir a vivir con la tía Camila.
- ¿Y qué va a pensar teniéndome aquí entonces?- Le dijo Ricardo. Luisa sonrió.
- Le fascinó la historia de nuestra relación. Le recordó su noviazgo secreto con su primo Raúl. – Le reveló asombrándolo. – Está feliz y hasta me propuso llamarte para que te pasaras un fin de semana aquí.
- No puedo creerlo. El descaro te viene de familia, entonces. – Luisa sonrió y lo vio sentarse en la cama.
- No le asombrará para nada tu presencia aquí. – Le dijo Luisa. – Y no olvides que no soy la única descarada en esta relación.
- No pienses en nosotros como una relación. – Le dijo cortante y recogió su ropa. – Tienes que tener bien claro que vine hoy a exorcizar un demonio y que no regresaré más.
Aunque no le creía una sola palabra, no pudo evitar sentir tristeza por la manera como él hablaba. No quería tener una relación con ella. Seguía siendo una niña tonta y hueca, con un delicioso cuerpo que lo seducía, eso era todo.
El se duchó y se fue a dormir en el cuarto de huéspedes. La tía Camila se mostró complacida de verlo y lo invitó a que continuará visitándolas con frecuencia. Aunque Ricardo prometió que así lo haría y se mostró cariñoso y gracioso ante la señora, Luisa sabía que no volvería a verlo en mucho tiempo, a pesar de que a media noche, Ricardo se metió en su cama para dormir abrazado a ella.
La vida le dio la razón. Ricardo se fue de Miami y comenzó a trabajar con más ahinco en la corporación de la familia. Luisa se dejó envolver por las clases de diseño en la universidad y por su cada vez más creciente carrera de modelo. Casi dos años después de aquella sorpresiva visita, Luisa se encontró a Ricardo en un viaje a Madrid.
Luisa estaba triunfando como modelo y había comenzado su negocio como agente de modelos. Tenía la franquicia de escoger los modelos de los catálogos de Victoria´s Secret. Cuando Ricardo se enteró, buscó la manera de invertir en su agencia sin que se diera cuenta y le ayudó contactándola con agencias de modelo reconocidas.
Luego, Luisa aceptó ser la protagonista de una película para un amigo suyo productor de cine. La película participaría en un festival de cine en Madrid y allí estaba Luisa promocionándola. En el restaurante donde se realizaba la rueda de prensa, apareció Ricardo.
Luisa sintió las piernas de gelatina cuando lo vio entrar y recurrió a las técnicas de actuación que había adquirido para no demostrar cuánto le dolía verlo y el abrazo con el que sostuvo a la hermosa chica que lo acompañaba. Entre los periodistas, Ricardo se acomodó con la joven. Luisa respondió con calma a todos y al terminar la entrevista se dispuso a marcharse.
Ricardo la alcanzó. Luisa dio vuelta con lentitud recuperando el aliento.
- ¡Ricardo! – Exclamó simulando asombro. Ricardo sonrió sardónicamente. Sabía que ella trataba de esquivarlo.
- Mi querida hermanita... – Le dijo él a propósito. Y sin dejar de abrazar a la joven que le acompañaba, se inclinó para besarla en la mejilla casi en la comisura de la boca.
- ¿Cómo está mamá? – Preguntó Luisa buscando de qué hablar. Tratando de mirar directamente a la mujer que él abrazaba. Los celos subieron como un ardor que le quemó del vientre al estómago.
- Muy bien. No sabía que estarías en Madrid. ¿Cuánto tiempo? ¿Dónde estás alojada? – Preguntó él.
- Me voy pasado mañana de regreso a Miami. Estoy en el Sheraton.- Le dijo negándose a preguntar por la chica.
- ¿Y por qué no te alojaste en un hotel de la familia? – Preguntó Ricardo mirándola a los ojos. – Estoy alojado en él del norte, en la suite presidencial... Espero que puedas visitarme un rato.- Luisa se lo quedó mirando sin poder creer lo que escuchaba. ¿Aquella frase insinuaba que le fuera a ver para acostarse con ella? Se preguntó Luisa.
- Este viaje es cuestión de publicidad. ¿Sabes? Yo te llamo. – Le dijo. Luisa dio media vuelta y se marchó.
No tenía idea de cómo la habían obedecido sus piernas para sacarla de allí. Pero suponía haberlo hecho con dignidad. Se enfrascó en el subibaja de los compromisos en Madrid y brincó asustada cuando el celular sonó mientras cenaba. El número no le dijo nada. Contestó pensando que era de Estados Unidos, así que habló en inglés.
- Buen acento... ¿Por qué no me dices cosas en inglés mientras me haces el amor esta noche? - Le dijo Ricardo al otro lado del teléfono. Luisa tomó de la copa de vino frente a ella. Sentía que se iba a desmayar.
- ¿Y por qué razón haría yo realidad tus fantasías? – Preguntó ella nerviosa sin mirar a sus compañeros de mesa. Estaban cenando en el restaurante del hotel.
- Porque te está volviendo loca saber que estoy en la misma ciudad y que podemos estar juntos sin fastidiar a nadie. Y aún así no te había llamado. – Le dijo él. – Estoy esperándote en mi habitación, pensando, pensando en ti y no he podido resistir la tentación de llamar. ¿Qué más quieres que haga?
- Estaré allí en una hora. – Le dijo ella y se levantó de la mesa disculpándose.
Aquello era una locura. Se repetía una y otra vez mientras viajaba en un auto de alquiler hacia el hotel. Era una maravillosa y desquiciada locura. ¿Por qué tenía que desearlo tanto? Y ¿Por qué tenía que desearla a ella? ¡Qué Diablos! ¿Por qué tenía que ponerle tanta conciencia a algo absolutamente natural? En realidad, no eran hermanos. Jamás se habían visto de esa manera y ahora, menos.
Al llegar ante la puerta de la habitación de Ricardo la cara le ardía por el calor de su deseo y estaba más ansiosa que nunca por tenerlo con ella. ¿Adónde los llevaría esta relación? Tal vez a ningún lado. Y en ese momento no le importaba.
Ricardo abrió la puerta y la hizo entrar. Sin preámbulos, completamente desnudo bajo la bata del hotel, empezó a desnudarla, tocándola palmo a palmo como si quisiera grabar cada una de las curvas de su cuerpo. Luisa pasó la noche entera allí, conversaron de todo menos de la familia y de la posibilidad de un regreso de Luisa a su casa. Se comportaron como dos amantes que se encuentran para disfrutar del tiempo juntos sin pensar en el mañana, en los por qué, en nada que no fuese disfrutrarse mutuamente. Despertar en sus brazos fue delicioso pero después de desayunar, Ricardo anunció que debía viajar en el vuelo de las nueve de la mañana y Luisa tomó un auto de alquiler para regresar a su hotel mientras él viajaba en otro rumbo al aeropuerto.
Ricardo no la buscó en Miami y Luisa no lo buscó en Barranquilla. Sabía que él dirigía todo desde aquella ciudad, negándose a vivir en Nueva York o Bogotá, ciudades desde las cuales se simplificarían sus idas y venidas por el mundo. Pero a Ricardo le encantaba regresar a su casa y sentir que continuaba teniendo una familia. Regresar a su habitación y hallar sus cosas de siempre.
Para Luisa, después de cuatro años fuera de su casa, aquella manera de pensar de Ricardo empezaba a tener sentido. Aunque la tía Camila era un amor y la trataba como si fuera su compañera de apartamento, Luisa no sentía que regresaba a casa o que estaba identificada con la zona residencial, o los vecinos a quienes apenas conocía, o con los amigos del círculo social de su tía Camila a quienes veía sólo en las fiestas de Navidad.
Ir de hotel en hotel sin tener la posibilidad de regresar a su casa cuando así lo quisiera empezó a convertirse en una obsesión. Por eso aceptó ir con Leo Quiroga, el productor de Cine al Festival de Cine en Cartagena. Allí seguro podría sentirse un poco más en casa. De Cartagena a Barranquilla, habían sólo dos o tres horas de viaje... tal vez podría contactar a Carolina y pasar un tiempo juntas.
No la veía desde la última visita de su amiga a Miami el año anterior. Sergio había tenido que viajar para un asunto de negocios y se llevó a Carolina para que le acompañara y visitara de paso a Luisa. Llevaban dos años de casados y habían logrado combinar sus ocupaciones con la vida familiar. Algo que Luisa envidiaba.
Cuando Leo le dijo que se alojarían en el Hotel Santa Clara, el cual pertenecía al consorcio de la familia Madrid... Luisa trató de echar para atrás su acuerdo de acompañarlo. Pero Leo le dijo que habían ruedas de prensa y actividades de publicidad que debía cumplir.
Luisa contactó entonces a Carlos Córdoba, el viejo amigo de Ricardo. Él era el gerente de ese hotel y le diría si había posibilidades de encontrarse con él en esos días. Carlos le aseguró que no. Aquello tranquilizó a Luisa pero al mismo tiempo, sentía que deseaba no fuera cierto lo que Carlos decía.
Y desde que se bajó del autobús que los llevó desde el Aeropuerto hasta el hotel, Luisa sintió que en cualquier momento lo tendría enfrente. Hacía más de cinco años que no visitaba ese hotel, ni la ciudad y encontró cambios favorables que la hicieron animarse. Sería un viaje para redescubrir Cartagena.
Entregó la ficha de registro que le habían enviado por correo para evitar los trámites prolongados a la llegada al hotel. Y le entregaron la llave de su habitación. Le colocaron el brazalete de identificación y se fue a descansar.
La tarde empezaba a caer, con un brillante sol redondo y naranja que caía sobre el mar cuando Luisa despertó de su siesta. Alguien eligió ese momento para aparecer y Luisa fue a abrir la puerta.
Le habían traído una merienda para que pudiera esperar hasta la hora de la cena que era casi a las nueve de la noche. El mesero entró con un servicio que le pareció particular.
- ¿Este es el servicio ordinario del hotel? – Preguntó curiosa observando el café con leche, el pan francés tostado con crema de ajo y torrejas de queso campesino blando.
- Me dieron la indicación de dejarlo y que si no lo aceptaba, llamara a la recepción. – Luisa olfateó a Ricardo detrás de todas esas indicaciones. Sonrió.
- Déjalo. Que le digan al del mensaje que mi mamá me enseñó a no desperdiciar comida. – Le dijo. El muchacho sonrió. Se estaría imaginando que era un detalle de un amante secreto. Luisa suspiró. ¿Era realmente la amante de Ricardo? Haberse acostado con él cinco veces en cinco años... ¿le hacía su amante?
Luisa miró la comida. Aunque quisiera, no podría botarla. Era una delicia comer café con leche y tostadas a las seis de la tarde mirando en su ventana el paisaje de Cartagena.
Ricardo lo hacía para fastidiarla. La buscaría para seguir cobrándose con sexo todo lo que según él había provocado por su decisión de culparse de seducirlo. Luisa seguía pensando que la que había perdido más era ella pero Ricardo no lo aceptaría jamás.
Después de cinco años de lejanía y de encuentros furtivos que siempre terminaban en sexo, Luisa había entendido que eso era lo único que recibiría de Ricardo. Sólo pensar en él le produjo un nudo en el bajo vientre. El timbre del teléfono la hizo saltar asustada. Corrió a contestarlo.
- Son las seis y media. Tienes una hora para vestirte y estar lista en el lobbie del hotel. – Le dijo Raúl desde el otro lado de la línea. Sin esperar respuesta como siempre cerró.
Había perdido media hora de su tiempo para prepararse, comiendo y pensando en Ricardo. Se duchó y se vistió con un traje de cashimir color perla que se plegó sobre su cuerpo como una segunda piel. El escote del frente dejaba entrever el nacimiento de sus senos y el de la espalda era exageradamente atrevido. Era necesario que se vistiera así para las ruedas de prensa de la película, de tal modo que contrastara con el vestuario corriente y sencillo del personaje que representaba en la película.
No se acostumbraba todavía a ser actriz. Había sido modelo pero era distinto. Una modelo no tenía que hablar en público ni poner en juego su inteligencia al circular en el lanzamiento de una línea de ropa o de maquillaje. Los protagonistas en ese caso eran los diseñadores.
Tomó su bolso y salió al pasillo. Esperaba el ascensor cuando una voz inolvidable empezó a hablar detrás de ella. Sintió que perdía el color y que podría haber pasado una hora mientras el ascensor se abría.
- Estaré en las mañanas en el proceso de auditorías y en las tardes con la gerencia. – Lo escuchó decir a una chica que anotaba todo lo que iba diciendo. Luisa miró a Ricardo a los ojos. La chica apenas le prestó atención. – Quiero los libros de contabilidad en mi oficina y una auxiliar a mi servicio durante las reuniones de auditoría.
Él siguió hablando mirándola a los ojos sin un solo gesto que en su rostro revelara que la conocía. Luisa no halló que decir. Ellos entraron en el ascensor y ella hizo lo mismo dándole la espalda a Ricardo.
Él la ignoraba... ¿Para qué? ¿Qué deseaba hacerle a sus nervios? Sabía que ella deseaba oír su nombre en sus labios, que le sonriera como lo hacía con todas las amigas que se encontraba en el camino. . . Imbécil. Le dijo en silencio y buscó la manera de fastidiarlo. No hallo una en la que no pudiera terminar como una tonta.
- Esta cena con los artistas es la única que tendré con ellos. – Le dijo a su secretaria que siguió escribiendo lo que le escuchaba. – No tengo tiempo para tonterías, no quiero tener nada que ver con ellos ni con la prensa.
¿Era un mensaje oculto? ¿No quería nada con ella? ¿Habría encontrado a la mujer perfecta? Esa que lo volvería loco y que no le permitiría admirar siquiera una mujer distinta que no fuese ella. Alguna vez lo había escuchado describir aquella fantasía de su vida. Carlos le había dicho que estaba loco.
“¿Mujer perfecta? Una mujer muda. Pero igual ¡joden!” Le había dicho su amigo al borde de un ataque de risa. Luisa no podía recordar qué había contestado Ricardo. Entonces, habría hallado la famosa mujer perfecta. ¿O la había olvidado?
- De ellos, se encargará Carolina Acosta, quien en calidad de mi asistente dirigirá cualquier acción que la presencia de la producción requiera. – Informó asombrando a Luisa. ¿Carolina? ¿Por qué Carolina no le había dicho que era la asistente de Ricardo? ¿Y desde cuándo? – Quiero que le den la mejor atención del hotel a ella y se dispongan las cosas según sus deseos.
El ascensor llegó al lobby del hotel y se abrieron las puertas. Luisa se vio obligada a caminar para salir de allí. Había una pared entera de espejos en el lugar y Luisa pudo ver a Ricardo mirando su espalda mientras caminaba. Casi se cae al descubrir que él no dejaba de mirarla mientras hablaba a su secretaria. ¡Qué diablos con este hombre!
Él siguió su camino al restaurante, la secretaria miró a Luisa para asegurarse de que no había caído y luego, siguió a su jefe. Luisa estaba aferrada a un muro no sólo para no caer, sino para no correr detrás de él y obligarlo a hablarle. Dejó escapar el aire que ni siquiera había notado estar conteniendo y sonrió.
¿Qué pensaba hacer Ricardo? ¿Ignorarla durante las dos semanas que estaría en el hotel? ¿Y qué hacía Carolina de asistente de Ricardo? ¿Por qué su amiga no la había llamado para comunicárselo? Suspiró de nuevo y miró a la romería de personas que caminaban hacia el restaurante del hotel. Tenía que encontrar a Carolina y desahogarse con la única que entendería todas sus locuras.
Caminó decida al restaurante dispuesta a disculparse por no estar presente en la rueda de prensa y localizar a Carolina de inmediato. Pero eso fue imposible. Raúl la miró como si estuviera loca al proponer semejante cosa y la llevó a un grupo de señores entre los que estaba Carlos.
Carlos la abrazó y le besó la frente apenas la tuvo cerca. Luisa disfrutó de encontrar alguien conocido, una persona que la recibiera con cariño sincero. Se deshizo en su abrazo.
- Carlos... Carlos... – Le dijo Luisa susurrando en su oído. - Sácame de este circo, por favor.
- Cariño... Pero si estás hermosa y tú eres el centro de atención de este circo. – Le dijo entrelazando los dedos de su mano con los suyos. Luisa suspiró desconsolada.
- ¿Cómo? ¿Ustedes se conocen? – Preguntó asombrado Raúl. Luisa sonrió.
- Este es uno de los hoteles de mi padrastro, Raúl. – Le dijo asombrándolo aún más.
- ¿Cómo así que eres la hija de Fabián Madrid?- Exclamó Raúl. -¿Y por qué yo no sabía eso?
- No puedes saberlo todo, Raúl. – Se burló Luisa pero su sonrisa murió casi de inmediato. Ricardo se acercaba al grupo con una de las actrices invitadas abrazada a su costado.
- Raúl Quiroga supongo. – Saludó Ricardo con formalidad. Raúl giró para responder al saludo.
- Ricardo Madrid. Tenía muchos deseos de saludarlo. No sabía que estuviese aquí. – Le dijo Raúl estrechando su mano.
- En realidad, se supone que estoy en Brasil. Pero quise venir a disfrutar del Festival de Cine. – Dijo sin mirar a Luisa.
- ¿Piensas seguir ignorándome, Ricardo? – Le preguntó Luisa fingiendo una sonrisa. Carlos apretó la mano que tenía entre las suyas pidiendo un poco de prudencia. Ricardo inclinó la cabeza para que Luisa lo besara en la mejilla.
- Claro que no, querida hermanita.- Le dijo y apretó la mandíbula al sentir que Luisa sólo rozaba con su mejilla la piel de él sin besarlo. No iba a darle el gusto de quedar como la mujercita que se muere por besar al supermacho.
- Yo creí que al renunciar a tu madre habías renunciado al resto de la familia. – Le dijo Ricardo con una fingida expresión de calma. Luisa hizo un gesto de disgusto.
- Yo no renuncié. Me dieron de baja que es distinto. – Respondió al ataque. ¿Qué se proponía él? ¿Ventilar su vida privada en público? ¿Armar un escándalo que convirtiera su vida en un infierno? ¿Acaso pensaba que no podía llevárselo a él en ese viaje?
- Ven Luisa que tengo muchas personas que presentarte. – Le dijo Carlos jalándola con él. Ricardo no hizo nada para detenerlos.
Sabía que se había pasado. Le había dado ira verla tan hermosa, tan seductora, tan dueña de sí con Carlos sujetándola de manera tan íntima y que él no pudiera recibir ni un beso. Estaba viviendo el infierno en medio de aquella gente viendo sólo a una mujer. Esa que se paseaba entre cientos de hombres que a propósito colocaban su mano sobre su espalda desnuda para saludarla o bailar.
Luisa mientras tanto veía la reunión de manera distinta. Ricardo no se le acercó más. Iba y venía derrochando encanto, contando chistes que hacía carcajear a las mujeres que revoloteaban a su alrededor como moscas. Luisa pudo verlo mejor mientras estaba sentada en el escenario, contestando las preguntas de los reporteros citados en el lugar.
Entonces Ricardo había escogido sentarse en la barra del bar y abrazaba a una actriz distinta. Una rubia platinada que con su cabello ocultaba la mano de Ricardo y sólo Dios podía saber qué estaba él haciendo con ella. Luisa no sabía si había dado respuestas inteligentes al montón de tonterías que indagaron los de la prensa. Al terminar el turno de los actores de su película, el anfitrión invitó al personal de producción de otra película extranjera invitada. Luisa se levantó de allí contenta de poder escapar de la reunión.
Esta vez nadie la detuvo. Ni notaron su ausencia porque llegó hasta su habitación sin que le hicieran regresar. Tomó el teléfono y solicitó que le comunicaran con Carolina Acosta. Le dijeron que esperara unos minutos pues todavía no llegaba de Barranquilla, así que ella dio el teléfono de la casa de Carolina para hablar con ella allí.
- ¿Desde cuándo trabajas para Ricardo? – Explotó Luisa tan pronto Carolina se identificó en el teléfono.
- Sabía que llamarías tarde o temprano. – Le dijo sin que en su voz demostrara temor o ansiedad. Luisa se dejó caer en el sofá al lado del teléfono.
- ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿Cuando me hubiera desangrado desde la herida en la espalda que me hizo tu puñal? – Le dijo haciendo reír a Carolina.
- Esa carrera de actriz te está volviendo melodramática. Ricardo me contrató exclusivamente para ser tu anfitriona en el hotel. – Le dijo deletreando cada una de las sílabas de su frase. Luisa frunció el ceño.
- ¿Cómo está eso? – Preguntó intrigada. Escogió a su mejor amiga para encargarse de sus asuntos mientras estaba en Cartagena. ¿No era demasiada delicadeza para odiarla?
- Pues que me propuso acompañarte como chaperona durante tu estadía en Cartagena. Ver que te sintieras cómoda, en casa. Esas son mis instrucciones. – Le dijo Carolina.
- ¿Y por qué no lo supe tan pronto te lo propusieron? – Preguntó al recordar que en la lista de personas a cargo de los visitantes no aparecía Carolina por ningún lado.
- No creí que tenerme a tu lado fuese tan desagradable. – Se quejó Carolina. Luisa hizo un gesto de no creer una sola palabra de aquel reproche.
- Sabes muy bien que me extraña tanta atención de Ricardo cuando no hace otra cosa más que torturarme con su presencia. – Le dijo Luisa.
- ¿Presencia? Él no va a estar allí. – Le dijo Carolina. Luisa abrió muchos los ojos y se sentó derecha en el sofá.
- ¿Cómo? ¡Acabo de dejarlo en muy buena compañía en el lobby del hotel! – Carolina chifló al otro lado de la línea.
- Nena... prepárate entonces. Este hombre está loco. Me contrató porque él estaría en Brasil en auditoria de los hoteles que tienen en ese país. – Luisa sintió como temblaba de pies a cabeza con la excitación del rumbo de sus pensamientos.
- Y lo dijo. Dijo que se suponía estaba en Brasil. ¡Cielos! ¿Será que ahora sí va a hacerme pagar el mal rato que vivió con mis padres? – Preguntó asustada. Temía más a la ira de Ricardo que al huracán de su pasión. Al menos, esta última le producía placer.
- La verdad amiga, es muy extraño. Te juro que me dijo me contrataba para que yo viera por ti porque Carlos también estaría muy ocupado y no tendría tiempo para acompañarte. – Le dijo Carolina.
- Es que está muy extraño. Primero me lo encontré en el pasillo y me ignoró y luego, me atacó revelando a la gente alrededor nuestro que es mi hermanastro y que estoy deportada de la familia. - Le relató Luisa como analizando sus pensamientos. Carolina dejó escuchar su risa.
- Él es muy celoso de su vida privada. ¿Por qué haría eso? – Luisa se mordió el labio.
- Tal vez estaba buscando tranquilizar a la actricita que parecía pegada con goma a su costado. - Le dijo sin ocultar sus celos. Carolina se rió de ella al otro lado del teléfono.
- Vamos, nena. Que no te ganen los celos. – Luisa cerró los ojos y se recostó en el sofá.
- Y estoy celosa, Caro. Endemoniadamente celosa de una maldita chiquilla flaca como un alfiler y joven, muy joven. . . - Confesó Luisa gimiendo al borde del llanto. - Y estoy aquí muriéndome de ganas porque se aparezca en mi puerta...
- ¿Estás enamorada de Ricardo? – Preguntó Carolina asombrada. Luisa suspiró.
- No sé si es amor... pero pasión, sí. Sexo, sexo. . . es en lo único que pienso cuando lo tengo enfrente. – Le dijo Luisa.
- ¿Cuando lo tienes enfrente? ¿Acaso no es la primera vez que lo tienes enfrente después de cuatro años? – Luisa se apretó los ojos con los puños cerrados y dejó el teléfono sobre su pecho. ¡Cielos! Sólo la tía Camila sabía de sus encuentros con Ricardo. . . Tomó el teléfono de nuevo.
- En realidad... no. Pero es muy largo de contar. ¿Cuándo estarás aquí? – Dijo Luisa al borde del llanto.
- NO pensarás llorar... ¿Verdad? Estaré mañana cerca del mediodía. Buscaré un espacio para hablar contigo. - Se comprometió Carolina. Luisa suspiró.
- Sí. Porque yo debo seguir un itinerario. – Le dijo quejumbrosa.
- Tómate un té de hierbas y acuéstate. No se te ocurra llorar ni emborracharte. Haces muchas locuras cuando te emborrachas. – Le dijo Carolina tratando de hacerla reír. Luisa sonrió con sorna.
- Eres muy chistosa. – Le dijo cerrando la comunicación. Se dejó caer en la cama con tan sólo el hilo dental que llevaba puesto deseando toda la noche que Ricardo apareciera en su habitación y le hiciera el amor.
Yolanda Cruz, la asistente de Raúl la llamó a las seis de la mañana al día siguiente para que se preparara para los eventos del día. Luisa desayunó en su habitación y se fue al salón que Yolanda le había indicado como punto de reunión. Allí les proyectaron varias películas y les solicitaron llenar una serie de planillas de evaluación.
A la hora del almuerzo, le hicieron llegar una nota de ir al restaurante del hotel estilo parrillada argentina. El hotel tenía uno de los salones de eventos dispuesto para uso de los miembros del Festival. Se asombró al encontrar a la secretaria de Ricardo esperándola para almorzar con ella. Luisa esperó a que les sirvieran y entonces, comenzó una conversación con la chica.
- ¿Te envió Ricardo? – La chica se sonrojó respondiendo sin querer a Luisa.
- En realidad, La Señora Carolina Acosta me indicó que hiciera el esfuerzo de cuidar de usted mientras ella llegaba. – Le dijo. Luisa sabía que mentía.
- Yo siento incomodarte pero es que me siento vigilada por Ricardo. – Le confesó tratando de ser cordial con la chica. Al fin de cuentas no tenía la culpa de un jefe calculador.
- ¿Así que le gustó la merienda de ayer y le parece bien el almuerzo de hoy? – Le preguntó la chica animada por las palabras de Luisa.
- Sí. Supongo que Carolina te dio toda una lista de las cosas que me gusta comer. - Le dijo Luisa aunque sabía que había sido Ricardo. La chica tosió pues casi se atraganta con el bocado de comida que se había llevado a la boca y volvió a sonrojarse.
Carolina no tenía la menor idea de qué le gustaba a Luisa comer. Siempre que salían juntas, volvía a hacerle la misma pregunta de siempre: ¿Qué quieres comer? ¿Por qué te gustan esas cosas tan corrientes? Ricardo había organizado su menú. De eso estaba segura y aquel gesto de vergüenza de la chica lo confirmaba.
- ¿A todos los invitados le darán su comida favorita? – Preguntó haciéndose la tonta. – ¿Eso no será muy caro para el hotel?
- Se organizaron cinco menús diferentes para cada restaurante y el suyo es uno. – Le dijo la joven. Luisa alzó una ceja. Así que cualquier restaurante que escogiera tendría la comida que le gustaba en su menú. Definitivamente, Ricardo estaba endulzándola para darle un golpe. Y a Luisa empezaba a dominarla el terror. ¿Cuál sería ese golpe?
- Cuando Carolina llegue al hotel... puedes hacérmelo saber de inmediato. – Dijo Luisa empezando a comer pues el tiempo estaba pasando demasiado rápido y tenía un compromiso a las dos y media.
- Claro que sí. Tengo su número de celular. La llamaré para decírselo. – Le dijo la chica. Luisa sonrió avergonzada.
- ¡Qué vergüenza! No te he preguntado el nombre. – Le dijo Luisa.
- Lucia. Lucia Granados. – Le dijo la joven. Luisa alzó una ceja con una clara expresión de curiosidad y siguió comiendo en silencio.
Ricardo había contratado a una Lucia Granados, joven, tímida y dulce como su asistente personal. Una Lucia casi una Luisa...
- Dime Lucia, ¿Qué piensas de tu jefe? – Preguntó Luisa. La chica sonrió con dulzura. En su expresión, se veía claramente la admiración por Ricardo.
- Es un hombre maravilloso. Me ha ayudado mucho a pesar de que todavía no termino la universidad. – Le dijo la chica. – Trabajo para él sólo cuando está en Cartagena. Aún así, recibo un sueldo mes tras mes.
Así que Ricardo era el benefactor de Lucia. No era extraño en él. Jamás había sido tacaño con su dinero, ayudando a todo aquel que consideraba necesitaba su ayuda. Era benefactor de varias instituciones de caridad en Barranquilla y en otras partes del mundo.
Cuando Luisa estaba a punto de marcharse a su cita con los periodistas de un noticiero de un canal nacional, apareció Carolina.
- ¡Amiga!- Exclamó con tono alegre Carolina abrazándola con fuerza, levantándola del suelo pues era mucho más alta que Luisa. Luego hizo dar vueltas a Luisa para admirarla. – Estás hermosa. ¡Flaca como un fideo! ¿Por qué envidiabas a la chica de anoche?
- Ni me recuerdes la noche de anoche. – Le dijo Luisa mostrando en su rostro su tristeza. – Tengo una entrevista en quince minutos. – Dijo mirando su reloj.
- Tienes espacio entre las ocho y las diez de la noche. – Le dijo Carolina. – Miré tu horario de trabajo tan pronto llegué. Cena conmigo.
- Una cena no alcanzará. Duerme conmigo. – Le dijo Luisa sin cambiar su expresión. Carolina volvió a abrazarla y besarla en las mejillas.
- No seas consentida. Una cena será el comienzo y no voy a dormir contigo... no quiero ser inoportuna. – Le dijo con una clara expresión de complicidad. Luisa hizo un puchero infantil de desagrado.
- No va a visitarme tu amigo, no fue anoche y creo que no irá jamás. – Le dijo revelando que esa actitud la decepcionaba. Carolina la acompañó caminando con ella abrazada a su costado.
- Olvídate de él. ¿Has visto cuánto hombre hermoso hay en este hotel? ¡Dios! Si pudiera convencer a Carlos de no decirle a Sergio... me echaría una cana al aire. – Le dijo haciendo reír a Luisa.
- Tienes dos años de casada. Compórtate, por favor. – Le dijo sin estar muy convencida de que le hicieran caso. Carolina sonrió.
- Por lo menos, cambiaste tu expresión. – La consoló y empezó a hacerle una lista de los hombres que Luisa debía observar para ver si estaba de acuerdo con ella en que eran unos bombones.
Luisa sabía que aquello no resultaría. Ella había visto millones de hombres hermosos física y personalmente. Se había acostado con un par de ellos. Pero lo que sentía por Ricardo crecía aún en la distancia y era peor cuando lo sabía cerca.
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