viernes, 27 de febrero de 2015

INFINITA TU I

Como todos los sábados, el Sky bar del Shore Club en South Miami estaba repleto. Los jóvenes del lugar parecían ponerse de acuerdo para encontrarse todos allí, se burló Cristina García mientras caminaba hacia la mesa de sus compañeros de oficina. No solía acudir allí después de la oficina pero no había podido librarse de sus compañeras. Ella hubiera preferido una buena compañía y un paseo por la orilla del mar apreciando el atardecer. Volvió a sentarse en contra de su voluntad al lado del pesado de Peter White. Cielos! El hombre no parecía entender ni el español, ni el inglés ni el desprecio, se dijo Cristina mientras volvía a quitarse la mano de Peter de su rodilla.  Los demás parecían no darse cuenta de nada.
Entonces Cristina dio un sorbo a su coctail y frunció el ceño. ¿Acaso ella no había pedido un coctail sin alcohol? Decidió darle vuelta a la copa en su mano y jugar con él hasta que pudiera escapar. Era una de las tantas reuniones para celebrar un cumpleaños. Eran la empresa de catering más importante de Miami. Tendrían una  semana para vacacionar y regresarían después del día de reyes con las pilas recargadas. Sus compañeras de oficina la habían arrastrado hasta el Sky Bar casi sin opción. Y ahora buscaba el momento en que el licor y la conversación les diera la idea de que ella seguía allí sin verla.
Entonces llegó Gregory Barton y todo pareció girar a su alrededor. Gregory no solo era millonario y famoso. Era un hombre de uno ochenta de estatura, con un rostro de Dios griego y con un cuerpo envidiable a pesar del poco tiempo en el gimnasio y las malas costumbres al comer. Cuando alguien lo describía por primera vez, nadie podía creer que hubiera tanta perfección en el físico de un hombre que no se dedicaba al mundo del espectáculo. Pero cuando uno veía por primera vez o por heptagésima vez a Gregory, sin importar la orientación sexual o el género,  sentía la fuerza de su presencia.
Cristina apenas si lo miró a la cara como solía hacer siempre. De seguro él no la reconocería sin su uniforme de oficina. Cristina era de las pocas empleadas de Barton G. que usaba regularmente el uniforme empresarial, estuvieran o no en la oficina. Apenas si la miraba en la oficina al hablar y con frecuencia solía llamarla Nena, que  era sinónimo de que se le olvida su nombre.   Era la primera vez en tres años que Gregory se presentaba en una reunión sin su novia de los últimos cuatro años. Una novia tan posesiva que a duras penas le permitía a Gregory compartir con los hombres, y evitar a las mujeres. La chica tomó del coctail sin pensarlo. Necesitaba hacer algo más que quedarse petrificada allí esperando a ver si Gregory reconocía a su asistente personal.

De seguro,  él no la reconocería. En la fiesta de navidad de la empresa, las chicas se habían vestido de mamá Noel. Cristina no había podido evitar usar el disfraz. Lo había acompañado para cubrir las apariencias mientras veían a la novia de Gregory irse en un auto con otro hombre. Cristina lo había convencido de dejar de beber, lo había obligado a tomarse un café fuerte y que se marchara con ella de la fiesta. Al regreso de las vacaciones, Gregory no había hecho algo más que tratarla como siempre. Sin hacer mención de lo que sucedió esa noche.

Gregory saludó a todos y se sentó junto a la chica que Peter le señaló. Apenas podía pensar con los efectos de los mojitos cubanos que le había hecho tomar su nuevo socio de negocios durante el almuerzo que se había prolongado por toda la tarde. Tendría que tomarse varias tazas de café para quitarse el efecto del licor que le hacía sentir la cabeza como de algodón. Quién era la chica a su lado? Se preguntó. Peter le había dicho algo sobre conocerla pero en verdad le costaba trabajo saber de dónde. En todo caso, ojalá la chica encontrara una razón para salir de allí y él le seguiría a lo que fuera que inventara con tal que lo sacara de aquel compromiso.

Le pusieron un vaso de whisky al frente pero Gregory se decidió por un vaso de gaseosa. No le gustaban las sodas negras pero cualquier cosa era mejor que combinar ron cubano con whisky escoces. La chica tomaba de su coctail aunque Gregory pudo notar que eran tragos muy pequeños. Así que ella no bebía. Se dijo y trató de concentrarse en la conversación que Peter le proponía.
-          Tienes razón. No me gustan estos compromisos sociales. No me voy a quedar mucho tiempo.- Le dijo Gregory a Peter. – Sólo el tiempo suficiente para hacer el protocolo.
-          Traje a Cristina para que te hiciera de compañía. Como viniste solo, todas las leonas van a querer atraparte. Ella es una excelente guardiana. – Le dijo Peter sonriendo. – Bueno tú la conoces mejor que yo.
Gregory frunció el ceño. Conocer a la chica. Cristina. Dijo meditando con dificultad en el nombre. La única Cristina que él conocía era… Y se detuvo y miró a la chica. Cielos!! Cristina!! No la había reconocido. Había en ella un aire sensual que Gregory antes no había visto. Para él Cristina era prácticamente un  mueble más de su oficina. ¿Qué hacía ahora detallando sus características de feminidad? Mentira… Había descubierto en Navidad que Cristina era más que una de las chicas de la empresa. Pero aquello era una locura. Tenía que decidir qué quería más: una excelente asistente o una mujer más en su cama.
Cristina supo que él había descubierto quién era ella. Lo sabía por la manera en la que él había fruncido el ceño y la detallaba como si estuviera analizando su reacción. La chica empezó a sentir que todo daba vueltas. No podía desmayarse allí. Eso sería el colmo del desastre. Trató de levantarse pero tuvo dificultades para sacar la silla.
-          ¿Qué sucede? – Le preguntó alguien. Pero Cristina no estaba segura de quién. Sentía que debía irse de allí. Hacía mucho calor y todo era más brillante de lo normal.
-          Ella está lista para la acción. – Dijo alguien. A Cristina se le dificultaba entender si era hombre o mujer quien hablaba.
-          Qué dices? – Preguntó Gregory mientras le sacaba la silla a Cristina para que pudiera levantarse. Peter sonrió.
-          No me dijiste que querías una loca noche con una mujer muy dispuesta. Aquí tienes a la mejor. – Le dijo Peter. Gregory frunció el ceño. Así como era de bueno en la publicidad, así era de perverso en las relaciones y Peter  no debía estar diciendo nada bueno.
-          De qué estás hablando? – Preguntó sosteniendo a Cristina del codo antes que se fuera de bruces sobre él.
-          Ella está un poco ebria lo sé… pero está loca por ti. Quién mejor que ella para una noche loca? – Gregory sintió que se le regresaban los efectos del ron cubano. Cielos! Tenía que sacar a Cristina de allí antes que los dos dieran un espectáculo que los demás jamás olvidarían.
-          Eres un imbécil. Me gusta estar con una mujer en pleno dominio de sus facultades. – Le dijo Gregory y sacó a Cristina del Bar. Recordó que alquilaban cabañas en el club. Asi que la empujó rumbo a la recepción.
-          Necesito una habitación. La señorita no se siente bien. – Dijo Gregory. Cristina ya no hablaba. Parecía estar sumergida en otro mundo. La recepcionista recibió la tarjeta Golden de Gregory y al constatar los datos le reconoció.
-          Está libre la cabaña que su empresa utiliza para los recién casados. – Le dijo ella. Gregory sabía de qué hablaba. Eran cabañas de tiempo compartido y sus empleados la utilizaban cuando las bodas eran en el club o en sus alrededores.
Un empleado del club los acompañó a la cabaña. En el camino, Gregory le pidió una jarra de café negro y una cena. Cristina caminaba como una autómata a su lado. Sin decir mucho. La cabaña estaba arreglada cuando llegaron y el empleado dijo que mandaría un mesero en diez minutos. Gregory trató de hacer reaccionar a Cristina con un vaso de agua. Le quitó la ropa y la metió bajo la ducha y logró que le dijera algunas cosas sin sentido pero nada. Algo como que le habría gustado estar con él bajo la ducha en otras circunstancias. Gregory frunció el ceño mientras la secaba superficialmente y le colocaba una bata de baño.
Cristina era muy delgada. Sus curvas no eran nada pronunciadas pero tenía una piel hermosa y tonificada. Gregory supuso que la reacción de su cuerpo se debía a los dos meses de abstinencia. No podía estar deseando acostarse con su asistente! Se dijo y alguien tocó a la puerta. Era un mesero con un carrito y Gregory lo recibió en bata. Se había quitado todo para meter a Cristina a la ducha.
El mesero miró a Cristina que seguía acurrucada en un sofá como la había acomodado Gregory. Pero no dijo nada. Gregory supuso que no le parecía extraño que Cristina no se moviera. Se fue y la tarea de Gregory de darle de comer a Cristina fue infructuosa ella repetía que sólo quería ir a la cama con él. Pero Gregory no veía normal aquella expresión de deseo de Cristina, no era una mujer mirándolo a los ojos, recorriendo su cuerpo con sus manos ni siquiera trataba de besarlo. El loco de Peter debía haberle dado algo en su bebida. Aquello no era normal.
Así que la tomó del brazo y se la llevó a la cama. Le dejó el albornoz porque con él estaría más seguro de no tener la tentación de tocarla y la cubrió con la sábana. Se acomodó a su lado y trató de dormir. Pero no podía. Cielos! Jamás dormía con tanta ropa puesta y estar sin ella era una gran tentación. Se levantó y fue al minibar. Decidió tomarse un trago de ron para completar la borrachera y dormir de cansancio.
La luz de la mañana empezó a colarse entre las cortinas. Gregory frunció el ceño al sentir que sus manos estaban llenas con el cuerpo de una mujer. Se levantó un poco para ver que tenía los pechos de Cristina entre sus dedos. Diablos! Había tenido sexo con ella? Lo sabía por razones tan reales y crudas como la humedad entre sus piernas entrelazadas a las de ella. Cristina estaba totalmente abandonada a su sueño. Gregory se fijó en su rostro. Era casi una niña. No pudo recordar cuantos años tenía pero estaba seguro de que apenas llegaba a los 21.
Sus manos acariciaron los pechos y se deslizaron hacia su vientre plano. Era una piel suave y cálida. Gregory tuvo una imagen en su cerebro que le recordó lo dulce que era besarle la piel. Cielos! En verdad había tenido sexo con su asistente!! Ahora si la había hecho buena. Se dijo y se levantó corriendo. La dejaría dormida y le haría creer que había sido un sueño. No podía estar allí cuando ella despertara. Sería lo más sano. O no podría trabajar con ella en el futuro.
Se duchó y se vistió casi sin secarse. Dejó unos billetes en el bolso de fiesta de la chica pues no encontró ninguna billetera dentro y salió como si lo persiguieran los perros del infierno. Al llegar a recepción canceló la habitación pero le pidió a la chica que levantara a su compañera a las ocho para que durmiera un poco más. Eran las siete de la mañana cuando llegó a su casa.
A las ocho y media lo despertó su mayordomo. Lo llamaban de un club porque la mujer que había dejado dormida no respondía. Gregory saltó de la cama. Cómo que no respondía? Se preguntó. La mujer que le hablaba decía que había llamado al médico del club y que este había diagnosticado que estaba inconsciente y que necesitaban saber qué había tomado para hacerle reaccionar. Todo el viaje de regreso al club, Gregory trató de comunicarse con Peter White y no respondió. En qué lío se había metido esta vez?
Acababa de salir de una escandalosa y publicitada ruptura. No podía darse el lujo de que su nombre volviera a aparecer en los diarios asociado a una escena de sexo y drogas. Maldición! Maldición! Iba repitiendo mentalmente mientras caminaba hacia la cabaña. En la habitación estaba un hombre que era el médico de confianza del club y el administrador. El conserje había llamado al administrador como regia el protocolo del club al notar que la cliente en la habitación no respondía a sus llamados.
-          Buenos días. Mi nombre es Gregory Barton y esta chica trabaja para mi. – Anunció él sin preámbulos. El administrador se presentó primero.
-          Joe McKenna. Soy el administrador del club y mi empleado vino a levantar a la joven a las 8 am según sus instrucciones. Al ver que no respondía, siguió el protocolo.- Explicó el hombre. Gregory estrechó su mano.
-          Debo trasladar a la señorita a un hospital de inmediato. El club tiene un convenio de atención por emergencia con el Centro Médico Monte Sinai. – A Gregory le sonó la idea mejor que cualquier otra así que asintió.
-          Qué piensa usted que le sucede? – Preguntó Gregory
-          Pienso que algo tomó y su cuerpo aún no reacciona del efecto. – Le dijo el médico. Gregory alzó una ceja.
-          Bueno… tuvimos sexo. Ella no parecía estar en otro mundo…- Dijo Gregory sin mucha convicción. Sabía que ni él ni ella estaban conscientes de lo que hacían. Sólo Dios sabía que le había echado Peter en su bebida y Gregory estaba borracho.
Peter le devolvió la llamada casi dos horas después. Al parecer había hecho una combinación de un estimulante sexual con un tranquilizante. Gregory sintió que iba a vomitar. No era un santo pero jamás había recurrido a drogas o alcohol para estar con una mujer. Este maldito loco sicópata no tenía el menor sentido de responsabilidad para con Cristina. Si lo tuviera enfrente le habría matado a golpes. Gregory le dio la información al médico y procedieron a terminar de desintoxicar a Cristina.

Pero aún después de todo el procedimiento de desintoxicación, que incluyó un lavado de estómago, el médico no pudo reanimar a Cristina. Ella estaba durmiendo una siesta larga de relajamiento. Explicó el doctor. Tal vez había estado sometida a altos niveles de estrés y su cuerpo estaba reclamando el descanso. Gregory se quedó pegado a la pared sin la menor intención de irse hasta no verla despierta. Se sorprendió de lo poco que sabía de Cristina. Tenía familia? Vivìa con alguien? Còmo había aceptado meter a su vida a una chica de la que no tenía idea de sus antecedentes? 

La observó dormir. No tenía nada más que hacer en las seis horas que transcurrieron desde el diagnóstico médico hasta el momento en que ella empezó a moverse en la cama. Cristina abrió los ojos y vio a Gregory mirándola. Cerró los ojos y los volvió a abrir. No, no era un sueño, él estaba allí mirándola dormir. Aquello era peor de lo que había soñado. Le había pasado algo y Gregory le cuidaba.
-          Hola! – Dijo Gregory cuando ella volvió a abrir los ojos. Cristina descubrió que estaba en un  hospital.
-          Hola! – Dijo como si aquel fuera un encuentro casual en medio de los pasillos de Barton G. – Qué  hacemos aquí? – Preguntó ella. Gregory sonrió. Ningún acto histérico de niña sin carácter. Esa era su Cristina. Se asombró. Desde cuándo ella era su Cristina?
-          Recuerdas algo de lo que sucedió ayer? – Preguntó él. Cristina se mojó los labios con la punta de su lengua. Gregory sintió una punzada en el estómago. Desde cuándo un gesto tan inocente le provocaba aquellas ganas locas de comérsela a besos? Se preguntò tosiendo para aclarar su garganta. 
-          Estaba a punto de irme cuando usted llegó a la mesa.- Le dijo ella. Gregory frunció el ceño.
-          Tomaste algo más que tu coctel ayer? – Preguntó él. Cristina sintió un leve mareo.
-          Nada…  – Gregory se mordió el labio. No sabìa si decirle que le habían drogado. Y menos, si revelarle que sabía quién lo había hecho y para qué.
-          Estan seguros de que te drogaron pero también que la reacción de tu cuerpo fue mayor porque has estado sometida a grandes niveles de estrés. – Explicó él. Cristina no respondió. Parecía sorprendida. 

Gregory se acercó a la cama. Recordó la dulzura del sabor de sus besos, la suavidad de su piel. Parpadeó y la miró a los ojos. Qué hacía recordando su momento de sexo con ella? Tenía que dejar de hacerlo. Cristina era su mejor asistente y la más eficiente que había visto su padre en los últimos diez años según palabras de Gaston Barton y había que ver lo exigente que podía ser su papá.
-          Cris… Creo que debes tomarte unas vacaciones. El médico dijo               que tal vez necesitabas un tiempo de descanso.
-          No quiero vacaciones…- Le interrumpió ella. Tenía la mente en blanco. Había algo diferente en la forma en la que Gregory la miraba pero tal vez sólo era lástima debido a su condición. Se habría dado cuenta él que no había nadie de su familia a quien avisar?
-          Pero unos días de descanso podrían ayudarte. – Insistió Gregory. Cristina suspiró.
-          No insistas. Solo quiero que me dejes tranquila. – Discutió Cristina. Gregory masajeó su cuello dando vueltas a su cabeza.
-          Promete que me dirás si necesitas tiempo libre. – La comprometió. Cristina asintió.
-          Te lo prometo.
       Gregory no fue capaz de preguntar si tenía alguien a quién avisar. Aquello serìa meterse aùn màs en su vida privada y se debatìa entre alejarse corriendo de allí o preguntarle por què tanta soledad. Además en todo ese tiempo observándola y esperando... habìa caido en la cuenta de que además de borracho se había comportado como un estúpido y no había usado preservativo. Gimió inconscientemente al recordar el placer de deslizarse en el interior de Cristina sin barreras. Tosiò de nuevo y se excusó. Tenía que ir a la oficina.

Una semana después, Cristina salió de su reunión con el médico que la atendió en estado de shock. En su diagnóstico le habló de presencia de semen en sus muestras de laboratorio y le dio una orden para hacerse un test de embarazo. ¿Violación? ¿ Estaba hablando él de violación? Se preguntó horrorizada.

No podía regresar a la oficina. No tenía cabeza para cumplir con las tareas que Gregory le había programado. Se recostó sobre el volante de su auto y tomó aire.  Cristina sintió que la sangre abandonaba su rostro. Qué iba a hacer si estaba embarazada? Tendría que hablar con Peter sobre lo sucedido esa noche? Había evadido ese tema todo lo posible porque le horrorizaba pensar que hubiese sucedido exactamente lo que ahora podía comprobar que había sucedido. Por más que intentaba recordar qué había hecho para salir del salón de la fiesta y llegar a la famosa cabaña en la que el administrador y el médico la habían hallado, los recuerdos se bloqueaban en su mente. Condujo a su apartamento y desde allí llamó a Gregory.
-          Me siento mal.- Respondió cuando él le preguntó la razón por la que no volvería a la oficina. Gregory respondió con un hmm lo cual significaba que estaba haciendo otra cosa mientras hablaba con ella.
-          No está relacionado con los resultados de tus exámenes médicos? – Preguntó él. Cristina se asombró. Gregory había recordado su cita con el médico. Eso era extraño. Aquellos detalles no eran su interés regular.
-          No… Gregory y mañana llegaré tarde porque debo hacerme otro exámen médico. – Le dijo ella y se mordió el labio para no preguntarle a Gregory si él sabía cómo y con quién se había ido de la cena.
-          Cuando termine aquí voy a tu apartamento. – Prometió Gregory. Cristina frunció el ceño.
-          Vendrás a mi apartamento? A qué? – Gregory dejó escuchar su risa.
-          Si… Quiero asegurarme que estás bien. – Dijo él. Cristina suspiró. No podía discutir con él.
Cristina se dejó caer en el sofá y se quedó dormida. El sonido del timbre la despertó. Con pereza caminó a la puerta y Gregory llenó el umbral con su enorme cuerpo. Traia una caja de pizza en la mano. Cristina se asombró al darse cuenta que las últimas cinco semanas había tenido la visita de Gregory en su apartamento con más frecuencia de lo común.
-          Traje comida… porque supongo que no has comido. – Cristina odió que él le hiciera doblar las rodillas como el primer día que le miró a los ojos.
-          No… Me quedé dormida. – Se hizo a un lado.  Con su rápida mirada de águila ubicó de inmediato la cocina. Cristina poco ánimo tenía para llevarle la contraria. Así que él organizó en el desayunador la pizza, las servilletas y unos vasos. Cristina se acercó a él cuando le mostró dos sodas.
-          No recuerdo si te gustan las negras o no te gustan las negras. – Le dijo él. Cristina sonrió con una pequeña expresión de ironía. No era raro. Solía poner poca atención a esas cosas. Cristina tenía que recordarle hasta los gustos de su novia.
-          No me gustan las negras. Y ¿tú no tenías un compromiso con tu novia en un club hoy? – Dijo ella.  Gregory destapó una soda para los dos.
-          No me hagas quitarte el título de asistente excelente. ¿Eres la única que no se ha dado cuenta que terminé con Tiffany? – Le preguntó. Cristina sonrió.
-          Has terminado unas doce veces con ella y has regresado trece veces. – Dijo Cristina. – ¿Quieres que crea que esta vez es definitiva?
-          Debe ser definitiva. Está embarazada de un tipo  multimillonario que conoció en Irlanda y se va a casar con él. – Le dijo. Cristina quedó asombrada por la noticia.
Había estado realmente distraída. Antes de la cena en la que terminó inconsciente había estado buscando una solución para su problema de vivienda. Tenía que buscar un sitio dónde vivir porque el dueño de aquel apartamento quería que le entregara el lugar. Y luego esa sensación de que se había perdido de algo en aquella noche oscura y negra. Suspiró sin darse cuenta que daba la imagen de una mujer sola y nostálgica. Gregory la observaba en silencio.
-          Así que terminaste con Tiffany… Y ahora… quién es la próxima reina? – Preguntó burlona Cristina y se ruborizó.- Lo siento. No debí ser tan abusiva.
-          No… tienes razón. La próxima no ha aparecido aún pero creo que será la definitiva. No será la reina – haciendo la referencia a la manera en la que Gregory solía llamar a sus novias para no equivocarse de nombres. – será la emperatriz de mi vida.
-          Me alegra. ¿Eso significa que vas a tener un hijo? – Preguntó Cristina sin pensar. Gregory la miró como si analizara su vida a través de las facciones de su rostro. – Lo siento… no doy una esta noche. La verdad es que mejor me dejes sola.
-          Nada de eso. Dime qué te tiene tan cortante como un cuchillo. – Le dijo Gregory. Cristina notó que evitaba hablar de los hijos. Gregory no quería hijos. No hasta los 30. Pensaba que  los hijos necesitaban a sus padres tiempo completo. Y cuando sintiera que podía dar esa garantía entonces tendría a los suyos. Tal vez por eso Tiffany le había abandonado. Ella quería un hijo a como diera lugar. Y si no era de Gregory pues valía más que fuera de un multimillonario.
-          Nada. Todavía están revisándome y cuestionándome sobre la noche aquella como si yo fuese la culpable de lo que ni siquiera sé sucedió. – Se quejó. Se levantó de la mesa y se fue al sofá de dos plazas de la sala. Gregory la siguió pero se sentó en un sillón.
-          Tómalo con calma. Es mejor que se aseguren que estás bien. Además… sabes que puedes contar conmigo.- Ella lo miró sorprendida
-          No lo sabía hasta ahora. – Le dijo cautelosa. Gregory sonrió
-          No soy el jefe más afectuoso del mundo pero…- Cristina no pudo evitar reírse de las suposiciones de Gregory sobre sí mismo
-          Eres el menos afectuoso y … te hemos bautizado el jefe rajatabla. – Le confesó. Gregory frunció el ceño
-          Rajatabla? Qué significa eso? – Preguntó preocupado porque su imagen no fuese un reflejo de la expresión “Qué lindo eres, Greg” que todas las chicas le repetían a diario.
-          Significa que hay que hacer las cosas como tú dices: A rajatabla.- Le dijo Cristina que no sabía si hablaba más por el efecto del cansancio que empezaba a apoderarse de ella o por la confianza de tenerlo en su casa.
-          Oh, bueno!! Es que pocas veces me equivoco.- Dijo convencido. Cristina se acomodó en el sofá. Empezaba a dominarla el sueño.
-          Creo que vas a tener que irte. Tengo mucho sueño. – Le dijo Cristina. Gregory le quitó las zapatillas y le acomodó los pies en el sofá.
-          Bueno… yo me marcho para que puedas descansar pero antes convéncete de esto… Eres la mejor asistente que he tenido y quiero que lo sepas. – Cristina asintió y se hundió en un sueño profundo.

La prueba de embarazo resultó negativa. Sin embargo, el doctor recomendaba tomar una nueva muestra una o  dos semanas después porque generalmente con tan poco tiempo salía negativa. Pero los proyectos de Gregory y los afanes de la mudanza le hicieron olvidarse. Así que cuando fue a guardar sus compras del mes y descubrió los paquetes de toallas acumulados en su armario frunció el ceño. Cielos! Dos meses sin el periodo. Entonces sintió lo que no había sentido jamás. Todo dio vueltas alrededor, su estómago estaba revuelto y estuvo a punto de devolver el almuerzo. Se sentó en la silla en su habitación, único detalle femenino que se había concedido y miró su vientre. Había subido un poco de peso… y tal vez querer comer helado en las tardes en lugar de hacerse de cenar no era solo por el calor del verano. Oh cielos!! Exclamó en silencio. Todos los temores y las ansiedades de dos meses atrás regresaron. Frunció el ceño al darse cuenta que aquella noche que había empezado a llamar la noche fatal había sido tres meses atrás.
Tomó su bolso y se fue a la clínica. Dos horas después un médico le mostraba a un bebé casi completo en vez del renacuajo que creía navegaba en su vientre. Su bebé. Musitó en su mente una y otra vez tratando de no sentir la alegría que sentía en vez de todos los sentimientos negativos que debía percibir. Cielos!! Cómo podía ser tan enorme a los tres meses y apenas si asomarse en su vientre? Y cómo podía hacerla sentir feliz el resultado de la peor noche de su vida? Y cómo verlo le hacía olvidar que ni siquiera recordaba con quién le había concebido?  
-          Está bien? – Preguntó. El médico lo revisó y midió.
-          Perfecto. Es un embarazo perfecto. Peso, tamaño, no hay nada que me haga pensar que hay algún problema. – Le dijo. Cristina no pudo evitar echarse a llorar. Cómo podía ser perfecto el bebé de una noche de… Ni siquiera podía asegurar que hubiese sido horroroso lo que vivió.
-          Lo siento. – Se disculpó recibiendo una toalla de papel para secarse sus lágrimas.
-          Es normal. Las mujeres siempre se emocionan en su primer embarazo. – Le dijo el médico. Cristina asintió. Estaba sintiendo las mismas cosas que sentía una mujer cualquiera embarazada por primera vez? Era tan extraño todo eso.
El doctor le dio un cd con la grabación de la ecografía y un fotograma de la misma para que se lo llevara a su ginecólogo obstetra. Debía iniciar una visita mensual a uno si no lo tenía y de hecho así era. Cristina escuchó todas las recomendaciones del médico con la sensación de que todos se habían vuelto locos y ella era la única cuerda en el mundo. Claro que no iba a contarle a ese médico lo que había tenido que repetir una y otra vez en el pasado con todos los que la policía había indicado que lo hiciera.
Caminó como autómata un par de cuadras hasta llegar a un importante centro comercial. Entonces las vitrinas de los almacenes le llamaron la atención como solían hacerlo cuando era niña y deseaba hundirse en sus fantasías y no pensar en su cruda realidad. Miraba sin ver una vitrina de un almacén de ropa para niñas cuando sonó su celular. Al principio pensó en no responder pero al final, lo contestó. Era su vecina de enfrente.
-          Hola Carolay. – Saludó Cristina sin encontrar una razón para justificar cortar la llamada.
-          Tu jefe está tocando a tu apartamento como loco. ¿Estas aquí? – Preguntó ella. Cristina frunció el ceño. ¿Gregory buscándola? ¿Para qué?
-          Estoy en Dolphin Mall. – Respondió ella. Carolay le gritó a Gregory que tenía a Cristina en el teléfono y que estaba en Dolphin Mall. Gregory le quitó el teléfono a su vecina
-          ¿Por qué no me avisas? – Tronó en el auricular. Cristina cerró los ojos
-          ¿Desde cuando tengo que avisarte cada paso que doy? – Respondió. Además era sábado!!
-          Me cansé de marcar a tu celular y no respondiste, vine y no estás… Bueno… ¿a qué hora regresas? – Cristina quiso mandarlo al diablo pero necesitaba de alguien en quien confiar y Gregory era lo más cercano a un amigo.
-          Espérame allí. Pásame a Carolay para decirle que te de mi llave de repuesto y … Gregory, tienes tiempo? – Preguntó indecisa al recordar que él se había ido supuestamente a pasar el fin de semana en un yate.
-          Vine a perder el tiempo contigo. Trae algo para comer. – Le dijo Gregory antes de colgar.
Cristina supuso que no habría razones suficientes para que Carolay se negara a abrirle la puerta. Así que no marcó al celular de su vecina y miró alrededor. De todas las posibilidades para comprar comida prefirió la comida asada al carbón y pidió dos porciones adicionales de papas fritas y de ensalada. Se subió al auto y condujo a su apartamento.
Gregory veía televisión acostado en su cama sin zapatos y sin camisa. Como siempre Cristina sintió un vuelco en el vientre al verlo. Era la imagen misma de una sensualidad muy masculina. El apenas despegó los ojos del televisor. Como si lo que veía fuese más interesante que ella. Parecía mentira que para Cristina ya no fuese extraño tenerlo acostado en su cama viendo película. Irla a visitar dos o tres veces por semana se había vuelto para él una costumbre.
Siempre que veía a Cristina se activaba una especie de temblor involuntario en  su vientre. Gregory se fijó que sus curvas parecían más acentuadas debajo de la remera que usaba. Cristina estaba perdiendo dinero, hacer comerciales de la ropa deportiva de Adidas podría ser más rentable que ser asistente de gerencia. ¨Pensó Gregory mientras buscaba su camisa. El trasero de Cristina se alejaba rumbo al comedor en un vaivén tan sensual y rítmico que nada tenía que envidiar a una sinfonía.
-          No vas a comer en mi cama. – Dijo Cristina y se dio media vuelta para regresar al comedor y empezar a servir la comida. Gregory apareció sin abrocharse la camisa y sin zapatos.
-          Oh qué bien!! Por un momento pensé llamarte para que no trajeras nada con arroz. Estoy harto de comer arroz. – Se quejó sentándose en un extremo de la mesa.
-          Me alegra. – le dijo Cristina y siguió repartiendo todo equitativamente. Luego se sentó frente a él. - Estoy embarazada. – Anunció como si fuera un comercial en la programación del día. Gregory dejó caer el muslo de pollo que había cogido y se quedó mirando su rostro como si hubiese descubierto que era de otro planeta
-          Es broma.- Dijo Gregory. Cristina sonrió con desgano y señaló su bolso.
-          Tengo una ecografía de la broma. – Dijo ella. – y debe ser una broma muy divertida pero no sé para quién. Yo… - y guardó silencio. Gregory se levantó como activado por un resorte y del bolso de Cristina sacó un sobre de manila. Descartó el CD y miró el diagnóstico. Trece semanas. Un bebé de trece semanas se perfilaba en una confusa fotografía que era contundente.
Ahora era inevitable que le dijera a Cristina la verdad. Se dejó caer en el sofá y el diagnóstico tembló en su mano. Oh Cielos! Cómo decirle a Cristina la verdad de aquella noche? Cuántas veces la había escuchado maldecir lo que había pasado. Cuántas veces la oyó preguntarse lo que realmente había sucedido y él que recordaba perfectamente todo, jamás le contó. Los médicos habían asegurado que ella recordaría con el tiempo. Que no tenía que decirle nada, porque por si misma lo haría.
-          Impactante. Verdad? – Preguntó Cristina al verlo en shock. – Imagínate cómo me sentí cuando me dijeron que estaba embarazada.
-          Debemos ver a tu psicólogo. – Le recomendó él. Las palabras para relatarle la verdadera historia de aquella noche fatal no salieron de su boca.
-          Los dos? Por qué? – Preguntó Cristina. Gregory se levantó del sillón y usó ese tono que no admitía contradicciones.
-          Vamos los dos. – Le dijo y tomó las llaves del auto que había dejado sobre una mesa. Se puso los zapatos y Cristina entendió que irían de inmediato a ver al psicólogo.
-          No entiendo… Gregory, por qué debo ver al psicólogo. Tuve mi sesión hace menos de una semana. Nada avanzamos. – Describió ella. Gregory la tomó de las manos y la hizo abrazarlo.
-          Recuerdas que te pedí confiaras en mi? – Le dijo él hablando sobre su sien. Cristina asintió. No sentía fuerza en su voz para hablar. Estar pegada a él era un placer y apenas si podía sostenerse sobre sus piernas. Era un cuerpo sólido aquel. Increíblemente sólido para no hacer un minuto de ejercicio.

Cristina suspiró y dejó que él le llevara tomada de la mano hacia la salida. Cristina suponía que Gregory se sentía responsable. Era una cena de la oficina y él estaba allí. No hizo nada por evitar que la drogaran o tal vez no se dio cuenta por andar seduciendo a cualquier chica en el lugar. Si la hubiera seducido a ella. Si Gregory fuese el padre de ese bebé en su vientre. Cerró los ojos tratando por milésima vez de acordarse de aquella noche y suspiró con frustración. La oscuridad absoluta la rodeó y ningún recuerdo vino a su mente.
El silencio en el auto amenazaba con volver loco a Gregory. Cristina apenas suspiraba y se acariciaba la panza producto del rumbo de sus pensamientos. Un hijo suyo. Ella estaba esperando un hijo suyo. Estúpidamente su primer pensamiento había sido de orgullo. Había engendrado un hijo en Cristina. Nunca antes había pensado tener un hijo pero saber que venía uno en camino le hacía sentir que había alcanzado la madurez.
-          Tu psicólogo dijo que probaría la hipnosis. – Dijo Gregory para romper el silencio.
-          Y lo hizo pero aparte de soñar con fantasias… No concluimos nada. – La había hipnotizado y Cristina había tenido una fantasía con Gregory. Un apasionado encuentro sexual que le había hecho despertar mojada y sudada.
-          ¿Fantasías? ¿Qué fantasías? – Preguntó Gregory. Cristina se mordió el labio. No debió decir nada. Ahora cómo hacía para explicarle que había soñado hacer el amor con él en lugar de recordar la mencionada noche?
-          Tonterías, divagaciones pero ningún recuerdo en concreto. – Le dijo ella. Esperaba que Gregory se contentara con ello.

La oficina del psicólogo era un consultorio tan impersonal como cualquier otro y sin embargo, Cristina sintió que llegaba a su lugar favorito. Había ido allí una vez  por semana el primer mes  y una vez cada dos semanas después. La secretaria les dijo que estaba atendiendo al último paciente del día y que no estaba segura de que les recibiera. Gregory ignoró por completo a la chica. Le dijo a Cristina que se sentara y desde su celular envió un mensaje al psicólogo. Caminaba de un lado a otro cuando la mujer que el psicólogo atendía salió. El doctor sostenía su celular en la mano.
-          Buenas tardes, Cristina. – Dijo el médico primero. Cristina se levantó de la silla,  - Me gustaría hablar primero con el señor Barton.
-          No hay problema. – Dijo Cristina pero no pudo evitar asombrarse de la decisión del médico. Sin embargo se sentó en el sofá de nuevo.  Gregory entró con el médico.
-          ¿Como así que usted sabe la verdad sobre los recuerdos de la Señorita García? – Preguntó el doctor. Gregory se pasó las manos por el cabello.
-          Yo estaba allí. Uno de los empleados de la compañía le echó una droga a Cristina en su coctel y yo discutí con él al darme cuenta de lo que pretendía. – Explicó – Asi que  cogí a Cristina y me la llevé a una cabaña  del club. Pero yo había estado tomando toda la tarde y diablos! Es una mujer hermosa… y me dejé llevar.
-          ¿Por qué no dijo nada antes? – Preguntó el doctor.
-          El médico que la revisó en la comisaría dijo que le diera tiempo para recordarlo. – Gregory odiaba sentirse inseguro y nervioso como si fuera otra vez un adolescente a punto de destapar una travesura.
-          Y por qué hay que hacerlo ahora? – Preguntó el médico. Gregory suspiró y le miró a los ojos.
-          Porque Cristina está embarazada. Y quiere buscar a Peter para decírselo. – Anunció Gregory. El médico asintió.
-          Asi que usted no es una fantasía. – dijo él psicólogo.- Ella tiene sueños con usted y cree que son fantasías. No sé si son los mismos recuerdos pero ella sueña con una noche de sexo con usted.
Gregory se dejó caer en un sofá. Fantasías. Cristina las había catalogado como fantasías. Era un imbécil y si Cristina decidía no quererlo cerca después de decirle la verdad. Tenía toda la razón. Un fuerte dolor de cabeza se apoderó de su mente. Aquella mujer tal vez estaba enamorada de él y Gregory jamás lo entendió. O tal vez solo era producto de la droga que Peter le había dado.
-          Entonces qué debo hacer? – Preguntó Gregory haciendo un esfuerzo sobrehumano para admitir que necesitaba que alguien le dijera qué hacer por primera vez en su vida.
-          Usted va a contar las cosas como sucedieron y yo voy a estar presente. – Le dijo el médico y caminó hacia la puerta del despacho.
-          YA?- Gritó Gregory. El médico lo miró con la ceja alzada.
-          Y ¿entonces? ¿Cuándo? ¿No vino usted a eso? – Preguntó. Gregory sintió que necesitaba un whisky… tal vez un vodcka… Y asintió.  El médico hizo entrar a Cristina. Ella le sonrió con la tranquilidad de la conciencia limpia. Se sentó en una silla frente a  Gregory y el médico se ubicó detrás de su escritorio.
-          ¿Cómo estás Cristina? – Dijo el doctor. Cristina suspiró.
-          Alegre, triste, confundida, ansiosa… todo al mismo tiempo. – Respondió ella. El doctor sonrió.
-          Eso no es nuevo. Tienes noticias para mi? – Preguntó él. Cristina se sobó la panza. Gregory sintió que el estómago se le achicharraba.
-          Estoy embarazada. – Le anunció con una tímida sonrisa. Gregory sintió que podía comérsela a besos. Cristina era una mujer de armas tomar. Más madura que muchas mujeres de su vida. Jamás la había visto como la chica joven y soñadora que era. Por Dios!! Apenas tenía 23 años.  
-          Y cómo te sientes con eso? – Insistió el médico. Cristina suspiró.
-          Todas las anteriores. – Dijo ella bromeando. – Puede uno sentir odio por alguien que sembró la vida en ti? Bueno no recuerdo si lo hizo con rabia o con dulzura pero… no puedo pensar en este bebé con enojo… Está más allá de lo que quiero o deseo.
-          Quiero que escuches el relato de Gregory de aquella noche. – Le dijo el médico sin preámbulo. Gregory sintió un vuelco en su corazón, hasta estuvo seguro que le daría un infarto.
-          De Gregory? – Dijo Cristina. Gregory asintió.
-          Se le solicitó no decirte nada de aquella noche y dejar que los recuerdos vinieran a ti de manera natural. – Relató el médico y le señaló a Gregory. - Esto ha sido difícil así que tu embarazo nos obliga a contarte la visión de otras personas en el asunto.
Se hizo un silencio en el despacho. Gregory miró al médico y luego a Cristina. Tal vez jamás había apreciado tanto a una mujer como a Cristina. Sentía que si por su relato ella le dejaba fuera de su vida iba a terminar sin rumbo. Era una estupidez. Cristina no era su pareja, ni siquiera le gustaba! Y aún así tenía miedo a perderla. Se había vuelto una obsesión para él desde aquella noche fatal.
-          Vamos Gregory… - Le incitó el médico. Gregory lo miró.
-          Lo siento. Es … muy difícil. Ya sabes como es Peter… Tiene todas esas perversiones en su mente y… cree que todos las compartimos. – Le dijo. – En Año Nuevo, Yo había terminado con Tiffany y le dije que me gustabas. No pensé que hablaba de ti cuando me dijo que tenía una cita para mi aquella noche. Yo llegué a la cena y me insinuó que tú estabas dispuesta a acostarte conmigo y que para ayudarte te había drogado. Cuando lo supe decidí sacarte de allí antes que todo se fuera al carajo.
-          Así que sabías que Peter me había drogado… - Musitó Cristina como si estuviera apenas digiriendo esa información.
-          Yo creí que dormirías y que al despertar… - Suspiró. – Pero yo estaba alcoholizado y tú… eres una gran tentación. Yo pensé que por haber tomado solo un par de tragos de tu coctel no estaba bajo efecto de nada y… tuvimos sexo.
El médico se levantó para servir un poco de soda a Cristina que había perdido el color. Gregory trató de levantarse pero el doctor le hizo un gesto con la mano para detenerlo. Se arrodilló al lado de su paciente y le entregó el vaso con soda.
-          Respira. – Recomendó. – Lentamente. Gregory está siendo sincero. También está preocupado. Está temeroso del futuro y de ese bebé que viene en camino. Entiendes eso Cristina?
-          Y alguien entiende que yo confié en mi agresor? – Preguntó ella. Gregory se pasó las manos por el cabello.
-          No hubo agresión. Todo fue… hermoso, fantástico. – Le dijo. Cristina dejó correr sus lágrimas por las mejillas.
-          Por qué Peter no está detenido? – Preguntó ella. Gregory se alzó de hombros.
-          La policía me dijo que no había agresión por lo cual no había cargos. – Cristina asintió.
-          Y mis sueños… son… ¿los recuerdos? – Preguntó con temor. El médico la miró.
-          Tienes que relatarlos para que Gregory te confirme.
Cristina se levantó de la silla y dejó el vaso sobre el escritorio. Los dos hombres la observaron tomar aire, y dar media vuelta. Estaba pensando. Gregory se asombró al reconocer que sabía el significado de esos gestos. En tres años con Cristina trabajando para él jamás sintió aquel deseo de abrazarla y rogarle su perdón.
-          Estamos en una cama con sábanas de seda blancas… y… lo siento. No puedo.- Dijo antes de salir del despacho y dejarlos allí. Gregory intentó seguirla. El médico lo detuvo.
-          Déjala ir. Necesita tiempo a solas y pensar. – Gregory no pudo entender el sentido de eso.
-          No… puedo dejarla sola. – Dijo.
-          En este momento es lo mejor. Tú has tenido tres meses para entender lo que sucedió. Ella apenas tiene cinco minutos de conocer la verdad. – Le dijo el médico.
Gregory fue a buscarla a su apartamento. Carolay la vecina de enfrente le dijo que allí no había llegado pero se comprometió a avisarle cuando supiera algo de ella. Sin embargo, la noche llegó y Gregory todavía vestido intentaba contener el deseo de irla a buscar. Eran las once de la noche. ¿Dónde diablos estaba?
Su madre volvió a asomarse en la sala. Gregory no había recordado la fiesta de su sobrina de ese fin de semana y ahí estaba su madre entrometiéndose en su vida como siempre que venía a la ciudad. Gregory se sentó en el sofá. Cielos!!! Cómo iba a contarle a su madre  la historia con Cristina.
-          Gregory… - Empezó a decir. El sonrió con desgano.
-          No tengo nada mamá. No tengo hambre, no tengo sueño, no tengo problemas…- Enumeró Gregory recordando las preguntas de su madre desde que llegara a su apartamento a las diez de la noche.
-          Pero… es sábado por la noche y tú estás aquí. No hay tampoco una chica… Ya entendí lo de Tiffany pero… - Gregory le hizo un gesto con la mano para detenerla y frunció el ceño. Su madre estaba de espaldas al ventanal que de  la sala daba a un pequeño jardín interior.  Había alguien en el jardín. Se levantó del sofá y se asomó en la ventana. Sentada en una hamaca estaba Cristina. Sintió que se le achicharraba el corazón. ¿Ella había estado todo el tiempo allí?
-          Mamá… Ve a dormir… O lo que sea y no se te ocurra asomarte al jardín. – Le dijo Gregory y se fue a la cocina para salir a la terraza.
Cristina tenía marcas en su rostro de haber estado durmiendo. Tenía la colcha de Amelia su sobrina y unas medias suyas puestas para cubrir sus pies. A pesar del verano las noches estaban muy frías. ¿Ella había estado oculta en la terraza de su apartamento toda la tarde? Cristina lo miró todavía confundida por el sueño.
-          Lo siento. Caminé sin rumbo y terminé aquí. Mireya estaba haciendo el aseo y me dejó entrar. – Gregory se acercó a ella y tomó un banco pequeño que usó para sentarse frente a la hamaca.
-          Está bien. Me alegra que hayas venido aquí. Me preocupaba que estuvieras sola en la calle. – Le dijo. Cristina suspiró.
-          Yo no puedo entender porque no me llevaste a mi casa… - Le dijo Cristina. Gregory suspiró. Ella se veía más joven y solitaria en esa enorme hamaca.
-          Yo estaba borracho. Hice lo primero que se me ocurrió. Y tal vez ¿Peter estaba detrás de mi diciendo cosas? No recuerdo bien… ¿Sabes? Había estado tomando mojitos cubanos con los dueños del club en Chicago, llevaba varias noches sin dormir como aquella en la que viajé de  Miami a Oregón durante la noche para ir a ver mis asuntos allá.
-          Así que por eso fue. – Dijo Cristina. Gregory frunció el ceño
-          Por eso fue qué? – Preguntó él. Cristina se pasó las manos por la cara.
-          Debo irme a mi casa. No debí venir aquí. – Empezó a excusarse. Gregory le impidió levantarse. Colocarle las manos en los hombros y obligarla a permanecer sentada fue una tortura a sus sentidos. Su cuerpo reaccionó al contacto con ella.
-          Necesitamos hablar. – Cristina tembló
-          Lo sé pero… tengo miedo. – Reveló ella. Gregory se mordió el labio.  
-          Y tal vez por primera vez en mi vida… yo también. – confesó él. Cristina alzó una ceja.
-          El miedo es para los tontos. – Citó Cristina una de las frases preferidas de Gregory cuando en los negocios alguien le hablaba de ser prevenido. Gregory sonrió con sorna.
-          En este momento me siento estúpido. Cuenta eso?- Cristina suspiró.
-          Yo sé que no es fácil para ti reconocer que te equivocaste y… no es fácil para mi decirte que esto va a ser un desastre. Tú y yo compartiendo la crianza de un bebé? – Gregory sintió la confesión de Cristina como un golpe en el estómago.
-          Hemos trabajado tres años juntos…
-          No es lo mismo. – Dijo Cristina y tembló. Gregory se levantó y la cubrió con la manta.
-          Vamos dentro. Te estás congelando. – Le dijo y la ayudó a levantarse.
-          Estoy en medias… - Dijo Cristina recordando que Mireya le había puesto unas medias porque Cristina temblaba. Gregory la alzó en brazos y la llevó cargada a su estudio. Cristina no dijo nada. Estaba asombrada de la reacción de él y además había visto a su madre en el pasillo. - Yo debo irme
-          No hasta que aclaremos todo. – Dijo Gregory. Su madre se asomó a la puerta.
-          Cristina… ¿No sabía que estabas aquí?- Dijo la Señora Barton con su cortesía eterna. Cristina se sonrojó.
-          Mamá… Necesito hablar a solas con Cristina y mañana… hablaré contigo. ¿De acuerdo? – Le dijo Gregory a su madre.
-          No necesito que me eches. Hasta mañana Cristina. – Le dijo la señora Barton. Cristina se obligó a sonreir.
-          Hasta mañana, Señora Barton. – Saludó con esfuerzo. Gregory cerró la puerta con seguro cuando su madre salió. Cristina se arrebujó en el sofá envolviéndose en la manta.
Sólo había una lámpara encendida, estaba sobre el escritorio y solía utilizarla para trabajar en el computador hasta tarde. Así que en medio de la semi penumbra del sitio, el cabello de  Cristina brillaba rojo y dorado. Gregory notó entonces sus ojeras. Tal vez no dormía bien. Y había un brillo en sus ojos que los hacía ver más claros.
Cristina no quería mirarlo. Sabía que solo mirando a sus ojos, Gregory sabría que ella estaba enamorada de él, que ni siquiera saber que se había aprovechado de su estado de inconciencia y que se había acostado con ella por sexo, hacía que lo amara un poco menos. Suspiró y se mordió el labio inferior. Sabía que tenían que hablar pero no tenía claro qué decirle.
-          Reconozco que tienes razón… en algunas cosas. Pero, no huyo a  mis responsabilidades y tú lo sabes mejor que nadie. – Le dijo él. Cristina asintió.
-          Yo no soy tu responsabilidad. Soy tu asistente, está embarazada. Si lo dejas así no creo que…- Gregory se sentó en el mismo sofá que ella cruzando sus piernas como ella.
-          Ese hijo es mio. – Le recordó él. – Él es mi responsabilidad.
-          Este bebé es nuestro pero tienes que… pensar en tu imagen. – Empezó a decir Cristina.
-          Oh, vamos!! No vengas con eso. No hay nada que me impida casarme – Le dijo Gregory. Cristina asintió.
-          pero… tienes que ser consciente que no habíamos planeado ser pareja. Es lo que te digo. Puedes acompañarme en el embarazo y reconocerás al bebé. Es lo correcto. – Le dijo Cristina. Gregory sonrió.
-          No has entendido. La prensa va a buscarte. Te tomarán fotos. Te acosarán. Necesito saber que estarás bien. – Cristina parpadeó. Bien no había pensado en la famosa familia de Gregory.
-          Y además está tu mamá. – Dijo Cristina en un hilo de voz. Gregory le tomó de las manos.
-          Nada, Cristina. Nada importa. Solo la decisión que tomemos los dos. Yo puedo ir a la cárcel. Sigue siendo tu decisión denunciarme por drogarte, someterte y tener relaciones coitales contigo bajo efecto de una droga.
-          Peter lo hizo. – Dijo Cristina. Era muy difícil para ella no ser enfática en su defensa. No quería que Gregory descubriera que ella estaba enamorada de él.
-          Peter te drogó pero yo me aproveché de tu inconciencia. – Reconoció él. Cristina suspiró.
-          La denuncia está fuera de discusión. Ni siquiera hablaremos de eso. – Dijo ella. Gregory sonrió. Esa era la Cristina que él conocía. Tomaba una decisión y la mantenía con firmeza a pesar de su juventud.
-          Y vivir conmigo? – Preguntó Gregory. Cristina cerró los ojos.
-          No…
-          Bien… Digamos que no por ahora…- Claudicó Gregory. Cristina se mordió el labio inferior. Gregory gimió y se acercó a ella rodeándola con sus piernas. Tomó su rostro entre sus manos y la besó. La fuerza del deseo que provocaba Cristina en su cuerpo lo hizo gemir. Una punzada atravesaba su vientre mientras disfrutaba de tenerla en sus brazos.
Cristina percibió el placer de sentirlo aún antes que él rodeara su rostro con sus manos y la besara. Por qué tenía que gustarle tanto? por qué había permitido que su cariño por él creciera? Era inútil pensar en eso. Había algo en la forma de tocarla que le decía que para Gregory también era un placer estar con ella. A él le gustaba lo que tenía en sus brazos. Estaba disfrutando de besarla. Se dio cuenta Cristina.
Dieron vuelta en el sofá y terminaron acostados. Cristina dejó de pensar. Necesitaba sentirlo para confirmar que él y no un pervertido había hecho el amor con ella en aquella noche fatal. Cristina empezó a desnudar a Gregory y él pareció perder cualquier vestigio de sensatez que le quedara. Olvidó a su madre que debía estar despierta esperando a que ellos pasaran a una habitación, se olvidó que Cristina estaba embarazada y que tal vez aún no le perdonaba haber hecho el amor con ella en medio de su inconciencia.
Pero la suavidad de aquella espalda, la sedosidad de los cabellos, el perfume de su piel. Todo producía en él un efecto hipnótico y no tenía la menor intención de darle el chance de arrepentirse y no hacer el amor con él. Eran tres meses esperando a que recordara. Tres meses añorando sentirse así tan grande y poderoso comparado con el cuerpo menudo y suave de Cristina. Ella había ocultado hábilmente aquellas curvas con sus uniformes tan impersonales y serios.
No tenía idea de a qué hora se había despertado en él aquel deseo por ella pero necesitaba sentirse dentro de su cuerpo. Recorrió con sus manos la piel que iba descubriendo mientras le quitaba la ropa  y luego la hizo subirse sobre él sin más preámbulos que las ganas de sentirse en su interior. Nadaba en el sudor y el placer de Cristina como si ese fuera el sitio que le correspondía en el mundo. No había algo más dulce y apasionado que estar unido a ella. Y verla gemir y desmayarse de placer mientras cabalgaba sobre él, era una imagen que le hubiera gustado hacer perdurar con una fotografía.
Gregory la estaba desnudando. Y Cristina sentía que había padecido todos esos meses llorando porque tal vez Peter le hubiera violado en lugar de disfrutar que Gregory le amara. Necesitaba hacer el amor con él. Necesitaba sentirlo consciente y despierta para corroborar que sus sueños no eran más que una deliciosa realidad. Sus manos recorriendo su cuerpo para quitarle la ropa, su boca besándole apasionado eran una droga tal vez más eficiente que la que había sufrido la vez anterior. Y cuando él le acomodó sobre su sexo sin más preámbulos que las ganas de estar juntos, ella se abrió y colaboró para sentirlo lo más íntimamente que pudiera sentir una mujer a un hombre.
Y no se equivocó. Aquella noche como esta, Cristina había sentido que estar con Gregory era una deliciosa locura. Imaginó que no había nada más placentero, ni más pleno para sentir que aquella sensación de saberse suya. Abrió los ojos para descubrir que Gregory la miraba mientras ella gemía y gritaba como loca que era maravilloso. Sintió que se sonrojaba y trató de ocultar su rostro en el pecho de Gregory pero este la obligó a permanecer en la misma posición.
-          Déjame mirarte. – Dijo él con un tono de voz ronca que Cristina jamás le había escuchado.
-          Me da pena. – Tartamudeó Cristina y gimió ante la arremetida de Gregory al acostarla sobre el sofá y presionarla contra el cojín con  su cuerpo. Todavía unido a ella sexualmente.
-          Pues no sé de qué porque no he visto algo más bello y rico que tu cara de placer.  – Le dijo él con una sonrisa seductora que habría vuelto loca hasta a una monja. Cristina no pudo hablar gimiendo de placer por lo que él le hacía.
-          Es esto lo que pasó aquella noche? – Preguntó ella entre jadeos. Gregory gimió
-          Esto es mucho mejor que aquella noche… Oh Cielos!! No puedo aguantar más.- Se quejó Gregory y se derramó en ella besándola apasionado en la boca.
Gregory siguió besándola y mordiéndola mientras terminaban los espasmos de placer y sintió que no había tenido una noche de placer mejor que aquella en toda su vida. No podía decirle a Cristina lo que estaba sintiendo en ese momento porque no era algo que una mujer pudiera tomar de buena manera, pero ella era la primera mujer que desataba en él aquel deseo de sexo salvaje. Y todo en el sofá de su estudio! No iba a poder concentrarse allí jamás recordando todo lo que había sentido mientras  tenía sexo con ella en el sofá.
Cristina se preguntó si él estaba comparándola con Tiffany. Seguro que la modelo no habría hecho jamás el amor en un sofá y mucho menos en la facha en la que Cristina había llegado a la casa de Gregory. Se mordió el labio disfrutando de como él bebía del sudor en su cuello en sus hombros y se secaba el sudor de su frente con sus cabellos. Se moría por escucharle decir si tener sexo con ella era mejor que con las múltiples mujeres de su vida pero… seguro que eso era algo que ningún hombre decía.
-          Sabes lo delicioso que es estar en ti. – Gimió Gregory. Cristina sonrió.
-          Creo que hemos echado a perder el cojin. – Dijo ella. Gregory la bajó hasta que quedó completamente acostada sobre el sofá con él arriba.
-          Entonces, vamos a terminar de dañarlo definitivamente. – Le dijo él. No había tomado nada pero Cristina le había desarrollado un vicio a estar dentro de ella. Ya estaba listo para comenzar otra vez.
-          Pero… - Empezó a decir Cristina. Gregory la besó e invadió su boca con la lengua para impedirle hablar. Cristina descubrió que  no era mentira. El estaba listo para comenzar de nuevo.
Eran las dos de la mañana cuando Gregory la envolvió en la sábana de Amelia completamente desnuda y la llevó a su habitación cargada. Cristina estaba adormilada y trató de recordarle la ropa que había quedado regada alrededor del sofá pero Gregory le dijo que se durmiera. La acostó sobre la cama, abrió la manta para envolverse el mismo abrazado a Cristina y le acomodó la cabeza sobre su hombro. Antes de quedarse dormido, la escuchó murmurar.
-          Perdóname, Gregory. Sé que no quieres esto pero me enamoré de ti. – Gregory sonrió satisfecho mientras le acomodaba la cabeza sobre su hombro.
En la mañana, Gregory abrió los ojos con la luz del día que se colaba entre las cortinas y le daba de lleno en el rostro. Levantó la cabeza y encontró a Cristina abrazada a su brazo. Nunca despertó antes con una mujer entre sus brazos. Tiffany volaba en la madrugada para irse a retocar el maquillaje y el peinado para que al despertar él la encontrara tan perfecta como la noche anterior.
Cristina en cambio no tenía gota de maquillaje, sus cabellos estaban enrededados entre los dedos de su mano, alrededor del brazo que Cristina abrazaba y sobre la almohada. Fue moviendo muy suavemente el brazo para levantarse y en algún momento inevitablemente jaló un mechón de cabello. Cristina se quejó y se levantó. Gregory se miró en sus ojos. No podía tomar decisiones precipitadas. En eso ella tenía razón. Pero por mirar cada mañana aquel rostro, se lanzaría a un precipicio. 
-          Cómo voy a salir de aquí sin ver a tu madre? – Preguntó Cristina. Gregory sonrió.
-          No vas a ocultarte. Qué tontería!! – Le dijo Gregory sentándose a su lado.
-          No puedo enfrentar a tu madre. Por lo menos no hoy. La conozco muy bien será hiriente y despiadada. – Le dijo Cristina que ya había visto en numerosas ocasiones el despliegue de todo su encanto de suegra.
-          Oh vamos!! Ella era así con Tiffany porque no se llevaban bien.- Justificó Gregory. Cristina puso los ojos en blanco.
-          Conmigo será peor. – Opinó Cristina. – Tiffany era millonaria, famosa y hermosa. Yo soy… yo.
-          Eres muy buena. Parece que has practicado toda tu vida en menospreciarte. – Le dijo Gregory. – Eres tan hermosa que te camuflas en una empleada bonita y eficiente que sin su ropa de trabajo brilla como un diamante.
-          A propósito de ropa… sé bueno y ve a  buscar la mía. – le dijo Cristina.
-          Debe estar aún en el estudio. Pero es domingo, Mireya no viene y mi mamá está dormida seguro. – Le dijo él mientras volvía a acomodarse en la cama esta vez sobre ella.
-          No creo que sea buena idea…- Empezó a decir Cristina. Gregory sonrió besándola en el cuello.
-          No te voy a preguntar. – Le dijo él. Cristina dejó que siguiera su idea de seducción. Iba a disfrutar de su atención mientras durara. Cuánto tiempo podía mantener interesado a un hombre como Gregory? Se preguntó un segundo antes de gritar por los mordiscos de Gregory en sus hombros.
El comedor del apartamento de Gregory era todo un sueño de diseñador. Muy básico pero con pequeños detalles femeninos y caseros sobre la mesa, o en algún cuadro en la pared. Cristina sabía que estaba fijándose en la decoración para no pensar que estaba sentada a la derecha de Gregory en la mesa y su madre les servía el desayuno.
-          Cambia tu cara de tragedia. – Le dijo Gregory burlándose de ella. Cristina suspiró.
-          No se te ocurra dejarnos solas. – Le dijo ella. Gregory miró a su madre que daba vueltas en la cocina organizando todo.
-          Ella es radical. Lo sé. Y que vayas a tener un bebé y no nos vayamos a casar no le va a caer bien…- Dijo Gregory. Cristina hizo un gesto de fastidio.
-          Eres muy bueno para animarme. – Dijo ella. Gregory sonrió. Cristina sintió que se derretía como siempre que él sonreía. Apenas podía creer que hubiera tenido dos encuentros de sexo con Gregory y…bueno tres pensando en el de esta mañana. Y que él lo estuviera asumiendo como si fuera lo más normal del mundo que ella, Cristina García, estuviera en una relación con Gregory Barton.
Mary Barton llegó con la última bandeja del desayuno que ella misma había preparado. Se había levantado cuando Gregory salía de la habitación a buscar la ropa de Cristina. Ella les había escuchado conversar en el pasillo. Aunque no se oía mucho algunas palabras se resaltaron dentro de todo. La decisión era de Gregory y Mary la respetaba.
-          Espero que disculpen mi presencia con este desayuno. – Dijo Mary. Cristina miró a Gregory.
-          No había planeado que estuviéramos en el apartamento, mamá. – Le dijo Gregory. Cristina sabía que el comentario tenía la intención de promover la conversación para saber desde cuándo y cómo había comenzado esa relación. – Se me olvidó que mamá venía para una velada de baile de mi sobrina Amelia. La recuerdas?
-          La niña que estuve cuidando cuando tu hermana sufrió aquel accidente de auto. – Le dijo Cristina recordándole que Gregory le dejó a la niña mientras llevaba a su hermana al hospital.
-          Ella misma. ¿Mamá se va ahorita no? ¿A las once es la presentación? Es en el teatro del Colegio de Belén. – Le dijo Gregory sabiendo que Cristina había estudiado allí.
-          En realidad, ya me voy. Tenemos que estar en el auditorio a las diez. – Les dijo Mary. Cristina comenzó a comer sus huevos rancheros.
-          Cristina estudió en ese colegio. Sus tíos pagaron su colegiatura. – Le dijo Gregory. Mary asintió. Cristina se mantuvo en silencio.
-          Es una excelente institución. – Comentó Mary algo frustrada porque Gregory no le revelaba nada.
-          Mamá… no sé si es el momento o la manera pero Cristina y yo estamos esperando un bebé. – Dijo Gregory sin preámbulos y siguió tomando su café. Mary colocó la taza de té que se llevaba a la boca y miró a Cristina. La chica sostuvo la mirada aunque tenía claro que la señora podía ver el miedo en sus ojos.
-          ¿Bebé? Pero si acabas de terminar con Tiffany. – Dijo Mary Barton con lo primero que se le ocurrió. Gregory sonrió con ironía.
-          Mamá terminé con Tiffany hace más de seis meses. De hecho ella tiene ocho meses de embarazo de su nuevo marido. – Dijo Gregory. Mary siguió mirando a Cristina.
-          Cuánto tiempo tienes Cristina? – Preguntó Mary. Cristina tomó un poco de jugo de naranja antes de responder.
-          Trece semanas. – Le dijo. Gregory sonrió
-          No lo supimos hasta ayer.- Agregó. – Cristina fue a hacerse un chequeo médico y se encontró con esa noticia.
-          Y qué piensan hacer? – Preguntó Mary.
-          Por mi, nos casaríamos en dos días pero Cristina se niega a hacerlo. Asi que voy a convencerla de venir a vivir conmigo. – Le dijo Gregory. Cristina se aclaró la garganta.
-          Gregory no creo que… - empezó a protestar Cristina. Mary hizo un gesto con la mano.
-          Ya sé que tu generación no quiere ataduras pero vivir juntos es mejor si no hay matrimonio. – Dijo Mary.  – No podríamos cuidarte si estás sola en tu apartamento.
Gregory alzó una ceja asombrado por la reacción de su madre. Cristina frunció el ceño. Dónde estaba el veneno? Mary Barton no daba puntada sin dedal y no podía creer que asumiera una relación de Gregory con su asistente personal de una manera tan civilizada. Se mordió el labio como solía hacer cuando estaba asustada.
Gregory miró a su madre. Aquello era bastante bizarro. Mary Barton estaba de acuerdo en una unión libre sin exigir una boda? ¡Qué extraño! Tal vez Cristina tenía razón? A su madre no le gustaba la idea de tener como nuera a la chica. Gregory tomó de su jugo de naranja.
-          Es una decisión momentánea. No voy a cejar en mi empeño de convencer a Cristina para que se case conmigo. – Dijo Gregory. Cristina lo miró con angustia. Mary la miró con curiosidad.
-          Vaya!! En tres años jamás pensaste en matrimonio con Clarissa Kent y en cuatro años jamás hablaste de matrimonio con Tiffany Warris. – Comentó Mary. Gregory sonrió y acarició los labios apretados de Cristina con la yema de dos dedos.
-          Cristina tiene argumentos que las otras dos jamás entenderían. – Dijo él. Cristina sintió que era verdad lo que él decía. ¿Podía soñar que inspirara en la vida de Gregory cosas que las otras no habían despertado?
-          Bueno… entonces debemos hacer una cena para que la familia conozca a Cristina. – Dijo Mary. Gregory sonrió.
-          Todos conocen a Cristina. Sin embargo, es una buena idea que demos la noticia del bebé en una cena familiar. Cuándo podría venir papá?- Sus padres se habían ido a vivir a una casa en Aruba desde que su padre decidiera retirarse y dejarle los negocios a Gregory y sus hermanas. Mary miró el reloj.
-          Lo llamaré antes de irme al recital y… no le diré a Melanie para que todos escuchen de tu boca la noticia. – Dijo Mary levantándose de la silla. Miró a Cristina y sonrió.
-          Felicitaciones! Ser mamá es una experiencia que no todas las mujeres pueden disfrutar. – Le dijo Mary.
Mary se fue y Gregory silbó. Cristina terminó de comer. Aquel había sido el desayuno más incómodo que había vivido Cristina. Gregory estaba de buen humor.
-          Sé que mamá es complicada pero jamás había tenido que defender a una mujer de ella. – Reconoció Gregory. Cristina expresó su angustia en su rostro. Gregory le tomó una mano y la besó. – Ven acá.
Gregory la hizo levantarse y sentarse en sus piernas. Cristina sentía que las piernas no la sostendrían cuando tuviera que caminar. Gregory no estaba haciendo nada fácil estar allí en su casa, embarazada y con su madre a diez pasos.
-          Mamá como todos, se enamorarán de ti tan pronto empieces a ejercer esa mágica forma de envolvernos en tus cuidados. – Le dijo él. Cristina se asombró. No creía que él se hubiese dado cuenta de cómo Cristina le cuidaba y protegía todo el tiempo sin mostrar demasiado entusiasmo.
-          Para tu mamá la mujer perfecta para ti se fue con Clarissa Kent y su vida en Australia. – Le dijo Cristina que había escuchado una conversación entre Mary Barton y su hija Melanie durante una junta de socios.
-          Porque no te conoce. - Insistió él. Su mano recorriéndola desde la rodilla al interior de sus piernas la hizo temblar.
-          No todo puede ser sexo. Y… aunque en eso… no parece haber problemas. – Dijo Cristina gimiendo mientras intentaba detenerlo en sus caricias. – Qué vamos a hacer cuando nos agarremos por los cabellos.
Gregory la alzó en brazos y la condujo a la habitación sin hacer caso de sus comentarios. Cristina no trató de bajarse porque tenía miedo que la dejase caer. Gregory la metió en el cuarto y cerró la puerta con la espalda de Cristina, la apoyó contra ella y la hizo montarse a horcajadas sobre sus caderas.
-          Gregory… de verdad tenemos que hablar. Vivir juntos… no es tan buena idea. – Le dijo ella. Gregory no hizo caso a sus palabras. La empezó a desnudar antes que Cristina agregara. – Y el sexo no soluciona todo. De hecho creo que por sexo es que estamos metidos en este lio.
-          Cristina…- Dijo Gregory besándola en los hombros mientras seguía quitándose la ropa. – No importa por qué un hombre y una mujer se juntan… Lo que importa es cuánto tiempo piensan mantener ese motivo…
Cristina no podía pensar con claridad mientras él continuaba desnudándolos. Pero hizo el esfuerzo de recordar quiénes eran y volvió a intentarlo. La ropa se acumulaba a los pies de Gregory y las ventanas de la habitación estaban abiertas. Cualquiera con unos binoculares podría verlos desde un edificio vecino.
-          Y ¿mañana en la oficina qué vamos a hacer? – Preguntó ella. Gregory la miró a los ojos.
-          ¿Quieres que te haga el amor en mi escritorio? – Preguntó él divertido. Cristina no pudo evitar gemir. Esa era una escena en sus sueños.
-          Sabes que eso no es…- El le impidió continuar hablando con un beso invasivo. Cristina se derritió en sus brazos y empezó a deslizar sus manos por la espalda de Gregory sintiendo el placer de recorrer sus músculos.
-          No es mala idea hacerlo en mi escritorio pero… mañana no lo haremos. Trabajaremos porque eso es lo que hacemos allí pero… al final del día… cuando regresemos a casa… - Empezó a decir él mientras la besaba por todo el cuerpo sujetándola contra la puerta de la habitación evitando que se tirara al suelo.
-          Gregory… Gregory… ¿Qué voy a hacer cuando ya no quieras estar conmigo? – Preguntó Cristina. Gregory volvió a levantarse para abandonar la tortura a la que la sometía besándola en el vientre y la miró a los ojos.
-          Creo que por ahora… no debes preocuparte de eso. Me estoy volviendo adicto a ti. – Le dijo. – Siente… - La invitó poniendo una mano de ella sobre su vientre. – Estoy ardiendo por ti, quiero vivir dentro de ti… vas a tener que sacarme de tu cama con una orden judicial.
Ya nada coherente resultó después de eso. Cristina fue llevada a la cama y de ahí no salieron hasta casi las dos de la tarde cuando  llamó un amigo de Gregory para recordarle que había prometido comer con un socio de negocios. Llevó a Cristina a su apartamento con la condición de que apareciera a las ocho de la noche en el suyo con sus maletas o él mismo iría a empacarle las cosas.
Cristina hizo que Carolay la acompañara. Sentía que de no tener la presión de su amiga quien le insistía en que estaba haciendo lo correcto para el bebé, no iba a poder aceptar la propuesta de Gregory. Carolay se quedó con algunas de sus cosas y le hizo embalar todo para que se las guardaran en una bodega que tenía en el puerto.
-          Si algo no funciona, no tendrás que comenzar de cero. – Le dijo Carolay. Luego la convenció de irse como lo había prometido y no al día siguiente.
-          Su madre estará en el apartamento aún. Ha decidido esperar a su marido quien viene para la cena del martes en la que anunciaremos a su familia sobre mi embarazo. – Le dijo Cristina. Carolay sonrió divertida.
-          Se oye todo muy formal. Bueno es que no es cualquier familia. Eh? – Le dijo Carolay. – Te va a ir muy bien. Si tu suegro es la mitad de encantador de tu futuro marido… será un placer hasta discutir con él.
Cristina condujo hacia el apartamento de Gregory y estacionó el auto afuera. Lo llamó al celular. No sabía si bajarse del auto. Y si Gregory había cambiado de opinión? No sería la primera vez que impidiera a una mujer entrar a su apartamento. Las últimas dos discusiones con Tiffany, Gregory le había impedido entrar en el edificio.  Cristina lo sabía porque había terminado por ser el paño de lágrimas de las mujeres de Gregory.
-          Cariño… dónde estás? – Preguntó Gregory tan pronto reconoció su voz. Cristina sintió un nudo en el estómago. Cariño? Cielos!!
-          En la puerta de tu edificio. – Le dijo. – No me atrevo a bajar nada del auto.
-          No lo hagas de hecho. – Dijo Gregory haciendo que su corazón diera un vuelco. Ya no la quería allí? – No puedes alzar peso. Deja que llame al administrador. Creo que el estacionamiento 4 o 5 del segundo nivel también es mio. – Le dijo él.
-          Gregory… estás seguro que esto es lo correcto? – Preguntó ella.
-          Diablos, Cristina… No te muevas. Voy bajando por ti. – Le dijo él sin cortar la llamada a pesar que Cristina lo imaginó metido en el ascensor del edificio. La interferencia en la llamada así lo indicaba.
-          No quiero que tomes una decisión en la calentura de una noche. – Le dijo ella. Gregory sonrió al escucharla.
-          No te imaginas la cantidad de decisiones que he tomado en la calentura de una noche. – Le dijo él riendo.
-          Pero esto suena a para toda la vida y… no parece sencillo. – Le dijo ella. Gregory iba relatándole el conteo de los pisos que iba bajando en el ascensor.
-          5-4-3-2 Cristina no hay nada más permanente que aceptar ser el gerente de Barton G. Yo quería ser fotógrafo. ¿Lo olvidas? y viajar por el mundo.- Le dijo él. Cristina se preparó para verlo salir a la calle. – ¿Dónde está tu auto?
-          A tu derecha. – Le dijo ella. Gregory estaba vestido de negro. Un pantalón de cuero ceñido a sus curvas, una camisa de seda y una chaqueta clásica. Cristina lo miró mordiéndose el labio. ¿Podía ser alguien más lindo? Se preguntó al verlo sonreir y caminar al auto.
Gregory se plantó frente a la puerta del conductor y la abrió. La hizo salir y la besó apasionadamente antes de empujarla hacia el otro lado. Se subió él al lugar del conductor. Cristina subió al lado del pasajero.
-          Vas a ser mi perdición. – Le dijo él mientras sacaba el auto de donde ella lo había estacionado y lo metía en el parqueadero del edificio. Un empleado de la administración le señalaba el sitio de parqueo justo al frente del sitio donde estaba el Porsche Cheyenne de Gregory.
-          Y el auto de tu mamá? – Preguntó Cristina. Gregory apagó el auto y dio vuelta para mirarla de frente.
-          Mamá anda en auto de alquiler cuando viene. Auto con chofer. Jamás condujo. – Le dijo Gregory. – Y mamá debe ser lo que menos te estrese de venir a vivir conmigo. Sabes que el miércoles papá se la llevará con él y no volverás a verla hasta que decidas casarte conmigo o nazca el bebé.
-          ¿Eso que dices debe insinuarme que supones un matrimonio para este año? – Preguntó ella. Gregory sonrió con todo el esplendor de su sonrisa.
-          Vamos a ver quién de los dos tiene más persistencia. – Dijo Gregory. – ¿No vas a preguntarme porque vas a ser mi perdición?
-          Tal vez…- Bromeó ella sin poder evitar ser coqueta con él.
-          No tengo idea de la mitad de lo que me propusieron en la comida de esta tarde. Solo he estado imaginando si nos quedamos en mi habitación o si nos pasamos a la del otro lado del pasillo porque podemos hacer una puerta para la habitación de al lado en la que podemos acomodar al bebé. – le confesó él.
-          No puedes desconcentrarte en una cena de negocios. – Le regañó ella simulando estar enojada con él. Gregory le pellizcó la nariz con dos nudillos.
-          Y veía el reloj cada veinte minutos con la esperanza de que me llamaras a decirme que ya habías llegado. – Le dijo. Cristina sonrió.
-          Si Carolay no hubiera estado allí empacando las cosas y empujándome a hacerlo… Tal vez todavía estaría en casa.- Gregory tomó las llaves del auto y se bajó. Cristina tomó su bolso y su chaqueta y se bajó también.
-          Traje mi ropa y mis libros. Todo lo demás lo guardé en una bodega de Carolay en el puerto. – Le dijo. Gregory abrió el baúl y sacó las dos maletas.
-          ¿Toda tu vida en dos maletas? – Le dijo él. Cristina sonrió con tristeza.
-          Esa es la Cristina que tienes enfrente. Su vida cabe en dos maletas.  – Le dijo ella. Gregory la besó y la empujó con una maleta hacia el ascensor.
-          Me gusta.  Es más ni siquiera necesitamos estas dos maletas. En un maletín podemos meter lo que necesitamos e irnos a pasear por el mundo. – Le dijo y la acorraló contra un rincón del ascensor.- No se te ocurra volver a dudar que quiero que vivas conmigo.
En el apartamento había un olor a lasagna y en el estudio se escuchaba música romántica. Gregory llevó las maletas a la habitación y al regresar encontró a Cristina mirando a la sala sin dar un paso hacia adentro. El le quitó el bolso del hombro y lo tiró en un sofá del estudio y la tomó de la mano y la llevó a la cocina. Mary Barton tomaba un té conversando con un joven que preparaba la comida.
-          Cristina… por fin apareces. Este hombre nos iba a volver locos preguntando por ti – Se quejó Mary Barton. El cocinero dio media vuelta y la revisó de pies a cabeza. Cristina vio la aprobación en sus ojos. Era una versión más joven de Gregory con una belleza un poco más anglosajona como la de Mary Barton.
-          Te superaste. – Dijo con tono de jurado de concurso de televisión. Gregory rodeó a Cristina con sus brazos cubriendo con sus manos el vientre de la chica y haciéndola apoyarse en su pecho.
-          Gracias. Cariño, este prepotente es mi cocinero favorito: Mi hermano Kenny. – Le dijo Gregory al oído. Kenny sonrió.
-          Por supuesto lo de prepotente hace que me parezca a él. – Dijo Kenny. – Estoy haciendo lasagna porque Greg dice que te encanta y a él también.
-          Es casi que la comida diaria en la oficina. Yo suponía que era por lo práctica para transportar y comer. – Le dijo Cristina. Misteriosamente se sentía tranquila y segura si Gregory la abrazaba y Kenny le acompañaba así.
-          Me encanta y cuando vi que la comías casi todos los días, me dije a mi mismo. Esta mujer sería feliz viviendo conmigo. – Le dijo Gregory. Cristina no pudo verle el rostro para saber si bromeaba o lo decía en serio. Kenny revisó el horno antes de ofrecerle una copa de vino.
-          Sólo puede tomar una. – Dijo Mary Barton. Cristina recordó que era por su embarazo. Gregory la besó en la nuca.
-          En realidad, Cristina toma muy poco. – Dijo Gregory. Cristina asintió.
-          Ah pero vamos a brindar. Un dedo le serviré. – Dijo Kenny enseñando que apenas si había echado un poco de vino en la copa de Cristina. Cristina la recibió. Gregory recibió la de él.
-          Brindemos por la buena elección de vino, comida y mujer de mi hermano Greg. – Dijo Kenny chocando su copa con la de Cristina. – Y que Dios te de la sabiduría y el amor que necesitas para que esta pareja llegue a la vejez.
-          Gracias, Kenny. Yo también necesito sabiduría y amor para soportarla eh? No creas que es tan dulce como sus ojos. – Le dijo a su hermano.
-          Si así es el diablo que me lleve.  – Dijo Kenny y se tomó el contenido de su copa.
-          Ya está lista la lasagna, hijo? Cristina debe tener hambre. A qué hora almorzaste? – Dijo la señora Barton. Cristina se mojó los labios con el vino.
-          A la una… - Dijo la chica. Gregory la llevó abrazada hacia el comedor. Ya habían dispuesto los puestos en la mesa.
Gregory la hizo sentarse a su lado. Kenny obedeció a su madre y sacó la lasagna sin embargo tardó haciendo detalles de presentación mientras conversaba con ellos gritando desde la cocina. Cristina podía sentir la mirada de Mary Barton analizándola con sus ojos de águila como si pudiera leerle los pensamientos.
-          Kenny es chef en un famoso casino de las Vegas. – Le dijo Gregory.
-          En contra de la voluntad de tu futuro marido quien deseaba engancharme la dirección de las empresas para hacer una vida de gitano. – Gritó Kenny desde la cocina. Gregory sonrió divertido.
-          El quería dirigir las empresas pero papá no confía en su visión de negocios así que me eligió a mi. – Dijo Gregory. Cristina sonrió. Percibía el profundo amor entre los dos hermanos.
-          Apenas mamá me dijo que Gregory nos invitaba para el martes para conocer a su nueva mujer… Me vine a conocerte. – Dijo Kenny explicando su presencia. – El martes tengo un banquete en el Casino pero no podía posponer saber quién eras.
-          Qué bien que viniste. – Dijo Cristina. Gregory la instaba a hablar.
-          Nos hemos conocido por teléfono. Me has pasado muchas veces cuando el muérgano está ocupado. – Le dijo Kenny. Cristina asintió. Había reconocido la voz y el nombre pero no sabía que era su hermano.
-          Tú pareces adivinar cuando uno está más ocupado. – Se quejó Gregory. Aquel había sido un velado reclamo a que Gregory en ocasiones no pasara al teléfono. Era una costumbre de su jefe que todos odiaban. Pensó Cristina mirándolo sonreír. En realidad los reclamos de su hermano lo divertían.
-          Entonces somos dos. Creo que hablamos más con Cristina que contigo. – Se le unió la señora Barton. Cristina sonrió mirando a Gregory poner los ojos en blanco.
-          ¿No vas a defenderme, mujer? – Le pidió Gregory. Cristina amplió su sonrisa.
-          Ambos tienen razón: No puedes pasar todo el tiempo al teléfono y ellos hablan más conmigo que contigo porque no llamas por teléfono. – Le dijo Cristina. Gregory volvió a pellizcarle la nariz con dos nudillos como solía hacerlo para reclamarle que no le apoyara.
-          Vaya!! Parece que esta mujer no va a taparte ningún defecto!!- Exclamó Kenny. Cristina se aclaró la garganta.
-          Gregory tiene pocas cosas que ocultar. Y defectos sólo son dos o tres. – Dijo Cristina. Kenny llegó con las lasagnas.
-          Ah bueno… Y te adora además. – Dijo Kenny al verla defenderlo. Cristina se sonrojó.
-          Me ama y yo la amo. – Dijo Gregory con seriedad. Cristina lo miró a los ojos.- Y lo más importante es que va a ser la madre de mi hijo.
-          No puedo creerlo! El muérgano va a tener un hijo.- Dijo Kenny y  reía mientras abrazaba a Gregory y luego a Cristina.
-           Esa es la noticia que anunciarán el martes. Debes guardar el secreto hasta entonces. – Dijo la madre. Kenny se sentó en su lugar.
La cena transcurrió en un ambiente agradable gracias a la vivacidad y el carisma de Kenny que hacía comentarios jocosos todo el tiempo. Trataba de muérgano a su hermano pero a leguas se veía que era su principal admirador y que lo tenía como el hombre de negocios del siglo. Cristina no podía oponerse a eso. Gregory había convertido el negocio de banquetes de su padre de lo local a lo nacional aliándose con otros socios en diferentes estados. Así que no solo se ofrecía el servicio en Florida sino en 18 estados del país. Además Gregory había conseguido que la nueva alianza conservara el nombre del negocio familiar dado que era el más antiguo de los aliados.
De esas alianzas había surgido la fama. Muchas de ellas eran con famosos políticos o empresarios de los Estados Unidos quienes utilizaban para sus grandes eventos, la empresa. Así que con frecuencia, Gregory debía viajar a verificar que los demás estuvieran haciendo las cosas en el estilo Barton y que no se perdiera la esencia del servicio. Cristina había tenido que hacer muchos de esos viajes con él. Pero ahora estaba embarazada. Tenía que empezar a mirar cómo combinar ser madre y su trabajo.
-          Te has quedado callada, Cristina. Vamos a dormir. – Le dijo Gregory al ver que estaba jugando con el último bocado del postre sin poner atención a la conversación.
-          Si… Creo que las actividades de hoy me sobrepasaron. – Dijo ella. Era como si le hubieran caído diez años encima en un solo día.
-          Pobrecilla! Es que de todos modos un bebé roba mucha energía de tu cuerpo. – Dijo Kenny apoyándola. Gregory se levantó y la ayudó a levantarse.
-          Les importa si les dejo solos. Los trastos los lavará Mireya mañana. – Les dijo. Kenny se echó a reir.
-          Nada de eso. Odio dejar la cocina sucia. Ella queda mejor de lo que la encontré. – dijo Kenny. – Vayan a descansar y mañana nos vemos al desayuno. Me voy a las once pues tengo una entrevista con un programa de televisión.
-          Hasta mañana, Kenny.- dijo Cristina quien después de ser corregida unas doce veces empezó a quitarle el señor a Kenny. – Hasta mañana, Señora Barton.
-          Que descanses! – Contestó la Señora Barton en una invitación velada a no tener sexo esa noche. Según lo interpretó Cristina. Gregory les hizo un gesto con una mano.


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