domingo, 18 de mayo de 2008

Tu secreto (Parte II )

- Aún no sé. No me he reunido con los abogados. – Le informó mientras se quitaba la ropa para entrar al baño.
- Entonces… llama a tu amigo Raúl y empápate de todo antes de aceptar una locura. – Le dijo él que analizaba las situaciones de inmediato y sacaba el mejor provecho de lo que sabía de ellas.

Miranda se asombró de no haber pensando en Raúl tan pronto escuchó sobre el testamento. Raúl Méndez era su mejor amigo de escuela y el jefe de abogados de la corporación Stephanos. Nicholas lo había contratado tan pronto se había graduado y en menos de dos años había escalado en la organización destacándose por su destreza e inteligencia con los asuntos legales financieros.

- Maldición! – Exclamó Demetrio y Miranda escuchó un estropicio al otro lado de la línea. – Tengo que dejarte, nena. Acabo de tirarme un rollo de fotografías… - Le explicó. Miranda iba a preguntarle qué hacía él tomando fotografías con película fotográfica si él solía utilizar las digitales pero Demetrio se lo impidió: - No se te olvide hablar con Raúl. Te llamo más tarde.

Él cerró la comunicación antes que ella pudiera decirle nada. Dejó el celular sobre el armario y se metió en la ducha. Necesitaba renovar sus energías con un buen baño. Aunque hacer el amor le había devuelto esa sensación de fortaleza interior que le queda a una mujer que se sabe deseada, tenía que pensar con claridad y el amor no era muy buen aclarante.

Después de la ducha y de vestirse de manera informal porque no se decidía a irse a la corporación y buscar a Raúl, se sentó en el alféizar de su balcón sintiendo el suave sol de septiembre. Alrededor de la vieja casa Stephanos se levantaban las viejas mansiones de Bellavista y el Prado. Era la Barranquilla que Miranda añoraba y amaba. El ambiente en el que había crecido y el sitio en el que se sentía segura… se sentía ella misma… Sin embargo, la posibilidad de que su matrimonio con Andreas resultara un infierno y no el cielo… la atormentaba.

Cómo si lo hubiera llamado. Andreas se apareció en el umbral de la puerta y se acercó a ella con pasos largos y decididos.
- Vive conmigo. – Le dijo él. Miranda lo miró como si estuviera loco.
- Vivo en esta casa. – Le dijo ella. Andreas movió la cabeza de un lado a otro enérgicamente.
- Que duermas conmigo, que vivas conmigo en mi cama.- Le dijo él. Miranda frunció el ceño.
- Por muy modernos que sean, Nicholás y Lucia esperan que nos mantengamos cada uno en su habitación hasta el momento de la boda. – Le dijo Miranda.
- Me muero por tenerte, por levantarme en la mañana y verte…- Le empezó a decir él. Miranda que todavía desconfiaba de su apasionamiento lo interrumpió:
- Eso no te va. Para hacer el amor sólo tienes que cruzar el pasillo o llamarme por teléfono. – Le dijo. Andreas apretó la mandíbula como si estuviera enojado. – Es más creo que eso sería más divertido que irme a dormir contigo…
- ¿Por qué tener dos habitaciones si puedes dormir en la mía? No hay que comprar muebles ni hay que cambiar muchas cosas… - Le dijo él.- No hay que guardar falsos pudores, ni apariencias estúpidas.

Miranda, entrecerró los ojos, confundida. Hasta ese momento pensaba que Andreas no estaba hablando en serio.
- Tardaste diez años para considerarme atractiva… ¿De dónde viene tanto afán? – Preguntó empezando a enojarse. Andreas la tomó del brazo y la hizo ponerse en pie.
- Primero eras una niña…. Después eras demasiado peligrosa para mis ansias de libertad... Ahora ya no tengo remedio.... – Le dijo él mientras la besaba en las mejillas y el cuello.

Miranda se dejó abrazar y besar sin saber a ciencia cierta qué hacer o decir. Estaba él reconociendo que lo había tentado toda la vida pero que la rechazó siempre por pudor o consideración… Peor aún, que temía a su poder sobre él mismo! Suspiró y Andreas la separó un poco para mirarla a los ojos.
- Igual… tienes que darme un tiempo para creer que realmente funciona esta pareja. – Le dijo ella tratando de pensar con claridad aunque en realidad tenía ganas de desnudarlo y hacer el amor de nuevo antes que cambiara de opinión y la ignorara.
- Funcionará… te lo aseguro. Y aún si no funciona dentro de diez años… será dentro de diez años…- Le dijo él. Miranda volvió a sentirse insegura. Él seguía teniendo por consigna de vida el hoy y el ahora… Y a Miranda la atormentaba el futuro.
- Igual creo que hasta la boda, cada uno debe tener su propio espacio.- Insistió ella. Él la miró con pasión y volvió a estrecharla contra su cuerpo.
- ¿No puedo entonces seducirte hasta convencerte? – Preguntó él besándola en los senos de una manera atrevida y sensual por encima de la ropa. Miranda gimió.
- Por supuesto…- Susurró ronca. Y escucharon a Lucia que los llamaba desde el primer piso a almorzar. – Es mamá…
- No importa…- Le dijo él concentrado en atacarla con sus encantos físicos.
- ¿Por qué no te importa? ¿Por qué ahora no te importa? ¿Soy realmente yo o tu corporación? – Preguntó ella tratando de sacarle una declaración de amor. Andreas lo tomó muy mal. La soltó de improviso y Miranda perdió el equilibrio y quedó sentada sobre la cama.
- Dios… Dios… Dios… - Dijo como si estuviera conteniendo la ira. – Pensé que hablábamos el mismo idioma…
- ¿Qué quieres decir? – Preguntó Miranda sin entenderlo. Andreas se pasó las manos por la cabeza.
- Sabes qué… no te cases conmigo. Mañana mismo empiezo a hacer la lista de a quienes les vas a dar el control de la corporación pero…- Le dijo en tono amenazante. – Esta noche te mudas a mi habitación porque vas a vivir conmigo.

Miranda se levantó de la cama y trató de detenerlo pero Andreas dio media vuelta y desapareció por el pasillo. ¿Estaba él hablando en serio? Prefería que se desapareciera la fortuna Stephanos antes que ella siguiera pensando que era lo único que le importaba? Contrario a lo que imaginó se sintió feliz. ¿Estaba él enamorado de ella? Se preguntó y se miró en el espejo para hablarle a su imagen.

No te hagas ilusiones. Se dijo Andreas era muy hábil en todo asunto de negociaciones y contratos… Tal vez aquella era un estrategia para hacer que fuera ella la que le rogara a él casarse. Se miró unos segundos en el espejo y suspiró. Estaba volviéndose loca. Había regresado a su costumbre adolescente de hablar sola. ¿Qué había en esa casa y en ese hombre que le hiciera retroceder en la vida? Arregló su cabello y su maquillaje y decidió bajar al almuerzo. Lucia estaría esperándolos y le parecería sospechoso que no bajaran al comedor.

Eso si no había visto salir a Andreas. Nadie podría ignorar su cara de enojo si se fue tan furioso como ella creía. En el comedor estaba Lucia, Nicholas y dos señoras de muy buen vestir con dos o tres cirugías encima. Miranda no las reconoció hasta que les escuchó hablar. Eran las tías de Andreas que hablaban en el jardín la noche anterior.

- Miranda, hija. ¿Te acuerdas de Ariadna y Tea Stephanos? – Preguntó Nicholas. Eran primas de Nicholas, griegas puras que habían llegado de Europa con el padre de Nicholas y este cuando decidieron radicarse en Colombia.
- Qué encanto de mujer en el que te has convertido. – Dijo Ariadna. Miranda la reconoció como la que había afirmado que dejaría a los Stephanos en la calle. Sin embargo, sonrió con todo el encanto que la mujer le adjudicaba y saludó a la señora.
- Muy amable, señora. – le dijo. Y se dejó besar y abrazar por la otra señora. A pesar de haberla escuchado afirmar que no creía que Miranda pudiese ser el ángel salvador que Nicholas afirmaba, sintió que era más amable y sincera que la otra.
- ¿Dónde está Andreas?- Preguntó Lucia a Miranda. Esta se alzó de hombros y se sentó a la mesa.
- No ha bajado a almorzar… - Dijo Lucia, con tono de preocupación pero continuó sirviendo la comida.

Las tías de Andreas empezaron a preguntarle acerca de los planes que tenía en su nueva vida en Barranquilla. Miranda respondió de la manera más prudente que halló tratando de no comprometerse más allá de lo que suponía, Nicholas deseaba se comprometiese, insegura de tomar las palabras de Andreas como ciertas… o falsas.
- Eres administradora, experta en negocios internacionales y con experiencia en el campo de la comercialización de productos. – Señaló Ariadna demostrando gran dominio en la hoja de vida de Miranda. – ¿Eso quiere decir que tomarás el puesto de Andreas en la corporación?
- Esto no es un almuerzo de negocios. – Recriminó Nicholas a su prima. Miranda alzó una mano en un gesto de calmarlo.
- No te preocupes. Sé que toda la familia está conmocionada ante las circunstancias… - Le dijo Miranda. – Sin embargo, nada más lejos de mí que ocupar el papel de Andreas como presidente de la corporación… Él tiene más que ganado ese lugar y yo no soy quien para ocuparlo.
- Gracias a Dios muestras algún grado de sensatez en lo que dices.- Le dijo Ariadna. – Me preocupaba que fueses a tomar decisiones caprichosas.
- Nada más lejos de la manera de ser de Miranda. – Le defendió Nicholás. – Siempre ha sido una joven aplomada y prudente que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo sin atropellar a nadie.
- Mejor ayúdenme a convencerla de casarse en octubre. – Les dijo Lucia tratando de disminuir la tensión en el ambiente. – Este tema de ustedes está muy aburrido.
- Me parece bien. – Opinó Tea. – Aunque noviembre estaría mejor. El tema de la boda es un mejor tema de conversación para este almuerzo tan delicioso.
- ¿Te imaginas una boda el 10 de noviembre y que se fueran a una isla de luna de miel… Bahamas por ejemplo? – Opinó Lucia.
- Me gustaría que hiciéramos planes de boda cuando Andreas esté presente. – Dijo Miranda. Sin embargo, las otras tres mujeres la ignoraron y siguieron definiendo la iglesia perfecta para la ceremonia, el salón ideal para la fiesta, la lista de invitados.

Decidió no volver a hablar y cuando la retaron a decir algo, se limitó a asentir o responder evasivamente. Nicholas poco dijo. Aún cuando se solidarizó con Miranda interviniendo con comentarios que nada tenían que ver con la boda con la intención de cambiar el tema de conversación, no opinó acerca de la boda ni rechazó enfáticamente el tema. Miranda terminó de comer y se disculpó con las señoras diciendo que tenía una cita con los abogados de la corporación.

Salió del comedor sin saber a dónde iría después de haber inventado a las carreras semejante mentira. NO tenía amigos en la ciudad… por lo menos no uno que pudiera molestar de improviso con una visita en su lugar de trabajo un martes a las tres de la tarde. Suspiró y se fue a su habitación a buscar el celular. Tendría que encontrar alguno a quien visitar para justificar su salida intempestiva del comedor.

Raúl… Pensó tomando el celular y su bolso. Estaría en las oficinas de la corporación y podía ser que Andreas estuviera también allí y encontrarse de nuevo con él ese día no parecía una posibilidad divertida. Pero Demetrio había insistido en que se comunicara con Raúl y que le solicitara su consejo. Buscó el teléfono y le marcó.
- ¿Miranda? ¿Estás en Barranquilla? – Preguntó él tan pronto ella se identificó. El tono animado de su voz la llenó de alegría.
- Llegué ayer pero siento que tengo siglos aquí… - Le dijo con aire dramático. Caminaba por el pasillo mientras hablaba con él.
- Entiendo. Has tenido dificultades con Andreas como siempre… - Le dijo. Miranda suspiró.
- Andreas… mamá… los Stephanos… - Enumeró ella con aire de tristeza. Raúl sonrió. - Puedo verte un día de estos… - agregó tentativamente para no comprometerlo e incomodarlo.
- ¡Cómo un día de estos! Ahora estoy ocupadito… - Le dijo como si meditara lo que haría. – Pero a las siete puedo pasar por ti para irnos de rumba.
- ¿Martes en la noche de rumba?- Preguntó asombrada Miranda. Raúl volvió a sonreir.
- Soy dueño de mi horario y si me da la gana de recibir a mi mejor amiga con una rumba un martes. ¿Quién me lo va a impedir?- Le dijo él. Miranda no pudo evitar que surgiera una sonrisa en su rostro. Miró su reloj y observó cómo estaba vestida.
- Está bien. – Le dijo. – Gracias…
- Te dejo porque debo correr para llegar a tu cita. Anímate que te vas a divertir. – Le dijo antes de cortar la llamada. Miranda se devolvió a su habitación.

Permanecería encerrada en ella hasta que fuese la hora de cambiarse y bajar a esperar a Raúl. Si Ariadna y Tea se daban cuenta que no había salido de la casa, de malas. En ese momento, había recuperado un poco de la felicidad que representaba para ella estar en Barranquilla, estar en su casa.
Estaba casi lista cuando apareció Pilar en su habitación.
- ¿Esta vez fue una discusión seria?- Preguntó observando a Miranda de pies a cabeza. Miranda sonrió sin saber a qué se refería la chica. Había ido a espiarla por solicitud de Andreas.
- ¿De qué discusión hablas?- Preguntó fingiendo no entender y continuó su maquillaje.
- La discusión. Andreas me envió para averiguar si estarás en la cena de esta casa esta noche. – Le dijo. – Jamás me habían puesto de mandadera entre ustedes…
- Dile que no estaré porque Raúl me invitó a cenar. – Le dijo Miranda. Fingir que no sabía de qué hablaba o mentir no serviría con Pilar. – Que si desea hablar de su tonta amenaza… puede esperar hasta la cena de mañana.
- No creo que deba retarlo con eso de su tonta amenaza… podría venir aquí y seguir discutiendo contigo… - Le aconsejó Pilar. Miranda terminó con su maquillaje y se levantó.
- Poco importa. – le dijo. Pilar continuó el camino en el pasillo hasta la habitación de Andreas y Miranda cruzó unos metros antes para bajar por las escaleras.

Al final de estas, conversando con Lucia, estaba Raúl. Cuando presintió su llegada giró y chifló con estruendo admirando su vestido.
- Uauuu… - Aulló como lobo mientras extendía una mano hacia ella y le recibía un beso. Raúl era el acompañante perfecto para animarse en una noche como aquella.
- Eres un tonto. – Le dijo Miranda.
- Reservé una mesa en un restaurante de lujo. – Le dijo y luego miró a Lucia. – Pero debí hacer una reserva en una residencia de lujo… - comentó divertido insinuando que se la llevaría a la cama. Lucia lo golpeó cariñosamente en un brazo y sonrió divertida por las ocurrencias de Raúl.
- Mamá… préstame unas llaves de la casa… No sé dónde están las que me diste… - Le dijo Miranda a su madre. La voz de trueno de Andreas le respondió desde el último escalón de la escalera.
- Yo te esperaré despierto. – Prometió. Miranda giró para verlo. Estaba vestido con camisa y pantalón azul oscuro lo cuál le hacía ver más taciturno e imponente.
- Sólo necesito una copia de la llave. No quiero molestar. – Dijo con firmeza. Aunque deseaba llorar. Él la miraba con la misma prepotencia y enojo con la que le había mirado cuando le entregó la famosa carta de despedida de Karen.
- Tengo muchos documentos que leer y estaré en el estudio hasta tarde.- Respondió él con un tono que no admitía más protestas. – No será una molestia.
- Como quieras. – Le dijo Miranda dispuesta a no dejarse dañar la noche.
- ¿A qué hora vendrán? – Preguntó pero estaba mirando a Raúl así que Miranda dejó de mirarlo y caminó hacia la puerta.
- Cuando se nos acaben las pilas. – Respondió Raúl divertido. Andreas alzó una ceja.
- Eso puede no ser nunca. Recuerda que tengo la firme intención de casarme con ella. – Le dijo. Miranda se negó a comentar algo sobre aquellas palabras y haló a Raúl.
- Sabes que puedes confiar en mí. – Le dijo Raúl y Miranda sintió que aquella era una doble respuesta. Un mensaje secreto que Andreas podía interpretar de acuerdo a un código acordado entre ellos. Miranda frunció el ceño.

Raúl se despidió de Lucia dándole un sonoro beso en la mejilla y siguió a Miranda hacia la salida. La ayudó a acomodarse en el asiento al lado del conductor en su elegante auto y se subió con agilidad. Miranda esperó a que estuvieran en camino para decirle:

- Sabías de la propuesta de matrimonio y del testamento…- Reclamó. Raúl señaló el maletín en el asiento de atrás de su auto.
- Soy el abogado de confianza en la empresa. – Le dijo tratando de hacerla entender que era parte de su trabajo no decirle nada a ella. Miranda suspiró.
- ¿Tengo otra opción que no sea una boda? – Preguntó tratando de escuchar un consejo.
- Si quieres crear un caos económico en la corporación tienes millones… - Le respondió concentrado en manejar. – La opción del matrimonio no es tan terrible para ti.
- ¿Cómo saber que Andreas me escoge a mí o a su fortuna? Es como casarse con un hombre porque esperas un bebé suyo. – le confesó. - ¿Cómo saber que no es por compromiso?
- Él no te ama más que a su fortuna… - Le dijo Raúl con calma. – Sencillamente él te ama. Si me hicieras caso y viajaras a Puerto Colombia a su casa de la playa…
- Es su lugar de retiro. – Le dijo Miranda. No era la primera vez que Raúl le decía que Andreas la amaba. Y en varios de sus mensajes de correo durante aquellos años lejos, Raúl insistió en que Miranda debía ir a esa famosa casa en la playa. – No admite visitas de ningún tipo y por ningún motivo. Nadie en la familia sabe dónde queda… Yo sé que existe porque tú me lo dices…

La primera vez había sido cuando empezó a trabajar para Andreas y Miranda le contó que había vivido con ella casi un mes y luego la había dejado. Entonces Raúl le aseguró que si la dejaba era por su bien… “Créeme, él no hizo nada de lo que hizo por herirte. Y debe estar sufriendo como un condenado”. Le aseguró Raúl dejándola llorar desconsolada entre sus brazos.

Por supuesto, Miranda no había creído una sola de sus palabras. ¿Cómo entender que alguien te deja porque te ama? Raúl le dio una palmada en una pierna.

- Yo sé de la casa porque le ayudé a hacer los tramites para comprarla. Y cuando la conocí, ya decorada, supe que debías conocerla un día.- Le dijo él con aire enigmático.
- ¿Por qué? – Preguntó Miranda. Raúl movió la cabeza de un lado a otro.
- Debes verla y juzgar. – Le dijo y se negó a contarle sus razones para pensar de esa manera.
- ¿La razón por la que me insistes en que Andreas me ama es porque deseas que salve a la corporación? – Preguntó Miranda. Raúl se golpeó la frente con una mano.
- Por Dios… ¡ahora vas a sospechar de mis intenciones! – Exclamó divertido en lugar de estar enojado. – ¡Mujeres!

Pero ya llegaban al restaurante así que Miranda no le contestó a su comentario. Parqueó el auto y la ayudó a bajar de él como el caballero que siempre era.

El restaurante era una casa de ensueño. Una mansión con un estilo algo inglés con paredes cubiertas de ladrillos rojos y muchos arcos… Una pequeña recepción donde confirmaron la reserva. Luego, un mesero que los condujo hacia una mesa en el jardín donde una fuente de agua en forma de delfin animaba el silencio de la noche y la música suave del ambiente.

- ¿Todavía te gusta el vino blanco? – Preguntó Raúl mientras la ayudaba a sentarse. Miranda asintió.
- Cuéntame de lo que no sé de Andreas… - Le dijo Miranda cuando terminó de acordar lo que comerían.
- Andreas sintió durante muchos años que debía ser correcto contigo porque le habían adjudicado la tarea de ser tu hermano mayor y no podía defraudar a la mujer que lo trataba como a un hijo y que hacía feliz a su padre. – Le dijo Raúl sin preámbulos.
- Por ello, saber que estaba enamorada de él fue un conflicto y no una noticia agradable. – Continuó diciendo dado que Miranda se lo quedó mirando en silencio. - ¿Cómo hacía un chico de 21 años al que le gustaba hacer el amor hasta con un palo de escoba con faldas, para rechazar a su hermanastra que no estaba nada mal, virgen de 14 años?
- ¿Me vas a vender la idea que desde entonces yo le gustaba?- Preguntó Miranda incrédula. Raúl sonrió.
- Cualquier chica lo seducía entonces… No le gustabas… él te amaba… como una hermanastra pero te amaba. – Le dijo Raúl.
- Y ¿entonces? – Raúl suspiró como si estuviera recordando una vieja película que le hubiese gustado mucho.
- Duró dos días sin dormir cuando leyó tu diario. Quería tomar un avión e irte a buscar… pero ¿Qué podía ofrecerte? Tonterías… problemas y más problemas. – Le dijo Raúl y la invitó a tomar de su copa de vino. Miranda sonrió y tomó un poco. En realidad, quería que él siguiera hablando de Andreas. Sabía muy bien que de la boca de Andreas jamás escucharía todo lo que Raúl le decía.

Aún le quedaba la duda de si Raúl le decía aquello para convencerla de que casarse con Andreas no era un error, y asegurar el futuro de una empresa en la que tenía mucho por hacer. O si le hablaba de todos esos recuerdos por solicitud del mismo Andreas para convencerla de que la amaba.

- Todas las cosas que ha hecho Andreas en su vida, las ha hecho para protegerte o para complacerte.- Le dijo Raúl. -  No hay en su vida otro motor, otra preocupación, otro incentivo de creación que no seas tú. Ese es su secreto.
- Es muy difícil de creer cuando piensas en las múltiples mujeres que desfilaron en mi casa durante todos estos años, los cinco matrimonios frustrados que lleva en siete años y la manera como continúa relacionándose con cada una de sus ex mujeres. – Le dijo Miranda con un tono melancólico.
- Patadas de ahogado.Unas de su parte, otras de parte de las ilusas que creyeron que podrían convencerlo de casarse. Está atado a ti irremediablemente. – Afirmó Raúl. – Tan atado que hasta Hermes lo descubrió y por eso creo que hizo el testamento.
- ¿Eso piensas?- Preguntó asombrada Miranda para quien era difícil creer que Hermes estuviera de acuerdo con casarla con Andreas.
- Y ¿entonces? ¿Cuál crees tú que fue la intención de Hermes con ese matrimonio? – Miranda no había pensado en ello. O mejor, no había creído que fuese verdad esa teoría.- Hermes intuyó que Andreas tarde o temprano se casaría contigo. Porque no puede hacerlo con otra mujer, él mismo ha saboteado algunas de esas relaciones que tú le reclamas.

Hermes había recibido a Lucia y a su hija con resignación más que con agrado. Su hijo había estado sumido en la más profunda tristeza desde la muerte de la madre de Andreas y prácticamente Lucia lo había sacado de las garras de la muerte. Así que Hermes había aceptado los cambios de planes del destino. No había conseguido una mujer europea para su hijo, había tenido que conformarse con otra colombiana más.

NI qué decir de Miranda que era la típica barranquillera que colocaba música desde que se levantaba y que generalmente era música para bailar, que hacía reuniones escandalosas con las niñas del barrio y que usaba “lo que le daba la gana” al vestir, según las palabras del mismo Hermes. Todo aquello iba en contra de los vestidos de diseñador, de las reuniones de música clásica europea, boleros y música griega de las cenas de Hermes que jamás se convertían en fiesta y del hablar pausado y sereno que inculcaba Hermes a todos en su casa.

Miranda era la oveja negra en la familia Stephanos y, lo peor, era que no tenía la menor intención de cambiar o adaptarse a las nuevas normas en su vida. Hermes decidió entonces dejar a su hijo la mansión Stephanos e irse a vivir a otra casa elegante y sofisticada que compró en el mismo barrio Bellavista. La casa de Herlinda Santodomingo, la abuela de Andreas, permaneció siendo la casa de la familia y Hermes acondicionó la nueva casa a su gusto para vivir a sus anchas. Pero especialmente, lejos de Miranda.

Raúl sacudió una mano frente a la mirada perdida de Miranda que volaba en el mundo de sus recuerdos. La chica sonrió con tristeza. Debió ser muy duro para Hermes tener que claudicar ante lo irremediable. Su nieto preferido, los ojos de su vida, estaba enamorado de su peor tortura. Y nada podía hacer.

- No quiero ilusionarme creyendo en el amor de Andreas y, luego recoger pedazo a pedazo mi vida. – Le reveló a Raúl quien le tomó una mano entre las suyas.
- No vas a arrepentirte de ese matrimonio más de lo que cualquier otra mujer se arrepiente de casarse. – Concluyó Raúl. – Créeme… si no fuese por el testamento te diría que lo sedujeras y que te fueras a vivir con él… Hermes se aseguró de que Andreas no perdiera la cabeza por ti y se convirtiera en el escándalo familiar del siglo viviendo con su hermanastra.
- ¿Estás seguro? – Preguntó Miranda todavía angustiada por una razón que le quitara la sensación de estar viviendo un sueño.
- Te amo… Jamás apoyaría una iniciativa que pudiera causarte daño. – Miranda sonrió. Les trajeron la cena y comieron en silencio. Era una tregua para dejarla analizar sus sentimientos.

Casi llegando al postre, Raúl hablaba de música y amigos en común. Miranda sonreía ante sus ocurrencias y preguntaba por algunas cosas o personas. Pero su mente estaba ocupada en decidir si casarse o no era una decisión acertada en su vida.

¿Qué tenía por vivir? Mucho. Pero esta era la primera y tal vez, la única oportunidad que tenía para hacer que Andreas se enamorara de ella con la intensidad con la que ella lo amaba y vivir la experiencia de ser su mujer. Los tres años que estipulaba el testamento podía ser el tiempo de prueba que tendría su vida juntos. Si después de ese tiempo nada había cambiado… Le diría adiós a su sueño de adolescente por siempre y cambiaría su rumbo.

- ¿Quieres ser mi padrino de bodas? – Preguntó Miranda interrumpiendo a Raúl de improviso. Este sonrió y le lanzó un beso en la punta de sus dedos.
- Por supuesto. – Respondió sonriendo.
- Me caso en octubre. – Le informó.
- Que la luna de miel sea en un soleado y caliente lugar. – Opinó asombrando a Miranda que diera la misma idea de Lucia.
- Todos me dicen lo mismo. ¿Es que no me imaginan en el frío y con esquís? – Preguntó con curiosidad. Raúl la miró sugestivo como si la imaginara en su mente.
- Yo te estoy imaginando en un bikini minúsculo, negro para que resalte contra tu hermoso color de piel. – Le reveló. Miranda sonrió divertida.
- Eres un cretino. De todos modos, mis tangas son rojas, azules…
- Yo te voy a regalar el traje de baño de mis sueños…- Le dijo él… - Creo que no debes comprar ropa para tu luna de miel… yo te voy a dar la que necesitas.
- ¿En algún momento, has pensado acostarte conmigo? – Preguntó Miranda. Raúl sonrió.
- Muchas veces… pero prefiero las rubias… deliro por unos cabellos de oro regados sobre mi estómago…- Miranda lo golpeó con una servilleta.
- Estúpido. Te quiero mucho. – Raúl le hizo un guiño con un párpado.
- Te amo. ¿Te gustó la comida?- Miranda suspiró encantada.
- Me fascinó todo: el sitio, la comida, la compañía y la conversación. – Dijo con sinceridad.
- Qué bien. Porque ahora nos vamos de rumba…- Miranda lo miró sorprendida. Realmente estaba Raúl dispuesto a bailar un martes.
- ¿Y dónde? – Preguntó para hacerlo recapacitar. Él sonrió.
- Recuerdas a esa chica de la universidad de la que te hablé…- Miranda asintió. – Bien. Administra el bar restaurante del Hotel del Prado. Adivina a donde bailaremos… Haré tu despedida de soltera.
- ¿Invitaste a alguien? – Preguntó incrédula. Raúl movió enérgicamente la cabeza y llamó al mesero.
- Olvídalo. Esta es una despedida de soltera privada. Sólos tú y yo…
- Eso quiere decir que harás un strep tease para mí… - Se burló. Raúl la miró como de seguro miraba a todas las chicas que deseaba seducir.
- ¿Te gustaría? – Miranda sonrió divertida.
- ¡Estás loco! No harás nada de eso en lugar público. – Le dijo recordando que él había hecho un strep tease para una de sus amigas de escuela en su despedida de soltera.

Raúl pagó la cuenta y se fueron al Hotel del Prado. Efectivamente, el bar estaba funcionando y algunos huéspedes del hotel estaban disfrutando de un trago en una preciosa noche de septiembre.

La chica amiga de Raúl se portó divinamente. En sus gestos y sonrisas, Miranda leyó que estaba más que entusiasmada con Raúl y, que este no era tan indiferente a sus encantos. Se sintió feliz. Al menos, había sido para Raúl algo más que una amiga llorona y atormentada que consentir, había sido una excusa para ver a la chica.

Bailaron y hablaron hasta el cansancio. Raúl sabía cómo hacerla feliz y pedía sus canciones favoritas al D.J. que estaba más que encantado de complacer a Miranda. Eran casi las doce de la noche cuando Miranda lo obligó a salir de allí para llevarla a casa.
- Tienes que ir a trabajar mañana porque estaré a más tardar a las nueve en las oficinas…- Le dijo ella para terminar de convencerlo. – Necesito saber cuáles son mis responsabilidades y qué decisiones tomar con relación al futuro de la corporación.
- Sé que tienes razón pero por qué tienes que ser responsable cuando nos estamos divirtiendo tanto. – Se quejó y la besó en la mejilla antes de quitar el seguro de su puerta. Miranda se bajó del auto y la puerta principal se abrió dejando ver la imponente figura de Andreas.

Cómo si se hubiese puesto de acuerdo con ella, traía una chalina de las que Lucia utilizaba para cubrirse en las noches de navidad cuando paseaban para ver los arreglos de las mansiones vecinas. El enorme escote del vestido de Miranda había sido una buena idea cuando salió pero ahora había una brisa fría que le hacía temblar.

- Estaba a punto de organizar el desayuno. – Le dijo con tono de reproche. Raúl le sacó la lengua.
- No me envidies. Estaba celebrando la despedida de soltera de Miranda. – Le dijo con una enorme sonrisa. Andreas la miró a los ojos y Miranda sonrió.
- Está loco. Ya lo sabes… - Le dijo evadiendo el tema de conversación que implicaba el comentario de Raúl. Miranda se dejó envolver por la capa y por los brazos de Andreas quien la hizo apoyarse contra su pecho.
- ¿Estás en condiciones para manejar? Puedes dormir aquí…- Propuso Andreas. Raúl lo rechazó de inmediato con un gesto de su cabeza.
- Sabes que he manejado a casa en peores condiciones… Además puedo ver que tú tienes menos condiciones para manejar que yo… te tiemblan las manos y apenas te puedes sostener en tus piernas de gelatina anticipando el placer de tener ese bombón para ti solito. – Le dijo divertido encendiendo el auto.
- ¡Vete al diablo!- Le dijo Miranda enojada por el compromiso en el que la dejaban las palabras de Raúl.
- Te veré mañana, cariño. – Le dijo el hombre antes de salir del jardín de la casa rumbo a la calle. Andreas sonreía mientras la hacía entrar en la casa.

Andreas no la dejó separarse de él para no permitirle escapar de su conversación pendiente. La tomó de la mano mientras que con la otra cerraba la puerta. Pilar apareció de la nada y dijo que apagaría las luces. Miranda decidió no mirarla para que la chica no le lanzara unas de esas miradas cómplices que solía lanzarle cuando la veía a solas con Stephanos. Él la llevó a su habitación.

Miranda tenía casi cuatro años desde la última vez que había estado en esa habitación. La última Navidad en casa, Andreas se la había pasado tirado en la cama sufriendo de una seria quemadura en una pierna por andar haciendo motocross con unos amigos. Miranda se había turnado el tiempo de acompañarlo y cuidar de su herida con Pilar.

La decoración del lugar la había hecho un experto. Había seleccionado colores y texturas de tal manera que el estilo encajara perfectamente para un hombre pero que cualquier mujer se sintiera cómoda y confortable allí. Después de todo era uno de los solteros más codiciados de la ciudad y el diseñador no podía imaginar que Andreas jamás hubiese llevado a una mujer a su casa.

Lo que más le cohibía era la enorme cama que dominaba el lugar. Una cama para tres… Se había burlado Pilar cuando la viera. Andreas prácticamente había empujado a Miranda para que entrara.

- Quiero disculparme por mi actitud esta mañana…- Le dijo él mientras se quitaba sus pantuflas y la camiseta que lanzó a un sofá. Miranda permaneció de pie en medio de un pequeño espacio de recibo de visitas que tenía la habitación.
- Yo también me pasé. Lo siento. – Respondió ella mirándolo a los ojos como él lo hacía.
- No… Creo que hiciste bien en lo que dijiste. – La interrumpió -Ninguno de nosotros ha sido justo contigo.
- Correcto. Entonces me voy a dormir… - Le dijo ella dispuesta a salir. Andreas tomó una de sus manos y la hizo detenerse.
- Quédate conmigo. – Le ordenó él con un tono tan sensual que a Miranda le costó trabajo no correr y ceder.
- Me parece que debemos darnos un tiempo. – le dijo intentando convencerlo.
- Nada de eso. Tienes que darme la oportunidad de recomenzar…- Le dijo él.- ¿Acaso fue terrible vivir conmigo en Miami?- Preguntó él recordando sus días con ella. Miranda suspiró.
- Me dejaste a los 20 días sin decir una sola palabra ni para bien ni para mal. – Le recordó ella. Andreas no se dejó amilanar por eso.
- Quiero demostrarte que te amo. – Miranda no esperaba eso y palideció. Amor… ¡Estaba él afirmando que la amaba! En más de una ocasión habían discutido acaloradamente porque Andreas odiaba que la gente fuese por la vida jurando amor eterno cuando ni siquiera estaba absolutamente seguro de lo que sentía por el otro.
- Y si tenías razón y sólo es una obsesión adolescente… - Empezó a decir Miranda, él la hizo acercarse a él y la abrazó con fuerza.
- Es muy difícil curarse de una obsesión. – Le dijo - Y en todo caso, - Gimió mientras besaba la mejilla de la chica – nos dejamos un tiempo y me vuelves a seducir.. ¿Vale?

Miranda dejó de pensar. En otro momento analizaría sus palabras. Su cuerpo deseaba tenerlo aún más cerca y ella tenía muy pocos deseos de desperdiciar una noche como esa pensando en los pro o en los contra de una relación que pasara lo que pasara tenía que vivir.

Andreas la desnudó apreciando su cuerpo, tocándola como si fuese una obra de arte que detalla para calcular su valor. Miranda hizo lo mismo disfrutando del placer de tocarlo, de olerlo, de sentirlo tan concentrado en ella, tan consciente de ella. Nada tenía importancia cuando estaba a punto de sentirlo dentro de su cuerpo.
Aquel placer era en lo único en lo que debía pensar. Su corazón no podía tenerle miedo al dolor. La vida no era nada sin el dolor, los problemas y las trabas. Tenía que pensar como una tonta adolescente que piensa que sólo en los brazos de su amante está la felicidad.

Después de hacer el amor por tercera vez, el sol se empezó a filtrar por la ventana. Miranda no podía creer que no tuviera una sola gota de sueño. Quería permanecer eternamente allí, acostada en la cama de Andreas, oliendo y sintiendo su piel después de hacer el amor.

Lo observó dormir mientras disfrutaba en silencio de la emoción de sentirse su dueña. Karen, Giovanna… todas las mujeres en el pasado de Andreas le parecían todavía más tontas y superficiales. ¿Cómo habían podido alejarse de él después de haber sentido el poder de su seducción? Cerró los ojos y dejó que el cansancio de una noche de sexo la envolviera. Ese era su futuro, esa era su felicidad, estar envuelta en los brazos de Andreas y ser su mujer.

Pilar los llamó a desayunar entrando a la habitación después de un leve golpe en la puerta. Miranda podía imaginarla asomándose en la habitación de la chica y luego en esta. Suspiró. NO podía negar que las conclusiones de Pilar acerca de ellos dos siempre fueron acertadas y que traerle ropa a Miranda había sido una excelente idea.

La chica se levantó y Andreas se abrazó a una almohada. Miranda sonrió. Estaba rendido. NO estaba acostumbrado a trasnochar y de seguro se había pasado la noche rumiando la tensión de no saber qué le estaba diciendo Raúl sobre la herencia o acerca de él mismo.

Miranda se vistió y bajó a desayunar. Decidió comer en la cocina porque ya sus padres habían salido de la casa. Le dijo a Pilar que le comentara a Andreas que ella estaría con Raúl en la empresa y que allá lo esperaría.

- Supongo que debo dejarlo dormir un poco más. – Le dijo Pilar. Miranda sonrió desistiendo de mantener a Pilar a distancia.
- Va a necesitar dormir hasta el mediodía para recuperarse de la noche que tuvimos. – Le dijo. – No le digas que amanecí en su cama.
- Estoy de acuerdo en que debe mudarse a la habitación de Andreas. – Le dijo Pilar. Miranda hizo una mueca de disgusto.
- Tú estás de acuerdo con todo lo que él dice. ¿Te imaginas lo que eso daría para hablar entre las mujeres de la familia Stephanos? – Le dijo.
- ¿Y desde cuando te importa lo que ellas dicen? – Preguntó Pilar. Miranda sonrió. La chica tenía razón, los comentarios de la familia Stephanos le importaban muy poco. Suspiró.
- No sé. No me decido. – Le dijo y se levantó para marcharse. Tenía que conversar con Raúl y tener claro cual era su función en la corporación Stephanos antes de tomar decisiones en su vida.

Los asuntos de la empresa no eran tan difíciles como Miranda había pensado. O tal vez Raúl sabía como presentarlos y hacerlos parecer sencillos. Miranda no tenía que inmiscuirse en los negocios de la corporación. Casada con Andreas lo único que debía asegurarse era que este se dedicara a hacer prosperar la corporación e independizar a los otros miembros de la familia.

Raúl le ayudó a revisar los documentos necesarios para que en caso de divorcio no tuviera más dificultades con la familia Stephanos de las que tenía en ese momento. Quería que su matrimonio tuviera un tiempo de prueba tranquilo. O por lo menos, lo menos comprometido posible con la fortuna Stephanos. Deseaba fervientemente que funcionara su relación con Andreas y que pudieran tener una vida feliz juntos.

- ¿A dónde vas a ir de luna de miel? – Preguntó Raúl. Miranda sonrió.
- Pregúntaselo a Andreas. Yo no he dicho una sola palabra en los preparativos de la boda. – Le confesó. – Lucia se enteró esta mañana de que la boda debía ser a finales de octubre y de inmediato llamó a Ariadna para que organizara la ceremonia y la fiesta con ella.
- ¿Y no piensas dar tu opinión para nada? – Preguntó Raúl intrigado. A Miranda le gustaba la independencia por encima de todo.
- Déjalas que se entretengan en asuntos del matrimonio y me dejen en paz. – Le contó con aire de complicidad. – Me enloquecieron la última vez que conversamos con consejos sobre la vida de casados.
- Ni siquiera escogerás el vestido… - Miranda suspiró.
- Le dije a mamá que me mandara a hacer un como el de ella. Siempre quise casarme con uno igual. – Le dijo dejándose llevar por las imágenes de sí misma entrando a la iglesia vestida de novia.
- ¿Quieres o no casarte con Andreas?- Preguntó Raúl. Miranda alzó una ceja asombrada. Sin embargo, antes de responder meditó la pregunta.
- Es que estoy recibiendo algo que quería con muchas ansias… Cada vez que veía salir el sol como hoy, deseaba estar entre sus brazos y hoy, estuve entre sus brazos y era tan cotidiana la escena… que me dio miedo pensar que podía convertirse en rutina.
- Crees que has idealizado tanto tu vida con él que al vivirla en la realidad se va a convertir en algo tan común y corriente que te aburrirá. – Le dijo Raúl. Miranda no pudo negar que tenía razón.
- ¿Eso es algo normal o es una de esas cosas que sólo me suceden a mí? – Preguntó angustiada. Raúl la hizo levantarse de la silla y la abrazó.
- Son los temores de la novia antes de la boda… supongo. – Le dijo con un tono de profundo cariño. – Eso me da buena espina porque me dice que estás enamorada, que te casas por amor y eso garantiza que todo saldrá bien.
- ¿Y la herencia? – Preguntó.
- Esa es una excusa que le cayó del cielo a Andreas y durante los últimos seis años luchó para no utilizar. – Miranda lo miró asombrada. Raúl sonrió.
- Siempre dices lo mismo… ¿Realmente Andreas me ama? – Le preguntó Miranda. Raúl puso los ojos en blanco.
- Si no es amor… Está obsesionado contigo. – Le dijo y en ese momento sonó el celular de Miranda.
Antes de contestar, Miranda se dio cuenta que era Andreas… Suspiró.

- Hola! – Le dijo. Andreas gruñó.
- Debiste quedarte conmigo hasta que despertara. – Le dijo. Miranda sonrió. Sería todo un placer acostumbrarse a esa exigencia.
- Mientras dormías como una bebé, organicé la mitad de la boda y llevo dos horas trabajando con Raúl. – Le dijo ella.
- Ya que estás allí deberías ir a mi oficina y firmar por mí, y atender mis citas. – Le dijo él con tono de burla.
- Olvídalo… Hacer el amor no es excusa para que no vengas a trabajar. – Siguió en la tónica de broma que él proponía con su actitud. Tal vez eso haría más fácil empezar a sentirse normal siendo su mujer.
- ¿Qué te dijo mi madre cuando te encontró en mi cama?- Preguntó Andreas preocupado porque hubiese incomodado a Lucía. Ella sonrió.
- Anoche te importaba un pito si a Lucia le daba un infarto. – Se burló. – En realidad, Pilar es tu ángel guardián… le dijo a Lucia que habíamos salido temprano y estuvo vigilando la puerta de tu habitación hasta que me despertó para cumplir la cita con Raúl.
- Recuérdame triplicar el sueldo de Pilar. – Respondió él con tono divertido ante las ocurrencias de su empleada. – ¿Almorzamos juntos?
- Se te olvida que debo almorzar con mi agente quien va enloquecerme si no le aclaro las condiciones de mi contrato para los próximos tres años. – Le dijo Miranda. Quien no tenía claro todavía cuál sería la propuesta que haría a su agente.
- ¿Quieres que te acompañe? – Preguntó Andreas preocupado. Cuando decidió hacer efectivo el matrimonio como solución a sus problemas olvidó que Miranda tenía una vida hecha y que en ella habían compromisos de peso.

Tenía que reconocer había pensando en Miranda como la eterna niña hija de su mamá que no hace nada sin la autorización y el apoyo de sus padres. Y debía reconocer de paso que ese era uno de sus grandes temores: Que Miranda fuese tan autosuficiente que no lo necesitara jamás.

- No te preocupes. Trataré de enfocar mis proyectos a Colombia y que salir del país sea una eventualidad para no intervenir con las necesidades de la familia. – Le dijo Miranda empapada de la complicada situación en la que estaba involucrada al aceptar casarse con Andreas.

Había actuado irreflexivamente al decirle que repartiría las acciones de la corporación entre los empleados. A la mayoría de ellos sólo les serviría ese dinero para vivir dos años y después… sufrir la consecuencia de salir de un empleo pasados los 35 años de edad. Raúl le había mostrado un panorama general del futuro para los más de quinientos empleados de la corporación en Colombia sin incluir unos doscientos en el mundo.

No había imaginado que Hermes hubiese tejido una red de negocios e inversiones por el mundo entero y que de su estrategia globalizante dependieran mucho más personas que la familia Stephanos. Miranda ahora era consciente que la magnitud de la fortuna de Hermes iba más allá del dinero, en la gran influencia económica y política adquirida con sus inversiones.

- ¡Hey! ¿Me estás escuchando? – Reclamó Andreas desde el otro lado de la línea.
- Lo siento. ¿Me decías?- Preguntó apenada. Raúl recogió sus documentos y le hizo señas de que tenía que marcharse.
- Te pregunté si te costaría mucho dinero dejar de aceptar propuestas en el exterior. – Le dijo él.
- No es tanto el dinero. En mi profesión la vigencia cuenta más que la cantidad de dinero exigida para el pago. – Le explicó Miranda. – Dejar de presentarme en ciertos círculos del modelaje hará que me vayan relegando a un segundo o tal vez tercer lugar de los proyectos.
- Piensa entonces en la propuesta que te hice. Tienes muy buenas relaciones y una empresa de publicidad donde pongas en práctica todo lo que has aprendido en la universidad y en tu experiencia de modelaje, sería el proyecto perfecto. – Describió él como si hubiese estado pensando mucho en la idea. Miranda suspiró.
- Déjame pensarlo. – Prometió no muy convencida de lo que decía. Se comprometió a llamarlo al celular cuando se desocupara.

Organizó la maraña de documentos que Raúl le había dejado sobre el escritorio. Releyó el contrato que su agente le estaba proponiendo y sopesó las posibilidades de continuar como modelo uno o dos años más antes de que los estragos de la edad y las nuevas chicas de moda le sacaran de circulación.

Estaba tan concentrada en lo que analizaba que no escuchó la puerta, ni los pasos suaves y femeninos de la mujer que llegó hasta la mitad de la oficina de Andreas antes que Miranda sintiera su presencia. Miranda jamás olvidaría aquel rostro perfecto, aquellos ojos azules y ese cabello rubio que recordó regado como hilos de oro sobre el pecho de Andreas en un descanso del patio de la casa Stephanos.

- Estás más hermosa de lo que te recordaba. – Comentó Irina de improviso como si le sorprendiera que Miranda fuese tan atractiva en persona. Habia sido la amante de Andreas cuando Miranda regresó a casa luego de divorciarse de Demetrio.
- Andreas está en casa. – Dijo Miranda por toda respuesta.
- En realidad, vine hasta aquí para verte. – Dijo ella acercándose para sentarse en la misma silla donde Raúl estuvo sentado. Miranda cerró la carpeta que leía y se recostó en la silla. No imaginaba lo imponente que se veía en aquella silla de ejecutivo, ni lo hermosa, ni lo tierna, fuerte y delicada a la vez.
- ¿Es cierto que vas a casarte con Andreas? – Preguntó haciendo caso omiso de la mirada de Miranda.
- Sabes que sí. – Le respondió. Irina la observó como grabando todos los detalles de su rostro.
- ¿No han sido suficientes para ti diez años de tu vida para olvidarlo? Por Dios, niña… No es amor, es obsesión. – Le dijo como si en realidad estuviera muy preocupada por la decisión de Miranda.
- No han sido suficientes seis años para que tú desistas. – Le dijo Miranda. Irina sólo alzó una ceja ligeramente demostrando una milésima parte de su sorpresa ante la respuesta de Miranda.
- ¿Crees que estoy celosa de ti y por ello me acerco? – Preguntó ella. Miranda imitó el gesto de alzar la ceja y sonrió.
- Y que no se te olvide que yo seré la esposa… la dueña. – Le dijo recordando con claridad las palabras que la misma Irina le había dicho en el pasado. - Si llegas a acercarte a él por más de dos metros… tendrás que estar dispuesta a afrontar mi reacción.

Irina sonrió con expresión divertida y suspiró. Se levantó con tranquilidad y caminó hacia la puerta.

- Vine en un intento por acercarte a mí. – Le dijo. – Sin embargo, sigues viéndome como una rival. Cuando te comportes como la ejecutiva a la que estás jugando… hablaremos el mismo idioma. – Y dio un portazo.

Miranda se quedó mirando la puerta. Irina era una serpiente. Una víbora que no le dejaría en paz jamás. Se levantó también y recogió sus cosas. Pero tendría que acostumbrarse. Ellas abundaban en la vida de Andreas. Tenía que llenarse de seguridad y de amor para enfrentarlas. Ser la esposa de Andreas con la aceptación de toda la familia, la convertía en intocable. Tenía apenas tiempo para llegar a su cita con su agente. Tomó la carpeta y las llaves de su auto y salió.

Condujo pensando todo el tiempo en el encuentro con Irina. En otra ocasión se habría sentido insegura. Irina era una dura rival. Una mirada suya y Andreas había corrido detrás de ella; se acostó con él en la primera cita y eso no lo decepcionó de ella como había esperado Miranda. Entonces mantuvo su relación con ella durante un año y vino la propuesta de matrimonio.

Miranda apenas podía creer lo que estaba escuchando cuando durante una cena en la casa de Lucía, Andreas e Irina anunciaron que iban a casarse. Los llamados a la cordura de Nicholás y las recomendaciones de esperar un poco de Lucía eran voces débiles que Miranda apenas escuchó. Su mente sólo registraba la mirada enamorada de Andreas completamente absorto en el rostro radiante de Irina.

Miranda apretó la mandíbula con tanta fuerza y durante tanto tiempo que tuvo que retirarse de la mesa con un fuerte dolor de cabeza. Irina la miraba con expresión de arrogante orgullo. Estaba feliz de haberle ganado a Miranda. Ella era consciente de que para Irina era fundamental hacerla sentir fuera de la vida de Andreas.

Los días pasaron y algo sucedió en la relación de esos dos que Irina decidió marcharse a estudiar una maestría en negocios internacionales en Ingleterra durante dos años y Andreas se escondió tras la cortina de trabajo y complicaciones. Raúl le aseguró a Miranda que Andreas a medida que se acercaba la fecha de matrimonio, sentía cada vez menos interés por estar con Irina. Incluso la imagen de Miranda se le aparecía a Andreas cuando quería estar con su prometida.

El insistente pito de un auto detrás suyo la hizo regresar al presente. Estaba parada en un semáforo en verde. Suspiró y arrancó. La guerra con Irina era muy distinta ahora. Andreas estaba decidido a convencerla de que era lo más importante en su vida. Y Miranda sentía cada vez más sincero su amor.

Recordó la invitación de Raúl a conocer la casa de Puerto Colombia. Tal vez después de conversar con su agente, tuviera tiempo para llegar al puerto. Tenía entendido que la casa la cuidaba la vieja nana de Andreas con una hija suya. Se estacionó en el restaurante donde tenía la cita con su agente y entró al lugar.

Vicente Castro era un hombre en los cuarenta, atractivo y con un brillante futuro en el negocio del modelaje. Miranda lo saludó con un beso en la mejilla y le aceptó la copa de vino.

- En los pasillos de rumores se escucha que te vas a casar con Andreas. – Le dijo Vicente sin preámbulos.
- Es verdad, por eso te llamé y te solicité adelantar estos trámites. – Le dijo. – Mi nueva vida como Señora Stephanos es un poco complicada.
- Supongo que tu marido no dejará que viajes y le dejes solo muy seguido. – Comentó él. Miranda sonrió.
- Ojalá fuese solo eso. Está el asunto de la seguridad, no es lo mismo la modelo colombiana Miranda Dosantos a la esposa del magnate. – Le dijo un poco con sorna. Vicente levantó las cejas entendiendo un poco de qué se trataba el asunto.
- No había pensado en ello. En verdad, que trasladarte y custodiarte va a ser más costoso ahora. – Reconoció. Miranda suspiró.
- Además… quiero comenzar un negocio en qué invertir mi dinero. – Le dijo. No conocía a alguien del medio más confiable y astuto que Vicente.
- ¿Vas a dejar el modelaje?- Preguntó él asombrado. Miranda frunció el ceño mientras movía la cabeza de lado a lado.
- Para nada. Por lo menos no mientras haya propuestas. – Le dijo. – Pero Andreas quiere que vaya pensando en mi futuro y… creo que tiene razón. No voy a ser eternamente joven y no voy a necesitar dinero… por lo menos… En fin… no por ahora.

No acostumbraba a mentir así que por un momento estuvo tentada a comentar que su matrimonio posiblemente duraría tres años… si no funcionaba. Pidieron la comida y Vicente empezó a escuchar su propuesta. Le dio algunas ideas a Miranda sobre donde invertir proponiéndole por supuesto que se convirtiera en su socia.

- Las chicas son felices cuando tú diriges un proyecto. – Le dijo. – Creo que serías una excelente productora.
- Tú estás dispuesto a engancharme como sea… - Bromeó pero prometió pensarlo.


La idea de estudiar producción para publicidad y televisión no le disgustaba del todo. Era el ambiente en el que había crecido como publicista y tenía excelentes relaciones. Además Vicente era el agente de modelos más famoso y prestigioso del país. Si él veía sus habilidades para ello, algo debía tener.

Se fue a casa en lugar de conducir hacia Puerto Colombia como había sido su primera intención. Al día siguiente buscaría el tiempo para conocer la famosa casa de playa que guardaba los secretos de Andreas según Raúl.

Ese mañana apareció casi diez días después. Miranda paseaba con una amiga de infancia que estaba de visita en el país cuando recordó la casa de Puerto Colombia.

- ¿Te gustaría ir a la playa?- Preguntó, Diana saltó de la alegría.
- Tengo casi seis años que no voy a Salgar. – Le dijo. Miranda empezó a conducir vía a Puerto.
- Iremos a Puerto Colombia, no a Salgar. – Corrigió. Diana no dejó de mostrar su entusiasmo.
- No importa. Lo que quiero es recorrer las viejas playas donde nos llevaban los abuelos. ¿Recuerdas? – Miranda asintió. Claro que recordaba a los abuelos de Diana llevando en su camioneta a media docena de chicos entre dos y catorce años rumbo a la playa.
- Era una locura. – Comentó con nostalgia. Los abuelos de Diana la recibían todos los fines de semana cuando la madre de Diana tenía que viajar y los chicos aprovechaban para convencerlos de un día en la playa.
- Ya puedo ver la arena negra, las olas inmensas, la brisa que te arrastra. ¿Es cierto que hay casa hermosas en la vía y que hay estaderos de todo tipo? – Miranda asintió y empezó a conversar sobre los recuerdos de infancia mientras rogaba por no perderse.

Raúl le había descrito con toda claridad por donde llegar a la casa de Andreas. Y efectivamente, Miranda llegó sin perderse. Había un terreno mucho más grande de lo que Miranda esperaba alrededor de la casa que era una verdadera casa finca.

El techo de tejas pintadas de rojo, las paredes pintadas de blanco, una paredilla blanca rodeaba el terreno y lo guardaba de la mirada de extraños. La hija de la vieja Dorotea casi no reconoce a Miranda pero misteriosamente cuando la modelo se quitó las gafas oscuras y bajó del auto, Lolita la hija de Dorotea sonrió y pronunció su nombre con claridad.

Abrió el portón para que Miranda entrara con el auto al terreno de la casa. Miranda y Diana se quitaron las sandalias de tacón y caminaron sobre la arena negra y seca que rodeaba la casa. Había un corredor que daba la vuelta a la vivienda principal, con una hermosa baranda hecha con palos de manglar. Las puertas y las ventanas eran de madera con figura de persiana y pintadas de verde botella. Las puertas de las ventanas del frente estaban abiertas y la malla para que no se metieran los insectos del lugar.

Habían enormes plantas de hojas verdes y enormes que Miranda recordó del viejo patio de su madre cuando vivían en el antiguo barrio de clase media en el que nació. ¿Acaso Lucia había ayudado a decorar el lugar? Lolita la hizo caminar hacia dentro de la casa principal y le dijo que avisaría a Dorotea para que ella viniera a atenderla.

Miranda casi se desmaya cuando abrió la puerta y entró a la sala. Los muebles de la sala eran en madera, al mismo tiempo rústicos y elegantes, extrañamente ligeros para ser de madera. Se dio cuenta que eran lustrados y limpiados con frecuencia como si estuvieran esperando su visita. No había más que lo necesario en aquel lugar: un sofá de tres puestos y dos butacas, un par de sillas sin brazos pegadas a las paredes a lado y lado de una ventana y un armario en un rincón.

- ¿De quién es esta casa? – Preguntó Diana a quien Miranda había olvidado.
- De Andreas. Es su casa de descanso. – Le contestó. Diana silbó con un tono de sorpresa.
- Pues no me sorprende: es rústica como su trato de ermitaño, es fresca como su manera de tomar la vida, es elegante y sobria como todo lo de tu futuro marido.- Empezó a enumerar. Miranda no respondió pero estaba de acuerdo con ella.

Caminó hacia el siguiente salón que resultó ser un pasillo que al mismo tiempo era una sala de estar, habían cinco puertas, una a la izquierda que daba al comedor y del comedor se daba a la cocina que era la segunda puerta de la izquierda en el corredor; las puertas a la derecha que daban a las habitaciones con un baño y una puerta en el fondo que conducía hacia fuera de la casa del lado de un espectacular paisaje marino.

Mientras Diana se fijaba en lo costoso, elegante y sobrio del lugar, Miranda se asombraba cada vez más de recordar con cada detalle que aquella casa era una recapitulación de sus recuerdos de infancia.

- ¡El diario! – Exclamó asustando a Diana.
- ¿Qué diario? – Preguntó Diana. Miranda sacudió sus cabellos con sus manos como si quisiera sacarse las ideas de la cabeza.
- Él decoró esta casa con mis recuerdos de infancia. Los recuerdos que leyó en mi diario.- Le dijo aunque Diana no entendía mucho de lo que hablaba.

Le parecía increíble que Andreas recordara todas aquellas cosas sin volver a leer el diario. ¿Era tan importante y fundamental en la vida de Andreas como para que él recordara tantos detalles?

Observó los adornos en la cabecera de la cama doble de la habitación principal. Era una figura mitad sol mitad luna que Miranda había botado durante un fin de semana en Santa Marta. Un viejo dije que su abuela le había dado algunos días antes de morir. Y que Miranda había botado sin querer en un fin de semana en Cartagena.

Recordó como había llorado durante horas en los brazos de Andreas por haber perdido aquel recuerdo. Lucia le había regañado durante todo el camino de regreso por su descuido. Andreas sólo pasaba su mano por entre sus cabellos y ronroneaba una canción. Aquella sensación de compañía, seguridad y ternura le había perseguido por días.

- ¿Le diste a leer tu diario a Andreas? – Preguntó Diana a quien Miranda había confundido.
- Es una vieja y larga historia. – Le dijo esquiva y luego la miró a los ojos. - ¿Crees tú que Andreas me ama?
- ¡Estás loca! Andreas no te ama, te adora. Sé por experiencia personal que estás por encima hasta del sexo y… no todos los hombres dan prioridad a otras cosas por encima del sexo. – Le dijo Diana quien en alguna ocasión había sido testigo de cómo Andreas había rechazado a una de sus amigas de escuela porque era “la amiguita de Miranda”.
- Raúl dijo que todo el que me conociera y visitara esta casa sabría que era un templo a su amor por mí. – Le dijo Miranda. Diana asintió con energía.
- Por favor… de eso no dudes. – Le dijo. Miranda suspiró.

Caminaba hacia la salida de la casa cuando apareció Dorotea. Habían pasado un poco menos de nueve años que Miranda no veía a Dorotea. Había cuidado a la madre de Andreas y luego, lo había cuidado a él hasta los dieciseis.

- ¡Tea! – Exclamó Miranda mientras corría a abrazarla. La señora, ya bastante entrada en años apenas pudo resistir a la fuerza de su abrazo.
- Miranda… Eres toda una señora… - Le dijo Dorotea con el mismo tono ronroneante de siempre. Miranda la besó en la frente.
- ¿Cómo haces para mantenerte? – Le preguntó observándola detalladamente puesto que no parecía tener una arruga o una cana más de las que Miranda le había conocido en el pasado.
- La tranquilidad… Este es un paraíso… la brisa, el mar, el silencio. – Le dijo con voz enamorada. Miranda suspiró.
- Eso mismo pensé cuando entré. Es un rincón escondido del mundanal ruido. – Le comentó sin saber como entrar en detalles para que Dorotea le contara un poco de lo que Andreas hacía cuando estaba allí.
- Todo en este lugar está hecho para la soledad y la intimidad… - Le dijo Dorotea invitándola a sentarse en una hamaca colgada de las barandas del pasillo exterior.
- Y… ¿Andreas viene a menudo?- Preguntó. La señora asintió y la miró con aire cómplice.
- En el último año… desde el viernes hasta el lunes en la mañana todos los fines de semana.- Miranda se sorprendió.

Esperaba cualquier otra respuesta… en realidad no esperaba una respuesta tan significativa. Un hombre como Andreas para quien un fin de semana sin una mujer o una rumba de por medio era imposible concebir, esto de refugiarse en una casa a la orilla de la playa… era inaudito.

- Y… ¿Viene acompañado? – Preguntó con timidez. Si él se refugiaba en aquel lugar con una mujer… Miranda entendería.
- Jamás… Este es un lugar sagrado. – Dijo enfáticamente Dorotea. Miranda se sintió todavía más acongojada por la respuesta.

Si tuviera un Andreas mujeriego y descarado en frente se sentiría mucho más cómoda que este Andreas sencillo, simple, solitario… ¿enamorado?

Dorotea la envolvió en viejos recuerdos de los pocos años que vivió con Lucia antes que decidiera retirarse y descansar. Andreas era ya un hombre y hacía mucho que no requería de los cuidados de Dorotea y la señora estaba mayor para seguir dedicándose a ser el ama de llaves en la casa Stephanos.

Antes que oscureciera, Diana y Miranda iban rumbo a la ciudad. Después de dejar a Diana en su casa, Miranda condujo hacia el apartamento de Raúl. Este la recibió con tan sólo el pantalón de lino que llevó a la oficina, descalzo y sin camisa.

- Estuve en Puerto Colombia. – Le dijo sin saludar. Raúl le entregó la cerveza que tenía en la mano y la hizo entrar.
- ¿Y ahora no sabes si se casa por el dinero o por que está a punto de enloquecer con la idea de perderte? – Preguntó con un tono de sarcasmo. Miranda se tomó casi toda la cerveza en la mano.
- ¿Por qué esperar diez años? ¿Por que no se quedó conmigo hace seis años cuando Karen lo dejó y se quedó a probar suerte conmigo? – Le preguntó aunque sabía era injusto preguntarle eso a Raúl que poco podría decirle. Raúl sacó una cerveza para él y se la llevó a la sala de visitas a un mullido sofá.
- No es lo mismo tener veintinun años y descubrir que tu hermanastra está enamorada de ti. Sinceramente, no envidiaba a Andreas el día de tus quince con tus ojos comiéndoselo de deseo y todos los ojos puestos sobre ambos. – Le dijo Raúl poniéndose por primera vez en los zapatos de Andreas. Miranda lo escuchó con atención.
- Y luego, tener veinticuatro y enfrentar la dura experiencia de estar al frente del altar y descubrir que la novia jamás llegaría. – Le dijo continuando su relato. – Karen si que hirió el orgullo de Andreas. Le costó volver a creer en las mujeres… y los meses junto a ti no le sirvieron de mucho puesto que solo ratificaste que sin importar la razón: sexo, dinero, poder, las mujeres eran felices con el hombre que conquistaban… fuese cual fuese la razón para quererlo.
- No me halagues…- Se quejó. Raúl le haló la nariz con dos nudillos.
- Entiéndeme… Lo recibiste aunque sabías que no estabas exactamente enamorado de ti, pero querías conocerlo como amante. – Miranda no pudo ocultar la verdad detrás de las palabras de su amigo. – Karen lo había rechazado porque había descubierto, tarde para mí que la habían estado evaluando contigo como base de valoración.
- Karen y yo en nada somos iguales. – Le dijo Miranda.
- Exactamente. Por eso, ella era la esposa perfecta… perfectamente diferente a lo que tu podrías ser alguna vez. – Le dijo él.
- Va a ser difícil olvidar todas estas cosas del pasado que cuestionan mis decisiones. – Le reveló. Raúl la hizo apoyarse sobre su pecho.
- Y quien te dijo que las olvidaras… o que las recordaras… - Le dijo Raúl con sinceridad. – Vive, amor. Disfruta lo que te llegue y espera lo que aún no llega.
- Es muy fácil decirlo pero muy difícil experimentarlo. – Le contestó Miranda y se quedaron los dos conversando acerca de lo difícil que era tener una relación amorosa estable.

Miranda no vio aquella noche a Andreas y se quedó en medio del pasillo sin saber si irse a su habitación o la de él. Según Pilar, él tenía un compromiso importante y llegaría tarde. También según ella le había dicho que se acostara en su habitación. Miranda se mordió el labio sin decidirse. Las otras noches había sido sencillo, Andreas la esperaba al final de la escalera y la tomaba de la mano para llevarla con él y, Miranda simplemente se dejaba llevar. Pero tomar la decisión por si misma de caminar a esa habitación y acostarse para esperarlo... Suspiró. Aquella era una decisión difícil de tomar.

Estaba todavía en medio del pasillo cuando Lucia salió de su habitación y la hizo saltar impresionada. Se sonrieron y Lucia le tomó de la mano. Miranda se dejó llevar.

- Nada tendría sentido si nunca lo hubieses conocido. – Le dijo como si estuvieran siguiendo alguna conversación inconclusa.
- No entiendo. – Le dijo Miranda dejando que la llevara rumbo a la habitación de Andreas.
- Confieso que cuando me di cuenta de tu interés por Andreas, en lo primero que pensé fue en lo que las primas y hermanas de Nicholas pensarían sobre ti. – Le reveló.- Y sobre mí por supuesto.
- Por eso insististe en que empezara a trabajar con él para que me decepcionara conociendo su lado oscuro. – Le dijo Miranda. Lucia sonrió.
- En realidad, por eso es que te envié a Orlando.- Le dijo. Miranda la miró sorprendida.
- ¿Acaso crees que no descubrí de inmediato aquel brillo lujurioso que surgía en tus ojos desde la primera vez que viste a Andreas? – Miranda no podía creer que su madre hubiese sabido desde entonces de su atracción por Andreas.
- Yo creí que habías descubierto mis sentimientos cuando me vine de Orlando, después de haberte dicho que trabajaría en Nueva York. – Lucia asintió. Miranda hablaba del año en que Miranda terminó la preparatoria y decidió que se vendría a Barranquilla en lugar de seguir viviendo en Estados Unidos.
- Lo sé. Estás equivocada si crees que los hijos pueden ocultar algo así a sus padres. – Le aconsejó y la hizo entrar en el cuarto de Andreas.

Miranda miró sorprendida como habían organizado la cama con un toque un poco más femenino con muchos cojines y almohadas todas con fundas de colores pastel y una hermosa sábana de color verde menta. Su color favorito. Habían pasado también una pequeña biblioteca de las de su cuarto con los libros que más usaba Miranda: Álbumes de fotos, anuarios de su escuela y de su universidad, diccionarios de inglés, francés y castellano y sus historias predilectas.

Miranda se acercó al armario y Lucia le abrió las puertas. Toda su ropa estaba organizada en el lado izquierdo y la de Andreas en el lado derecho. Aquello produjo un vacío en el estómago de la chica. Jamás soñó que llegaría aquel momento. Era la mujer de Andreas, la mujer del magnate como le había dicho a Vicente.

- Mamá, yo no sé si estoy haciendo bien… - Le dijo pero Lucia la interrumpió.
- Nadie sabe a ciencia cierta si su matrimonio funcionará cuando está por comenzar. – Le dijo. – Yo que les he visto crecer con ese sentimiento enredándoles la vida… creo que puede funcionar mucho mucho tiempo, siempre y cuando dejen de jugar al gato y al ratón y sean más sinceros de lo que hasta hoy lo han sido.
- No es solo los secretos. Está el miedo a no ser perfecto para el otro, la sensación de que nuestros errores arrasaran con todos en esta familia…- Lucia le hizo callar.
- Déjate querer. Él se muere por consentirte, por convertirte en una reina y tú, aunque soy consciente que es mía la culpa, eres demasiado independiente. No sabes recibir pero jamás es tarde.
- En eso estoy de acuerdo con Gilberto Santarosa. Cuando yo recibo un beso no lo quiero regalao, porque no sabe bien un beso que no me he ganado. – Lucia sonrió.
- ¿Y quién te dijo que es regalado?… Vos supiste dejarlo volar, vivir su juventud y disfrutar de una y otra flor en su camino. Y ahora lo recibes, el camino recorrido, para que siga uno a tu lado.
- Todo suena muy bien. En realidad, eso es lo que más me preocupa. – Le confesó Miranda y se sentó con Lucia en un sofá a conversar sobre los miedos de un matrimonio.

Así las encontró Pilar cuando fue a anunciar la cena. Miranda se lavó las manos y siguió a su mamá hacia el comedor. Andreas no apareció en toda la noche. Miranda tuvo que irse a dormir, en aquella enorme cama… sola.

Aunque tardó en conciliar el sueño, se quedó profundamente dormida casi a medianoche. Estaba soñando con viejos recuerdos de adolescencia revueltos con fantasías cuando una música de mariachis la despertó. Frunció el ceño y se sentó en la cama en medio de la oscuridad. Había un mariachi cantando. Miró el reloj en la mesita de noche y frunció aún más el ceño. ¡Dos de la mañana! Era una locura ponerle una serenata a alguien a las dos de la mañana.

Pilar apareció en el umbral de su puerta después de la primera canción. Miranda todavía confundida por el sueño y el inquietud de no saber por qué Andreas no aparecía, la miró sin entender que hacia ella allí.

- Tienes que asomarte en la ventana. – Le dijo sonriendo. Miranda siguió sin entender.- La serenata es para ti, es Andreas que llegó para halagarte.

Miranda saltó de la cama y abrió el ventanal de la habitación de Andreas. Efectivamente, Andreas con un sombrero de charro sobre su cabeza, estaba en medio de un grupo de seis mariachis que cantaban, en ese momento, la bikina.

Miranda sonrió. Era imposible negarse a la seducción de Andreas. No había conocido a una mujer que le dijera no a ese hombre. Atractivo, millonario, detallista, elegante, buen amigo, diablo y ángel a la vez. Suspiró y se acercó a la baranda mientras lo veía subirse por una escalera de albañil que habían apoyado contra el balcón.

- Estoy borracho como una cuba. – Le dijo con toda sinceridad. – Porque me muero de miedo ante la posibilidad de que me digas que no. Y tal vez me da más miedo que me digas que sí y llegues al altar y te quedes allí.
- ¿Es así como me vas a proponer matrimonio? – Preguntó Miranda burlándose de las cosas que decía.
- Ya te propuse matrimonio… En realidad, - Le dijo y sacó algo de su bolsillo derecho. – Estoy aquí para entregarte tu anillo.

Miranda sonrió y recibió la argolla que él mostraba dentro de una caja de terciopelo. Era un anillo hermoso, sencillo con una amatista en forma de flor y una montura en oro.

- Estás loco. Sin embargo, es posible que te cures. – Le dijo sonriendo y se colocó el anillo. Lo miró, tenía que reconocerse a sí misma perdida en la inmensidad de esos ojos azules. – Si ya le pagaste a tus músicos, entra y comenzamos tu proceso de curación.

Andreas sonrió y le lanzó su billetera a Raúl a quien Miranda ni siquiera había visto. Raúl le mandó un beso al aire.

- Paga… Y nos vemos mañana. – Le dijo y la siguió hasta su cama. Todos se fueron a dormir. La vida continuaba y con el sol del nuevo día… las cosas siempre pueden ser mejor.

No hay comentarios: