lunes, 31 de marzo de 2008

El precio de ser libre ( Parte II )

La dejó en la puerta del ascensor pues apenas iría a almorzar y Luisa prometió estar a las ocho en el restaurante italiano del hotel para comer con ella. La periodista que la entrevistó fue todo un amor con ella. Reconoció que la reunión de la noche anterior había sido extenuante y entendía el cansancio de Luisa. La ayudó a retocar su maquillaje y conversó con ella como si la conociera de toda su vida.

En realidad, la periodista conocía muchas cosas de su vida que hasta Luisa había olvidado. Fue una entrevista ligera, llena de anécdotas y sonrisas. Sin embargo, las luces y las poses para la sesión de fotografía que siguió la dejaron exhausta. Por eso, llegó casi arrastrando los pies a su cita con Carolina.

Se quedó con el último vestido que había modelado para la sesión fotográfica. Le había prometido a Yolanda devolverlo al día siguiente, pero no tenía ningún deseo de subir a su habitación para volver a bajar. Era un traje sastre con una falda excesivamente corta y una chaqueta muy coqueta, delicada y femenina como jamás la escogería Luisa. Debajo de la chaqueta sólo tenía su body transparente, enterizo. Que hasta no tener los ojos de Ricardo sobre ella, la había hecho sentirse sexy pero no desnuda. ¡Cielos! Gimió. ¿Por qué Carolina no le había advertido que en el restaurante estarían Ricardo y sus ejecutivos?

- Siento mucho que te incomode. – Se disculpó Carolina sentándose a su lado. No se asombró de que el mesero llegara con dos platos de lasagna sin que ella hubiese pedido nada. Esa era la razón ´por la que Carolina era muy buena en su trabajo. Se anticipaba a la persona a quien le encargaban – Se supone que debía estar en Brasil.

- Pero está aquí. - Y había logrado evitarlo todo el día. Pensó. - ¿Qué hace aquí?

- Está realizando la auditoría del hotel. Una tarea que no correspondía a esta ciudad hasta dentro de tres semanas. Tiene a todos al borde de la locura. – Le confesó Carolina. – Contadores, auxiliares, secretarias, Carlos... todos están al borde del colapso.

- ¿Por qué cambió su itinerario? – Volvió a insistir. Sabía que hasta no hacer la pregunta correcta Carolina no le revelaría lo que deseaba escuchar.

- Porque estás aquí. ¿Es eso lo que quieres oír? Amiga... te veo mal. No lo mires, no le sigas el juego, sólo estás alimentando su ego y rebajándote. – Le dijo Carolina. Luisa tomó su copa de vino y se sirvió otra.

- Créeme es superior a mis fuerzas. – Confesó tratando de concentrarse en su lasagna. Carolina sonrió.

- Supongo que para él también es difícil olvidar diez minutos de sexo contigo. – Le dijo. Luisa casi se atraganta con el bocado de lasagna en su boca. Miró a su amiga.

- ¿Quién te dijo que fueron diez minutos? – Preguntó sonriendo buscando un tema que la hiciera relajarse. Carolina sonrió.

- Eso dicen las revistas que duran las relaciones sexuales ocasionales después de una borrachera. – Le dijo Carolina. Una mujer se detuvo al lado de ellas cuando Luisa iba a responder.

- ¿Puedo sentarme con ustedes? – Le dijo la periodista que había entrevistado a Luisa en la tarde. – Es muy incómodo comer sola.

- Sí. – Tartamudeó Luisa. ¿Qué otra opción le quedaba? – Carolina Acosta es la asistente personal de Ricardo Madrid.

- Adriana Tono. – Dijo la joven presentándose. En realidad, Luisa ya había olvidado su nombre. Luisa admiró a la chica que se había cambiado de ropa y lucía un minivestido que no dejaba mucho a la imaginación y con su cabello rojo y cortísimo pero muy chic llamaba la atención de todos los hombres. Luisa tuvo la tristeza de comprobar que Ricardo también le miró.

- La conozco de la televisión. – Dijo Carolina. – Me encantan sus entrevistas, su estilo.

- Gracias. Trato de ser normal. – Bromeó y el mesero se acercó para informarle el menú del restaurante.

- Siento que importuné una conversación muy personal. – Dijo Adriana después de algunos minutos de silencio. – Si desean, me cambio de mesa.

- No de ninguna manera. Tal vez podamos ayudar a Luisa para que cambie de ánimo si seguimos el rumbo de nuestra conversación. – Dijo Carolina. Luisa suspiró.

- Sólo quieres saber cuánto duró mi aventura con el susodicho aquella tarde. ¿Verdad? – Dijo Luisa yendo directo al tema. Carolina sonrió.

- Sí. - Respondió con descaro. Las dos amigas rieron juntas, Adriana sonrió.

- Pues lo hicimos por lo menos tres veces antes de quedarnos dormidos. – Le reveló sonriendo con picardía. Adriana sonrió.

- ¿Es un deportista? – Preguntó curiosa. Luisa sonrió. Se refería a un beisbolista cubano con el que Luisa había salido en Miami durante el año anterior.

- No. No hablamos de él. Hablamos de mi error de adolescencia. – Le dijo. Y puso todo su empeño por no mirar hacia la mesa de Ricardo.

- Hicieron el amor toda la tarde después que Sergio y yo nos fuimos. – Le dijo Carolina todavía asombrada. – Pero si estabas borracha.

- Shhh... Baja la voz. ¿Quieres que “todos” escuchen de qué hablamos? – Le dijo Luisa sonriendo aún.

- Pero es que una cosa es hacer el amor con un hombre después de una borrachera y ya... – Dijo Carolina. – Pero... aquello fue prácticamente una luna de miel.

- No seas exagerada. Seguro has tenido una experiencia como esa en tu vida. – Le dijo Luisa preguntándose por primera vez si no era normal aquella pasión arrolladora que se despertaba entre Ricardo y ella cuando estaban juntos.- Además es así todo el tiempo. Jamás he estado con él solo cinco minutos y ya...

- Es que... No lo es. Los hombres creen que las mujeres pueden hacer el amor sólo una vez cada cuatro o cinco horas y, algunas veces creen que no se nos antoja en semanas.- Le dijo.

- Ese debe ser tu marido, Amiga. – Le dijo Luisa pidiendo disculpas tapándose la boca por decir eso delante de Adriana. – Lo siento. Es que hay hombres con los que de seguro repetir debe ser un castigo.

- No seas así. Sergio es muy distinto en la cama. – Dijo defendiendo a su marido. Sergio era muy formal y seco en su trato. Formal era poco comparado con aquel trato tan delicado y cuidadoso que prodigaba a Carolina. Trato que Luisa cuestionaba... aunque empezaba a creer que lo criticaba por ser tan diferente a Ricardo.

Ricardo no la respetaba en absoluto. Cada vez que deseaba tenerla cerca, se lo pedía y listo. Luisa saltaba de un país a otro si era necesario con tal de estar con él. Y solo recorrerla con la mirada debilitaba sus piernas.

- Pero no hablábamos de Sergio. Hablábamos de acostarte tres veces con...  alguien que se supone es apenas un amigo... ¡después de una borrachera! – Le dijo Carolina. Luisa suspiró sin poder evitar mirar a Ricardo que se levantó de la mesa.

- Hay amigos y alcoholes que no deben revolverse. – Dijo y las otras dos atrajeron la atención de Ricardo con su risa. Luisa sonrió con tristeza.

- Pero hay algo de razón en tu frase. – Confirmó Carolina. – ¿Cierto Adriana?

- Sí. Hay amigos que después de una borrachera, parecen tus enemigos. – Dijo Adriana. Luisa hizo un guiño de picardía.

- Algunos amigos se convierten en amantes y otros en enemigos. Sí. – Dijo Luisa. Ricardo parecía empeñado en tratarla mal y no le perdonaba que no buscara una reconciliación con su madre. Pero no entendía que Marcela también había tenido la oportunidad de viajar y buscarla y no lo había hecho. Se quejó frustrada.

- ¿En la película se da alguna relación así? – Preguntó Adriana. Luisa suspiró. No debieron involucrar a la periodista en la conversación. Se dijo mentalmente.

- En la película de mi adolescencia. Una que se clasificaría en el código del terror. – Le respondió Luisa sintiendo un hormigueo que le recorría por la espina dorsal directo a la nuca. Eso solo podía significar que Ricardo estaba cerca.

- Tres mujeres cenando solas. ¡Qué miedo! – Dijo Ricardo apareciendo por el extremo de Carolina. Luisa casi deja caer su copa de vino.

- ¿Por qué, Señor Madrid? – Dijo Adriana con una expresión claramente coqueta en su rostro. Luisa dejó de calificarla como dulce. ¿Había alguna mujer que se resistiera a los encantos de este hombre?

- Porque de seguro están hablando de hombres. – Respondió él con una falsa sonrisa de interés. – Y deben estar despellejándolos.

- Es una idea muy machista. – Expresó Carolina. Ricardo le haló un mechón de cabello con un gesto demasiado amistoso.

- Soy muy machista. – Dijo sin temor. Luisa pudo imaginar que Adriana estaría de acuerdo en que ser machista le iba a su imagen masculina y sensual. Maldición!! Cómo iba a manejar el tema de conversación?

- ¿Alguna vez le ha pasado que después de una borrachera termina acostado con una vieja amiga? – Preguntó Adriana. Ricardo alzó una ceja y miró a Luisa. Adriana miró a Luisa con una clara idea de que Ricardo sabía hablaban de ella. Y Luisa deseó morirse.

- ¿A alguna de ustedes le sucedió eso? – Preguntó haciéndose el tonto, sin dejar de mirar a Luisa. El estaría pensando que ella estaba ansiosa de contarle a todo el mundo lo que había pasado entre ellos.

- Sí. Una vez. – Respondió Luisa siguiéndole el juego. Oh, Dios!! Acababa de revelar que seguía obsesionada con esa tarde.

- ¿Quiere decir que te gustaría repetirlo? – Preguntó Adriana antes que Ricardo dijera algo.

- Sí.- Dijo luego de un prolongado silencio. Su rostro en una franca expresión infantil de picardía. – Creo que el alcohol le dio a ese momento más... fuerza de la que tuvo. – Bromeó resaltando la palabra fuerza. Adriana sonrió.

- ¿Piensas que sin alcohol jamás habrían sido amantes? – Preguntó Adriana. Luisa suspiró. Y jugó con su copa de vino.

- Definitivamente. Sin la borrachera, jamás habríamos llegado a aquella situación. – Afirmó por fastidiarlo pero Ricardo se controló, manteniéndose todo el tiempo mirándola en silencio.

- ¿Quieres decir que después de esa tarde, jamás volviste a verlo? – Preguntó Adriana... Luisa tambaleó ante esa pregunta y miró a Carolina.

- Sí. Hemos vuelto a vernos. – Dijo con sinceridad. Y cada vez el sexo mejora considerablemente. Pensó Luisa si mirar a Ricardo.

- ¿Y? – Preguntó Adriana. Luisa suspiró.

- Nada. Aquel hombre de aquella tarde en mi adolescencia... parece haber desaparecido.- Le dijo, empujó el plato hacia el centro de la mesa y se levantó. En el fondo era verdad. El apasionado pero dulce y tierno amante de aquella tarde, había sido suplantado por un amante que la obligaba a sucumbir a sus deseos a pesar de considerarla una chiquilla pretenciosa y egoista.

- ¿Te vas? – Preguntó Carolina asombrada. Luisa suspiró.

- Tengo que levantarme mañana temprano. – Dijo mintiendo con descaro. Adriana se mostraba demasiado atraída por el tema de conversación y el rostro cada vez más impenetrable de Ricardo anunciaba un ataque frontal y encarnizado cuando estuviera listo. – Espero que no publiques nuestra conversación sin mi autorización...

- ¡Olvídalo! No soy de la prensa amarillista. Sin embargo, estoy llena de curiosidad por lo que ha sucedido en tu vida después de esa experiencia. – Le dijo Adriana. Luisa asintió.

- Tendremos una nueva entrevista a solas. Te lo prometo. Estoy a punto de caer rendida al suelo. – Aseguró y le dio un beso en la mejilla a Carolina.

- Te veré luego.- Le dijo Carolina. Había entendido que Luisa no deseaba continuar la conversación delante de Adriana y Ricardo.

Luisa miró a Ricardo sin saber si despedirse o no, y cómo hacerlo. Le hizo una señal de adiós con una mano y dio media vuelta rumbo al ascensor. Aunque tenía la sensación de que la seguía, cuando llegó al ascensor se dio cuenta con tristeza que estaba sola.

Ricardo ya no estaba amarrado a ella. No le atraía ni el deseo de sacudirla y decirle tonta por estar hablando de su vida privada con una periodista. No sabía si era tristeza o tranquilidad aquella sensación de no sentir nada por dentro.

Fue horrible llegar a su habitación y dormir sola. Otra vez sola con Ricardo a un par de pasos de su habitación. Sola, deseándolo cuando él ya no la necesitaba para nada en su vida.

Luisa caminó con el ceño fruncido hacia la camioneta que la esperaba en el parqueadero del hotel. Lucia la acompañaba dándole indicaciones sobre subirse al auto y esperar.

- ¿Pero no hay nadie más? – Preguntó Luisa curiosa. Todos los que salían del hotel a esa hora iban a dar paseos por la playa para hacer ejercicio o para abrir el apetito.

- Los demás llegarán más tarde. – Dijo Lucia. Luisa le obedeció porque confiaba en la chica pero su actitud nerviosa le pareció sospechosa.

- Necesito una cita con Carolina. Un tiempo de dos o tres horas en las que podamos estar solas. – Le dijo Luisa. Lucia asintió.

- Trataré de ayudarla. – Le prometió. Luisa subió al auto y se acomodó en el asiento del pasajero como le había indicado Lucia.

- Gracias, chica. – Le dijo pero Lucia prácticamente corría rumbo al hotel. Luisa revisó su ropa. Yolanda le había indicado qué debía ponerse.

Aunque le había parecido extraño. Se había vestido con aquel pantalón de cuero natural que se plegaba a sus piernas como una segunda piel, pero era tan bajo en la cadera que prácticamente le quedaba un tercio del trasero al aire. Pensó mientras trataba de subirlo. Suspiró desistiendo al ver que se acercaba el chofer.

Lo miró con curiosidad. Era un hombre realmente atractivo aquel que se acercó al auto y se subió después un corto: ¡Hola! Luisa lo miró de reojo. La barba estilo don Juan Tenorio le daba un aire... pícaro... ¿travieso? O era talvez aquella sonrisa mal disimulada en sus labios rojos... provocativos. Luisa suspiró. Hacia tiempo que no se sentía atraída así por un hombre...

Él estaba vestido con un buzo azul oscuro, manga larga, cuello alto, un pantalón de mezclilla que sería mejor no volver a mirar. ¡Cielos! Era un bombón. Y debía ser consciente de su mirada. Se dijo y se obligó a mirar la ventanilla.

Era imposible saber hacia donde iban. Luisa recordaba muy poco del sentido de las calles o cómo orientarse en Cartagena así que no tenía idea de hacia donde iban hasta que lo vio parquear en el puerto de los Pegasos.

- ¿Vamos a tomar el Alcatraz? – Preguntó curiosa. Él se bajó sin responder. Dio vuelta al auto, entregó las llaves a un hombre que se le acercó. Luisa frunció el ceño. El joven tenía la camiseta del personal del hotel. El chofer se acercó a su puerta y la ayudó a bajarse. Luisa empezó a preocuparse. Él no tenía ninguna identificación de la empresa para la cual se suponía trabajaba. Lo detuvo agarrándolo por un brazo.

- Espere... ¿Adónde vamos? – Preguntó Luisa y él se quitó la gorra y ¡La barba postiza! ¿Ricardo? ¿Qué hacía Ricardo disfrazado así? Cómo no lo había reconocido? Se preguntó y luego sonrió para si misma. Por lo menos su líbido si lo había reconocido.

- Tranquila. Voy a secuestrarte. – Le dijo él con una sonrisa. Luisa se detuvo. Acaso él pensaba que esa explicación iba a hacerla sentir mejor?  Él entrelazó sus dedos con los de ella.

- ¿Adónde vamos? – Insistió. Ricardo sonrió con una expresión muy extraña entre el nerviosismo y la picardía. La misma que utilizaba cada vez que la invitaba a saltarse  los cánones normales de su relación y escaparse con él.

- A una isla que tiene el hotel en medio de las islas del Rosario. – Le dijo. – Estaremos allí durante el día, hablaremos porque necesito hacerlo y regresaremos esta tarde... si quieres.

- ¿Vas a cumplir tu promesa de vengarte por desbaratar tu vida? – Preguntó ella inquieta. Ricardo se burló de ella atrayendo la atención de todos a su alrededor con la fuerza de su risa varonil.

- ¿Todavía tienes ese tonto temor? Vamos... He tenido diez mil oportunidades en cuatro años de desbaratar tu tonto sueño de ser libre y hacerte volver a casa... – Le dijo y la obligó a subir en el yate con el nombre del hotel en el casco.

- He tenido miles de oportunidades de hacerte un hijo, de obligarte a casarte conmigo, de presionarte a que te vinieras a vivir conmigo. - Le describió él. - Sin embargo, he dejado que te fueras a vivir con el tonto fotógrafo, que recorrieras medio mundo y que te convirtieras en actriz, modelo, productora y agente publicitario antes de hoy.

Luisa no supo qué responder. Sabía que era un tonto temor pero no dejaba de sentir que él la odiaba por todo lo sucedido. La odiaba y la deseaba. Sin embargo, lo había convertido en una especie de amuleto. Era esa supuesta venganza, la única razón por la cual Ricardo le seguiría los pasos. Lo miró con atención mientras se acomodaba en un puesto bajo el sol y le señalaba a ella el lugar a su lado.

El yate iba lleno con otros huéspedes del hotel. No hablaron en el trayecto que duró aproximadamente hora y media. Ricardo le rodeó los hombros con un brazo y la hizo apoyarse contra su pecho. Iba aparentemente concentrado en el paisaje y no respondió a ningún intento de conversación de Luisa.

Aquella sensación de seguridad y de tranquilidad... apoyada contra aquel cuerpo musculoso y cálido... quería que fuese eterno aquel viaje. Sin embargo, antes que pudiera darse cuenta habían llegado. Todos se bajaron rápidamente para disfrutar del mar y las blancas playas de arena. Ricardo la llevó hacia la zona de las cabañas. Entraron a una de las más alejadas de la zona de bañistas.

- ¿Qué diablos? ¿Por qué no me imaginé que seguías siendo el mismo imbécil de siempre? – Le dijo Luisa deteniéndose en medio de la pequeña salita de la cabaña. Ricardo cerró la puerta. En la cabaña sonaba la música de Andrés Cepeda.

- Supongo que te encanta el vino blanco. – Le dijo Ricardo por toda respuesta. Caminó hacia la barra del bar y sacó una botella de una hielera. Luisa suspiró.

- Andrés Cepeda, mi cantante favorito. Una cabaña en una isla paradisiaca. Vino blanco, los dos solos. – Enumeró con tono de fastidio. – ¿No habría resultado más barato en mi habitación del hotel?

- ¿Has estado esperándome todas estas noches, verdad? – Dijo él francamente divertido. Luisa maldijo en voz baja. En vez de hacerlo enojar y estallar, estaba siendo su entretenimiento.

- Y si sabes que estoy esperándote. ¿Por qué escoger el método más complicado de seducción? – Preguntó Luisa. En lugar de responder, Ricardo le dio una copa de vino blanco.

- ¿Y por qué no puedo seducirte? – Luisa contuvo el aliento. ¿ Adónde deseaba él llegar con aquella conversación? Se quitó las gafas oscuras y el buzo. Luisa se obligó a mirar dentro de su copa. La camiseta que él llevaba debajo se plegaba sobre sus músculos.

Lanzarse sobre él y hacer el amor no era la solución. Ya no tenía diecinueve, ni estaba borracha, ni tenía excusa posible y lógica para estar cometiendo locuras por culpa de sus hormonas. Tenía que dar un rumbo a su vida, especialmente su vida sexual y por encima de todo, un rumbo a su relación con Ricardo.

- ¿Para qué seducirme? ¿Para acostarte conmigo? Sabes que sólo tienes que acercarte y mirarme como lo estás haciendo. – Le dijo tratando de pensar con coherencia en medio de su gran debilidad. Maldición tenía que estar poniéndose vieja si deseaba tener una relación formal en lugar de sexo con Ricardo.

- Hace cinco años... me dejé seducir por el alcohol... por tu cuerpo... tu olor... Y me volví adicto a tu manera de hacer el amor. - Le dijo él.

- ¡Oh, por Dios! Es una tontería. No estamos enviciados por nada. Sólo que hemos idealizado estar juntos. Si vivieras conmigo... – Empezó a decir y se detuvo asombrada como Ricardo por lo que acababa de decir.

¡Vivir con Ricardo! ¡Cielos! ¿Qué estaba diciendo? Ricardo se acercó y la hizo sentarse en un sofá. Se sentó junto a ella acomodándose para mirarla de frente.

- Quise decir que... nos encontramos, nos acostamos, nos quitamos las ganas y... ¿Qué? – Le dijo ella recuperando su primer impulso. - Seguimos odiándonos porque yo no puedo regresar a mi casa y hacer vida familiar.

- Yo no te odio por eso. – Dijo él alzando una ceja con expresión de asombro.

- Claro que sí. Tú me apoyaste en contra de tu voluntad para que consiguiera mi libertad, a pesar de que no deseabas que la obtuviera. – Le dijo Luisa. Ricardo siguió observándola sin hablar.

- ¿De dónde sacas eso? – Luisa suspiró de nuevo. Él no iba a dejar que aquello fuese fácil.

- No creas que soy tan cabeza hueca como me consideras. Estoy arrepentida de haberte utilizado y de haber ofendido a mamá y a Fabián con mi actitud. Estoy arrepentida de no ser sincera y regresar a casa y excusarme por lo hecho.

- Crees que eso es lo que espero. – Le dijo Ricardo.

- Aunque digas que no, sí. – Le respondió ella. Él le había dado aquella oportunidad para desahogarse y ella iba a utilizarla. – Para mí no es fácil. Soy feliz como estoy. Voy y vengo cuando quiero. Disfruto mi trabajo. Sin embargo, he empezado a extrañar llegar a casa y ver a mamá y que todo el mundo se meta en mi vida y en mis decisiones...

- Pero también tener quien te consienta, quien te dé un beso antes de dormir y te despierte en la mañana aunque no quieras... – Le dijo Ricardo. Ella tenía razón. Aquel no había sido el motivo de aquella reunión pero había que hablar de aquel modo. Había llegado el momento de comportarse como algo más que animales en celo.

- Eso no quiere decir que esté dispuesta a formar parte de nuevo de un núcleo familiar y que me digan qué hacer. – Le dijo dejando su posición en claro. Ricardo le quitó la copa de la mano y la dejó sobre una mesa cercana.

- Ven aquí. – Le dijo mientras la sujetaba por los brazos y la hacía recostarse sobre él. Luisa gimió al contacto de su cuerpo. – Nadie te está pidiendo regresar a casa para quedarte. Pero no puedes negarme que eso haría más fácil estar juntos.

- ¿Quién te dijo que yo quiero estar contigo? – Dijo Luisa sin mucho convencimiento. Sin mucho esfuerzo por convencerlo, también.

- Tus ojos, tus manos, tu cuerpo, tus miradas a través del salón cuando nos encontramos... – Le dijo él besándole después de cada frase. – Todo en ti pide a gritos un hombre y yo quiero ser ese hombre.

Luisa se dejó tocar y besar. Descubrió para qué servía que su pantalón quedara tan bajo sobre sus caderas. Empezó a desnudarla y dejó que ella lo desnudara.

- Espero que tengas en cuenta que no estoy borracho. – Le dijo él por bromear. Luisa se sentó en el sofá zafándose de él. Ricardo maldijo entre dientes.

- Eso es cierto. ¿Por qué si no estás borracho, y no lo estabas en Madrid, ni antes de eso cuando te apareciste en Miami... quieres hacer el amor conmigo? – Preguntó ella.

- ¿Vas a seguir hablando sobre el tema? – Preguntó él tratando de aligerar la situación. Luisa no se dejó convencer.

- Para hacerle el amor a una mujer hay que anular su cerebro. ¿Recuerdas? – Le dijo repitiendo lo que Ricardo le había aconsejado a Sergio aquella tarde de borrachos cuando Sergio se quejó porque Carolina no era capaz de hacerlo con él en una habitación de la casa mientras llegaba el padre de ella a buscarlos.

- Está bien. Aquella tarde hice el amor contigo porque siempre te he deseado. Entonces, me decía que eras mi hermanastra, que eras menor que yo, pero con mi conciencia alcoholizada ¿Cómo negarme a tu boca? ¿Cómo convencerme de que no debía tocarte?

- ¿Por qué no me habías dicho eso antes? – Se quejó ella. Ricardo sonrió.

- ¿Y reconocer que me vuelves loco? Te tenía pánico. ¿No entiendes? – Luisa suspiró.

- ¿Y por qué fuiste a Miami? – Insistió. Ricardo la haló de nuevo y la hizo acostarse sobre él.

- Por la misma razón por la cual cambié el itinerario de mis auditorias para estar en Cartagena. – Le dijo. – Deseo estar contigo y viajar, aviones, visas, papeleos, cantaletas de papá son nada comparados con la seductora posibilidad de tenerte entre mis piernas.

Luisa sintió como el color sonrojaba su rostro. ¿Por qué todo entre ellos dos debía ser deseo? ¿Y por qué a pesar de todo no se sentía utilizada? Se dejó seducir por sus besos y se derritió en sus brazos. Estar con Ricardo fue un placer como siempre. Era como llegar al cielo. Él sabía qué decir, cómo tocarla y ella también sabía provocarlo para hacerlo llegar al límite. Debió quedarse dormida porque Ricardo la levantó rozando con sus labios los pezones de sus senos desnudos.

- ¡Qué diablos! – Dijo ella sentándose de golpe en la cama.

- ¿No vas a comer? – Preguntó él divertido. Luisa se desperezó sin cubrir su desnudez. En realidad, tenía hambre. Y tenía muy poco pudor especialmente frente a Ricardo. El colocó una bandeja con ensalada, quesos, carnes frias y queso crema.

- Y después de comer. – Dijo Luisa después de algunos minutos comiendo en silencio. Ricardo sonrió divertido.

- Todavía tengo toda una tarde para seguir quitándome las ganas de ti. – Le dijo. Luisa cerró los ojos.

- Esto no tiene sentido y lo sabes. Una relación que se basa en encontrarnos cada tres o cuatro meses y hacer el amor como locos. – Le dijo Luisa con seriedad.

- ¿Y qué quieres? ¿Regresarías a vivir conmigo en casa de Marcela? – Luisa lo miró con ojos entrecerrados. ¿Estaba él hablando en serio? ¡Cielos! Regresar para vivir con Ricardo en la casa de Marcela...

- No... Lo siento. Sólo... me dejé llevar. – Se excusó Luisa arrepintiéndose por lo que había dicho. ¿Cómo podía revelarle tan abiertamente que lo amaba? ¿ Qué se estaba muriendo por abandonar lo que siempre soñó con tal de ser su dueña?

- Espera... espera... No saques conclusiones equivocadas. Yo... – Pero el timbre de su celular lo interrumpió. Lo vio correr hacia el aparato y contestar.

La cara de Ricardo le dijo que debían regresar a Cartagena antes que él se lo anunciara. Había olvidado algo. Era lo único que Luisa había escuchado antes que él se encerrara en el baño a hablar. Luisa se bañó y se vistió con tranquilidad. Ricardo se vistió y la dejó sola en la cabaña durante unos minutos. Luisa se preguntó por la razón de su preocupación. No podía negar que cualquier cosa que le dijeran por teléfono, le habían hecho olvidar sus ganas de estar con ella.

¿Habría sido una mujer? Los celos le produjeron un nudo en el estómago. Se mordió el labio mientras lo seguía. Los llevarían en una lancha rápida. Tenía él mucho afán en llegar, entonces. ¿Quién podría ser ella? La odiaba por tener más influencia en él que ella misma. Sabía que estaba pensando tonterías. No era la mujer de Ricardo y no debía celarlo. Pero... ¿Cómo deshacer ese bendito nudo en su vientre?

No hablaron en todo el camino. Luisa porque sentía que había cometido todos los errores posibles. Ricardo porque no estaba preparado para dar el siguiente paso. Luisa tenía razón. No podían seguir comportándose como los chicos de una tarde de borrachos.

Sin embargo, en el taxi camino al hotel, iban besándose como si todo en aquel día hubiese transcurrido según lo acordado y fuesen una pareja común corriente que regresa de un día a solas. Sin embargo, al llegar al parqueadero del hotel, Ricardo la dejó bajar sola mientras corría hacia dentro del edificio. Luisa tardó casi quince minutos en recuperar el control de su vida y entrar al hotel. En el ascensor, se encontró con Carolina.

- Ya regresaron. ¿Ricardo se fue para la sala de juntas? – Le preguntó como si ella supiera de qué hablaba.

- No sé. Supongo que sí. ¿ Y cómo sabías que estaba con Ricardo? – Preguntó Luisa. Carolina alzó las cejas con expresión de asombro.


- Yo fui quien lo llamó al celular... Lucia me dijo que había salido a pasear contigo. – Le dijo Carolina. – Pero vaya paseo... lo hiciste olvidar una cita con el Alcalde y Fabián...

- ¿Fabián está aquí? – Preguntó Luisa asombrada y temerosa. – Cielos... No quiero verlo. No creo estar preparada para verlo.

- Vamos. Quédate tranquila. – Le dijo Carolina. Luisa se mordió el labio.

- No entiendes... Carolina... Me he acostado con Ricardo dos o tres veces desde aquella tarde en casa. –Le dijo de improviso. Carolina la siguió a su habitación mientras llamaba por teléfono a Carlos para disculparse por no poder acompañarlo en su cita.

- Tengo algo urgente que hacer con Luisa. Entiéndeme. – Le dijo Carolina, entrando a la habitación de su amiga.

Luisa se quitó la ropa que traía y se vistió con una pijama ligera. Carolina se sirvió un whisky en el minibar de la habitación y sonrió.

- Luisa... una cosa es haber tenido una pequeña aventura con tu hermanastro cuando tenías 19 años y unas ganas locas de irte a vivir lejos... – Le dijo Carolina. – Y otra cosa muy diferente es ser su amante ocasional. ¿Qué diablos estas pensando?

- Precisamente porque no pienso en nada. Cuando lo tengo enfrente no pienso en nada. Claro aparte del sexo. – Aclaró dejándose caer en un sofá. Carolina movió la cabeza con preocupación.

- Esta bien. Hay una fuerte atracción física entre ustedes pero... no hay cariño, no hay afecto... ¿Qué sé yo? Respeto, ¡dignidad!

- Caro... Caro... Eso es lo que más me preocupa. – Le confesó Luisa, tratando de ser sincera consigo mismo al tiempo que lo era con su mejor amiga. – Creo que estoy enamorada.

- Eso es maravilloso. Entonces, ahora si vas a buscar la manera de estar con él, de tener una relación. – Le dijo Carolina. Luisa movió la cabeza de un lado a otro.

- No... No entiendes. Ricardo no está enamorado de mí. Soy yo la que estoy idiotizándome por él y eso sólo nos traerá problemas. – Dijo Luisa asombrando a Carolina.

- ¿Cómo que no está enamorado de ti? Eres tonta o qué. ¿Crees que no hay amor de por medio si este hombre paga de su cuenta personal la inversión de medio millón de dólares que la empresa perdió por su cambio de planes en el itinerario de las auditorias? – Luisa frunció el ceño.

- Es mucho dinero, sí. Pero sólo soy un capricho.- Dijo empecinada. Carolina se burló de ella.

- Por Dios. ¿Crees que contratarme a mí para estar pendiente de ti, que discutir con Fabián, crear un caos en las oficinas del hotel en medio del Festival de Cine, medio millón de dólares y todas las demás tonterías... son acciones de un perro en celo?- Luisa se quedó sin respuesta. Ya no sabía nada con relación a Ricardo.

- ¿Fabián también se alojará en el hotel? – Preguntó tratando de dar a su vida un rumbo lógico. No quería pensar en las razones de Ricardo. No deseaba soñar con que le amara y luego, estrellarse con una realidad distinta

- Esa es una de las tonterías. La familia tiene una hermosa casa en un exclusivo barrio de la ciudad. – Le dijo Carolina. – Sin embargo, Ricardo se alojó a dos habitaciones de la tuya.

- ¿Vino mamá con Fabián? – Preguntó tratando de alejarse del tema de Ricardo. Carolina le dijo que no con un gesto de su cabeza.

- ¿Crees que debo hablar con Fabián sobre una reconciliación con mamá? – Preguntó Luisa. Carolina alzó las cejas con expresión de duda.

- ¿Cómo era tu relación con Fabián? – Preguntó. Luisa sonrió con dulzura.

- Sigue siendo maravillosa. Él me llama con frecuencia. Cree que mamá también lo hace aunque en realidad, mamá habla con la tía Camila. - Le dijo Luisa.

- ¿Y le contarías lo que sucedió aquella tarde? – Luisa asintió. Carolina se alzó de hombros.

- Creo que debes hacerlo. Arreglar tu vida debe ser una prioridad. Mírate... no eres agente, ni modelo, ni publicista, ni actriz... Creo que comenzar por tu vida personal es un buen camino.

- Búscame una cita con Fabián y... ojalá no sepa de esto Ricardo. – Le dijo Luisa. Carolina entrecerró los ojos.

- ¿Acaso crees que le cuento a Ricardo nuestros secretos? – Preguntó Carolina. Luisa sonrió.

- Nosotras no tenemos secretos. Eres tú la que no sabes de nuestros secretos. – Carolina le lanzó un cojín.

- Eres una malvada... ¿Debo suponer que tu buen humor se debe a que hiciste el amor con Ricardo? – Luisa cerró los ojos mordiéndose el labio inferior, recordando su momento con Ricardo. Suspiró sintiendo que temblaba sola sólo recordándolo.

- No hay momento a solas con Ricardo que no termine en sexo. – Le dijo con sinceridad. Carolina gimió fingiendo dolor.

- ¿Cuándo voy a encontrar un salvaje así? – Preguntó Carolina. Luisa sonrió.

- Te puedo asegurar que no con Sergio. – Bromeó burlándose del esposo de Carolina. Esta le mostró la lengua.

- Eres una malvada. – Siguieron conversando de temas triviales menos estresantes y Carolina la dejó para que pudiera dormir antes de las actividades de la noche a las que Luisa debía asistir.

No volvió a ver a Ricardo ese día, ni los dos días que siguieron. Carolina le dijo que estaba trabajando hasta en las noches. Parecía haber encontrado de nuevo la concentración suficiente para cumplir con su auditoría. “Tal vez ya no está todo el tiempo pensando en sexo”. Le dijo Carolina a Luisa cuando esta le preguntara por quinta vez la razón para tanta exigencia en su trabajo. Fabián se reunió con ella para la hora del almuerzo.

- Ricardo y tú me tienen confundido. – Le dijo de improviso después de algunos minutos de estar contándole sobre sus días en Cartagena. Luisa palideció pensando que se refería a su relación.

- Fabián... me da vergüenza contigo... fuiste muy bueno conmigo y yo no quise jamás traicionar tu confianza. – Le dijo Luisa asombrándolo.

- ¿De qué hablas, Cariño? No creo que sea para tanto... yo hablaba de estar seis días en Cartagena y no comunicarte con tu madre... – Dijo Fabián. – Luisa... hay algo que yo no sé.

Luisa se levantó de la mesa y caminó hacia el balcón de su habitación. Estaban almorzando allí para estar más cómodos y poder en privado decirle todo lo que llevaba oculto en su corazón. Fabián la siguió.

- Aquel fin de semana cuando decidí irme a Miami... – empezó a decir Luisa y se mordió el labio. – Ricardo y yo estuvimos juntos. - Fabián entrecerró los ojos y la miró en silencio.

- Así que no fue tan simple como Marcela hizo ver la situación. – Dijo Fabián. Luisa suspiró.

- No. En realidad, Ricardo y yo nos embriagamos y estuvimos juntos... ¿entiendes? – Le dijo Luisa algo incómoda en revelar aquellas cosas a su padrastro. – Mamá nos encontró en mi cama y contó la historia a su modo.

- Ya me estaba imaginando algo así. Ricardo se mordía la lengua cada vez que yo reprochaba tu abandono. – Luisa sonrió.

- Él todavía me detesta por imponer mi deseo de vivir con la tía Camila por encima de estar con la familia. – Le dijo Luisa con inocencia. Fabián la hizo sentarse en el sofá del balcón.

- Ay, Luisa... mi hijo siente de todo por ti, menos eso que piensas. – Le dijo Fabián. – No saber la verdad no me hace negarme a la realidad. Ricardo haría cualquier cosa por ti y ahora entiendo porque su actitud esta semana.

- No te entiendo. – Dijo Luisa. Fabián sonrió.

- Me vine pensando que alguna desvergonzada actricilla de pacotilla, de esas que revolotean alrededor de él, lo había seducido al punto de crear un caos financiero por venir a Cartagena en lugar de ir a Río de Janeiro. – Le confesó Fabián. De modo que Luisa empezó a entender que era cierta la gravedad en este asunto del cambio de itinerario de Ricardo.

- Y te encuentras conmigo. – Dijo con tristeza. Fabián le sujetó la barbilla con dos dedos.

- Por Dios... no hay punto de comparación. Soy feliz. Te juro que prefiero tu abuso de confianza, las mentiras de Marcela, tu abandono a la familia y el descaro de Ricardo si eres tú la que estás volviendo en zombi a mi hijo. – Le dijo Fabián. Aunque decía cosas muy fuertes, Luisa sonrió también.

- Creo que no debes hacerte muchas ilusiones conmigo. Ricardo... – Pero no fue capaz de describir sus dudas sobre su amor por Ricardo. Fabián sonrió y le dio dos palmadas sobre una pierna.

- Mira, cariño. Dame un día. Tal vez dos con Ricardo. – Le dijo Fabián con tono confidente. - Necesito que me empape de los asuntos que pueda dejar pendientes aquí y te prometo que lo tendrás para ti sola durante una semana completa.

- No. No quiero involucrarte en nuestras tonterías.- Le rogó Luisa apenada por lo que Fabián le proponía. - Tú estás disfrutando de tu descanso, más que merecido. Yo no tengo futuro con tu hijo y eso no debe ser motivo de preocupación para ti.

- Amor... eres mi hija. Aunque no hemos ejercido ese rol durante algunos años...- Le dijo Fabián. – No voy a permitir que Ricardo te deje en el aire durante semanas, tal vez meses y pierdas tal vez tu oportunidad de hacer una vida lejos de él o mejor, con él.

- No puedo creer que quieras que él y yo seamos pareja. – Le dijo Luisa. Fabián entrecerró los ojos.

- Y por qué no. Sería maravilloso no tener que pelear con nadie a mis nietos. – Luisa se sonrojó haciéndolo reír. – Luisa, amor. Déjame ayudarte.

Luisa guardó silencio durante algunos minutos y luego, sonrió.

- Supongo que no puedo perder más de lo que ya he perdido. – Dijo animada por el entusiasmo de Fabián.

- Vas a ganar. Te lo aseguro. – Le dijo y se levantó dispuesto a continuar su almuerzo como si nada se hubiesen contado. Luisa le siguió la corriente entendiendo por qué Marcela se había enamorado de aquel tranquilo y seguro hombre de negocios.

Luisa le contó de sus planes para seguir trabajando en publicidad y Fabián dio por descontado que ella trabajaría para la oficina de publicidad de su consorcio. Fabián le propuso que viviera en Barranquilla. Pero, no en casa de Marcela sino en su propia casa. Le dijo que había comprado una en el norte de la ciudad, tan inmensa y elegante que sólo podía ser para una familia.

- ¿Y qué van a hacer ustedes dos solos en una enorme casa? – Preguntó sin estar segura de que a Marcela le pareciera buena idea aquella locura.

- Crees que los únicos que andan en celo son Ricardo y tú. – Bromeó haciéndola sonrojar. – Nosotros también queremos libertad.

- Mi experiencia con la tía Camila me enseñó que para ser libre no necesito vivir sola. – Le dijo Luisa. Fabián asintió mostrando su acuerdo con lo que ella decía.
- ¡Ups! – Le dijo Fabián mirando la pantalla de su celular que sonaba. – Me está llamando Ricardo. Eso quiere decir que llegó uno de los inversionistas norteamericanos que estábamos esperando.

Le contó mientras se levantaba de la mesa. Luisa lo acompañó hasta la puerta. Fabián la abrazó y la besó con profundo afecto antes de marcharse.

No le dijo nada. Se habían dicho tantas cosas... ¿Y cómo sería su encuentro con Marcela? De seguro no tan tranquilo como este. Habrían muchas lágrimas... de eso estaba segura. Siempre habían lágrimas cuando ellas dos se hablaban de amor.

Ricardo no se comunicó con ella ni se cruzó en su camino durante los otros días que siguieron. Luisa también se vio envuelta en los compromisos de final del Festival, sobre todo después de la noche antes de la entrega de premios cuando les hicieron una despedida en el bar del hotel. Carolina y Luisa bailaron con Sergio y Carlos casi hasta el amanecer. Ricardo no apareció ni un minuto en el salón.

Sus amigos tampoco tocaban el tema. Adriana Tono volvió a contactar una cita con ella para una nueva entrevista ante la posibilidad de que ganara un premio como mejor actriz protagonista. Luisa no tenía idea de qué diablos iba a suceder con su vida si aquello se convertía en realidad. ¿Actriz? Realmente quería ser actriz. Claro que estaba la posibilidad de quedarse en Barranquilla y trabajar para el canal regional. Esto haría que no tuviera que mudarse a Bogotá y además seguir en contacto con Ricardo.

Ricardo. Susurró apoyando la cabeza contra el respaldo de la silla. Estaba esperando a Adriana Tono quien la entrevistaría, allí en un rincón del restaurante italiano del hotel. Ricardo. Volvió a susurrar sin poder alejar su recuerdo con pensamientos triviales. Casi da un salto cuando la voz de Ricardo pronunció su nombre.

Se sentó derecha en la silla y lo miró caminar hacia ella. Estaba sin afeitar, con el cabello enmarañado necesitado de un corte urgente y con una ropa con la cual parecía haber dormido. Y sin embargo, Luisa no pudo dejar de pensar que se veía hermoso.

- Pensé que te sentías mal. – Le dijo él acercándose a ella. Luisa se pasó la punta de la lengua por los labios y suspiró. Ricardo gruñó y se acercó como si fuese a besarla. Luisa abrió muchos los ojos.

- No sabes cuántas ganas tengo de ti. – Le dijo él. La voz de Adriana Tono saludando a Luisa lo hizo retroceder.

- Así que aquí estás. – Le dijo Adriana a Luisa. Miró a Ricardo reparando en su apariencia. Y Luisa sintió el nudo de celos en su vientre. La mirada de la chica también daba un dictamen de hermoso a la andrajosa apariencia de Ricardo.

- Adriana... ¡Qué bueno verla! – Saludó Ricardo. - Perdone mi apariencia. He estado trabajando duro en estos días.

- No se preocupe. Es asombroso pero usted parece un encanto hasta amanecido. – Le dijo Adriana. Luisa se contuvo de no hacer un comentario agresivo sobre lo que ella podía hacer con su asombro.

- Gracias. Te veré luego, Luisa. – Le dijo Ricardo antes de dar vuelta y marcharse. Luisa habría jurado que él tuvo que obligarse a marcharse.

- Comenzamos ¿Entonces? – Dijo Luisa a Adriana. La chica le sonrió con esa contagiosa sonrisa suya tan sincera y dulce. Luisa era incapaz de odiarla cuando estaba a solas, pero su coquetería con Ricardo... la llevaba a desear ahorcarla.

- En verdad, no son hermanos. ¿Cierto? – Preguntó Adriana. Luisa tomó aire pero no respondió.

- Soy hija de la segunda esposa de su padre. – Explicó. Adriana asintió.

- Es la manera en que se miran... Definitivamente no es de hermandad. – Le dijo Adriana. Luisa señaló la grabadora.

- ¿Es una pregunta oficial? – Le dijo. Adriana sonrió de nuevo derrochando su encanto.

- No. Es curiosidad personal. – Luisa suspiró.

- Ya. Entonces, no. El cariño definitivamente no es de hermanos. – Le dijo. Adriana solo asintió.

- Es él, ¿El chico de la borrachera? – Luisa sonrió divertida ante la suspicacia de la chica.

- Dejemos al chico fuera de la conversación. – Le dijo. Adriana volvió a asentir.

- ¿Cuáles son sus planes en el futuro cercano? – Preguntó Adriana encendiendo la grabadora. Luisa sonrió.

- Talvez sean regresar a Barranquilla. He vivido los últimos cuatro años en Miami y... me ha entrado una terrible nostalgia por la tierra. – Le dijo. Adriana siguió el curso de su entrevista.

La entrega de premios duró tres horas. Al final, Luisa estaba exhausta y feliz. Tenía entre sus manos la estatua de la India Catalina asombrada todavía de haberla obtenido como actriz revelación. Raúl estaba más que feliz porque había sido gracias a su olfato para hallar el talento que ni Luisa misma sabía que tenía.

Había tanta gente queriendo tomarse fotos con ella y hablar con ella que terminó sin saber como llegó a la puerta de salida. Un hombre joven y atlético se acercó a ella y le tomó del codo.

- Señorita Fernández. – Le dijo sin dejar que ella se soltara. – El señor Ricardo está en el auto gris plata que ve al otro lado de la calle. Me pidió que la acompañara hasta él.

- Pero... Yo no lo conozco. – Le dijo Luisa. El joven se detuvo.

- ¿No conoce a Ricardo Madrid? – Preguntó entrecerrando los ojos. Luisa se sintió como una chica tonta.

- No. No te conozco a ti. – El entonces sonrió. ¡Cielos! ¡Qué guapo era! Se dijo Luisa dejándose llevar por el joven.

- Soy uno de los choferes del consorcio. Trabajo para el señor Fabián pero me pidió conducir para ustedes hoy. – Le informó mientras la hacía cruzar hacia el otro lado de la calle entre el tránsito.

- Supongo que nada en esta noche puede ir mal. – Suspiró Luisa dejándose llevar. El chico la miró y sonrió.

- Usted está muy bien para un secuestro amoroso... Y creo que esa es la intención del Señor Ricardo. – Le dijo y después de una atrevida mirada agregó: - No sabe cómo lo envidio.

Abrió la puerta del auto antes que Luisa pudiese pensar en una respuesta adecuada. Ricardo estaba dentro del auto con dos copas de champaña en las manos. Luisa entró con una expresión tan pícara en su rostro que Ricardo mostró curiosidad.

- ¿Por tu expresión, debo suponer que deseas este secuestro tanto como yo? – Le preguntó. Luisa sonrió.

- La verdad... no sé que quiero. – Dijo ella con sinceridad.

- ¿Ni siquiera sabes si quieres hacer el amor conmigo? – Preguntó Ricardo atrayéndola hacia él. Luisa sonrió.

- Siempre quiero eso. – Respondió. –Pero no sé para dónde nos lleva.

- ¿Adónde quieres que vaya? Los sentimientos son míos, son tuyos, son nuestros. La relación la llevamos nosotros.

- Y yo hago lo que siento cuando lo siento. – Suspiró Luisa. Ricardo la empujó para ver la cara de la chica con atención. Luisa hizo un mohín infantil de disgusto.

- Soy horrible. – Le dijo. Ricardo sonrió.

- Horriblemente infantil. – Le dijo Ricardo y le quitó la copa de champaña colocándolas a un lado. La hizo acomodarse en el sillón del auto y se acostó sobre ella mientras el carro continuaba su camino. – Tengo la terrible tarea de convertirte en mujer.

- Te irás el domingo sin mirar atrás. – Le dijo Luisa. Ricardo alzó una ceja mostrando asombro.

- Estás afirmando algo que tú harías. – Luisa hizo una mueca de disgusto otra vez. Ricardo sonrió. – Te subiste al maldito avión a Miami y no titubeaste ni lloraste un solo segundo al despedirte.

- Y entonces... ¿Qué vas a hacer el domingo? – Preguntó Luisa.

- Este domingo vamos a reunirnos con Marcela y Fabián. – Le dijo y Luisa demostró el horror que le causaba aquella noticia. Ricardo entrecerró los ojos. – ¿Todavía no me crees que Marcela se derretirá tan pronto te vea?

- Puede que lo haga pero ella y yo no vamos a vivir eternamente en paz. – Le dijo. Ricardo asintió.

- No todo puede ser felicidad. Pregúntame por el siguiente domingo. – Bromeó él. Luisa se miró en sus ojos y cedió intrigada:

- ¿Qué va a pasar el siguiente domingo?- Preguntó.

- Me voy a casar. – Le dijo y Luisa palideció. Ricardo sonrió. Se inclinó sobre su boca y la besó. Luisa deseó morir.

- Antes de que mueras... – Le dijo Ricardo besándola en la piel sensible bajo la oreja. – Olvidé decirte que tú eres la novia.

Luisa cerró los ojos y empezó a llorar. Ricardo se sentó y la hizo sentarse. No podía entender por qué esta mujer lloraba cuando le estaba proponiendo matrimonio. Luisa sintió un profundo deseo de abandonarse al llanto y sacar de su interior toda la tensión acumulada. Tal vez desde el mismo momento en que utilizó su relación con Ricardo para huir de su casa.

- Jamás había esperado tanto tiempo para que me respondieran a una propuesta de matrimonio. – Le dijo Ricardo luego de unos minutos de observarla llorar. Luisa suspiró.

- ¿Cuántas veces le has propuesto matrimonio a una mujer? – Preguntó dándose tiempo para calmarse.

- Es la primera y última vez. – Confesó él. Luisa sonrió.

- Entonces... no te quejes, niñito. Tengo derecho a reaccionar como sienta. – Le dijo. Ricardo se tomó la tercera o cuarta copa de champaña. Debió subir una botella de whisky o de vodka. Pensó en silencio.

- Sigues sin responder. – Le dijo Ricardo. Luisa empezó a quitarse los ganchos que sujetaban su cabello.

- De verdad, íbamos a hacer el amor en el auto... – Le dijo excitada ante la idea. Ricardo entrecerró los ojos y frunció el ceño.

- Vamos rumbo a un yate que papá nos alquiló para un paseo nocturno por el mar. – Le dijo él viendo que ella se quitaba los zapatos.

- ¿Y tenemos ropa? – Ricardo sacó un morral de un portaequipajes debajo del sillón. Luisa se quitó el vestido quedando desnuda delante de él. Ricardo entrecerró los ojos y apretó la mandíbula.

- ¿Podemos hacer el amor en el yate? – Preguntó ella colocándose una camiseta demasiado ajustada para tortura de Ricardo y un pantaloncito corto de mezclilla.

- ¡Qué diablos con el sexo! Luisa... ¿Te vas a casar conmigo? – Estalló él haciéndola reír. Entonces el auto se detuvo frente al muelle de los Pegasos. Luisa sonrió.

- Sí. ¿No había contestado ya? – Preguntó haciéndose la tonta. Ricardo volvió a aprisionarla debajo de él.

- Voy a matarte. – Le dijo entre la rabia y el deseo. Luisa sonrió.

- Pero... mátame después de hacer el amor conmigo en ese yate. – Le dijo. Ricardo no pudo evitar reír.

- ¿Por qué no me has dicho que me amas? – Le dijo Ricardo casi sobre sus labios. Luisa sonrió.

- Tú no me has dicho que me amas. Reclamó ella. Ricardo la besó apasionado.

- Tengo que seguir confirmando que no eres hombre. – Le dijo bajándola del auto. Luisa sonreía todo el tiempo mientras subían al yate.

Aún no empezaba el viaje cuando Ricardo la desnudaba en el segundo piso del yate. Fabián había mandado a colgar una hamaca enorme en el balcón del segundo piso. Luisa no dejó de reír en mucho tiempo, durante ese viaje. Y no es difícil afirmar que no dejó de reír en muchos años al lado de Ricardo. Disfrutar la vida junto a ese hombre era el verdadero precio de ser libre y lo pagaba con todo el placer de su cuerpo y el amor de su corazón.

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