Tu recuerdo es una vieja pipa que huele a añoranzas,
una chaqueta de cuadros café que sabe a una vida de risas y cervezas.
Se ve como una boina que te proteje y te ama
La cumbia es sustantivo
Enuncia el ritmo
Que ambienta mi vida
Alegrando mi día a día.
Danzar cumbia es verbo
Que mueve mis caderas
Acompaña el andar de mis pies
Y erguida, mantiene, mi alma
Cumbiambera es el adjetivo
que me identifica
Y que, de mi hoja de vida,
Es la cualidad con más gracia.
Guapachosa es adjetivo,
Verbo y sustantivo
Adjetivo que cualifica
Desde mi pelo hasta mi risa,
Sustantivo que me compromete
Con el ejemplo a liderar
Y verbo que me ayuda
a expresar sin duda
a mi familia, acompañarle
amar y danzarle.
Por primera vez en la vida, viajar era un momento de
placer. Dalia admiró el paisaje que
alcanzaba a apreciar del aeropuerto Heathrow de Londres desde la ventanilla del
avión. Todas las ciudades a esa altura parecían iguales. Techos, industrias,
parques. Eddie había escogido Oxford por el renombre de la universidad. Sonrió
con ironía recordando que ella había escogido la universidad y, que luego por
la enfermedad de su madre había tenido que renunciar a su cupo. Esa había sido una de las razones para
alejarse de Eddie. Un nudo en su estómago acompañó al recuerdo de que iba a
encontrarse con Eddie después de cuatro meses de distanciamiento.
¿Qué había venido a hacer a Londres? El acuerdo con el
consorcio DDD era una mentira del tamaño del Big Ben. Había sido la excusa
perfecta para ver a Eddie y confirmar que efectivamente entre ellos todo había
terminado y que nada sentirían cuando estuvieran frente a frente. Había
conversado con él para que viniera de Oxford y le acompañara en la negociación.
La verdad… nada iba a hacer Eddie en ese proceso, y ella sólo había venido a
firmar los documentos finales porque todo estaba ya confirmado entre las
partes.
¿Sabría Eddie que todo había sido una excusa para verlo? El
piloto confirmó el final del aterrizaje. Dalia espero a que la mayor parte de
los viajeros se levantaran y salieran antes de empezar a recoger sus cosas. Era
una actitud infantil de su parte retrasar su salida por temor a su encuentro
con Eddie. ¿Habría ido por ella al aeropuerto? Nada había indicado en sus
mensajes que iría a buscarla. En realidad, entre ellos no había esa clase de
detalles corteses, no los había habido jamás.
Se ajustó las gafas oscuras y se levantó. Cuando iba a bajar
su bolso de mano del maletero, unas manos masculinas lo tomaron, su cabeza se
recostó al pecho del hombre. Dalia dio vuelta y se encontró con los ojos negros
de Eddie. Su rostro a menos de diez centímetros del suyo, su aliento sobre su
frente.
-
¿Qué …? -
Empezó a tartamudear ella. Eddie sonrió y la besó en los labios.
-
Vine a ayudar a mi novia. Está recién operada.
No puede levantar peso, pero sobre todo después de… cinco horas de vuelo. – Le dijo él
empujándola hacia la salida. Dalia suspiró.
-
¿Cómo hiciste para…? – Empezó a preguntar.
-
¿Acaso dudas del encanto y el arrasador
atractivo de tu novio? - Le preguntó y sonrió a la azafata que esperaba a que
salieran. – Muchas gracias, Nora. – Dijo leyendo el nombre de la chica en su
gafete. – Una silla de ruedas habría sido demasiado y posiblemente me habrían
regañado por exagerar.
Dalia siguió caminando ignorando las tonterías que él decía
al personal del vuelo y el aeropuerto. Dalia se limitó a sonreír y hacer venias
saludando a las personas. Eddie no le permitió soltar su mano. Juntos fueron
hasta la cadena sin fin a recoger su pequeña maleta de viaje. En el fondo, al
armar aquella maleta para una semana, estaba ilusionándose con ser invitada de
Eddie en Oxford.
Todo el recorrido hasta el parqueadero Dalia estuvo
observando las miradas de admiración y los comentarios de las mujeres que se
cruzaron en su camino. Algunas hasta hicieron el intento de tomarle fotos. Pero
Eddie tenía amplia experiencia esquivando flashes. Se cubría con su cabello
fingiendo darle besos en la mejilla, se había puesto una gorra y cambiaba de
rumbo sin avisarle evadiendo los grupos grandes de jovencitas. Dalia apretó los
labios. No debía hacer ningún comentario al respecto. Eddie se molestaría si le
hacía una escena de celos.
¡Celos! Gritó en su mente No debía sentir celos porque su
mejor amigo llamara la atención de las mujeres alrededor. Subió al auto y dejó
que él guardara su bolso de manos y su maleta. En el suelo del auto había una
caja con un símbolo bastante conocido por ella.
Amigos había decididio que debían ser amigos. Sus padres
habían acordado un matrimonio cuando Dalia cumplió los 15 y Eddie cumplió los
18 pero esa relación de noviazgo no iba para ningún lado. Desde los 13 Dalia
daba la vida por Eddie pero él estaba disfrutando su adolescencia, explorando
las chicas de todos los colores de cabello y de piel y en todos los países
donde podía convencer a su papá de que le dejara ir.
Sus vacaciones de verano jamás fueron en casa. Francia para
aprender francés, Italia para conocer el italiano, Hasta la China fue a dar
para aprender mandarin. En ocasiones Dalia se preguntaba si él no estaba
huyendo a su relación con ella.
-
¿Son rollos de canela de la Maisson? – Preguntó
emocionada tomando la caja para abrirla. Ahí estaba de nuevo. Cuando Dalia
pensaba que él estaba en otro lado del mundo para no verla. Eddie aparecía en
su casa con objetos que ella siempre apreciaría. Un camafeo de plata italiana,
una manta de Cecilio Valgañon, una costosa botella de Ouzo de Gracia. Eddie sonrió encendiendo el auto. Si recogerla
en el aeropuerto no funcionaba, los rollos de canela de la panadería preferida
de Dalia no podían fallar. Dalia se distrajo mientras se deleitaba comiendo un
rollo de canela.
-
¿Para dónde vamos? Yo voy a bajarme en la
residencia de Sir Barclay.- le dijo ella todavía con un bocado sin masticar.
Eddie sonrió divertido.
-
Nada de eso… vamos a dormir en el Hilton.
Reservé una habitación allá – Le dijo él. Dalia alzó una ceja. Esa era su
manera de decirle que iban a dormir juntos y que para él ese era un
reencuentro de sus relaciones personales
casi tanto como las de negocios
Dalia no dijo nada más. Ahora el vuelco en su estómago era
más fuerte. No era el vaivén del avión, ni era hambre. Imaginarse en los brazos
de Eddie provocaba mariposas en su estómago. Llegaron al hotel y efectivamente
la habitación reservada era una habitación doble con vista a la hermosa zona de
los parques. Dalia decidió no discutir con él. Se registró en el hotel, Eddie
había llegado el día anterior según vio en el libro de firmas.
Esa decisión era suficiente explicación para mostrar su
respuesta a ser solo amigos. Eddie no estaba de acuerdo. Y quería continuar su
relación tal cual como había quedado antes de venir a vivir a Oxford. Pero ¿qué
clase de relación era aquella? Se hablaban por teléfono una vez a la semana, se
veían y generalmente era para tener sexo. Y en ocasiones especiales de la
familia. Dalia no se sentía tranquila con aquel estado de las cosas.
En la habitación subió la maleta a un armario de tres
cajones y buscó ropa para cambiarse. Llamó a Sir Barclay para avisarle que
estaba en Londres y que se alojaría en el Hilton. La secretaria del consorcio
ya había informado al señor sobre los cambios de planes de Dalia. Se metió en el
cuarto de baño.
Tenía que conversar lo antes posible con él sobre su actitud
con ella. No podía comportarse como un prometido amoroso y complaciente cuando
tenían al menos dos meses sin conversar por teléfono y
el último tema de conversación había sido su saludo por el cumpleaños de
Dalia.
Londres en verano era una maravillosa ciudad con un clima
que enamoraba a todos. El calor no era ni húmedo ni agobiante, y el viento
fresco no era frio. Dalia se vistió con un atuendo de Valentino un vestido de
verano elegante y vibrante como ella. Era un vestido de lino con arabescos
transparentes que dejaban entrever con mucha delicadeza el juego de ropa
interior de seda blanco perla que llevaba debajo. Eddie había cambiado su
camiseta tipo polo por una camisa de lino color guayaba . Dalia se preguntó si
algún dia iba a mirarlo y no sentiría el revoloteo de mariposas en el estómago.
-
¿Cenaremos en el restaurante del hotel? –
Preguntó Dalia. Era un poco temprano para la cena y de seguro Eddie le
propondría caminar por sus sitios preferidos de Hyde Park. Pero había salido de
Nueva York a las 8 am y pronto serían las 12 allá, 5 pm de Londres y Dalia
sentiría hambre.
-
No voy a dejarte morir de hambre… ya lo sabes. –
Le dijo él con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón y mirándola
con expresión de admiración. – Puede ser también que quieras quedarte aquí en
la habitación y descansar.
-
Descansar… o salir del estrés del viaje a través
de cualquier otra idea tuya llamada descanso. – Le dijo Dalia. Eddie sonrió.
-
No tengo el más mínimo de fuerza de voluntad
para negarme a tener sexo contigo. – Le dijo de manera cruda y directa. Dalia
miró el piso, sus pies enfundados en sandalias elegantes y cómodas, y suspiró.
Ella no tenía tampoco fuerza de voluntad ni poca ni mucha para decirle que no a
él.
-
El sexo parece haberse convertido en parte
inevitable de estar juntos. – Le dijo Dalia
-
¿Es eso muy malo? – preguntó él acercándose,
Dalia suspiró.
-
Cuando es lo único que hacemos… sip.- Le dijo ella. Eddie le tomó con dos dedos la
barba y la hizo mirarlo.
-
No es lo único que hacemos… Hablamos de
negocios, repasamos juntos mis tareas cuando estoy estudiando para exámenes y
me cuentas sobre tus días de trabajo
-
¿Y qué somos? – Preguntó ella mirándolo a los
ojos. Eddie sonrió.
-
Etiquetas… ¿Quieres que le ponga una etiqueta a
nuestra relación? ¿Cuál quieres… amantes, novios, prometidos, esposos? - Dalia suspiró.
-
Quiero una que surja de los sentimientos de
ambos. – Le dijo ella. Eddie le rozó los labios en un gesto muy tierno y dulce.
-
Yo estoy comprometido contigo. – dijo y volvió a
besarla. - El problema es que en tus esquemas mentales no sé cómo va a
funcionar una relación a 5500 km de distancia…
Dalia lo miró en silencio sin responder. Eddie rodeó su
cintura con sus manos y la abrazó. Su beso se volvió más agresivo y sensual y
definitivamente estaba listo para tener sexo. Dalia no podía pensar con
claridad cuando era consciente de eso. Eddie bajó la cremallera del vestido que
comenzaba en la nuca y terminaba en el final de su espalda. Con una mano
manipulaba la cremallera y con la otra acariciaba la espalda desnuda.
-
Dalia… - Susurró Eddie sin dejar de besarla en la
boca. – ¿Sabes lo difícil que es no pensar en esto? Preguntó mientras terminaba
de quitarle el vestido y zafar el broche de su sostén.
Dalia sabía que si
mencionaba el control de las acciones del consorcio y las razones del
distanciamiento de antes Eddie dejaría de pensar en sexo y se enojaría con
ella. Pero sus manos tenían decisión propia y empezaron a quitarle la camisa.
Eddie la empujó hasta la cama y se terminó de quitar la ropa con rápidos y
nerviosos movimientos. Dalia lo observó desde la cama.
-
¡¡Cielos!! ¿Cómo haces para que me sienta como
que es primera vez que hago esto? – Preguntó frustrado porque le temblaban las
manos en el anticipo del placer que sabía experimentaría con ella. Dalia
continuó sin hablar. Si abría la boca y en lugar de palabras de amor o de sexo
le retaba sobre sus decisiones en la banca… ya no había encuentro sexual.
Eddie le recorrió con sus manos y produciendo todo tipo de
sensaciones en su piel y luego recorrió con sus labios todos los rincones que
antes habían acariciado sus manos. Dalia se negó a pensar. Cómo toda mujer hubiera podido decir o hacer
algo que terminara con el fervor y la pasión de Eddie en un segundo. Pero,
disfrutó de todas las ideas sensuales de Eddie y disfrutó sintiendo como
terminaba gritando de placer.
-
Dalia… Dalia… Esto era lo último que haría al
volver a verte…- Dijo riéndose de sí mismo.
Estaba aún encima de ella apoyado en sus codos de lado a lado de la cara
de ella.
-
La verdad después de dos meses sin hablar
contigo… estaba convencida de que habías tenido una mujer por semana. – Le dijo
ella con la sinceridad de siempre. Eddie sonrió y la besó en la boca de nuevo.
-
Es muy difícil pensar en otra mujer en mi cama…
- Le dijo él. Dalia lo miró sin creerle. – Es en serio… No te niego, salí a
cenar, a bailar, a tomar unos tragos… pero … Esto – Le dijo y se retorció sobre
su cuerpo. - No estoy preparado para compartir este grado de intimidad con
otra.
-
¿No tuviste sexo corto y rápido detrás de una
puerta? – Preguntó Dalia. Eddie la miró a los ojos y sonrió.
-
No.- Le dijo. Se refería a una de las muchas
veces que se escondieron en una habitación de su casa o de la de Dalia para
tener sexo en medio de una fiesta familiar o algún encuentro entre las dos
familias.
-
¿No tuviste sexo corto y rápido en un bar? –
Eddie se echó a reír recordando esos momentos que Dalia rememoraba. En sus
tiempos de universidad, habían terminado teniendo sexo en la oficina de
administración del bar al que habían ido con sus compañeros de semestre.
-
Ya soy mayor de edad… Ya no hago esas cosas. –
Le dijo él. Dalia sonrió. Ella le había dicho que dejara de seducirla en todos
lados… que no podía imaginar a quién llamarían si eran encerrados por escándalo
público.
Dalia lo empujó y se
fue al baño. Se colocó una bata de baño del hotel y tomó una cerveza del
refrigerador. Eddie se había quedado en la cama enrollado en las sábanas
mirándola caminar en silencio.
-
¿Quién te dijo la hora de mi vuelo? – Le
preguntó sentándose en sofá cerca de la cama.
-
Papá… Me dijo que tú eras mi responsabilidad
mientras estuvieras en Londres. – Dalia sonrió con tristeza
-
Es decir que no fue iniciativa tuya irme a
recibir. – Se quejó. Eddie la miró con seriedad.
-
¿Acaso no sabes las ganas locas que tenía de que
vinieras a verme? – Le preguntó. Dalia dio vuelta a su cerveza pensativa.
-
Eres joven, sexy y hermoso. Estás solo a los 21
años a 5mil kilómetros de tu casa… Me cuesta trabajo creer que no tienes
tentaciones y oportunidades de vivir nuevas experiencias que no me incluyen. –
Le dijo. Eddie sonrió.
-
Sé que eres celosa. Sé que tienes miedo que
termine en una relación con otra mujer al estar tan lejos de ti. – Respondió él
con calma. – Pero también sabes que no es la primera vez que hablamos de esta
situación. Habíamos escogido esta universidad para estar juntos y solos lejos
de la familia. Ninguno de los dos nos imaginamos que a tu madre le
diagnosticarían cáncer y que tú decidirías dejarme a mí y acompañarla a
ella.
Dalia sintió que sus mejillas se sonrojaban. Sabía que era
una tontería que la inseguridad le ganara y le dejara pensar en que él tendría
otras mujeres sólo por estar en otro país lejos de ella. Acaso no había
demostrado que a pesar de las muchas mujeres revoloteando alrededor de él en
USA y las múltiples situaciones en las que le involucraron para comprometerlo,
él había escogido estar con ella.
-
Recuerda que en casa tienes a Jude… atacándote
cada vez que quiere para que lo escojas a él. – Le dijo Eddie recordándole los
intentos de su hermanastro por enamorarla. – ¿Acaso es justo que yo te pregunte
si venir a estar conmigo en Londres es una estrategia para que yo no me
pregunte si Jude ha estado contigo ya?
-
¡¡¡Touché!!!- Le dijo Dalia. Eso era una
realidad. Jude tenía mucho tiempo tratando de enamorarla. Eddie lo sabía y no
solía reclamarle a ella nada.
-
No quiero atacarte… ni defenderme… sólo quiero
que mires la relación objetivamente. Que fortalezcas tu autoestima y sepas… que
en la misma medida en la que yo soy hermoso, tú eres hermosa. En la medida en la
que yo te gusto y me deseas, yo estoy loco por ti. – Le dijo acercándose a ella
gateando en la cama.
-
Tienes un record estadístico de nuestras
llamadas.- Insistió él. Sabía muy bien la compulsividad de Dalia de hacer
estadísticas de todo. - ¿Cuántas veces
te he invitado a tomarte una semana de vacaciones y venir a conocer a Oxford?
Revisa tus mensajes en whatsapp… acaso no has sacado el record de las fotos que
te he enviado y en cuantos comentarios te he dicho: Tienes que venir a conocer
este lugar. ¿Acaso eso no es insinuarte que vengas a estar conmigo?
-
Si voy a Oxford mañana no voy a encontrar ropa
interior de mujer en tu habitación ni historias de mujeres en las anécdotas de
tus compañeros…- Indicó. Él la jaló de una mano y la hizo tirarse en la cama, la
cerveza terminó en el piso de la habitación. Le rodeó el rostro con sus manos y
la obligó a mirarlo directamente a los ojos. Eddie hizo un camino de besos en
el contorno de su cara.
-
Por cada mujer que me demuestres ha sido mi
amante te entregaré el 5 % de mis acciones. – Dijo él. Dalia abrió mucho los
ojos. Para un jugador como Eddie proponer aquella apuesta sin estar seguro de
ganar no era sencillo. Dalia frunció el ceño.
-
¿Estás seguro de eso? – Le dijo ella. Eddie le
besó entre las dos cejas.
-
Absolutamente seguro. No me he emborrachado ni
una sola vez, no he tenido sexo consentido y sin consentir ni una sola vez y a
mi habitación no han entrado ni mis compañeros hombres de la maestría. – Dalia
suspiró. No esperaba aquel discurso. La idea de un Eddie fiel y comprometido no
había pasado por su mente. Había creido que tendría miles de razones para dar
por terminada su relación sin nombre, pero, tan real como el abrazo en el que
estaban enlazados en aquel momento.
Eddie la hizo levantarse y la llevó a la ducha. Se amaron de
nuevo mientras se aseaban y cuando terminaron de vestirse ya era entrada la
noche en Londres. Cenaron en el restaurante frente a la terraza de la piscina.
La conversación giró en torno a la negociación con el consorcio DDD y los
acuerdos que se habían definido. Eddie no volvió a mencionar el tema de la
relación y Dalia se dio por enterada que ese tema, no iban a sostenerlo en ese
momento.
Al día siguiente, subieron sus maletas al auto alquilado de
Eddie y fueron al encuentro con Sir Barclay para la terminación del proceso de
acuerdo. Había presencia de la prensa y los abogados de la firma de abogados
que les atendía en Europa habían revisado los documentos del acuerdo y, por
último, emprendieron el viaje de una hora hasta Oxford. Eddie la asombró cuando
le llevó a la oficina de la administración y le pidió al administrador que
confirmara cuál era la otra persona autorizada para ingresar a su aparta
estudio. Dalia tuvo que escuchar al hombre decir que sólo podía ser Dalia Hope
y que la residencia era bastante exigente y cuidadosa con las normas.
Luego la llevó a su aparta estudio. Guardó las maletas y le
hizo un recorrido que consistió en dar una vuelta de 360 grados y que terminó
en la cama. Se pasaron la tarde haciendo pereza. Había un pequeño refrigerador
al lado de la cama y tomaron un par de cervezas y picaron pasabocas.
-
Los compañeros estarán en el pub desde las seis.
- Le dijo Eddie. – Quieren conocerte.
-
Entonces me vas a llevar para que la maravillosa
señorita Langa me conozca…- Le dijo Dalia comiendo una manzana como si no
estuviera diciendo nada importante.
-
¿Estas… celosa … de Cris…? – Dijo Eddie
interesado. Dalia miró al techo volteando los ojos.
-
Hablaste de ella al menos diez veces de las
quince que conversaste conmigo durante tu primer mes en la maestría. – Le dijo.
Eddie la jaló y la acostó sobre él en la cama.
-
No seas tonta. – Le dijo él atrapando su cara
entre sus manos. – Cris es lesbiana… ¿te dije eso entre la información que te
dí en las diez conversaciones sobre ella de las quince que contabilizaste?
-
¿Es en serio? – Eddie volvió a reír.
-
Por supuesto que sí. Te adoro querida… - le dijo
y comenzó a jugar con ella.
El pub al que iban era el típico pub inglés. Dalia lo
recorrió fascinada por la experiencia. Siempre había viajado por asunto de
negocios con su padre. Aquella vez se sentía como una turista de paseo en
Inglaterra. Le gustaba, un poco menos que Eddie y mucho menos que tener una
relación con él.
Efectivamente, la famosa Cris apareció casi dos horas
después de la hora de la cita, acompañada de una hermosa italiana que era su
pareja en ese momento. Se deshizo en alabanzas por la belleza de Dalia y en la
inteligencia de Eddie. Era mejor compañero de estudios. Eddie estaba sentado a
su lado en la mesa, con sus manos entrelazadas reposando entre sus piernas.
Cada vez que Cris decía un piropo para Dalia, Eddie apretaba su mano entre sus
dedos.
-
Tranquila, Cris. – Le dijo Eddie en un momento
de la conversación. – Esta chica es mía.
Sin embargo, Cris no le respondió y siguió contándole a
Dalia los momentos más críticos del semestre en los que Eddie le demostró que
era muy inteligente. Dalia se asombró al evaluar aquella velada, descubriendo
que se había divertido mucho, como pocas veces los había hecho en su vida.
De hecho, fue una semana muy divertida. Eddie la paseó por
todos los lugares emblemáticos de Oxford y vivieron momentos muy románticos y
dulces. Tal vez aquello era lo que
necesitaba su relación. Viajes solos comportándose como seres normales y no
estar estresados todo el tiempo con la crisis de poder que generaba Loraine la
mamá de Eddie y segunda esposa de Edward Hope. O las preocupaciones que surgían cada vez que
Dalia analizaba su relación con Eddie. ¿En qué estado de relación estaban?
Estaban viviendo la primera crisis de un matrimonio. El quinto año de relación.
Eddie ni se daba por enterado y Dalia se devanaba los sesos tratando de
entender hacía donde iban.
Regresó a casa con menos nudos en los hombros y con más
entusiasmo en los proyectos de asumir la dirección del consorcio. Eddie se
quedó para terminar su maestría y viajó un par de veces a Nueva York para
verla, así como ella viajó a Oxford un par de veces más también. Se hablaban
todas las noches haciendo un resumen de sus actividades del día… y en algunas
ocasiones tuvieron sexting. Dalia se cubrió la cara con las manos. Aquello
había sido el colmo de aquella relación.
Aquella temporada
llena de tranquilidad y de momentos románticos, terminó el día antes de acción
de gracias cuando el padre de Eddie murió. Casualmente, Dalia lo acompañaba en
una reunión de negocios en la que definían la propuesta de negocios del
siguiente año. Edward no se había enojado ni una sola vez durante la discusión
y tampoco había estado ansioso o angustiado, sin embargo, mientras Dalia
conversaba con él en el auto se dobló sobre su vientre quejándose de un
profundo dolor en su hombro.
Dalia le dio la orden de inmediato al chofer para que
condujera al hospital más cercano mientras trataba de convencer a Edward de
recostarse y controlar el dolor con técnicas de relajación. El hombre jamás
pudo contestarle a Dalia, su lengua embolatada, sus ojos apretados y la fuerza
con la que se doblaba sobre sí mismo, le dijeron a Dalia que el dolor superaba
la fuerza de Edward. Al llegar al hospital, a los mismos enfermeros les costó
trabajo desenvolverlo de su ovillo para acostarlo en la camilla.
Dalia lo miró impotente mientras se lo llevaban a la zona de
atención para casos críticos. Después de parquear, el chofer se acercó a ella
con su bolso dentro del cual, guardó todos los objetos personales de Edward. Dalia sentía un nudo en la boca del estómago.
Tenía que llamar a Eddie pero… ¿qué decirle? ¿Cómo decirle? Un doctor salió
llamando al tutor de Edward Prince. Dalia se acercó en silencio. Debió decir
algo porque el doctor se dirigió a ella.
-
El señor sufrió un infarto. Su estado de salud
es delicado. ¿él tiene un servicio médico especial? Debe llamar a su médico
personal. – Le indicó. Dalia intentó pasar saliva. Tenía la garganta seca.
-
Tranquila, señorita Hope. – Le dijo el chofer
tomándola del codo. – Ya llamé a la señora Teresa.
El chofer la llevó a una silla en la sala de espera. Dalia
sacó el celular y buscó en sus favoritos el número de Eddie. Eddie y un
corazón. Había sido su decisión infantil y enamorada cuando iniciaron su
relación de escribir el nombre de Eddie con un corazón al final. Tenía 13 años,
Eddie tenía 16[GLSS2] .
Como si lo hubiera invocado, Eddie le llamó.
-
Hola. Dijo ella sin tener claro lo que iba a
decir. Eddie se escuchó nervioso al otro lado del teléfono.
-
¿Qué es lo que pasó? – Preguntó él.
-
Sufrió un infarto. Iba a llevarme a casa después
del trabajo y de repente, se dobló sobre su vientre. – Explicó ella. – Hace un
momento, el doctor nos informó que era un infarto.
-
¿Mamá está contigo? – Preguntó él. Dalia
suspiró.
-
El señor Damian me acompaña. Él la llamó. – Le
dijo Dalia.
-
¿Puedes ponerme al teléfono con el médico? – Le
preguntó Eddie. Dalia miró al médico hablando con los familiares de otro
paciente. Se levantó y se acercó a él.
-
El hijo del señor Prince está en Oxford. Quiere
conversar con usted. – Le dijo Dalia. El médico asintió y tomó el teléfono.
Luego de unos segundos se llevó el celular con él hacia dentro de la zona de
atención crítica.
Dalia supo por el médico que Edward había alcanzado a hablar
con Eddie. Luego de aquella situación crítica le habían trasladado a la clínica
de su médico privado. Eddie viajó esa misma noche y llegó en la madrugada a
tiempo para hablar con su padre antes de una cirugía de la que Edward no
sobrevivió. Dalia estuvo todo el tiempo con él. Todo ese tiempo recibió el
apoyo del Señor Edward y de Eddie para trabajar y acompañar a su madre enferma.
Dalia estuvo todo el tiempo pensando que su madre moriría antes que los padres
de Eddie. Suspiró y miró a las personas alrededor de Eddie en el funeral.
Empresarios, socios, relaciones sociales eso era lo que unía a Eddie al 90 % de
las personas en aquella sala. Los pocos familiares eran su propia familia: allí
estaban su padre y sus hermanos. Menos su mamá que estaba en casa al cuidado de
su enfermera. Y en el otro extremo de la sala estaba Jude y la viuda Teresa
Prince… Dalia no podía entender como Jude había pasado de ser el mayor enemigo
de su madrastra al hombro que sostiene a la viuda.
-
¿Es necesario que permanezca aquí? – Preguntó
Eddie hablando en su oído. Dalia lo miró. No era un niño pero suponía que en
ese momento se sentía muy pequeño.
Todo estaría sobre sus hombros a partir de ese momento.
Aunque esa fuese la meta de todos sus años de crianza, de seguro recibir el
poder porque su padre falleció no era parte de sus proyectos a futuro. Dalia
tomó su bolso y se levantó. Le ofreció su mano que Eddie tomó rápidamente y la
siguió hacia la puerta. Tito su hermano los alcanzó.
-
¿Se van? – Preguntó. Dalia asintió.
-
No ha comido nada en todo el día. Voy a llevarlo
a casa para que cene. - Respondió ella.
Eddie dejó que ella tomará el poder .
-
Pero no lo lleves a su casa. Ve a la nuestra…
mamá de seguro tienen comida preparada en el refrigerador. – Le dijo Tito. –
¿Tienes el auto aquí?
-
Tengo mi auto.- Respondió Eddie.
-
Muy bien. Nos vemos en casa. – Dijo Tito y se
fue. Dalia sonrió. Ese hermano suyo y su carácter. Había ido hasta ellos, había
decidido que era lo mejor que podían hacer y ya. Nada de lo que Dalia dijera lo
haría cambiar de opinión.
Eddie continuó caminando hacia el parqueadero. De vez en
cuando se detenía a saludar a alguien conocido en el camino. Todo el tiempo con
la mano de Dalia entrelazada a la suya. Incluso dejó que uno de los señores que
le saludó pensase que Dalia era su esposa.
-
Para Edward debe ser una bendición que tengas
una esposa hermosa e inteligente como Dalía a tu lado. – Le dijo el hombre.
Dalía no pudo identificar quién era en realidad. Supuso que era parte de los
ejecutivos del Consorcio dado que la llamaba por su nombre.
-
Dalia es mi mayor bendición.- Corroboró Eddie. Y se despidió. Dalia lo siguió en silencio.
Eddie condujo hacia la casa de la familia Hope. Un poco
porque la compañía de la mamá de Dalia era lo mejor que podía esperar de la
vida en ese momento y otra… porque no quería estar en la misma casa de Loraine y
de Jude. Sus padres se habían divorciado
hacía ya un tiempo. Su padre vivía en un apartamento en Manhattan y Eddie vivía
con su madre en la mansión de los Hamptons. Dalia no conversó en el recorrido.
Se bajó corriendo del auto y le abrió las puertas del garaje para que lo
guardara. Tito dejaría el de la familia afuera al cuidado de los vigilantes.
Eddie se bajó del auto y caminó de inmediato hacia la
habitación de la madre de Dalia. Tocó suavemente a la puerta y se anunció. La
señora le dio su autorización para que entrara de inmediato. Dalia se fue a la
cocina a buscarle algo de comer.
Cuando llegó a la habitación de su madre con la bandeja de
comida los encontró intercambiando historias graciosas de la infancia de Dalia.
Ella no pudo evitar sonreir mientras su madre contaba una historia. Le organizó
la bandeja en una mesa baja que su madre tenía en la pequeña salita de visitas
de su habitación. Eddie se sentó en el suelo a comer y la señora Sofía se bajó
de la cama y se cambió de lugar a un sofá cerca de él. Dalia se sentó en el
suelo al lado de Eddie.
-
¿Vas a comer conmigo? – Preguntó Eddie al ver
que solo había un servicio en la bandeja. Dalia se negó moviendo la cabeza. –
Claro que sí. Tú no has comido nada en todo el día acompañándome a todos lados.
Sofía continuó contando su historia y Eddie empezó a darle
trozos de la fruta que Dalia había servido para él. Dalia aceptó comer y le
llevó un par de bocados a la boca a él. Sofía los miraba mientras hablaba.
-
No hagas trampa. – Dijo ella. Sofía sonrió.
-
Ustedes dos son demasiado parecidos. ¿Creen de
verdad que puedan tener una relación duradera? – Preguntó Sofia. Dalia no alzó
la mirada ni dijo nada. Eddie tomó una mano de ella y la besó.
-
Esta… es la relación más larga que he tenido en
mi vida. – Le dijo él. Sofia sonrió.
-
Estoy segura de ello. – Le confirmó. – No vayas
a casa hoy. Duerme con Dalia en su habitación. Tiene una cama doble amplia y
cómoda.
Dalia levantó la cabeza de inmediato y miró a Eddie. Este
sonrió. Ella era muy inocente si pensaba que sus padres no sabían de su
relación sexual pensó él. Ella estaba pensando en el gran paso que constituía
dormir en su casa, en su cama. Era un punto de no retorno en su relación.
-
Podría incomodar a William… - Dijo Eddie
mencionando al padre de Dalia. Sofia sacudió una mano en el aire.
-
Nada de eso. No somos ignorantes ni inocentes.
Sabemos perfectamente qué tan cercanos pueden ser ustedes dos. – Dijo Sofía
dando por terminada la conversación. Dalia puso los ojos en blanco.
-
No te preocupes, mamá. Él va a dormir con Tito y
Freddy dormirá conmigo. – Insistió ella. Sofía le lanzó un cojin.
-
Ya les dije. Duermen juntos como siempre lo han
hecho cuando les ha dado la gana. – Concluyó Sofía. Eddie no pudo evitar reir
de las ocurrencias de la señora.
-
Pero… termina de contarme …¿Qué hiciste cuando
encontraste a Dalia subida en el árbol? – Preguntó Eddie para que Sofía
terminara su historia y ambas se olvidaran de la incomodidad de la disposición
para dormir.
Sofia terminó de relatar su anécdota y Dalia no pudo evitar
reir a la par de Eddie. Siempre fue bastante inquieta. Sofía podía hablar horas
enteras de las travesuras de su infancia. En bicicleta, en patines, trepando
árboles, sobre paredillas, saltando de techo en techo… habían demasiadas
historias todas destinadas a apoyar la teoría de su madre de que Dalia era una
mujer femenina y elegante gracias a su esfuerzo y crianza.
Eddie se recostó en el sofá y se trajo a Dalia sobre su
pecho recostando su cabeza sobre su hombro. Con una mano sostenía la mano
derecha de Dalia y con la otra le acariciaba el brazo. Un par de horas después
llegaron los hombres de la casa. Dalia y Eddie se despidieron de los padres de
ella y se fueron a la cocina para lavar juntos los trastos. Dalia lo dejó secar
los platos que ella lavaba. Eddie necesitaba realizar esa labor para distraerse
de los pensamientos sobre el funeral.
Tito le trajo a Eddie una camiseta para dormir.
Advirtiéndole que Dalia no encendía la calefacción de su habitación durante
aquellos días de finales de otoño. Y podría morirse de frío si no se cubría con
algo caliente. Eddie sonrió a Dalia con ese gesto de complicidad que Dalia
conocía muy bien. Ella sabía muy bien cómo se calentaría él con ella.
-
Mañana les puedo servir de chofer. No tengo que
ir a la universidad. ¿Pasarás acción de gracias con nosotros? - Preguntó Tito.
Eddie suspiró mirando sin ver el plato en sus manos.
-
Eso no se
pregunta. Él está bajo mi tutela cuando está en Nueva york. – Le dijo Dalia.
Eddie asintió.
-
Sí… Eso es cierto. Tu hermana es mi dueña y
señora. – Le dijo Eddie. Tito sonrió.
-
Entonces tengan una buena noche. Nos vemos
mañana. – Le dijo el chico y salió de la cocina.
Dalia y Eddie terminaron de organizar la cocina y se fueron
a la habitación. Eddie se dio una ducha antes de ir a la cama. Dalia revisó
unos documentos de la empresa que enviaría con Tito a la secretaria de Edward.
Habían quedado tantas cosas pendientes, Edward no había esperado morir en mitad
de semana. Pensó Dalia al ver todos los documentos que habían quedado
pendientes para su firma.
Aquella, si había sido una previsión de Edward. Había hecho
que William Prince tramitara una autorización para que, en caso de ausencia
temporal o definitiva de ellos, Dalia y Eddie estuvieran habilitados para
realizar todo tipo de transacción como si fueren ellos mismos. Cuando Dalia
había tenido que asistir a la junta directiva en la que se aprobó tal decisión,
había discutido con su padre. Por qué tomar decisiones tan negativas, pensando
en muertes y desapariciones. Pero, un mes después, uno de los socios del
consorcio había sufrido el flagelo social del secuestro. Todos en la familia
había sufrido mucho porque no había posibilidad de que ningún otro miembro de
la familia tuviera acceso a la cantidad de dinero que solicitaban.
Dalia acariciaba la carpeta cubierta de cuero y marcada con
el nombre de Edward Prince cuando Eddie salió del baño. Él no hizo comentarios y se fue hasta la cama.
Unos minutos después le dijo:
-
Apaga ya las luces… Ven a dormir que estas
agotada. – Dalia tuvo que reconocer que era cierto. Estaba cansada física y
mentalmente de todas las emociones de ese día.
Se levantó y se dio una ducha rápida. Se deslizó entre las
sábanas dejando que Eddie la abrazara como si ella fuese una enorme almohada.
Dalia cerró los ojos y disfrutó de su aliento sobre sus mejillas, las manos que
cubrían sus hombros y las piernas entrelazadas.
-
¿Recuerdas aquella primera vez en el viaje a
Ibiza? – La escuela había organizado un viaje a Ibiza. William le había
indicado a Dalia que ella iría a ese crucero si Eddie también lo hacía. “¿Por
qué Eddie? Había preguntado Dalia a su padre. Él le había dicho con toda
claridad. “Si vas a tener una relación con alguien, lo mejor es que sea con tu
socio.” A Dalia aquello le había parecido una idea descabellada y macabra por
parte de su padre. Pero cuando Eddie subió al crucero en Saint
George(Bermudas), para alojarse justo en la habitación al lado de la suya, supo
que la idea era un hecho pensado y consumado por los tres hombres.
-
Sí. – Dijo simplemente Dalia. Eddie se rascó la
nariz con su cabello.
-
Nunca imaginé que aceptar las locuras de mi
padre podría ser tan emocionante. – Confesó él todavía nostálgico rememorando
el ayer. – Tenías 18 años, el crucero era parte de tu regalo de cumpleaños. Y
yo… ¿era parte de ese regalo?
-
Más bien yo era una treta para que regresaras a
la universidad. - Eddie asintió y cada
uno de sus movimientos provocaban oleadas de placer en Dalia más poderosas que
si estuviera seduciéndola.
-
Hmmm… Eso también. Te pasaste toda aquella tarde
hablando de lo maravilloso que era estudiar en Harvard negocios… - Dijo Eddie
.- Y yo me convencí de que regresaría a la universidad porque tú me habías
mostrado lo fantástico que era estudiar allí contigo.
-
¿Es decir que no regresaste por el curriculum de
la Universidad? – Preguntó ella con los ojos cerrados sabiendo que él no
hablaba de eso. Eddie dejó que su risa acariciara su oído.
-
No, señor. En lo último que yo pensaba era en
los estudios. - Le dijo. Dalia soportó
sus emociones sin moverse.
-
De hecho, creo que la única vez que has
estudiado realmente es en estos dos años en Oxford. – Eddie volvió a reir.
-
Contigo al teléfono revisando todos mis apuntes
y editando todos mis trabajos… es muy difícil que repruebe o me distraiga. – Le
dijo él. Dalia no habló. En su voz se evidenciaría que estaba derretida en el
abrazo. – Pero yo recuerdo aquel viaje…
No fue la primera vez que tuvimos sexo… pero fue la primera vez que dormimos
juntos… No una noche… sino diez maravillosos días. – Dalia trató de mantener el
ritmo de su respiración.
-
Fue un viaje maravilloso. – Comentó en un hilo
de voz. Eddie la abrazó con más fuerza.
-
En él entendí que más allá de una decisión de
nuestros padres para asegurar nuestro futuro… Me encantaba ser tu pareja. –
Dalia dejó que Eddie le diera vuelta y lo hiciera mirarlo. – En ese viaje, me
casé contigo. Dalia tragó en seco y parpadeó varias veces como siempre que
estaba nerviosa. Eddie sonrió. – Así es… Eso que estás pensando… Dalia Hope…
quiero que te cases conmigo.
Dalia abrió los ojos impresionada. No la estaba seduciendo.
Estaba preparando su mente para proponerle matrimonio. Pero… Este hombre no
podía hacer nada de manera lógica y tradicional. Quién proponía matrimonio medio
desnudo en un abrazo tan… ¡¡¡Cielos!!!
-
¿Sabes cuántas mujeres has involucrado en
intentos por terminar con esta relación? – Preguntó Dalia. Recurriendo a los
temas que lo hacían desistir del matrimonio.
-
No creo que lo que detestas a esas mujeres todas
juntas sea igual que lo que odio tu amorío con Jude. – Le dijo él. Dalia cerró
los ojos.
-
Era la única persona que haría que te
interpusieras… sólo por fastidiarlo a él vendrías a impedirlo. - Le dijo Dalia.
Eddie la abrazó más fuerte aún para hacerla sentir como su cuerpo temblaba por
ella.
-
Tú hiciste que detestara a ese imbécil. - Dijo
él y la besó apasionado mordiéndole los labios para manifestarle su castigo. –
Odio pensar que te besó, que te tocó…
-
¿Porque yo soy de tu propiedad? – Preguntó
Dalia. Eddie sonrió con tristeza
-
Porque yo soy Eddie de Dalia Hope y tú eres
Dalia de Eddie Prince. No eres mi propiedad, eres mi persona… la única que me
hace amar, la única en la que pienso si me dicen esposa, amante, novia o
cualquier otra de esas palabras que rotulan una relación. – Le dijo besándola
en el rostro y en el cuello. - Debo
reconocer que he tenido sexo con dos o tres mujeres en el camino. Pero… hasta
en ellas te estoy buscando a ti. Cásate conmigo… tal vez así pueda tener sexo
con otra.
-
¡¡Estúpido!! ¿Qué clase de proposición de
matrimonio es esta? – Preguntó Dalia golpeándolo en el pecho. Eddie le tomó por
las muñecas y la sujetó.
-
Cásate conmigo… para poder decir que eres mía…
no por una decisión de nuestros padres… sino por nuestra decisión… - Dalia
suspiró.
-
Lo soy. – Le dijo. – Soy tu pareja por siempre.
Aún sin papeles, aún sin anillos, aunque nuestros padres hubieran dicho que
no…- Eddie no la dejó seguir hablando. La besó esta vez con el profundo deseo
de sellar aquella promesa y tener sexo con la mujer con la que hacerlo siempre
significaba hacer el amor.
La puerta del baño se abrió y Dalia se enderezó en la tina.
¿Podía ser más incómoda la situación al verlo entrar sólo con su pantalón de
pijama corto y chancletas? Desde que se casaron y comenzaron aquella maratón
para obtener el poder de la empresa familiar, no habían tenido un momento
intimo sin afanes como el de aquella mañana. ¿Sería el consciente de que ella
estaba desnuda debajo de aquella tina llena de espumas y estaba pensando en el
tiempo que había pasado desde la última vez que tuvieron sexo como lo estaba
haciendo ella en ese momento?
-
Ahora qué… ¿Mi baño es la sala de juntas? –
Preguntó ella fingiendo enojo. En realidad, su corazón latía a millón y no
estaba segura de que su voz no hubiese sonado temblorosa.
-
Es mucho más agradable que la de la empresa. –
Se burló él sentándose en el bacín del inodoro. Dalia intentaba mirarlo a los
ojos y no a su pecho desnudo, un poco sudoroso y muy bien formado gracias a una
hora de ejercicio diario.
-
Pues no me parece que entres al baño y que interrumpas
mi baño de espuma con las locas suposiciones de conspiración de tu madre. – Le
dijo ella tratando mantener sus pensamientos en el tema laboral y alejarlo de
las emociones que él revolcaba con su sola presencia medio desnudo en su baño.
Revolcar. Era el término exacto de lo que sucedía cuando
pensaba en él como su marido al que no podía tocar y dejaba de verlo como su
socio de negocios. Suspiró tratando de aligerar los nudos de tensión que
empezaban a formarse en sus hombros. Su cuerpo estaba alborotado, literalmente
debajo de las espumas rosa de su jabón de baño y él estaba como si aquella
escena fuera un encuentro normal y diario.
-
Tuve que interrumpir mi sesión de ejercicios
porque mi cerebro no hace más que dar vueltas a la escena de ayer. - Le dijo
él. ¡Cielos! Él estaba realmente preocupado porque su madre fuese parte de un
complot para apoderarse de la empresa y ella estaba pensando cualquier cantidad
de cosas sensuales menos en eso.
-
Igual… me gustaría que salieras del baño para yo
salir, vestirme y poder hablar contigo. – Le dijo ella. Eddie la miró por
primera vez en todo ese tiempo como una hermosa mujer metida en una tina
cubierta solo por espuma rosa.
-
Yo… ¡!Diablos!! Te espero afuera. – Dijo de
repente y con un ligero tono chillón saliendo raudo a la habitación. Eddie se
detuvo a mirarse en el espejo del vestidor. ¿En qué estaba pensando? En la
empresa. Sí, pero la mujer en el baño no era sólo su socia… era su esposa. Y no
había pensado en eso cuando decidió acudir a ella para compartir sus
preocupaciones. Se acercó al armario de camisetas y tomó una al azar. Una
tontería en realidad porque todas eran blancas.
-
No quise echarte. – Le dijo Dalia saliendo del
cuarto de baño en bata. Ella se acercó a los armarios a la derecha del
vestidor. Toda la pared de la izquierda era ropa de él y toda la pared de la
derecha era la suya. Tomó un vestido con corpiño y unos pantis. Eddie salió del
vestidor y se sentó en una silla del balcón.
Dalia se vistió rápidamente y
empezó a cepillar su cabello. Estaba inclinada hacia adelante con la cabeza
hacia abajo cepillando cuando alguien tocó en la puerta de la habitación. Eddie
no se levantó de la silla, solo indicó que el visitante podía pasar. El ama de
llaves de la casa entró con una mesita con ruedas en la que traía el desayuno.
Dalia se enderezó y arregló su
larga cabellera rubia con los dedos de sus manos. La señora Márquez no dio
importancia a la escena. Llevó la mesita hasta el balcón y obligó a Eddie a
levantarse para hacerle espacio entre las dos sillas de hierro del balcón.
Trabajaba en la casa de Eddie desde que este tenía 5 años, cuando él llegó con
Dalia vestida de novia, informando a todos en casa que se habían casado, ella
había sido la primera en tomar la maleta del recibidor y subirla a la
habitación de Eddie. Ella había sido también quien tomara las cosas y las
acomodara. Un lado para el señor y otro lado para su esposa.
Dalia le sonrió a la señora
Márquez que ya se retiraba cuando ella apenas estaba a punto de dirigirse al
balcón. Eddie estaba tomando jugo de naranja natural de un vaso de
cristal. Dalia revisó el menú. Tostadas
de pan de canela, mantequilla, huevos revueltos, café bastante cargado para
ella y el jugo de naranja natural para él. La señora Márquez conocía muy bien
los gustos de ambos. Era una empleada eficiente.
-
¿Podría ser posible que Loraine esté enamorada
de Jude y que no sepa lo que está haciendo debajo de la mesa? – Preguntó ella
sin preámbulos sentándose al otro lado de la mesa. Eddie suspiró.
-
En un mundo de fantasía… mi madre sería una
dulce mujer mayor viuda y sola. – Dijo él con tono irónico. Dalia hizo un gesto
de asombro levantando una de sus cejas. En realidad, le asombraba que él
pudiera decirlo en voz alta pero no le sorprendía que lo pensara.
-
¿Crees que quiere quitarte la empresa porque te
casaste conmigo en una jugada maestra que te convirtió en el Presidente de la
compañía? - Preguntó ella siguiendo la línea de los pensamientos. Eddie la
miró. No había podido encontrar una mujer que adivinara sus pensamientos de
aquella manera.
-
¿Es cierto que tu tía abuela te enseñó a leer el
futuro en el fondo del café? – Preguntó él sin confirmarle que lo que ella
pensaba era exactamente lo que él estaba pensando. Dalia sonrió con un aire
enigmático en su expresión.
-
Y ¿cuándo has tomado café …? – Preguntó ella.
Eddie sonrió sin ninguna expresión en su rostro tal como solía hacerlo para las
fotos de los periodistas.
-
Mi madre es un ser lejano y extraño desde que
llegué contigo a casa. – Reconoció él. Dalia se asombró de nuevo. ¿Él estaba
confiando a ella sus más íntimos pensamientos? Empezó a comer para darse tiempo
a pensar en lo que diría. – Yo pensé hasta ese día que casarme contigo y
obtener el control de la empresa era exactamente lo que ella estaba esperando.
-
Tal vez no fue el matrimonio, sino la novia. –
Le dijo ella comiendo con tranquilidad. Eddie le miró de reojo. – Esther habría
sido una flor más dulce y tierna que yo.
Eddie se sentó derecho en la silla y la observó. Esther Sims
habría sido una esposa dulce y tierna, mucho más manipulable… Muy manipulable,
se corrigió a sí mismo que Dalia. Pero ella, la mujer enfrente era pasión y
fuerza tal como la flor que lleva su nombre. Por supuesto que su madre no había
imaginado jamás escoger a Dalia como su esposa. Quería ser la reina, no tener
competencia. Dalia alzó una ceja como preguntando en qué pensaba. Eddie sonrió.
-
¿Te arrepientes de haberte casado? – Le dijo él.
Dalia parpadeó varias veces como solía hacerlo cuando la sorprendían. No iba a
revelarle que se había casado con él por las mismas razones que lo había hecho
él con ella. Tener el control de la empresa garantizaba la vida de 3000 empleados
pero sobre todo el estilo de vida de sus familias.
-
¿Te estás arrepintiendo? – Le preguntó de
vuelta. Eddie sonrió. – ¿Acaso quieres regresar a tu vida de playboy fiestas en
yate y cantar en las discotecas?
-
Ya no estoy para ese estilo de vida. Las niñas
son cada vez más niñas o yo soy cada vez más viejo. – Le dijo sin dejar de
sonreír. Dalia frunció el ceño.
-
¿Estás buscando un cumplido, Esposo? Sabes que
nunca había tenido guardaespaldas hasta que me casé contigo. – Le dijo y colocó
un trozo de tostada en la boca de él. – Tus admiradoras me asustan. En cantidad
y en tenacidad. La edad es lo de menos.
-
Y ¿darme el control de los negocios, fue buena
idea? – dijo él con comida todavía en la boca. Dalia lo miró a los ojos.
-
Darte el control siempre ha sido buena idea. –
Le dijo ella con seriedad. Eddie asintió. Entendía que ella no hablaba de los
negocios. Hablaba de la reorganización de toda su vida que Eddie había hecho
para que ella dejara de tener la carga de toda su familia sobre sus hombros.
Dalia había sido la mano derecha de su padre desde los 15
años. Las pocas veces que se escapaba para ir de fiesta o de paseo con sus
amigos terminaba regresando de emergencia a su casa porque su madre había
recaído en el proceso de cáncer que ya llevaba siete años de su vida, o sus
hermanos menores se habían involucrado en algún delito menor de los muchos que
solían cometer en actos de rebeldía contra el abandono de sus padres. Su padre
obsesionado con el trabajo y su madre obsesionada en ser mártir por estar enferma,
habían dejado el cuidado y la autoridad sobre sus hermanos en Dalia. Pero,
¿Podía una chica de 15 años ser madre de uno chico de 13 y otro de 10?
Eddie la conoció así. Ambos entraron a la misma preparatoria
que les llevaría a la universidad para estudiar finanzas. Nunca tuvo un
pensamiento distinto al verla que admiración y respeto por mantener esa doble
vida de chica fashion y mamá de sus hermanos. Muchas noches le sirvió de chofer
de cualquier discoteca en la que estaban bailando hasta el hospital o la
inspección de policía en la que tenía que ir a rescatar a alguno de sus
hermanos.
Cuando decidió irse a vivir a Inglaterra y estudiar la
maestría allá, en el fondo tenía el deseo de tomar distancia y mirarla desde
lejos. Saber que ella le pertenecía y que había sido escogida para ser su
esposa, en ocasiones le hacía sentir que no podía tomar decisiones propias. Aunque
sabía de ella porque terminaba representando a su padre en la junta directiva
cuando las cosas empezaron a complicarse en el emporio Prince-Hope, su padre le
contaba de sus audaces comentarios y de sus impetuosas decisiones que a la
final resultaban ser ingeniosas y útiles. Eddie no regresó al país hasta que su
padre murió.
Dalia sacudió la mano delante de los ojos de Eddie sacándolo
de sus recuerdos.
-
Vamos, tomemos al toro por los cuernos. – Le
dijo ella. Se levantó de la mesa lo tomó de la mano y le hizo levantarse. – Ve
a vestirte. Tenemos que ir a trabajar.
-
¿Qué significa tomar al toro por los cuernos? –
Repitió él en pésimo español. Dalia sonrió. Había hablado en español sin
pensarlo. Su abuela la había motivado desde pequeña a aprenderlo.
-
Tomar el toro por los cuernos. – Repitió en
inglés mientras lo empujaba hacia el baño. – Rápido. En el auto te cuento mi
plan. Aquí siempre siento que alguien escucha tras la puerta.
Eddie la encontró en el recibidor hablando con el jardinero
sobre la mejor manera de cultivar geranios. Se recostó a la puerta mientras la
miraba hablar de abonos y tierras húmedas. Cualquiera podía imaginar que era
una mujer de vida sencilla, pensando en su jardín y en sus plantas. Eddie
estaba seguro que apenas se subiera al auto cambiaría el tema de conversación
de cultivar jardines a cómo hacer que las acciones de la empresa no pasaran a
manos de su peor enemigo. El hijo putativo de su padre, hijo de su primera
esposa, que había enamorado a su madre y ahora estaba a punto de obtener un
paquete enorme de acciones en un matrimonio que habían anunciado el día
anterior.
En algún momento, Dalia se levantó y lo tomó de la mano. El
jardinero salió por una puerta ventana que daba al patio central de la casa y
ella lo llevó a él por el pasillo hacia el garaje. Dalia lo llevó hasta el
convertible azul de su padre.
-
¿Por qué este auto? – Preguntó él recibiendo las
llaves de las manos de ella.
-
Porque ya lo hice revisar y no tiene micrófonos.
Encontré uno en el espejo retrovisor de tu Bugatti. – Le dijo ella. Eddie que
hasta ese momento no había prestado atención a su comentario de los oídos que
escuchan detrás de la puerta lo miró asombrado. Ella dio vuelta y se subió en
el asiento del pasajero.
-
¿Es en serio? – Preguntó él. Ella asintió y se
subió. Eddie subió rápidamente. – Crees que haya sido mi madre o Jude.
-
Definitivamente él. Todavía sigo creyendo que Loraine
no sabe de las intenciones de Jude ni de los alcances de su ambición. – Le
dijo. Eddie condujo hacía fuera del garaje con el ceño fruncido.
-
Me siento realmente impresionado. No pensé que
llegara a tanto. – Dijo como si pensara en voz alta.
-
No frunzas el ceño. No le reclames tan pronto lo
veas y no reveles nada de lo que vas a hacer hasta que ya sea un hecho. – Le
dijo ella. – Tienes que hablar uno a uno con los socios minoritarios. Si ellos no
quieren verse involucrados en la guerra de poderes que te vendan sus acciones o
que te den el poder de administrarlas.
-
¿Acaso crees que todos confían en mi como lo
haces tú? ¿Cuántos de esos hombres y mujeres pueden estar convencidos de que
soy el CEO ideal? – Preguntó él conduciendo muy rápidamente para estar en la
ciudad.
-
Bueno pues es hora de que demuestres tu poder de
convencimiento. Eras un seductor afamado… enamóralos de ti como lo hiciste con
todas esas chicas en la universidad. - Le dijo ella. Eddie aprovechó un
semáforo para mirarla.
-
¿Es algo que te incomoda? – Ella alzó la ceja en
ese gesto de pregunta que Eddie empezaba a reconocer. – Las chicas de la
universidad, mi vida de playboy…
-
No hablaremos de sentimientos hasta que esto
termine. Lo prometiste. - Le recordó
ella. Eddie retomó la marcha, el semáforo cambió.
Eddie recordó el día de su boda. Habían hablado por teléfono
durante horas poniéndose de acuerdo, día, lugar, hasta llegó con un acuerdo
prenupcial preparado… Dalia lo controló todo y lo volvió loco cuando llegando
al altar lo detuvo y le dijo: “De aquí en más, tú tendrás el control de todo…
menos de mis sentimientos. Hablaremos de ellos cuando tengamos el poder de la
empresa.” Eddie tuvo que hacer un gran esfuerzo por seguir caminando hacia el
altar a su lado. Los hermanos de Dalia fueron sus testigos. En la enorme
capilla sólo estaban ellos cuatro y el sacerdote. Y aún así, Eddie se sintió
como que ella le había gritado en medio de una muchedumbre. No estaba enamorada
de él, esa boda no tenía cabida a sentimientos. Era un negocio, una
transacción, una unión de fuerzas para tomar el poder. Y, allí, sintió una
profunda tristeza porque ella no sintiera por él nada.
Dalia continuó describiéndole lo que debía hacer para
recuperar el control. Su padre le había dejado las acciones y el poder a él. Y
si acaso eso no era suficiente apoyo, debía describir todas las transacciones
de negocio que realizó desde la universidad en Londres y que redundaron en
ganancias para todos. Y al final, si aun así no había otra opción, tenía que
recordarles que ahora era el esposo de Dalia Hope y que entre los dos tenía el
52% de la empresa. Eddie pensó igual. Lo último que utilizaría sería su
matrimonio con Dalia. Esa jugada había sido única y exclusivamente un as bajo
la manga que había sacado cuando supo que Jude la estaba cortejando.
Jude… ¿Ese animal ponzoñoso y mañoso cómo había podido
escalar en la empresa hasta el punto de atreverse a mirar a Dalia? Eddie empuñó
el volante y apretó el acelerador. Dalia le colocó una mano sobre la suya en el
volante. Eddie la miró de reojo.
-
No vas a matarnos ahora. – Le dijo ella. Eddie
bajó la velocidad. Tenía razón. No podía desconcentrarse de lo que estaba
haciendo y causar un accidente. Jude le removía las entrañas y deseaba lo peor.
-
¿Todo esto que me has dicho lo pensaste mientras
Jude te enamoraba? – Le preguntó él.
Dalia se sorprendió. Había creido hasta ese minuto que Eddie no sabía de las
atenciones de Jude con ella en el pasado.
-
No me lo vas a creer, pero, se me ocurrió
mientras me vestía esta mañana. – Le dijo ella. ¿Tenía que negar que Jude en
algún momento intentó involucrarse con ella? Movió la cabeza diciéndose que no
a sí misma. Hablar de eso sería tomar el tema de los sentimientos y revelar
porque escogió unirse a Eddie y no a Jude.
-
Te creo. Siempre has sido una analista acertada.
Papá hablaba todo el tiempo de tu habilidad para mirarlo todo y sacar una
conclusión, aparentemente impulsiva por lo rápida, pero, en el 99% de los
casos, precisa. – Le dijo él.
-
Tu papá solía llamarme la bruja de las
finanzas. – Recordó Dalia. Edward Prince
había aceptado que Dalia fuese a hacer su pasantía para la maestría en finanzas
dentro de la compañía. Su padre había sufrido un infarto y estaba convaleciente
en casa. Dalia tuvo que tomar la decisión de continuar su formación académica o
seguir siendo la mamá de todos en casa así que se quedó con el puesto de su
padre en la compañía.
Desde el primer día, Edward la
probó en el tema de las inversiones. Le proponía todas las semanas negocios de
diferentes partes del mundo, Dalia tuvo que leer mucho sobre economías diversas
antes de que terminaran los tres meses de pasantía. Pero Edward siempre dio un
parte de victoria para ella cuando hablaba con Eddie. Llegaron al edificio
Reina Sofía. El consorcio Prince – Hope tenía 40 años de funcionar allí. Ese
viejo edificio había sido la primera inversión de su padre y le había puesto el
nombre de su abuela.
Dejaron el auto en el garaje y
según la nueva tradición, que todavía le costaba a Eddie mucho, Dalia esperó a
que él le abriera la puerta del auto para bajarse. Dalia bajó con su bolso en
una mano y el morral de Eddie en el hombro. El cabello perfectamente peinado
caía sobre los hombros hasta cubrirle el pecho, las canas que tenía desde los
quince años brillaban doradas mezclándose con su cabello castaño. Sus ojos
color miel lo miraron con esa actitud inquisidora de siempre. ¿En qué estás
pensando cuando me miras? Pensó Eddie que era la pregunta de ella. Suspiró y
dio media vuelta. Ella le diría algo seco y tajante si él le decía que se veía
hermosa.
La mañana se pasó rápidamente
mientras ellos contactaban a los otros socios del consorcio por teléfono. La
llamada siempre puntual y precisa de la Señora Márquez a las 11 de la mañana
para preguntar si irían a almorzar a casa sorprendió a Dalia. Suspiró mirando
el cuadro que su madre había pintado para su padre y que seguía colgado en la
pared frente al escritorio. Había sido una de las últimas obras de Sofía antes
de caer en la enfermedad que la alejó de los botes de pintura y el óleo. Dalia
había prometido ir a almorzar ese día con ella. Y no lo había recordado hasta
ese momento.
-
¿Señora Márquez preguntó usted a Eddie? Yo tengo
un almuerzo con mi madre. – Le dijo.
-
El señor Prince dijo que usted me indicaría
dónde sería su almuerzo de hoy. – Le respondió la señora Márquez. Dalia sonrió.
-
Bueno, entonces… nos vemos en la cena. No
tenemos compromisos para entonces. – Le indicó Dalia a la señora que satisfecha
con la respuesta y sin ningún otro interés cerró la llamada.
Dalia pensó en llamar a Eddie. Luego decidió que no podría
hacer mucho hasta las doce así que cerró todas sus carpetas las guardó en la
gaveta y le dio llave. Al salir de la oficina miró en silencio a su secretaria
antes de hablarle. Cecilia trabajaba para su padre desde los 25 años. Ahora
había decidido retirarse. 65 años era una edad promedio de jubilación en su
país, le había dicho a Dalia. Estaba en el proceso de seleccionarle una nueva
secretaria.
-
¿Cómo vas con tu tarea de buscar reemplazo a lo
irremplazable? – Cecilia sonrió. Dalia jamás le había hablado con formalidad.
-
Ya tengo un bello ramillete de 5 que destaqué en
un proceso de 100 aspirantes. – Le dijo. Dalia hizo un guiño de disgusto con la
nariz.
-
No hay ni dos como tú… de dónde ibas a sacar
100… Ojalá te demores todo este año. – Le dijo Dalia haciendo alusión a que
había establecido noviembre como su último mes de trabajo.
-
No te preocupes. La persona que escogeré será de
tu completo agrado. – Le dijo Cecilia sonriendo. Dalia suspiró.
-
No regreso después de almuerzo. Voy a tomar el
té con uno de los socios en el club. Pero no quiero que nadie sepa que me
estaré reuniendo con los socios. – Le indicó.
-
Muy bien. Te vas a encontrar con una amiga de la
infancia en el club. Nos vemos mañana. – Dijo Cecilia. Dalia sonrió.
-
¿Esa habilidad también se la vas a enseñar a tu
reemplazo? - Se burló mientras salía de
la oficina.
Dalia se dirigió a la oficina de Eddie y en el camino saludó
a todos los que encontró. Aquellos pasillos eran como corredores en un hotel.
Paredes y puertas que daban a diferentes apartamentos en los que estaban
ubicados cada una de las secciones del consorcio. El padre de Eddie y el suyo
jamás pensaron en remodelar el edificio de tal modo que al transitar pudieran
observarse a las personas trabajando y no esos muros que parecían eternos.
Encontró a Eddie dictando a su secretaria. Había adoptado la
costumbre de dejar abierta la puerta de su oficina cuando la secretaria estaba
sola con él. Dalia suponía que era una estrategia para que no le adjudicaran
amoríos o enredos con la mujer que en verdad era muy hermosa, aunque tuviera 40
años.
-
¿Terminaste? -
Preguntó él tan pronto la vio. Dalia sonrió a modo de saludo para Lucia,
la secretaria y negó moviendo la cabeza.
-
No, pero prometí a mi mamá que almorzaría con
ella hoy. Quiere organizar el cumpleaños de Freddy aunque ella no pueda salir
de su habitación. – Le informó. Eddie miró a Lucia
-
Bueno, entonces dejamos hasta aquí. En la tarde
no voy a regresar tengo una junta con alguien. – Le dijo Eddie a Lucía. Se puso
de pie y empezó a recoger sus cosas:
agenda, bolígrafo, celular… todo con toques de oro en algún detalle de
su cubierta y con sus iniciales y por supuesto, su Tablet que no dejaba a sol
ni a sombra.
-
¿Vendrás conmigo donde mi mamá? – Preguntó
Dalia. Eddie sonrió con un gesto tan coqueto y sensual que Dalia tuvo que
ponerse las manos en el vientre.
-
Tienes que trabajar muy duro para deshacerte de
mí. – Le dijo él.
Dalia sonrió y dio media vuelta. Eddie se la alcanzó en el
ascensor. Él miró su imagen en las puertas plateadas del ascensor. Delgada,
alta y segura. Dalia podía parecer una flor delicada y hermosa, usaba vestidos
brillantes y coloridos siempre que ocultaban el carácter fuerte, la energía
inagotable y el espíritu indomable. Cuando la escuchó decir sus votos
matrimoniales en el altar, estaba completamente seguro de que su compromiso de
fidelidad, obediencia y protección sólo sería cierto en la fidelidad y la protección.
No podía imaginar que fuese obediente con él ni con nadie. Eso sólo sería
posible en un universo alterno.
En el camino a la casa de su madre intercambiaron detalles y
consejos para las citas de la tarde. Cada uno de ellos iría a ver a una persona
diferente. Ninguno de los dos tocó el
tema de los sentimientos. Ese era un punto casi al final en la agenda de temas
de su acuerdo matrimonial. Si alguien los escuchaba, pensaría que son dos
socios de negocios realizando acuerdos de trabajo. Dalia miró de reojo a Eddie
mientras lo escuchaba señalar los puntos de interés del socio que ella vería.
Amaba a Eddie. Lo había adorado desde la primera vez que lo
conoció. Ella tenía 9 años y él tenía 11. Había iniciado la escuela secundaria
y empezaba a crecer. Dalia que devoraba las novelas rosa que su madre dejaba
por todos lados pensaba que él era un príncipe en formación. Sonrió recordando
sus fantasías con Eddie.
-
¿Qué es tan gracioso? – Preguntó Eddie
descubriendo su sonrisa. Estaba detenido en un semáforo. Dalia parpadeó varias veces
era su gesto para despertar de sus sueños.
-
Nada. Recordaba el día en que nos conocímos. No
parabas de hablar de música y de baloncesto. Estaba segura de que serías
artista o deportista en el futuro. – Le reveló. Eddie suspiró.
-
Si. Muchas profesiones pasaron por mi mente
durante mi adolescencia. - Aceptó él. Pero sabes que fuiste tú la que decidió
el rumbo de mi pregrado. Dalia miró
hacia la calle.
Había sido imprudente hablar del pasado. Eso los llevaba a
esa relación de amor y odio, distancia y cercanía que habían mantenido durante
15 años. Se mordió el labio. Gesto inevitable cuando no sabía cómo salir de una
situación. No podía recordar por qué lo había orientado a estudiar finanzas y a
especializarse en gerencia ejecutiva y tampoco porque ella misma había escogido
finanzas para sí misma. Y peor, no podían hablar de todos esos años en que él
terminaba su carrera y comenzaba su maestría y ella realizaba su carrera. Haber
escogido la misma universidad que él había sido un acto temerario y suicida.
-
Si ya sé… Hablaremos de sentimientos cuando se
termine la pugna de poderes. - Le dijo
él sin insistir en el tema pero interpretando su silencio. – Préparate que ya
llegamos a la casa de tu mami.
-
Eddie… No es conveniente que…- empezó a decir
ella. Eddie le tomó una mano y la besó.
-
Tranquila. Tendré más tiempo para resignarme a
estar casado. – Le dijo bromeando para sacarla de quicio.
Dalia jaló su mano pero no se enojó. Él recurría a ese tipo
de comentarios irónicos para que ella dejara salir sus emociones. Hizo una
revisión de su bolso, tomó su celular que había dejado en el descanso entre las
dos sillas y se arregló el cabello. No podía dejarse manipular por él. Si Eddie
tenía el poder de los negocios, ella tenía que manejar el poder de las
emociones. Entre los dos, esa era la estrategia que funcionaba.
Sofia Hope los recibió sentada en un cómodo sofá en su
habitación. Ya tenía en un cuaderno escrito una lista de compras que su hija
Dalia debía realizar para el cumpleaños de su hermano. La señora Sofía pensaba
que cualquier día era su último día por lo cual el cumpleaños 19 de Tito no
podía pasar desapercibido. Eddie la observó mientras se ponía de acuerdo con
Dalia, mientras se tomaba un vaso de té frío.
Las dos eran dos mujeres hermosas. Dalia con un aire más
italiano que latino y Sofía con ese aspecto interesante que había adquirido con
los años y las canas. Durante su tratamiento del año anterior, se le había
caído todo el cabello y ahora le había salido una melena más bien rubia en la
que pocos cabellos castaños se podía ver. Eran canas con un suave tono rubio y
la hacían ver más delgada y frágil.
La primera vez que las vio hablando pensó que estaban en
medio de una discusión. Se apasionaban en lo que decían una a la otra y movían
las manos con el mismo fervor. Algunos gritos surgían de vez en cuando, pero,
al analizarlos, terminabas descubriendo que no eran más que gestos de júbilo
por conseguir puntos de acuerdo entre ellas. Dalia quería gozarse a su madre
todo lo que pudiera. Esa había sido la razón por la cual no había terminado la
maestría en finanzas en Londres como lo había hecho él. La había cambiado por una maestría en gestión
de proyectos en su universidad local para poder estar a la mano cuando sus
padres la requirieran.
Ese tiempo de sus estudios en Londres había sido el único en
el que estuvieron en ciudades diferentes. Dalia ya no viajaba con la frecuencia
de su juventud y prefería pasar fiestas navideñas en casa para gozarse a su
madre, como solía decir. Eddie suspiró. No notó que las dos mujeres escucharon
su suspiro y lo miraron de reojo. Siguió pensando en que su relación con sus
padres en cambio había sido totalmente diferente. Su padre lo había tratado con
dureza y templanza. No lo había dejado acercarse a los negocios hasta morir. Su
madre le había retado planteando una posible relación con su hijastro y claras
intenciones de quedarse con el control de la compañía.
-
¿Lo ratificó la junta directiva como Director
General? – Preguntó Sofía utilizando su vocabulario empresarial personal.
-
Presidente, mamá. Si no lo ratifican como
presidente de la junta directiva…. Todo va a hacer un caos. – Le dijo Dalia.
-
Después de que todo pase. Deberían irse de luna
de miel por lo menos dos semanas. – dijo Sofía que insistía una y otra vez en
que ellos debían tener como pareja ese tiempo de luna de miel que no se dieron.
Dalia le abrió los ojos para expresar que no quería hablar de eso.
-
Cuando todo esto termine será junio del próximo
año. – Le dijo cortando la conversación, se levantó de su silla.
-
Entonces quedamos así.
Eddie la miró desde su silla sin levantarse. La luz de la
ventana de Sofía le daba a la espalda y le imprimía a su figura un aura de luz
hermosa. Dalia lo miró. Intuyó que
estaba absorto en sus pensamientos y que estos estaban totalmente alejados del
tema de la empresa. Dalia sonrió con aire de misterio. Estaba admirándola.
-
Listo, cariño. – Le dijo con voz melosa. – Tengo
una cita en el club de tenis a las tres. ¿Te quedas con mamá o vas a otra cita?
-
Y yo… en la oficina de Francés…- Le dijo él,
bajando del mundo de fantasía en el que se había perdido por estar apreciando
la femenina figura de su esposa. Se levantó y saludó a su suegra despidiéndose
de ella con un beso en la frente.
-
¿Estarás en el cumpleaños de Tito? Preguntó
Sofía. Eddie sonrió.
-
Ustedes me han convertido en un esposo juicioso
y casero que acompaña a su esposa a sus eventos familiares. – Le dijo él
sonriendo. Sofía sonrió con una risa cascada divertida. La primera vez que
Eddie se disculpó para no estar en una fiesta familiar, Dalia le dijo todo un
sermón sobre el respeto y la responsabilidad que había que mostrarles a los
seres queridos, cuando los acompañamos en sus fiestas.
-
Eso es lo que me encanta de ti, Cariño. - Le dijo Dalia – Aprendes rápido para no
recibir regaños.
Dalia tomó un taxi y él se fue en el auto. La recogería en
dos horas en el club. Eddie la vio marcharse antes de encender el carro.
Durante los últimos cuatro meses jamás pensó en Dalia como su mujer y sobretodo
jamás había pensado en lo mucho que lo seducía Dalia. Ella no se había dejado
engañar nunca por las continuas mujeres que habían pasado por su vida. Jamás le
había reclamado por ellas, por las fotos y las fantasías de amores y desamores
que ellas posteaban en sus redes sociales.
Siempre que necesitaba verlo o estar con él tomaba un avión y se
aparecía en su apartamento en Dorset[GLSS3] la residencia universitaria donde vivía.
Sin hablar de la última foto que hubiesen colgado de él en las redes o del
último comentario amoroso que le hubiesen hecho en las suyas.
En el club de tenis, Dalia se encontró con Rick Maxwell.
Había estudiado con su hija menor en la escuela secundaria. Y luego, había sido
uno de los tutores que el padre de Eddie le había asignado en una de la docena
de tareas de inversión durante su pasantía. Rick confiaba en su criterio para
las inversiones, pero, después de aquella cena, Dalia descubriría si también
confiaba en la movilidad de sus acciones en la empresa.
-
Hola, Dalia. – La saludó él con un vocabulario
informal. Dalia sonrió y dejó que le besaran la mano.
-
Hola, señor Maxwell. ¿Tuvo que esperar mucho?
- Le dijo mientras se sentaba al otro
lado de la mesa.
-
Ya pedí unos canapés para picar mientras nos
traen la cena. – LE comentó. Dalia asintió confirmando que había sido una buena
decisión.
-
¿Cómo le va a Teresa con su nueva casa en los Hamptons?
– Le preguntó refiriéndose a su excompañera. Rick sonrió.
-
Feliz… Se siente la reina del universo y va a
volver loco a su marido. Menos mal que él es millonario y paciente. – Se burló
el señor. Dalia sonrió.
-
Dos cualidades ideales para Teresa. – comentó
Dalia. – Usted sabe con claridad lo que quiero conversar. Cierto?
-
Así es. Lo tengo claro. – Le dijo Rick. – Estoy
dispuesto a apoyarte. Con la condición de que te asegures que será la decisión
correcta. Dalia alzó una ceja.
-
¿Y cómo aseguraré esto? – Le preguntó picando de
los canapés en la mesa.
-
Haciendo el compromiso conmigo de que
responderás económicamente conmigo si algo no sale como lo pensaste. – Dalia
miró al señor a los ojos.
-
¿No confía en Eddie? – Preguntó. Rick movió la
cabeza de lado a lado.
-
No estoy seguro de si tu confianza en él está
basada en tus sentimientos o en tu conocimiento de su gestión financiera. – Le
dijo con toda seguridad. Dalia sonrió.
-
Sí…. Estoy enamorada de mi esposo. – Reconoció
con la libertad de saber que nadie le escucharía más que el señor Maxwell. –
Pero eso no me impide saber que es mejor confiar en él que en Jude.
-
El señor Jude Morrisson… - Dijo Rick comiendo un
poco de los canapés. – Creo que tengo claro las razones por las cuales puedes
poner a Eddie por encima de Jude pero…
-
Hagamos un trato… Si Eddie no sube las ganancias
de la compañía en los primeros seis meses al menos en un 15% entonces yo le
daré a usted la mitad de mi fortuna.- dijo Dalia con seguridad.
-
Tanto así. ¿Estás segura? – Insistió Rick. Dalia
sonrió
-
Muy segura. Mi fortuna no tiene los ceros de la
suya… Creo que tres ceros menos… - Le dijo ella. - pero igual es grande y sustanciosa. Incluye
las acciones de Microsoft, Apple, Johnson y Johnson. Estoy jugando con los
grandes… sé que usted ha estado interesado en entrar con ellos hace mucho.
-
Increíble… Sabía que eres muy habilidosa pero
cómo conseguiste acciones en esas compañías en las que comprar es muy
complicado. – Comentó asombrado. Dalia sonrió.
-
Lo hicimos con Eddie… jugamos en la bolsa de valores
y nuestra estrategia nos permitió entrar. – Le dijo ella. Rick asintió.
-
De acuerdo… manda tu documento a mis abogados y
hagamos el trato. Mi apoyo será total a Eddie y además direccionaré las
acciones y el poder de mi esposa también hacia él. – Se comprometió. Dalia
sonrió.
-
Está usted seguro. ¿No ha sido muy sencilla esta
conversación? No confío en las cosas fáciles. – Le dijo ella. Rick sonrió.
-
No va a ser fácil que consigas el porcentaje que
prometiste en los seis meses que comprometes. Y tampoco va a ser nada sencillo
el acuerdo en la reunión de accionistas de mañana. – LE dijo Rick. Dalia
asintió.
-
Está bien. Entiendo. – Le dijo. – Diré a los
abogados que se comuniquen con los suyos. ¿Voy mañana con tranquilidad a la
reunión de accionistas?
-
Si quieres lo escribimos a mano en una
servilleta hasta que lo hagamos de manera formal. – Le dijo Rick. Dalia lo miró
a los ojos. Él estaba hablando en serio. Sentía que ella no confiaba en él.
Sonrió con todo su encanto femenino y le dijo:
-
Tenemos un trato. Mañana seremos socios en la
resistencia contra Jude. – Le dijo. Rick asintió y siguió comiendo.
Eddie apareció cuando compartían un postre. No le avisó a
Dalia de su llegada y se apareció en el restaurante de improviso. Dalia se puso
de pie tan pronto lo vio y él le dio un beso en la frente a modo de saludo
antes de saludar a Rick Maxwell.
-
Espero que hayan disfrutado de la cena. – Dijo
Eddie después del saludo. El señor Maxwell sonrió.
-
Y de la plática… - le dijo Maxwell – Disfrutamos
mucho más de la conversación. Tienes una esposa enamorada, Eddie. No le quites
los ojos de encima y no la pierdas.
Eddie no quiso hablar. Estaba
temblando de pies a cabeza con el comentario de Maxwell. Dalia estaba enamorada
de él. Eso podía tomarlo como una certeza. No miró a Dalia… podía sentir que
sus mejillas estaban sonrojadas y su corazón a millón. ¿Podía escuchar Dalia los latidos de su
corazón?
-
Me alegra. – Alcanzó a decir suponiendo que su
tono de voz había sonado normal. – Debemos irnos. Estamos casi al otro lado de
la ciudad.
-
Así es. Ya es hora de llevar a la princesa a su
castillo. Mañana nos vemos en la reunión de accionistas. – Le dijo el señor
Maxwell. Dalia recogió su bolsa.
-
Muchas gracias, señor Rick. – Le dijo Dalia dándole la mano. – Nos vemos
mañana. Recuerde nuestro trato.
-
Por supuesto… jamás rompo una promesa.
Eddie la tomó de la mano y se fueron hacia la salida a los
parqueaderos por el salón principal del restaurante. Dalia subió al auto y se
acomodó. Eddie la miró sin encender el auto.
-
¿Qué le dijiste a Maxwell para que pensara que
estás enamorada de mí? – Preguntó él. Dalia suspiró.
-
Nada… supongo que confundió mi interés en
convencerlo en compromiso contigo. – Le dijo ella. Eddie se acomodó para
comenzar a conducir.
-
Está bien. Lo haremos a tu ritmo.- Le dijo.
Dalia cerró los ojos.
“Sé lo que quieres escuchar” pensó mientras fingía dormir.
“Yo también quiero escuchar tus sentimientos. Pero no es el tiempo… todavía
no”. Se mantuvo en silencio. Eddie le permitió su silencio. En esos días debían
tomar la decisión de vivir el romance o controlar la compañía. Dalia le había
enseñado que los negocios debían mantenerse al borde del amor. Cuando
decidieron casarse, aclaró que la decisión se tomaría por alianza estratégica
para tener el control de la empresa. Le insistió que al margen de la relación
que tenían, por lo menos hasta que fuese ratificado el presidente de la junta
directiva, no podían pensar en el romance.
Algunas veces al mirarla dormir, o bañarse en la bañera
llena de espumas, Eddie se preguntó cuándo su cuerpo despertaría de nuevo a la
atracción por ella. Y aquella mañana, cuando ella se quejó de que Eddie tomara
su baño como sala de juntas… No lo demostró, pero en su interior todo se alocó.
Después de todo… era ella. Dalia siempre había sido esa mujer que, con solo
aparecer en la puerta de su apartamento, cambiaba sus planes, sus intenciones,
su todo. No sabía decir que no, no podía… Muchas veces estuvo convencido de
haberse enamorado y de repente, Dalia lo llamaba desde la puerta de su edificio
y todo volvía a girar alrededor de ella.
Condujo durante una hora y Dalia estaba profundamente
dormida al cruzar la entrada del conjunto de casas en el que vivían. Era un
barrio cerrado con casas de mil metros cuadrados. Sus padres la habían comprado
cuando se casaron unos treinta años atrás. Eddie condujo por el camino hacia la
zona de los garajes y guardó el auto. La observó unos minutos. No quería
despertarla. La cargó en sus brazos, pero no estaba seguro de que pudiera
llegar al segundo piso. Así que la llevó a la habitación de invitados cerca del
estudio.
La acomodó en la cama y le quitó los zapatos. ¿Estaba dormida o se hacía la dormida? Se
preguntó Eddie, pero fue fácil desabotonar su chaqueta y quitársela. No dejaría
que él la desnudara sin detenerlo. Dalia se acomodó abrazando una almohada. A
Eddie le producía ternura verla dormir, siempre aferrada a una almohada o a un
cojín. Buscó el control de la
calefacción. Se quitó la chaqueta, pero no se decidió a dejarla sola. ¿Cabían
los dos en esa cama? Si se acomodaba en los brazos de Dalia en lugar de la
almohada, sí. Sonrió. Dalia lo golpearía cuando se despertara. Pero ya habrían
pasado algunas horas juntos.
Apagó las luces y se deslizó en la cama. Efectivamente Dalia
echó a un lado la almohada y lo abrazó. Después de mucha fuerza de voluntad y
cansado de todas las actividades y tensiones del día se quedó dormido.
Dalia no abrió los ojos de inmediato. Entre sus manos
estaban los dedos de las manos de Eddie. Podía respirar el resto de su aroma,
el más costoso perfume de Antonio Banderas. A Dalia le encantaba y se lo
compraba cada tres meses desde hacía unos cinco años atrás cuando fue lanzado
al mercado. Suspiró sobre el cabello de Eddie. Cualquier movimiento de ella lo
despertaría. Abrió los ojos con lentitud.
La habitación ya estaba invadida con la luz de la mañana. Y
Eddie estaba justo acostado sobre ella, no tenía sino un pequeño pantalón de
pijama corto puesto y Dalia podía sentir el contacto con su piel desde los
tobillos, subiendo por los muslos hasta el pecho. Dalia tragó en seco y buscó
en su mente la manera de salir de aquel abrazo sin despertarlo.
Eddie despertó al sentir el aliento de Dalia sobre su
cabello. Habían pasado tres meses desde la noche de bodas. Aquella noche habían
tenido relaciones más en un acto desesperado por bajar la tensión de la muerte
de Edward el padre de Eddie y de todas las reuniones de la semana del
consorcio. Trató de pensar en una manera de levantarse y no despertarla.
Respiró profundamente y empezó a deslizar los dedos de sus manos con lentitud.
-
¿Estás tratando de escapar? – preguntó
Dalia. Eddie soltó sus manos y alzó la
cara.
-
No quería despertarte. - Le dijo él.
-
Por despertarme o por no tener… sexo. - Le dijo
ella. Eddie sonrió.
-
Ambas… - Dijo sincero.
-
¿Porque no quieres o porque estamos en receso? –
preguntó ella. Eddie alzó una ceja…
-
Ese receso apesta… ¿cierto? – Preguntó él. Se
levantó sobre los codos y la besó. – ¿No quisieras retomar… esta relación …
donde la dejamos?
Aquello fue suficiente para iniciaran un juego sexual que
los llevó al sexo más loco y salvaje que hubiesen experimentado entre ellos. La
señora Márquez escuchó sus gemidos desde la puerta de la habitación y dejó la
mesa del desayuno en el pasillo. Regresaría veinte o tal vez treinta minutos
más tarde con una cafetera caliente.
-
¿Por qué tener sexo contigo es volver a sentirme
vivo? – preguntó él de repente mientras desayunaban. Dalia parpadeó varias
veces y tragó en seco como siempre. ¿Qué clase de pregunta es esa?
-
Es un encuentro físico. Exige de ti toda la
actuación de tus hormonas y de tu energía. Es mejor que una hora de gimnasio. –
Le dijo Dalia. Eddie sonrió.
-
Eres una grosera. Sabes a qué me refiero… - Le
dijo Eddie. Dalia suspiró. No… en realidad no lo sé. ¿Te gusto?… ¿Me amas?
Sacudió la cabeza y siguió comiendo. ¿Qué tonterías pensaba? Si ni siquiera
sabía si lo amaba ella.
Terminaron el desayuno en silencio. Eddie tratando de
adivinar los pensamientos de Dalia. Infructuosamente como siempre. ¿Cómo saber
qué pensaba aquella mujer? Se preguntó
como siempre. Se levantó y se fue a cambiar. Tendría que dejar aquella
conversación para después de la junta. ¿Los negocios o los sentimientos? Le
había preguntado una vez Dalia. Tienes que escoger entre uno de los dos…Tu
mente no puede concentrarse en uno, si
está ocupada en el otro. Decide… En este momento… ¿tomarás decisiones acerca de
negocios o acerca de tus sentimientos?
Eddie se decidió por los negocios. De hecho, sino ganaba en
aquella contienda de negocios de ese día… no tenía ni la más mínima posibilidad
de hablar de sentimientos con Dalia. Estaba convencido de ello. Ella se había
casado con él en la mejor jugada de negocios que podía imaginarse. Estaba comprometida
con él por los negocios y los sentimientos… si existían… tenían que esperar a
que ella decidiera fuese el tiempo de hablar de ellos.
Dalia se duchó en la habitación de huéspedes donde habían
dormido. Había hecho que la señora Márquez le buscara ropa y accesorios para
vestirse. En parte para huir de él y en parte para ahorrar tiempo como había
dicho. Tenían que llegar temprano a aquella cita con el futuro de la empresa.
Estaban ya en la sala de juntas cuando apareció Loraine
acompañada de Jude. Justificó la presencia de Jude anunciando que eran pareja y
que le había cedido la mitad de sus acciones. Eddie partió el lápiz en su mano.
Lucia su secretaria se lo reemplazó rápidamente por otro y recogió las dos
partes en las que se dividió el otro.
La junta dio inicio y Dalia reemplazó el vaso con agua de
Eddie en al menos tres ocasiones. Solía tomar mucha agua cuando estaba enojado.
Era como una terapia para encontrar el equilibrio en sus emociones. A pesar de
que a media hora de iniciada la discusión, ya se podía percibir a la unanimidad
de los miembros de la junta a ratificar en la presidencia del consorcio a
Eddie. Dalia lo observaba enfurecido, estresado, ansioso… pero en control de
todas sus expresiones. Los detalles eran los que hablaban por él. El agua, la
pierna derecha moviéndose incesantemente, la vista fija en los documentos
frente a él que Dalia sabía eran solo las escrituras de constitución de la
empresa.
-
De igual modo, tenía claro que Eddie sería
escogido para el puesto. – Concluyó Jude su discurso. – Fue escogido para ello
desde los 15 cuando empezó a interesarse por los negocios más que por el
deporte. Y ratificado cuando inició su relación con Dalia Hope.
-
Secretario… omite ese comentario en el resumen
de la reunión. – Dijo con voz de trueno William el padre de Dalia sin darle la
oportunidad a Eddie de callarlo.
-
Así es … - Dijo Jude – Es una apreciación
personal que nada tiene que ver con el asunto que nos reúne. Pero que explica mi deseo de postularme es
porque nadie se consideraría lo suficientemente convincente y lo
suficientemente fuerte como para competir con Eddie. Sin que esto demerite las
cualidades de mi hoja de vida. Estoy a entera disposición de la junta para
cuando decida que el recorrido del presidente de la junta no necesariamente
tenga que ser vitalicia… sino de acuerdo a sus resultados.
-
Se terminó el tiempo de intervención – Dijo
Daniel Sims quien estaba ejerciendo la función de controlador del tiempo. Jude
le hizo una venia y se sentó.
-
Corresponde la intervención del señor William
Hope – anunció el secretario de actas de la junta, el señor Rick Maxwell.
-
Buenos días. Mi intervención es corta.
Represento el 45% de las acciones de la junta directiva en el consorcio.-
Describió como indicaba el protocolo. – Además del 14% de las madres cabeza de
hogar, la fundación que Edward decidió patrocinar para beneficio de las
condiciones del personal femenino en el consorcio.
Ese anuncio hizo que Dalia y Eddie se miraran. ¿William Hope
controlaba el 59% de las acciones de la empresa? Dalia miró a su padre de pie frente a la
junta. ¿Por qué Edward le había dado ese 14 %
en acciones a su padre?
-
Esta condición significa que puedo aportar 59
votos a la decisión de que Eddie Prince sea el presidente de la junta directiva
y que Dalia Hope continúe en su rol de representante de la familia en el
consejo de ejecutivos. Esta decisión es definitivamente una acción sustentada
en el proceso de formación y seguimiento de crecimiento en manejo de las
finanzas que Edward Prince hizo de estos dos jóvenes. Aclarando que esta
decisión es independiente a cualquier decisión de estas dos personas en su vida
personal. Los documentos del testamento de Edward que serán conocidos en su
momento y de mi testamento personal así
lo estipulan. Gracias por el voto de confianza que siempre han dado a esta
dupla de negocios que constituimos Edward y yo con nuestras familias, y que se
representa en el mantenimiento de las acciones que tienen en su poder.
William Hope se sentó después de
decir esto. Dalia seguía mirando a Eddie con el ceño fruncido. Eddie extendió su mano hacia ella y tocó con
un dedo su ceño fruncido. Un gesto típico de los coreanos que fueron sus
aliados de negocio en la universidad. Dalia deshizo su gesto. El señor Maxwell
se levantó y dio las conclusiones de la junta en su calidad de secretario de
actas. Eddie era el presidente de la junta directiva del consorcio por los
próximos diez años. La junta podía cada tres años ratificarlo o solicitar una
auditoria de su gestión para verificar su efectividad.
Solicitó la revisión del
contenido y comentarios para propuestas de cambios y reinó el silencio durante
los cinco minutos de tiempo que el protocolo de la junta exigía. Dalia jaló de
la chaqueta de Eddie por debajo de la mesa, él bajó la mano derecha y dejó que
ella la tomara entre las suyas. Eddie la miró en silencio, parpadeó varias
veces seguidas al sentir que ella deslizaba un anillo en su dedo anular. No
habían intercambiado anillos en su boda. Él le había entregado el anillo de su
abuela y ella le había dado unas mancornas de plata con un diamante imitación
del Blue Moon Josephine que había heredado de su abuela. El gesto del anillo significaba la liberación
de Eddie para la decisión de seguir casado con ella o terminar el matrimonio.
Eddie no le permitió a Dalia
retirar las manos. El secretario de actas dio por terminado los cinco minutos y
anunció que se publicaría la decisión en los principales medios de comunicación
de la ciudad y en los de economía y negocios del mundo. La entrevista a Eddie sería
en rueda de prensa organizada para esa misma tarde a las 5 pm en el New York
Hilton Midtown, hotel tradicional en el Consorcio para este tipo de
anuncios. Con un aplauso por el
ratificado presidente se dio por terminada la reunión y todos los miembros de
la junta empezaron a retirarse.
Jude se acercó a ellos con
expresión adusta en su rostro. Dalia preguntándose qué diría y cómo se
expresaría ahora que sabía no tenía chance de ser el presidente. Extendió en silencio una mano hacia Eddie
quien se levantó de la mesa. Como tenía la mano de Dalia agarrada a la suya la
llevó a su lado.
-
Me va tocar iniciar mi propio emporio. – Le dijo
Jude. Eddie sonrió con un gesto perverso que Dalia conocía muy bien. Era el
gesto amenazante que se expresaba en su cara un minuto antes de lanzar un
puñetazo.
-
Debiste iniciarlo hace mucho tiempo. – Le dijo
Eddie. Dalia tenía una mano enlazada a la suya pero la izquierda de Eddie era
tan letal como la derecha pensó mientras trataba de calcular cuando lanzaría el
puñetazo.
-
Así es… me aferre a falsas quimeras. – Le dijo.
– Igual… es muy bueno para mi permanecer unos tres o cinco años en el poder de
las acciones de tu madre. - Dalia se interpuso entre los dos tan pronto lo
escuchó.
-
Les agradezco tener esta conversación en otro
lugar. – Les dijo con firmeza.
-
No te preocupes… Será una conversación en
privado. – Dijo Jude alejando la mano extendida y caminando hacia la salida.
Dalia buscó con la mirada, pero, Loraine tal como era su costumbre se había
escapado del lugar alejándose lo más posible de los escándalos y de los
reclamos. Dalia se dio media vuelta y abrazó a Eddie.
-
¡¡¡Felicitaciones, Señor Presidente!!! – Le dijo
tratando de disipar la tensión de la situación.
-
No puedes tener expresiones excesivas de cariño
en la oficina. – Le advirtió Lucia ayudando a Dalia. Ella había sentido también
la tensión entre los dos hombres.
-
Es
cierto. - Dijo Dalia y se separó. Eddie se negó a soltar su mano.
-
No vuelvas a interponerte entre él y yo. – Dijo
Eddie con un tono de voz todavía enfadado.
Se fueron a almorzar al hermoso restaurante del edificio del
consorcio. Dalia ya había organizado a primera hora de ese día el menú
preferido de Eddie. Sus hermanos aparecieron justo a tiempo. Tenían una
intuición para la hora de la comida. Todo el tiempo estuvo Eddie sosteniendo su
mano entre las suyas.
-
Todo estuvo delicioso. – Comentó William. Dalia
miró a su madre que haciendo un esfuerzo había asistido al almuerzo.
-
Tal vez es la felicidad. Eso hace que todo sepa
bien. – Dijo Sofía.
-
Tener el almuerzo aquí en el restaurante del
consorcio fue una mejor idea. Todos los empleados están compartiendo con
nosotros. – Dijo Dalia. Había sido una idea de su padre.
-
Cuando Edward y yo no teníamos familia, todas
las celebraciones eran con los empleados. – Dijo William con aire melancólico.
-
Solía contar esas historias. – Dijo Eddie con
voz baja. Dalia le dio palmaditas en la mano. – Y… siendo que estamos en un día
tan importante para todos. Sigamos manteniendo esas costumbres.
-
Claro. Todo lo que podamos celebrar aquí, lo
haremos. Sin embargo, la fiesta oficial
será en el Hilton. Todos los empleados esperan con emoción esa celebración. - les
dijo Dalia
-
¿Cuántos confirmaron? – Preguntó William
-
Será una fiesta de unas 800 personas… un
verdadero acontecimiento. De todos modos, no te preocupes… el sitio tiene una
capacidad para mil personas. – Le contestó Dalia.
-
Un evento multitudinario. – dijo Sofía. – Tal
como le gustaban a mi madre. – Tenemos que ir de compras Dalia. Tienes que
verte espectacular. Eres la esposa del presidente.
-
Mamá no necesitamos ir a ningún lado… Haremos
que nos lleven una propuesta a casa. Es la nueva manera de comprar. – Sabía que
Sofía iría de compras con ella aunque le doliera todo el cuerpo.
-
Así es… desde la tranquilidad de tu casa… lo
harán todo. Y a propósito de eso creo que debemos irnos ya… - Dijo Eddie. – Hay
una esposa que me debe una tarde a solas y Sofia ya debe irse a descansar.
Dalia sintió sus mejillas sonrosadas. Pero todos armaron gran alboroto levantándose
de sus asientos y recogiendo las bandejas. Algunas personas felicitaron a Eddie mientras
caminaban hacia el parqueadero. Dalia sonreía. Ese aspecto de su posición no le
gustaba a Eddie. Gran número de personas caminando alrededor de él… era su
mayor pesadilla. Sin embargo, Dalia observó que él mantuvo su sonrisa, caminó
con lentitud sin apresurar su paso y respondió a todos, sus preguntas.
Su padre se llevó a su madre y a los chicos. Eddie condujo
personalmente el auto de ellos. Había dado la tarde libre al chofer. No se
dirigió a la casa. Tomó la vía contraria.
-
¿Vamos a Central Park? – Preguntó Dalia. Eddie
movió la cabeza negando.
-
Vamos a dar un paseo en barco. - Anunció. Dalia
alzó una ceja.
-
Y eso… es idea de … - Empezó a decir ella
-
Es lo más romántico para hacer en NY según me
dijeron. Mi idea original era llevarte a Paris pero quedaríamos agotados del ir
y venir para estar a tiempo a la rueda de prensa. – Dijo él hablando más de lo
normal. Dalia supuso que estaba nervioso.
-
Has estado analizando nuestra relación. ¿cierto?
- Le dijo Dalia. Eddie suspiró.
-
Así es. Tienes toda la razón. – Le dijo él con
aire melancólico. – Estoy de acuerdo que ese plan de nuestros padres por
convencernos de ser pareja, les resultó muy fácil con nosotros.
Dalia no dijo nada se quedó
mirando el paisaje a través de su ventanilla. Esa conversación la habían tenido
en varias ocasiones. La primera vez, Dalia tenía 17… acababa de terminar
secundaria y estaba por decidir la universidad en la que estudiaría. Y cometió
la imprudencia de consultarlo con Eddie. Entonces, él le había dicho que no
tenía ningún derecho a controlar la vida de ella, que decidiera la universidad
y la carrera que le atrajera y que no pensara en él, ni en lo lejos ni en lo
cerca que pudiera tenerlo.
-
La facilidad no estuvo en lo obedientes que
somos. – Continuó diciendo él. – La principal razón estuvo en que me gustabas
y yo… te gustaba y no podíamos hallar una persona que nos hiciera dudar de
querer estar juntos.
-
Y … ¿Qué hay de Joselyn? – Preguntó Dalia. Esa
chica había sido la razón para la segunda ocasión en la que intentaron
terminar.
-
Por favor… ni siquiera debías mencionarla. Eso
fue un frustrante intento por cambiar de rumbo mi vida. – Reclamó Eddie. Dalia
sonrió.
-
Cómo se te ocurre que no voy a mencionarla.
Estuviste todo un mes con ella en ese bendito curso vacacional de Francés… -
Dalia se tapó la boca con las manos. Diantres!!! ¡¡¡Por qué dijo eso!!!
-
¿Eso quiere decir que crees que estuve viviendo
con Joselyn durante todo ese mes en Paris? – La risa de Eddie llenó el ambiente
del auto. Dalia quiso morirse de la vergüenza.
El silencio entre ellos se hizo pesado. Eddie recordó una
cafetería cerca en la que podrían hablar. Dalia apretó los dientes. Una de las
razones por las que no hablaban de sentimientos es porque Dalia no se sentía
preparada para decirle que lo amaba. Y por otro lado, no estaba preparada para
que él dijera que no la amaba.
-
No viví, ni dormí con ella ni una sola noche en
Paris. - Le dijo él. Parqueó el auto y apagó el motor. – Tuvimos sexo… - le
dijo lentamente y entre susurros. –una sola vez… y acordamos no volver a
hacerlo.
-
No quiero escuchar. - Le dijo entre dientes.
Eddie se acomodó en el asiento del chofer para quedar frente a ella.
-
Debes escuchar… De hecho… creo que después debo
escuchar yo… - Dijo Eddie con voz no muy segura.
-
¿Eres consciente que después de esta
conversación podríamos terminar decidiendo un divorcio? – Le preguntó ella
dándose vuelta para verlo de frente también.
-
¿Eres consciente de que los sentimientos son lo
que nos tienen juntos? Preguntó Eddie. Dalia suspiró.
-
¿De qué hablas? – Eddie le tomó las manos entre
las suyas.
-
No fue la obediencia… Ni resignarnos a que
nuestros padres nos dieran el poder en nuestro consorcio a través de este
matrimonio. Si no te gustara, habrías mandado a tu padre y al mío al quinto
infierno, te habrías conseguido un empleo en una gran empresa o hubieras
iniciado la propia con la herencia de tu abuela.
-
Estás pensando en mi de manera muy romántica- Le
dijo ella. Eddie sonrió
-
Eres una heroína de cuento de hadas. Y tienes
que reconocer que entre tú y yo eres la de la intuición y la inteligencia
financiera. – Le dijo él. – Yo traté de liberarme, de experimentar mi
adolescencia de la mejor manera posible… pero… sin el dinero y la compañía de
mi padre… nada soy. – Confesó.
-
¿Por qué estás tan melancólico? ¿Qué ideas tan
tristes? ¿Es por la euforia de conseguir la presidencia? – Le preguntó ella
intentando que él le mirara a los ojos.
-
Es… todo lo que hemos vivido estos últimos
meses… Las decisiones, la línea de
ataque, la propuesta de negocios… Todo ha sido tu creación… Eres tú quien debía
ser presidente… - Dalia lo escuchó. Él parecía necesitar el desahogo.
-
Detente… - Le dijo ella. – Hablemos cuando estés
alegre, cuando tengas todo claro, cuando no hables con esta actitud depresiva y
triste que me mata
Eddie se la quedó mirando. A ella
en serio le importaba un reverendo rábano que todo fuese gracias a su
inteligencia y que él recibiera los premios. Ah ¡¡esta mujer!! ¿De verdad
merecía tener por esposa aquella mujer? Dalia lo miraba tratando de leerle los
pensamientos.
-
Vamos… dijiste que iríamos a un paseo en un
barco. – Le dijo ella al final desistiendo de adivinar que estaba deseando
decir.
-
De verdad…
¿no quieres saber por qué me casé contigo? - Le dijo él. Dalia le acarició una
mejilla.
-
Porque eres el Eddie de Dalia Hope y yo la Dalia
de Eddie Prince. – Le dijo ella. Una vieja frase que habían escuchado en una
película y que les había encantado. Eddie se la había escrito en la primera
tarjeta de cumpleaños que le envió.
-
Remo con remo… tú y yo… - Le dijo él. – Pero… ¿por
qué no terminar de hablar de lo que sentimos? – Preguntó Eddie. Dalia suspiró.
-
Llévame a ese famoso barco. Nunca he hecho ese
recorrido. – Eddie se acomodó y encendió el auto.
-
Vamos… supongo que si todos lo recomiendan como
una actividad para enamorados… ¡¡Será fantástica!!- Le dijo conduciendo de nuevo.
Dalia no estaba preparada para hablar de amor y él… en el
fondo no estaba preparado para que ella le dijera que no era amor la razón de
su matrimonio. Subieron al barco, había una
zona de comida en la que servían pasabocas y platos sencillos de comida
mediterránea.
-
Hablaste con tu madre… - Preguntó como si fuese
una idea casual. Eddie la miró.
-
No quiero hablar con ella. Sabes lo que va a
pasar cuando hablemos…- Respondió. Dalia asintió. Sí, podía imaginar la absurda
y tensa situación a la que se enfrentarían.
-
Ese vestido… hace que te veas muy femenina. –
Comentó sorpresivamente. Dalia lo miró.
-
Me lo regalaste. – Eddie alzó una ceja. –Cuando
estuvimos en Paris.
-
Y ¿hasta ahora te lo pones? – Dalia sonrió y
asintió. Así era hasta ese día había encontrado un evento digno de aquel
vestido.
Era un vestido con un clásico estilo camisero, de falda a
media pierna, tela vaporosa, fondo color crema y flores de un rosa intenso.
Solo llevaba unos zarcillos largos de plata con pequeñas amatistas salteadas en
un aro alargado y ancho. Su rostro maquillado con tonos que ella solía llamar
como imagen básica. Eddie la escuchaba hablar con las estilistas que en
ocasiones especiales solía llamar para que le arreglaran.
-
Me siento… tan diferente y especial con él que….
Siempre entraba en conflicto: muy elegante, muy sobrio, muy floreado. - Eddie la abrazó rodeándola con sus brazos
apoyando su cabeza en su pecho, los dos mirando al frente el horizonte. La
vista de Nueva York desde cualquier punto es emblemática, pero aquel paisaje
que se apreciaba desde el recorrido en el río, todavía más conmemorativo de la
ciudad que nunca duerme.
-
Muy sexy… - Le dijo al oído. – demasiado sexy,
pero estoy suponiendo que no es el vestido, sino tú.
-
Qué tonto
estás hoy. – Le dijo haciendo un esfuerzo por hablar con calma. Eddie se rascó
la nariz con el cabello de ella.
-
Encontré una carta de mi padre para ti y para
mí. – Le confesó. La obligó a permanecer en el abrazo cuando Dalia intentó
darse vuelta. – Es un papel con el membrete de la empresa ´por lo que pienso
fue un momento de desahogo en medio de alguna reunión.
-
¿Podré leerla? – Preguntó ella. Eddie asintió
moviendo la cabeza.
-
Dice cosas muy interesantes. Entre ellas, lo que
he estado intentando conversar contigo. – Le dijo – Yo sé que para ti es
difícil hablar de sentimientos cuando jamás hemos hablado de sentimientos.
-
Una cosa es hablar y otra, sentir. Aunque no lo
conversemos, sabemos que allí están. ¿Cierto? – Le dijo ella.
-
Así es… pero papá estaba preocupado porque nunca
hablamos de amor cuando le dijimos que íbamos a casarnos. - Relató recordando
las palabras en la carta como si fuesen suyas. - Ni antes cuando dijimos que viajaríamos juntos,
ni antes cuando ellos decían: Se casarán y manejarán los negocios juntos.
¿Verdad? Y nosotros sólo nos mirábamos y nos reíamos, según lo que él describe.
Y luego nos íbamos en bici o a patinar. Como si prometer casarnos era lo mismo
que prometer lavarnos los dientes o comer bien.
-
Recuerdo que me dijo eso una vez que fuimos a un
desfile de modas de vestidos de novia en el centro comercial del Bronx. – Le
contó Dalia. – Edward me preguntó si alguno de esos vestidos podría ser el que
yo escogiera para casarme contigo. Yo le
dije que probablemente apareceríamos cualquier día en casa, casados, en jeans y
camisetas.
-
Hmmm…. Habría sido realmente espectacular
hacerlo. - Se rio Eddie. - Sofía nos hubiera golpeado con palo de golf… pero
habría sido divertido.
-
¿Qué más dice? -
Preguntó Dalia al ver con qué facilidad Eddie cambiaba el tema de la
conversación.
-
Describe un montón de momentos de nuestra vida
que ni siquiera recordaba. Él estuvo en todos ellos o los vio en fotos. Como
ese día que patinamos en el hielo en Rockefeller center. ¿Tenías 14 años? Nos
besamos según nosotros ocultos en la multitud. Mi padre nos vio y distrajo al
tuyo para que no nos viera. Dice que esa escena le trajo tranquilidad porque
había pensado que tal vez te habían presionado para aceptarme en tu vida.
-
Y tú pensaste eso dos años después. – Le dijo
ella recordando cuando Eddie le dijo que no terminaría la carrera en Nueva
York.
-
Hmmm… Me fui por el mundo a aprender idiomas y
otras maneras de administrar. - Le dijo,
aunque sabía que ella conocía mejor que nadie lo que él había vivido y
experimentado todos esos años. Ella era la única con la que Eddie se desahogaba
sin límites y sin reservas.
-
En la
carta pronostica lo que pasó… Nos casamos cuando él no estaba en la Tierra…-
Agregó Eddie. Dalia suspiró.
-
Esa es una de las cosas de las que me
arrepiento. - Dijo Dalia. – Debimos casarnos el año pasado cuando…
-
Cállate… El matrimonio se dio cuando teníamos
que hacerlo. – La regañó él. El año anterior no se habían casado, porque habían
terminado. Dalia estaba saliendo con Jude cuando Eddie regresó en sus
vacaciones de verano. - Podríamos permanecer años en este lento transitar del
barco sobre el rio. ¿No te parece?
-
Eso te gustaría. Estar días enteros mirando el
paisaje, mientras el barco navega sobre el río. – Le dijo Dalia. Para mi está
bien… una hora. Pero… definitivamente, no para un dia completo.
-
A menos que te traiga un portátil…- Se burló
Eddie. – Con un computador te quedarías sentada todos los días de todo un mes
frente a este paisaje y nadie te movería de allí.
Eddie la hizo girar. Dalia apreció su rostro. Siempre niño,
solía decir su mamá. Tito se burlaba y le decía Cara de niña. Pero, aunque
Eddie de vez en cuando actuaba como un niño perdido en el mundo de los adultos…
Dalia sabía que era un hombre para admirar y respetar. Eddie le besó en la frente.
-
¿Qué dices? -
Preguntó él. – Tenemos un contrato de matrimonio para diez años.
-
Quedamos que cada cinco años nos preguntaríamos
por su renovación…- Se burló ella. Eddie la besó.
-
Quiero que digas lo que quieres decir. – Le dijo
él hablando sobre los labios. Dalia apretó las manos que se agarraban de su
chaqueta.
-
¿No debe el hombre decirlo primero? – Preguntó ella.
Eddie la miró detenidamente a los ojos en silencio.
-
Dalia de Eddie Prince… ¿Sabes que Eddie te ama? –
Le dijo con voz insegura. Dalia abrió muchos los ojos. ¡Oh, cielos! Él le había
dicho que la amaba. Dalia respiró con más fuerza de lo normal.
-
Eddie de Dalia Hope… Si esto que siento no es
amor… entonces voy a inventar que sí lo es. Te amo.
[GLSS1]si pienso en cualquier cosa
Estoy pensando en tí
Si intento amar al mundo
Te estoy amando a tí
Si creo en la justicia
Estoy creyendo en tí
Si sueño en la alegría
Te estoy soñando a tí
Unica, única
Y nos amamos mano con mano, tú y yo
Y nos queremos tú y yo
Y nos queremos remo con remo tú y yo
Remo con remo y nos unimos tú y yo
Unica, inevitablemente única
Ardiente y sonriente, única
Brillando entre la gente, tú
Si miro al sol de frente, te estoy mirando a tí
Si oigo la tormenta, te estoy oyendo a tí
Si dudo de mi mismo, dudando estoy de tí
Si espero lo imposible, te espero solo a tí
Unica, única
Y nos amamos mano con mano, tú y yo…